1929. Las fiestas de María Pita, la Coronación de la Virgen de los Dolores y los cañones de la Batería de San Pedro

El agosto coruñés de 1929 fue testigo, además de sus magníficas fiestas en honor a la heroína María Pita, de otros acontecimientos de importancia relevante en la historia reciente de La Coruña cuyos protagonistas, en algún caso, todavía presencian, mudos, el devenir de la ciudad.
Aquellos festejos, con una ciudad atestada de forasteros, comenzaron oficialmente el sábado 3 de agosto con la salida de los populares Gigantes y Cazudos y con la celebración de una verbena en la Estación, organizada por los ferroviarios y amenizada por la Música del Regimiento de Infantería “Isabel la Católica” nº 29.
Con anterioridad, el día 1, se tuvo conocimiento de que el Gobernador Civil autorizaba la prolongación del horario de los bares y cafés hasta las dos de la madrugada a lo largo de todo el mes.
El domingo, día 4, primero de la Semana Grande, amaneció con las dianas de varias Músicas y las Bandas de cornetas, trompetas y clarines de los Cuerpos de la guarnición y, a las 11, se celebró, en San Jorge, con toda pompa y circunstancia, la tradicional Función del Voto, una cita festiva de mucho arraigo en las fiestas veraniegas coruñeses, a la que siguió un animado “paseo de moda” por la calle Real.
Por la tarde, con un lleno absoluto, se celebró, en la plaza de Toros, la primera corrida de la feria contando con el concurso de los matadores “Maera”, “Chicuelo” y “Cagancho”. Por la noche, en la estación, tuvo lugar la segunda verbena.
El lunes, día 5, se celebró un nuevo festejo taurino, en este caso una novillada, que contó con la participación de Eulogio Domingo, Pedro Montes y “Pacorro” que sustituyó a Natalio Sacristán Fuentes y, por la noche, se disparó una gran sesión de fuegos artificiales a cargo de la pirotecnia Brunchia de Valencia.
El martes, día 6, tuvo lugar otro de los actos característicos de los festejos estivales coruñeses: la Fiesta del Flor para la cual se instalaron diferentes mesas petitorias en la ciudad, contando con el concurso de gran cantidad de jóvenes postulantes.
Por la tarde, en la plaza de Toros, se celebró la anunciada Corrida Goyesca, siendo la primera y la única vez que La Coruña fue escenario de un espectáculo de estas características. La plaza presentaba un aspecto deslumbrante, adornada con tapices y reposteros y abarrotada de aficionados, entre ellos muchas mujeres elegantemente vestidas.

El espectáculo comenzó con un desfile de calesas por el ruedo, adornado con un gran abanico, ocupadas por hermosas jóvenes coruñesas y precedidas por los coraceros de época y acompañadas de clarineros, garrochistas, caballeros, majos y chisperos. Todo un alarde de elegancia muy propio de aquella Coruña distinguida y glamurosa.
Los diestros participantes fueron “Maera”, “Chicuelo”, “Cagancho” y Marcial Lalanda que dieron cuenta de un total de ocho toros, con desigual suerte para los espadas.
A la conclusión de la corrida no se pudo verificar el “paseo de coches” por los Cantones por la presencia de la lluvia que deslució esta parte de la jornada.
Por supuesto, durante estos días, los jardines de Méndez Núñez, adornados con multitud de luces de colores, acogían, llegada la noche, la tradicional “velada nocturna”, al igual que el Sporting Club celebraba, en su parque de “El Leirón”, verbenas y asaltos siempre muy elegantes y concurridos.
Para el miércoles, día 7, estaba anunciado uno de los números fuertes de las fiestas de aquel año: la Cabalgata de las Regiones que tuvo que ser aplazada para el día siguiente, por causa de la lluvia. Pese a todo, en esa jornada se celebró el concierto matinal en Riazor y la “velada nocturna” en el Relleno.
Por fin, en la tarde del día 8, teniendo su origen en la plaza de Pontevedra, salió la Cabalgata de las Regiones. Abría la marcha la Banda montada del Regimiento de Artillería 3º de Montaña a la que seguía la carroza representante de Galicia en la que figuraba una reproducción de la Torre de Hércules, acompañada de las gaitas de Soutelo de Montes. Seguía la de Valencia en la que se reproducía la Torre del Miguelete a la que acompañaba la Banda de las Escuelas Labaca; tras ella, la representante de Salamanca con una recreación de la Torre de Monterrey, seguida de la Banda de las Escuelas Populares Gratuitas.
Seguía la representante de Andalucía, destacando en ella una reproducción del Patio de los Leones de la Alhambra granadina, seguida de la Banda de los Exploradores; la siguiente carroza en desfilar fue la de la colonia vasco-navarra, representado el típico caserío y acompañada de chistularis.
Venía después la de Aragón, con una representación de la Puerta del Carmen, acompañada de la Banda de Música del Hospicio y tras ella, la de Cataluña, formada por un gran escudo de aquella Región, seguida de la Música del Regimiento “Isabel la Católica” nº 54.
Heraldos a caballo, con clarines, antecedían a la magna carroza de España formada por un gran león con sus manos apoyadas sobre el globo terráqueo, el libro de la Historia y dos escudos nacionales. A la carroza le seguía la Banda de cornetas y tambores de Intendencia.

