50 sombras de Grey
Pero esto no es lo que me tiene desasosegado, lo que me causa, a la par, sorpresa y estupor, es que -siempre basándome en el éxito editorial tan reiteradamente aludido y que tan buenos ratos ha proporcionado a las señoras- parece que lo que de verdad pone e nuestras féminas de mediana edad es la fantasía de verse sometidas. Y más por un tarado adicto a todo tipo de prácticas aberrantes.
Recientemente se ha estrenado en España la segunda película de la serie “Cincuenta sombras de Grey” He de confesar que leí la saga completa y que desde entonces estoy estupefacto, y ya hace tiempo.
Mi curiosidad por el fenómeno editorial venció enseguida a mi natural resistencia a leer tonterías, y ésta lo es. El librito de marras es, desde el punto de vista literario –no veo otra forma de analizar un libro de ficción-, una basura, y la historia una repetición cansina de actos sexuales, la mayor parte de ellos sobrehumanos e inverosímiles, y en gran medida patológicos. Además es cualquier cosa menos breve.
Las tropecientas páginas pueden perfectamente resumirse en hombre guapo y rico, pretendidamente elegante (los cánones de elegancia de la autora distan de ser clásicos), magníficamente dotado, aficionado a diversas parafilias, incansable y en permanente estado de revista, dominante y controlador hasta la náusea, conoce a chica candorosa, casi virginal y, que de la noche a la mañana descubre su afición al constante trajín y a la más aberrante sumisión.
La autora desnuda la relación entre el hombre y la mujer de todo misterio, de toda humanidad, de todo interés, para convertirla en pura actividad extrema, descarnada, obsesiva, frenética y un tanto circense. La lectura resulta, tras las primeras páginas, tan aburrida, reiterada y previsible como pueda serlo una campaña electoral. Pero a diferencia de ésta, cuya naturaleza soporífera e insufrible es de general reconocimiento, Grey y la desdibujada y patética protagonista femenina despertaron un interés extraordinario.
Durante meses resultó prácticamente imposible no ver ávidas lectoras en el metro, en las playas, en los parques; oír apasionadas conversaciones entre mujeres de mediana edad que, olvidando las más elementales normas del pudor, comparan con publicidad las que consideran sus pobres experiencias matrimoniales con las hazañas de su campeón, de su nuevo caballero andante. Verdaderamente las comparaciones son odiosas. Ya hay noticias de haberse infiltrado hasta en la cama de alguna, acabando en ocasiones en urgencias, cuando no en la comisaría.
Lo interesante del fenómeno, radicalmente anticultural, no es, desde luego, el nimio valor intrínseco de la obra, sino el estudio de mercado que, indudablemente, está detrás y en la génesis del mismo.
Es, indiscutiblemente, un producto de mercado. Su éxito entre las hembras de mediana edad ha sido fulgurante y arrasador. Al igual que lo han sido otras sagas posteriores del mismo jaez, cuyo valor literario está igualmente en inversa proporción al comercial
Ya previó Ganivet que los derechos de autor sustituirían la literatura por productos de mercadotecnia, y como tal, éste es de enorme éxito.
Y el triunfo comercial de este producto debe radicar, no se me ocurre otra razón, en haber descifrado el arcano de la fantasía sexual de la cuarentona media (que nadie piense por un momento en que uso peyorativamente la expresión, para mí es la edad perfecta de una mujer, cuando está enteramente en sazón).
La verdad, el que la mujer de mediana edad, en la que la costumbre, la calma chicha, quizá el tedio, ya han hecho mella, fantasee con ser reiterada y continuamente poseída, por un tipo joven, guapo, musculoso, varonil en extremo, rico por demás, sin descanso, y todo ello en unas pocas horas, tras las cuales y otras más de un sueño reparador, encontrarse al despertar un magnífico desayuno, con flor y prensa caliente incluidos, me parece razonable.
Grey hace eso y más. Para nuestro hombre un día normal incluye, sin solución de continuidad coitos en el coche camino de casa, en el ascensor subiendo al ático con vistas, en el descansillo en equilibrio imposible mientras abre la cerradura de la puerta, cabe la encimera de la cocina, en la escalera de subida al dormitorio, contra la pared, varios seguidos en la cama, y después y como colofón del desenfreno un último esfuerzo en la ducha, antes llamada postcoital. Y toda esa pasión irrefrenable e inagotable provocada por un simple aleteo de las espesas pestañas del objeto de su deseo.
Bueno, como sueño pase. Claro que en la realidad no creo que ninguna de las que con ello fantasea, ni siquiera la más fogosa de entre ellas, estuviera por la labor de tanto y tan constante trajín, con el mismo, además. No le veo la gracia. Siempre me ha parecido agotadora la simple idea de las setenta huríes del paraíso de los infieles, pero entiendo que la variedad espolee la cosa pudenda y la eternidad provea de los necesarios tiempos de recuperación. Ahora, ese sin parar, esa constancia, esa inagotable fuente de arrebatador frenesí se me antoja más bien un sinvivir.
Pero esto no es lo que me tiene desasosegado, lo que me causa, a la par, sorpresa y estupor, es que -siempre basándome en el éxito editorial tan reiteradamente aludido y que tan buenos ratos ha proporcionado a las señoras- parece que lo que de verdad pone e nuestras féminas de mediana edad es la fantasía de verse sometidas. Y más por un tarado adicto a todo tipo de prácticas aberrantes.
Vamos, que no me veo llegando a casa con una palmeta proponiéndole a mi mujer batirle las nalgas hasta que se pongan como el pimentón de la vera:
- no seas tonta, cariño, que te va a gustar, las primeras cincuenta palmetadas te van a doler, eso no hay que descartarlo, pero luego, como sin darte cuenta, empezaras a disfrutar como una loca.
Y esto sin llegar a algunos de los extremos de nuestro amigo Grey, ni referirme a partes aún más sensibles y sagradas de la anatomía femenina. Me parecería del todo inadecuado hacerlo aquí.
No me digan que la cosa no tiene maldita la gracia. Mientras la ideología de género va dominando nuestra sociedad, ya no post moderna, sino post humana, planteando las relaciones entre hombres y mujeres como una contienda, inspirando nuestra legislación y forma de vida y hasta la moral social, hasta el extremo de que el simple hecho de ser hombre ya le hace a uno sospechoso, y que trata de compensar, al parecer, el sometimiento secular al que se ha visto sometida la mujer por el hombre, nuestras cuarentonas lo que sueñan es con ser sometidas. Me deja perplejo. Resulta que lo de la guerra de los sexos es sólo cuando están conscientes, cuando se dejan llevar por sus fantasías lúbricas su pasión es la sumisión al macho dominante, y ser azotadas sin descanso.
Resulta paradójico. A modo de dios Jano, la mujer es beligerante y reivindicativa y mientras sueña secretamente con ser dominada, incluso maltratada, eso sí, con cariño y consentimiento, que no estamos hablando de otra cosa.
Y aunque para mí que lo que las lectoras ansían en sus vidas es un hombre sensible, tierno, considerado, respetuoso, paciente, amable, cariñoso, comprensivo … lo que parece que les pone es un macho dominante, violento, controlador, en síntesis, un tarado.
Me sorprende que el fenómeno sociológico no haya despertado el interés de ningún intelectual, al menos de los que tienen carnet de tal, ya que otros, como el Fari, lo tuvieron siempre claro: -a la mujer no le gusta el hombre blandengue …
Por Cañas
