1939: el punto de partida

En este mes de Abril se cumplen 83 años del final de la guerra civil, o mejor dicho de la Cruzada de Liberación Nacional; liberación del marxismo-leninismo revolucionario que el Frente Popular, especialmente PSOE y el PCE, dos organizaciones históricamente criminales, quisieron imponer en nuestra Patria.

Con motivo de tal efemérides, conviene recordar, aunque sea de forma muy sucinta, la situación en la que quedó España al término de dicha contienda o, lo que es lo mismo y mucho mejor y más exacto, el punto de partida en la que la encontró el Caudillo. Y conviene porque, entre otras importantes cosas, una de las más justificadas razones para tan cruenta guerra, como lo son todas, iba a ser que hubiera servido no sólo para escapar la imposición de aquella tiranía revolucionaria, sino también y casi más para mejorar en todo a España; de lo contrario, y en realidad, la guerra no hubiera servido para nada, no hubiera estado justificada.

Situación material.-

Podemos asegurar sin miedo a equivocarnos que nunca antes en su historia España se había encontrado en una situación material, económica y financiera tan grave, prácticamente en ruinas; producto no sólo de la guerra, sino también del decadente y tedioso siglo XIX de tan nefastas consecuencias.

Las destrucciones materiales a 1 de Abril de 1939 eran terribles. Un total de 192 ciudades, pueblos y aldeas estaban destruidas en un 60 por ciento; cerca de 250.000 viviendas arrasadas y otras 250.000 afectadas gravemente; como consecuencia casi cuatro millones de españoles carecían de una vivienda en mínimas condiciones. Dos terceras partes del material ferroviario estaba irrecuperable: el 41 por ciento del parque de locomotoras, el 40 de vagones de mercancías y el 61,2 del de viajeros; el resto muy anticuado o deficiente. El parque automovilístico arrojaba cifras de pérdidas similares a la del ferroviario. Cerca de 250.000 Tn de su flota mercante perdidas por hundimiento o graves averías y daños. La ganadería, especialmente de la que fuera zona frentepopulista, estaba bajo mínimos. La riqueza forestal, sobre todo también de dicha zona, perdida casi completamente por la tala indiscriminada y a destajo de árboles para obtener madera para combustible. La industria en general, a excepción sólo de parte de la situada en las provincias vascongadas y catalanas, destruida o prácticamente inservible por su destrucción, daños, averías o excesiva antigüedad. Las reservas alimenticias que durante el conflicto habían permitido a la zona nacional no sufrir escasez alguna debido fundamentalmente a la extraordinaria labor de gestión realizada por sus autoridades, al tener que absorber la totalidad del territorio nacional, en especial las provincias del centro y sur de la Península –que fueron zona frentepopulista hasta el mismo 1 de Abril– se habían desplomado, no siendo capaces de atender a la fuerte demanda surgida además de la noche a la mañana; tal situación se agravaba porque la cosecha cerealística de 1939 era en todas partes de las peores que se recordaban debido a la adversas condiciones climatológicas. Por todo lo anterior existían 894.000 parados, de ellos el 55 por ciento hombres y el 45 por ciento mujeres, cebándose tal lacra especialmente en las provincias que hasta el final de la contienda habían permanecido bajo dominio del Frente Popular, más que por las destrucciones de la guerra por la nefasta gestión de sus autoridades.

La situación financiera arrojaba también un saldo trágico. El nivel de la renta nacional había retrocedido al de 1914, lo que equivalía a disponer tan solo de 18.000 millones de pesetas, cantidad irrisoria para 1939, máxime cuando se avecinaba la necesaria reconstrucción de toda la nación. La masa de billetes en circulación se había disparado pasando de 5.452 millones de pesetas existentes en Julio de 1936 a 18.661 millones en 1939; de tan notable y negativo incremento el bando nacional era responsable sólo de 2.000 millones, mientras que los gobernantes frentepopulistas lo eran de 13.000. Las existencias de oro y plata disponibles, es decir, de reservas, eran prácticamente nulas, pudiendo afirmarse que el Banco de España carecía de dichos metales. Por todo ello, España arrojaba un déficit monetario en dinero circulante y en reservas realmente dramático como nunca antes en su historia, por lo que su capacidad para obtener créditos en el exterior era prácticamente nulo.