Sobre la carroza de España iba la joven Rosa Rodríguez, simbolizando a la matrona, acompañada de su corte de honor, quienes al llegar a la plaza de María Pita abandonaros la carrosa para dirigirse al Palacio Municipal, saliendo al balcón central, instante en que las Músicas interpretaron la Marcha Real.
También, en esa jornada, el antiguo “bosque de Bolonia”, rebautizado como el “Parque de María Pita”, fue escenario de una deslumbrante verbena organizada por el Patronato de la Caridad, en tanto que, en la bahía, se disparaba una sesión de fuegos acuáticos y en Méndez Núñez se celebraba la acostumbrada “velada nocturna”.
El viernes, día 9, pese al mal tiempo amenazante, se pudo celebrar la tradicional Batalla de Flores, otro número festivo de mucha tradición y aceptación en La Coruña, que contó con el concurso de numerosos vehículos engalanados y tres carrozas a las que hubo que sumar las participantes en la Cabalgata de las Regiones.
Los premios se adjudicaron al “Caserío” de la colonia vasco-navarra, el primero; el segundo a la “Carabela Santa María” y uno especial a la del “Patio de los Leones”.
El sábado, día 10, la atención de una parte de la jornada se centró en la playa de Riazor, ya que, junto al habitual concierto matinal, por la tarde se celebraron diferentes pruebas de natación infantil, así como cucañas terrestres y marítimas.
Por la tarde, en la Granja Agrícola, se celebró el Concurso Hípico, que contó con gran concurrencia de público, y por la noche, la habitual velada en Méndez Núñez.
El domingo, día 11, último día de la Semana Grande, se celebraron conciertos en Riazor, por la mañana; el “paseo de moda” por la calle Real, a mediodía, y la “velada nocturna” de diez a doce de la noche en el Relleno. También, a media mañana, salió, nuevamente, la comparsa de Gigantes y Cabezudos a recorrer las calles.
Sin embargo, la principal atracción de la jornada estuvo centrada en el Parque de Riazor donde el Deportivo se enfrentó contra una selección formada por jugadores del Celta y del Racing de Ferrol que concluyó con empate.

También, en la mañana de ese día, se celebró en Méndez Núñez la fiesta anual de los Exploradores que contó con la presencia de gran número de autoridades.
Aunque la intensidad del programa bajó bastantes enteros en esta segunda semana, las fiestas continuaron y así, el lunes, día 12, comenzó el campeonato de Tiro de Pichón, habitual en las fiestas coruñesas. También, esa noche, en la plaza de María Pita se celebró una sesión de cine al aire libre y, por supuesto, en Méndez Núñez, la tradicional “velada nocturna”.
El martes, día 13, continuó desarrollándose el campeonato de Tiro de Pichón y la sesión de cine al aire libre se trasladó a la calle de San Andrés. Al día siguiente, 14, la atención del programa se centró, además de en la “velada nocturna”, en la sesión de cine popular que, en esta jornada, tuvo como escenario la Palloza.
Lo más destacado de la programación del jueves día 15 fue la celebración de una fiesta infantil en la granja agrícola y, por la noche, la “velada nocturna” que se repitió al día siguiente. En cuanto al viernes, 16, el programa de festejos incluyó el concierto matinal en Riazor y el paseo nocturno en Méndez Núñez.
También, en la mañana de ese mismo día, arribó al puerto, procedente de la Base Naval de Ferrol, el buque hidrográfico de la Armada “Giralda”, en el que enarbolaba insignia el Almirante jefe del Departamento Marítimo del Cantábrico. Viejo conocido en la ciudad, este buque de la Armada que, en su función de Yate real, había visitado La Coruña en agosto de 1900, acompañando al Rey D. Alfonso XIII y la Reina Regente Dña. María Cristina, en la que sería la primera visita del monarca a nuestra ciudad,
El sábado, día 17, al igual que el domingo, 18, la atención de la ciudad se centró en los solemnes actos de la coronación canónica de Nuestra Señora de los Dolores, imagen de gran devoción en nuestra ciudad, que estuvieron presididos por el Infante D. Jaime de Borbón, en representación del Rey.
La Coruña se preparó a conciencia tanto para recibir el Infante como para la celebración de los actos de coronación de Nuestra Señora. Como en las grandes ocasiones, la ciudad se puso guapa. La mayoría de las casas aparecían adornadas con colgaduras, en tanto que la iglesia de San Nicolás se engalanó con profusión de bombillas eléctricas que contorneaban tanto las torres como la fachada principal del edificio.

