A Ella todo se le concede, nada se le niega
El papel de Nuestra Santísima Madre la Virgen María en la salvación de la Humanidad adquiere con el tiempo mayor y mayor protagonismo y envergadura. Hoy ya no podemos negar que nuestra más y mejor intercesora, Nuestra Santísima Madre, es esencial, vital, para nuestra salvación. Por eso cada día debemos mirar más y más hacia Ella. El poder de la Virgen María es sublime.
Hay un pasaje del Evangelio que desde hace mucho me llama tanto la atención que una y otra vez mis meditaciones se dirigen a él con mayor anhelo, interés e insistencia. Es un trozo pequeñísimo que cuando se lee en el ambón pasa incluso desapercibido. Es tan diminuto que todavía no he oído a ningún sacerdote dedicarle no ya una homilía completa, sino ni un segundo de reflexión o tan siquiera llamar brevemente la atención sobre él. Y sin embargo creo que es esencial, fundamental, creo cada día con mayor seguridad que encierra una de las claves esenciales para nuestra salvación.
El pasaje está dentro del conocidísimo de las bodas de Caná, ese en el que, hay que tener en muy en cuenta esto, Jesús hace el primero de sus milagros, y es el siguiente:
«… le dice su madre a Jesús: «No tienen vino». Jesús le responde: «Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti? Todavía no ha llegado mi hora». Dice su madre a los sirvientes: «Haced lo que él os diga»».
He leído reflexiones y meditaciones sobre las bodas de Caná largas y enmarañadas. He leído u oído extensos circunloquios, lecciones de teología inaccesibles, plomizas disertaciones y al final de todas ellas siempre me quedaba vacío y pensativo porque de ese cortísimo cruce de palabras nada se decía o si se decía era o patético o absurdo.
Hasta que un día vi no ya la luz, sino lo que creo a pies juntillas que es la explicación sencilla, al tiempo que irrefutable y vital de él: María intercede por los novios que tienen un problema, pero Jesús se muestra renuente porque «Todavía no ha llegado mi hora», es decir, que Jesús avisa a Su Madre que todavía no ha llegado el momento de darse a conocer o, lo que es lo mismo, de que de forma visible comience la salvación del mundo, o sea, que Jesús tenía elegido otro momento posterior para realizar su primer milagro.
Pero María no dice nada, ni siquiera insiste, sino que sin dudarlo, con una seguridad absoluta sólo explicable por un conocimiento íntimo especialísimo de lo que ya sabe que va a hacer Su Hijo, dice «Haced lo que él os diga».
La corta y directa frase de la Virgen María tiene para nosotros, es evidente, un doble fin: anunciar con total autoridad el primer milagro que a continuación se va a realizar porque Ella ya lo sabe, y aconsejarnos, casi ordenarnos, que a partir de ese instante hagamos todo lo que Jesús nos ha dicho, todo lo que Él desveló, nos predicó y anunció.
Así pues, la conclusión es tan evidente como importante: que por intercesión de Nuestra Señora, y sólo por Ella, Jesús adelantó el inicio de la salvación, del anuncio del Evangelio, pues Él mismo dice que todavía no había llegado el momento que sin duda tenía elegido para después, pero que por un sencillo y simple apunte, ni siquiera una petición, de la Virgen Santísima, Él no lo dudó y, cambiando sus planes trazados desde siempre, los adelantó y con ello adelantó el inicio visible de la salvación del los hombres ¿puede haber algo mayor?.
Así, Jesús nos muestra que no hay intercesora tan grande y eficaz, tan maravillosa y excelsa para llegar a Su Corazón, para obtener de Él lo que necesitamos para nuestra conversión y consiguiente salvación, que María, a la cual todo concede y nada niega, hasta incluso el privilegio de cambiar Sus planes, de modificar Su voluntad.
Seamos pues devotos de María y nada, nada, nos negará Jesús. Él adelanto, nada más y nada menos, la salvación de los hombres por Ella, Él cambió sus planes por Ella, cómo nos va a negar nada que por su intercesión Le pidamos, siempre y cuando, claro está, sea conveniente para nuestra salvación.

Tal como está construido el relato de este pasaje evangélico, parece que Nuestra Señora hace caso omiso de la «protesta» de su Hijo y le «obliga» a hacer el milagro. Algo que, por lo demás, cualquier hijo de vecino habrá experimentado más de una vez en su vida: la amorosa «dictadura» materna. Pero, también, un claro ejemplo del inmenso poder concedido a la Virgen María para interceder en favor de todos sus hijos adoptivos.
LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI.