La «abadesa perpetua»: Santa Catalina de Bolonia

La «abadesa perpetua»

Quien visita Iglesia del Corpus Domini en la ciudad italiana de Bolonia, se sorprende al ver el cuerpo de una monja clarisa sentada en una silla. Es el cuerpo incorrupto de santa Catalina, quién un día como hoy del año 1463, después de mirar amorosamente a todas sus hijas y pronunciando tres veces el nombre de Jesús, expiró dulcemente.

Gracias al relato escrito de una de las clarisas del monasterio, llamada Sor Illuminata, testigo ocular de lo acaecido, podemos conocer los hechos curiosos que ocurrieron posteriormente a su muerte, hechos milagrosos que reafirmaron la santidad, en la vida de abadesa de Bolonia.
Estas son las palabras de Sor Illuminata:
“Cuando la fosa estuvo lista y bajaron el cuerpo, que no había sido colocado en un ataúd, este emanaba un perfume de indescriptible dulzura, llenando el aire todo a su alrededor. Las dos hermanas, que descendieron a la tumba, movidas de compasión por su rostro bello y radiante, lo cubrieron con un paño y colocaron una tabla aproximada de unos pocos centímetros por encima del cuerpo de manera que los terrones de tierra no la tocara”.
«Sin embargo, lo fijaron tan torpemente que cuando la fosa fue llenada el rostro y el cuerpo fueron igualmente cubiertos de tierra. Las hermanas, a menudo venían a visitar el cementerio, lloraban, rezaban y leían en la tumba, y siempre notaban el dulce olor que lo rodeaba. Como no había flores o hierbas aromáticas junto a la tumba, sino solo tierra seca, estaban convencidos de que el aroma provenía directamente de la tumba. Se dice que cuando los pueblerinos supieron de lo que sucedía, empezaron a acercarse a la tumba para pedirle un favor a la santa sobre todo los enfermos, que milagrosamente sanaban».
A los dieciocho días de su fallecimiento las religiosas con permiso del obispo decidieron desenterrar a santa Catalina, querían darle una mejor sepultura colocándola en un ataúd.
Y esto es lo que sucedió, como lo relata Sor Illuminata: “Cuando encontramos el cuerpo y limpiamos el rostro, notamos que había sido aplastado y desfigurado por el peso de la tabla de madera que había sido colocada sobre él. La colocamos en un ataúd, y estábamos a punto de sepultarla de nuevo, pero un extraño impulso nos impulsó a colocarla temporalmente debajo del portal. Y fue entonces cuando la nariz aplastada y todo el rostro gradualmente recuperaron su forma natural. La difunta retornó blanca, bella, intacta, como si todavía estuviera viva, sus uñas no estaban ennegrecidas y ella perfumaba deliciosa. Pasando de la palidez a un color de ámbar incandescente, exudó un líquido aromático que a veces parecía agua límpida y a veces una mezcla de agua y sangre”.
Fue entonces que las religiosas decidieron colocar su cuerpo en la capilla, prepararon una silla para acomodarla, pero su cuerpo estaba distendido. Cuentan que la madre superiora sabiendo que ella nunca faltó al voto de obediencia, le ordenó que se plegara para que pudiera estar en la silla, y milagrosamente se plegó. Ocurrió en 1463.
En 1712 el papa Clemente XI la canonizó y se narra que periódicamente las religiosas debían cortarle el cabello y las uñas porque continuaban creciendo, a parte de tener que cambiar sus vestidos de cuando en cuando, ya que exudaba líquido.

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