El Infante, llegó a la ciudad a bordo del trasatlántico “Alfonso XIII” a primeras horas del sábado, día 17, siendo recibido por las primeras Autoridades. En las proximidades del Real Club Náutico se situó la Compañía de Honores del Regimiento de Infantería “Isabel la Católica” nº 54, con Bandera y Música, encargada de la rendición de honores.
Don Jaime, vestido con el uniforme de maestrante de Sevilla, se trasladó en vehículo hasta la Colegiata de Santa María del Campo en cuyo atrio le aguardaba, para rendirle honores, una Batería del Regimiento 3º de Montaña, con Estandarte y Banda de clarines. Una vez en el templo se entonó un “Te Deum” a cuya conclusión el ilustre visitante se dirigió, entre las cariñosas muestras de la gran cantidad de público que abarrotaba las calles de la Ciudad Vieja, al Palacio de Capitanía General donde, tras recibir nuevamente los honores de ordenanza, se celebró la recepción oficial a la que asistieron las primeras Autoridades y representaciones de la vida social, económica y cultural de la ciudad.
Concluido el acto en Capitanía General, el Infante, acompañado por el Alcalde, recorrió diferentes calles coruñesas, saliendo posteriormente de la ciudad para almorzar en el pazo de los Vizcondes de Fefiñanes.
Por la tarde, asistió a un té que se sirvió en el Real Club Náutico y, por la noche, a la animada verbena organizada por el Sporting Club en sus instalaciones de “El Leirón” del Camino Nuevo.
En la mañana del domingo, día 18, D. Jaime asistió a la celebración de una Misa pontifical en la iglesia del San Nicolás y, a primeras horas de la tarde, concurrió a presidir, en la plaza de Toros, una novillada en la que lidiaron José Mejías, Alfredo Corrochano y Rafaelito Mejías y, a las seis de la tarde al solemne acto de Coronación de la Virgen de los Dolores que se celebró en la plaza de María Pita.
La plaza mayor de La Coruña, a la que da nombre la heroína por excelencia -María Pita- que tanto contribuyó, junto a otras mujeres, hombres anónimos, Soldados de los Tercios embarcados de Infantería de Marina retornados de la Gran Armada y los de la guarnición de la plaza, a la defensa de la ciudad, cercada por los ingleses, en 1589, estaba abarrotada de coruñeses mostrando su profundo respeto y devoción a la imagen de Nuestra Señora.
La imagen de la Virgen llegó a la plaza, procedente de San Nicolás, escoltada por efectivos del Cuerpo de Seguridad y abriendo la comitiva los Batidores y la Banda de clarines montada del Regimiento de Artillería 3º de Montaña.