Embalando el oro del Banco de España para trasladarlo a Moscú

Sobre la inexistencia de reservas de oro y plata conviene recordar que la responsabilidad era exclusiva de las autoridades frentepopulistas, no sólo por haber enviado las existentes en 1936 a Moscú, que eran el 90 por ciento de las totales, haciendo imposible su recuperación –y en menor medida a París–, sino también porque no contentos con ello en los últimos meses de la guerra se habían empleado a fondo en un codicioso y repugnante expolio de cuanto de valor existía en su zona; aún más injustificado y terrible si cabe si se tiene en cuenta que, al estar para ellos la guerra perdida, con dicho robo perjudicaban gravemente no sólo a los nacionales, sino también a los españoles de su zona a los cuales decían representar y defender.

Algunos ejemplos de ese latrocinio final por el cual las autoridades frentepopulistas sacaron de España y se apropiaron cantidades astronómicas de dinero y valores –para «sufrir» mejor el exilio forzado al que se enfrentaban– y que ingresaron sin rubor ni escrúpulo alguno en cuentas privadas, son los siguientes:

  • Pablo de Azcárate

    El Capitán Julio López Masegosa, comunista y secretario particular de Negrín, que se hizo con 130 millones de francos.

  • El que fuera embajador del Frente Popular en Londres, Pablo de Azcárate y Flórez, que logró hacer lo mismo con varias decenas de millones de libras y su hermano, el Coronel Patricio de Azcárate, que se apropió de 40 millones de pesetas que depositó en una cuenta en Méjico.
  • Rafael Méndez Martínez, socialista y amigo personal de Negrín que había desempeñado durante la guerra numerosos cargos en su Gobierno –entre ellos el de encargado de la compra de aviones en el extranjero–, se exilió en los Estados Unidos siendo titular de una cuenta en Nueva York de 1.000 millones de pesetas.
  • El líder del PSOE, el socialista Indalecio Prieto, que logró hacerse con el cargamento valorado en 2.000 millones de francos del yate Vita a su llegada a Méjico –fletado y cargado por orden de Negrín–, formado por grandes sumas de dinero en metálico, cuadros, joyas y colecciones numismáticas únicas en el mundo de todo lo cual nunca se volvería a saber.
El yate Vita, paradigma del latrocinio frentepopulista

La terrible situación financiera descrita se agravaba por el hecho de que con el final de la guerra España debía reconocer, como es lógico, las correspondientes deudas con los países que habían prestado su ayuda suministrando material bélico y de otro tipo; ayuda que en ninguno de los casos había sido desinteresada.

Por razones obvias, los vencedores no reconocieron ninguna con la URSS. Sí lo hicieron, lógicamente, con Alemania e Italia que habían sido los principales suministradores de los nacionales; en mucha menor medida se hizo con Portugal. Alemania había valorado inicialmente su deuda en 500 millones de marcos, pero la autoridades españolas alegaron contra tal cifra que durante la guerra habían empleado 200 millones en el mantenimiento y suministro del contingente alemán, más diversos pagos a cuenta realizados en materias primas, por lo que al final se consiguió que la deuda a reconocer quedara en 288,7 millones de marcos; dicha deuda quedaría saldada justo poco antes de acabar la II Guerra Mundial pagándose fundamentalmente mediante exportaciones de materias primas y algunos productos alimenticios, entre ellos naranjas. La primera estimación de los italianos, bien que exagerada, fue de 14.000 millones de liras. Otra posterior la dejó en 8.000 millones, cifra que se ajustaba más a la realidad. Finalmente, por gracia personal de Mussolini quedó en 5.000 millones. Además se consiguió que su amortización lo fuera a un interés prácticamente simbólico y en un largo periodo de veintiséis años, lo que España cumpliría escrupulosamente; de hecho, el último pago se efectuaría en 1967, no habiéndose interrumpido nunca –ni siquiera cuando Italia se sumó al boicot internacional contra España en la segunda mitad de la década de los cuarenta–, por lo que tras el final de la II Guerra Mundial y la consiguiente caída del fascismo italiano, durante veintiún años los beneficiarios de aquella deuda serían, paradójicamente, los sucesivos gobiernos y autoridades «democráticas» italianas sin que por su parte tuvieran nunca problema alguno en aceptar su pago de parte de la tan por ellos denostada «España de Franco».

