Abierta la caja de Pandora
Los acontecimientos se precipitan. La asfixia de un Gobierno marxista-leninista bolivariano plagado, como no podía ser de otra forma, de sinvergüenzas, ineptos, descerebrados, intolerantes, totalitarios y antidemócratas no da para más; y para bien poco ha dado.
España se hunde en todos los sectores, porque una cosa es mitinear y otra gobernar. Porque no es lo mismo estar en la oposición, que tener que repartir el bacalao. Porque organizar algaradas, quemar contendores, gritar y destruir es muy fácil y lo hace cualquiera. Lo difícil es construir.
El mundo hoy, y España también, es muy complejo, por eso, todo aquel que intente navegar por él desde el sectarismo, la contumacia, la idea fija, la animadversión, el monopolio, la soledad o la estupidez, está condenado, antes o después, al fracaso. Incluso, o más aún, en nuestra patria en la que el terreno para indigentes intelectuales y degenerados morales como los Sánchez o Iglesias, y sus respectivos secuaces y seguidores, está abonado por un pueblo, el español de estas últimas décadas, aquejado gravemente de la peor de las pandemias: la idiocia; y en el mejor de los casos por la otra: la ingenuidad y la contumacia, ya incluidas en la lista de pecados capitales.
Todo hace aguas. No hay un sector en el que la cosa vaya bien. Todos son pérdidas, decadencia y degeneración. Males que se sustenta en la inhibición y el incumplimiento de las responsabilidades y obligaciones de cada cual con respecto a la patria y a la sociedad por encima del interés propio o del colectivo al que pertenece. Porque todo es sumisión, en vez de sana obediencia. Porque se obedece ciegamente hasta lo que no debe obedecerse. Se permite lo que no permite nadie, demócratas incluidos, en su sano juicio. Se ha hecho de lo anormal, lo normal, y viceversa. Un ejemplo: nuestra defectuosa Constitución permite la existencia de partidos y grupos que van declarada y abiertamente en contra de ella misma, además de contra España como nación, algo que países de acreditada trayectoria democrática, como el Reino Unido, Alemania, Francia y muchos más, ni por asomo… lógicamente. Nuestro sistema electoral es injusto y catastrófico, y un largo etcétera que nos pone en evidencia.
Los «políticos», esa especie tristemente necesaria, campan a sus anchas oliendo que apestan en todos los niveles, formando en ella lo peor que produce nuestra sociedad y, además, se les permite estar aforados a todos; para qué decir su numero.
Ahora vemos como los pactos tergiversan las elecciones, sobre cuya limpieza son cada día más evidentes las pruebas de fraude, si no generales, sí parciales. Cómo la traición a todos y a todo es la reina madre… y la hija y la nieta. La amoralidad más acerba su alimento.
Todo son ansias de poder desmedido, obsesión enfermiza por el cargo y la prebenda, formas y fondos totalitarios y dictatoriales en los partidos y en el ejercicio de lo público. No hay un sólo colectivo, Fuerzas Armadas e Iglesia incluidas, que no esté podrido hasta la médula.
Y los españolitos mirando al tendido como si la cosa no fuera con ellos.
Pues bien, cuanto peor, mejor; y no nos referimos sólo al aspecto material. Porque esta España de hoy no se merece otra cosa que caer en el pozo cada vez más profundamente y sufrir. Porque ahora sí que nadie puede decir que los que dirigen España hacia la total perdición no han sido elegidos por los españoles.
¿La solución? Muy difícil, porque el mal ha calado hasta la médula. Tendrá que pasar aún mucho tiempo y caerse todavía más bajo, para que este pueblo reaccione… el problema es que puede que cuando lo haga, si es que lo hace, sea ya tarde, muy tarde.

La única solución: El Rosario.
Parches: la guerra de guerrillas y el tratar de convencer a los que no quieren saber la verdad, vamos, prácticamente lo imposible.
Y, si la ocasión es propicia (revolución, invasión marroquí, 3ª GM, etc), luchar hasta la muerte