Una vez la imagen en la plaza, se inició la ceremonia religiosa de coronación. La Corona, la ciñeron sobre las sienes de la imagen el Infante D. Jaime y el Arzobispo de Santiago de Compostela.
El Regimiento de Artillería 3º de Montaña disparó las veintiuna salvas de ordenanza, mientras fuerzas del Regimiento de Infantería “Isabel la Católica” nº 54, rendían los honores establecidos reglamentariamente.
A la conclusión del acto de coronación, se organizó una procesión, presidida por el Infante que recorrió las principales calles del centro coruñés, acompañando a la imagen de la Virgen de los Dolores hasta su templo de San Nicolás.
El lunes, 19, por la mañana, D. Jaime visitó la Grande Obra de Atocha y posteriormente, se trasladó al Palacio Municipal donde presidió la inauguración de las Jornadas Médicas, saliendo a su conclusión, por carretera, con dirección a Santiago de Compostela, dando así la visita por terminada.
Ese mismo día se inició la tercera semana de festejos, aunque el interés fue decayendo al mismo ritmo que la intensidad de los actos programados. Durante estos días, se sucedieron una serie de competiciones deportivas y pruebas náuticas, actuaciones folclóricas, así como las consabidas “veladas nocturnas” animadas por la Música del Regimiento “Isabel la Católica” y las siempre deslumbrantes verbenas del Sporting Club, como la celebrada en la jornada del día 20.
El último acto del programa se celebró en la jornada del sábado, 31. El número fuerte de la jornada de cierre fue otro muy tradicional en las fiestas veraniegas coruñesas: la “Serenata Marítima” que contó con el curso de gran cantidad de embarcaciones engalanadas que iluminaron la bahía coruñesa. Como colofón se disparó una vistosa sesión de fuegos artificiales.
Sin embargo, aquel mes de agosto todavía la reservaba a La Coruña otra sorpresa. En la jornada del 22 arribó, al muelle de Santa Lucía, el vapor de bandera noruega “Belray” que, procedente de Inglaterra, transportaba diferentes elementos de la Batería de artillería de costa que se iba a instar en el monte de San Pedro.
La instalación de esta Batería, contemplada en el Plan de artillado de 1926, se formalizó por un Real Decreto de 13 de julio de ese año en el que se disponía que se instalarían, en el precitado monte de San Pedro, dos piezas Vickers de 381 mm. (38,1), las piezas más potentes utilizadas por el Ejército Español cuyos tubos alcanzar los 17 m. de longitud, así como una Batería monolítica antiaérea provista de cañones Vickers de 105 mm.
Las piezas de 38,1 contarían con dos emplazamientos en pozo a barbeta, separados entre sí por una distancia de 200 m. El fuego de ambas piezas lo controlaría una dirección de tiro constituida por dos grupos telemétricos, cada uno con un telémetro, un anteojo estereoscópico y un inclinómetro que enviaría los datos a una central donde se encontraba un calculador de tiro que controlaba el movimiento de las piezas y ordenaba el disparo.
Debajo del pozo donde estaba anclada cada pieza, se encontraba la cámara de carga que comunicaba con los repuestos de proyectiles y las cargas de proyección. Unos compartimentos estancos protegidos con hormigón armado, encontrándose también situada al mismo nivel bajo tierra la cámara de máquinas donde se ubicaban las necesarias para el movimiento hidráulico de las piezas.
Las direcciones de tiro de las piezas enviaban datos por medio del telémetro, del anteojo estereoscópico para la observación del tiro y del inclinómetro para medir los rumbos a la central de la dirección de tiro quien, tras su análisis, daba los datos correspondientes a las piezas y ordenaba el fuego.
Estas grandes obras, que modificaron el paisaje de los alrededores de la ciudad en muchos aspectos además de producir riqueza a las zonas afectadas, trajeron como consecuencia la lógica creación de puestos de trabajo algo de lo que siempre hemos estado necesitados.
Por otra parte, una ciudad como La Coruña, vivió con mucha expectación la arribada al puerto de las dos enormes piezas artilleras que fueron conducidas por medio de raíles, que se iban montando sucesivamente, desde la zona portuaria hasta San Pedro, generando el lógico interés por parte de la ciudadanía.
Las piezas quedaron instaladas y la Batería se activó. En noviembre de 1933, concretamente, el domingo, día 26, tras ser entregados al Ejército, los poderosos Vickers efectuaron sus tres primeros disparos, hecho este que despertó la curiosidad de la toda La Coruña hasta el punto de componer alguna coplilla al respecto. Los últimos disparos los realizaron en octubre de 1977.
Luego, durante años, estos dos colosos de acero velaron, en silencio, la paz de la ciudad sin que jamás tuviesen que entrar en combate y así hasta que, en 1995, fueron cedidos al Ayuntamiento coruñés quien dispuso, en sus inmediaciones, la creación del parque de San Pedro, objetivo turístico prioritario debido no solo a los cañones, sino también a sus privilegiadas vistas sobre la ciudad.
Tras los sucesivos intentos de musealizar la zona, los proyectos se vieron entorpecidos y paralizados con la llegada al Ayuntamiento, en 2015, de la perniciosa marea que, al tratarse de un recuerdo de nuestro pasado militar, fruto de su malvada incultura, le dieron la espalda, quedando los cañones y todo su entramado artillero sumidos en el mayor de los abandonos.
Al parecer, el pasado año se acometió la recuperación de una de las piezas para que pueda ser visitada por el público.
Hoy, como siempre, los viejos Vickers, muestra de la industria militar de los años veinte del pasado siglo, observan, callados y majestuosos, el devenir histórico de nuestra ciudad.
Blog del autor: http://cnpjefb.blogspot.com/

Que no se utilizaran no quiere decir que no hayan tenido utilidad, ya que la disuasión puede ser la mejor arma. Lastima que no fueran fabricadas por nuestra propia industria. Pero de la Vickers y de quienes estaban detrás de ella (Zaharoff incluido) no cabe admiración alguna, sino por su maldad; extensiva a la legión de traidores lacayos masones ¿españoles? al servicio del anglo sionismo internacional, con las consecuencias de turno para España. Basta con hojear «El submarino Peral» para hacerse una idea.
Si nos los vendieron en buen estado, es que no suponían ninguna amenaza a sus intereses en ese lugar.
Absolutamente de acuerdo.
D. Jesús, hila vd. fino también en materias del ramo de guerra
Y, efectivamente, Alfonso XIII, casado con una inglesa de la familia real sajona («segundona», se dijo), firmó inmediatamente después de su boda el «Pacto de Cartagena», entrando, a la chita callando, de forma más aún, en la órbita inglesa, consecuencia de lo cual se nos facilitó el armamento Vickers