Pero, paradójicamente, los vencedores tuvieron también que reconocer deudas con Francia, a pesar de que había apoyado siempre al Frente Popular, y con Gran Bretaña que lo había hecho durante el primer año y medio de guerra. Con Francia porque era la única forma de poder recuperar las 40 toneladas de oro –unos 27 millones de dólares/oro– que todavía quedaban en el país vecino de los que en su día se llevó allí por orden de la autoridades frentepopulistas –oro que llegaría a España en Julio de 1939–, así como para poder recuperar los cruceros, destructores y mercantes huidos en los últimos meses de guerra a puertos franceses. Con Inglaterra se reconocieron deudas por valor de tres millones de libras esterlinas por las mismas acusas que con Francia, es decir, para poder recuperar los numerosos barcos huidos a puertos británicos. El pago de dichas deudas se acordó realizarlo mediante exportaciones de materias primas y la compra compensatoria de productos de dichos países. Dichas deudas fueron absorbidas presupuestariamente en menos de seis años, hazaña económica que sólo fue posible por el enorme esfuerzo que iban a realizar durante ellos todos los españoles –que fueron además los de la guerra mundial–, así como también gracias a las acertadas medidas económicas y de otras clases que durante dicho periodo de tiempo adoptaron las autoridades españolas.

Situación humana.-

Las pérdidas humanas causadas por la guerra, además de por su valor como tales –sin duda el más importante por tratarse de seres humanos–, suponían también  gravísimas pérdidas de potencial de trabajo al significar un notable descenso en la mano de obra disponible y consecuentemente de la capacidad de producción, valor de especial importancia para cualquier nación, pero aún más para la España de entonces acababa de salir de una larga guerra que precisaba de grandes reconstrucciones en todo tipo y en todos los sectores.

Como cifras que creemos más serias y acertadas de dichas pérdidas, por lo documentadas de las mismas, adjuntamos un resumen de las que ofreció Salas Larrazábal en su libro «Las cifras de la guerra» las cuales consideramos aún  hoy las más fiables:

PÉRDIDAS HUMANAS ESPAÑOLAS EN LA GUERRA (período 1936-39)
FRENTEPOPULISTAS NACIONALES TOTALES
Combatientes españoles muertos en operaciones militares 60.500 59.500 120.000
Civiles muertos por acciones militares 11.000 4.000 15.000
Muertos por asesinatos y/o ejecuciones 34.946 72.344 107.290
Sobre-mortalidad por enfermedades y hambre 149.000 16.000 165.000
Muertos por y durante los años de guerra 1936-1939 255.446 151.844 407.290

Al total de 407.290 personas «perdidas» –no sólo sus vidas, repetimos que lo más importante, sino también como elementos de producción–, hay que sumar el del número de mutilados y heridos existentes, muy difícil de cuantificar pero sin duda elevadísimo, así como los 150.000 exiliados iniciales; casi el 75 por ciento lo fueron en realidad por la propaganda de última hora de las autoridades frentepopulistas por lo que en uno o dos años estuvieron de regreso.

También hay que sumar unas 800.000 personas –mayormente hombres miembros del ejército derrotado– que en Abril de 1939 permanecían retenidos temporalmente en calidad de prisioneros de guerra a la espera de su identificación, depuración de responsabilidades y paulatina reintegración a la vida ordinaria; tal proceso de reinserción fue muy acelerado por la autoridades nacionales de manera que a finales de ese mismo año de 1936 tal cifra se reduciría ya a 270.000 al haberse liberado a la mayoría de los soldados y cuadros de mando intermedios de dicho ejército; de éstos 270.000 restantes, excepción hecha lógicamente de los que sufrirían penas de muerte, lo iban a ser progresivamente conforme cumplieran sus respectivas condenas de cárcel, la mayoría en muy corto espacio de tiempo –unos cinco años por término medio– al quedar sus penas muy reducidas por continuos indultos y por la remisión por el trabajo.

El entorno internacional.-

Junto a la penosísima situación humana y económica interna de España –repetimos que sin parangón en su Historia–, la externa no era mejor. Como sabemos, Europa se encontraba en Abril de 1939 al borde de una nueva guerra que todos consideraban inevitable.

