A las barricadas
Miren que servidor, a pesar de sus kilos, su esencia serrana y su lenguaje tantas veces descarado, en el fondo es más pacífico que Socio, aunque lo disimulo lo que puedo. No soy de peleas ni broncas y estoy más en la cosa de esa no violencia que consiste en hacer lo que uno cree que debe hacer, sin soltar bofetadas, eso no, pero convencido de que hay que servir a Dios antes que a los hombres.
Sin embargo, hoy me he levantado marchoso y con ganas de armar jaleo, porque miren que me lo estoy viendo. No sé si nos tocará entrar en la batalla cuerpo a cuerpo, la clandestinidad, la catacumba o el heroísmo de Numancia. Es pecata minuta. Lo que sí veo es que vamos a acabar a leches si queremos seguir siendo, viviendo y pensando como católicos, y que además esto va a ser pronto. Los tiempos se aceleran.
En la vida hay amagos, noticias, globos sonda y calculadas filtraciones. Uno puede tomar nota o hacerse el sueco. Pero mi impresión, la mía, es que vamos al desastre total. Desastre, por cierto, que se viene fraguando desde hace cincuenta años.
Me van a reconocer muchas cosas. Algunas, al menos. Como Iglesia católica cada vez pintamos menos. Pasamos de una organización en el pasado fuerte, unida en la fe y la vida a una especie de nada rellena de relativismo, buenismo y simplismo. De una institución que marcaba tiempos e imponía un respeto por su fortaleza a una cosa aguada, inodora, incolora e insípida, incapaz de reaccionar mínimamente ante cualquier dificultad por disparatada que sea. No somos nada, no pintamos nada, no suponemos nada y no nos vamos a cabrear por nada. Y lo saben.
Leo en Hispanidad que Naciones Unidas inicia el proceso para ilegalizar a la Iglesia católica. Ya estaban tardando. ¿Y cuál es el motivo? ¿El real o la disculpa? El real es que la Iglesia católica es una institución casi universal que aún tiene su peso, ahora menos, y que podría suponer un serio obstáculo ante ese orden mundial que se nos viene auspiciado por la ONU y la masonería, que viene a ser lo mismo. No estamos en época de guerras abiertas, ya saben la cosa esa de la hermandad universal y fratelli tutti. Hoy se esgrimen argumentos más simples, pero caza incautos.
El respeto. Adoramos al Dios del respeto, que significa que lo mío, lo de la ONU, lo de la fraternidad universal es intocable, y que en consecuencia todo aquel, aquello o aquella que no comulgue con sus ruedas de molino no es digno de ser respetado a su vez. Todo aquel que se oponga a mis postulados debe ser aniquilado para el bien de la humanidad.
La disculpa es que la Iglesia católica es abiertamente contraria a lo que ellos denominan derechos fundamentales del ser humano y que son, curiosamente, los más contrarios a la ley natural. Esgrimen como algo inherente a la condición humana el aborto, la ideología de género, la destrucción de la familia. No pasa nada. También parece que quieren acabar con la libertad de conciencia. Normal.
¿Qué van a hacer con la Iglesia católica y con el todo cristianismo incluso, según piensan algunos? Directamente nos van a ilegalizar. Y aquí viene el por qué me he levantado marchoso. Porque ya me estoy viendo montando barricadas en las iglesias de los pueblos. Sin más defensas que Rafaelas armadas de rosario y escoba en ristre, que una escoba en manos de gente así lo mismo limpia que sirve para aclarar ideas al contrario, un cura trabucaire y Socio con un entrenamiento específico que le lleve a apuntar a cualquier canilla atacante. O más ariba. Sin más voz que las campanas.
No ser rían que por ahí podrían ir las cosas. Al menos, que nos pillen avisados.
Para Infocatólica