Pacto Ribbentrop-Molotov

Alemania, seguida por Italia, marchaban ya decididas al enfrentamiento armado. La URSS, con Stalin a la cabeza –lo que siempre se olvida–, maniobraba en secreto buscando aliarse con la primera en busca de beneficios territoriales injustificados. Por la otra banda, las democracias liberales, principalmente Inglaterra y Francia, atravesaban desde hacía años un profundo bache en casi todos los órdenes que las mantenían en un estado de debilidad que a muchos les hacía prever, incluso, su próxima desaparición. Los Estados Unidos miraban desde la distancia los acontecimientos europeos a la espera de su oportunidad para sacar tajada, como había ocurrido con la I Guerra Mundial. Japón, aún más en la lejanía, hacía y deshacía a su antojo en su entorno asiático. Las demás naciones del llamado mundo civilizado se mantenían a la espera de lo que las grandes potencias decidieran hacer.

En medio de tamaños nubarrones, las nuevas autoridades españolas conseguían de golpe el reconocimiento internacional de la mayoría de las naciones, incluidos los Estados Unidos que lo hacían el 1º de Abril; a excepción de la URSS y Méjico.

Pero los rumores de guerra suponían un nuevo problema añadido a los ya de por sí graves que se acumulaban en el interior, pues en gran medida podían poner en peligro la urgente y necesaria reconstrucción, gran parte de la cual iba a depender de la ayuda que pudiera conseguirse del exterior, lo que se complicaría sobremanera en caso de que las naciones potencialmente afines o simplemente interesadas se enzarzaran en una contienda de proporciones y resultados insospechados. Por eso, el Gobierno español miraba con suma preocupación las noticias que con extrema celeridad provenían del extranjero.

PD.- Ahora comparen el punto de partida con el de llegada el 20 de Noviembre de 1975.


6 respuestas a «1939: el punto de partida»

  1. Artículo muy interesante que pone en evidencia las enormes dificultades que tuvo que vencer la España de Franco vencedora en la Cruzada.
    Un doble milagro, porque es preciso sumar, al milagro de la victoria en la guerra, la victoria de La Paz.
    Efectivamente, victoria en la guerra cuando todo el poder militar y económico del Estado estaba en manos del Frente Popular.
    Y victoria en La Paz cuando una España arrasada y heredera de una decadencia bisecular, se convirtió en la octava potencia mundial.
    Sin dejar de lado la intervención Divina -en mérito sin duda de tantos mártires- el doble milagro de la victoria en la guerra y la victoria de La Paz es obra de Franco y su Régimen.
    Yo solamente haría una observación a este certero artículo.
    Al hacer el estudio del punto de partida, es necesario incidir en el atraso secular de España, pero no originado solamente por el nefasto S. XIX, hay que extenderlo al S. XVIII, buscando su origen en el 1700 con la llegada de la nueva dinastía.
    La Guerra de Sucesión, la primera “Guerra de la Independencia” que perdimos los españoles pasando a ser una colonia de Francia supeditada a sus intereses. Todo lo que vino después fueron sus consecuencias. La segunda Guerra de la Independencia que, ganada por los españoles -sangre, sudor y lágrimas- se malogró con el retorno de Fernando VII y sus consecuencias.
    La pérdida de la España de Ultramar, las Guerras Carlistas y finalmente el atraso, la miseria y la injusticia social que hicieron inevitable la guerra.
    Luego una victoria y una paz que cual ave Fénix hizo renacer a España de sus cenizas…. Resurrección de nuevo malograda.

  2. Siendo niño mi abuela materna me contó una historia asquerosamente cruel cometida por los rojos. Dejaron pasar hambre a un hombre encarcelado, luego le ofrecieron un rico plato de carne. Cuando hubo comido le arrojaron el cadáver de su hijo mostrándole el lugar del que habían cortado la carne.
    Segunda parte: siendo ya joven oí de una antigua militante anarquista cómo la policía nacional la citó en la comisaría de la Puerta del Sol de Madrid para que denunciara a sus compañeros. La mujer, creyendo que así le tendría algún miramiento, acudió a la citación con su hijo de pecho. Se lo mataron allí mismo golpeándole la cabeza contra la pared para obligarla a denunciar a sus amigos.
    Menuda galería de los horrores tendríamos conque cada uno pusiera las atrocidades que ha llegado a conocer de los unos y de los otros… Moraleja: gallo que no canta, amanece más temprano.

    1. Injusticias sí que se pueden encontrar en ambas zonas (como en todas las guerras, y más en las civiles), pero el sadismo en el matar y en el torturar -con atrocidad y cobardía extremas- eran especialidades del bando frentepopulista. Que cada palo aguante su vela.

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