Africanos, matasanos y otros sanos
Fue en una tarde de julio,
En la calle Fuencarral,
Qué un ser pálido, muy rubio,
Surgió a medias de un portal.
Llevaba medias, no miento,
Y algo como un delantal,
Y esgrimiendo un gran pimiento,
Chillaba como un animal.
Todo cubierto de ungüento,
Le seguía un semental,
Y le califico de esto,
Por mostrar un genital.
Preguntarán por el otro:
Venía un poco detrás.
Agarrado por un diestro,
(No torero, manual).
Detrás de los tres mostrencos,
Con rastas de color malva,
Les arrimaba el aliento,
Un tipo haciendo una calva.
Dejaba así al descubierto,
Pústulas endemoniadas.
Pensé, para mis adentros:
Tiene el virus… de monada.
Les seguía un sanitario,
Con jeringa y minifalda.
Gritaba: «¡por mis ovarios!,
Que os pincho, como soy Ada».
Luego un poli tras un caco,
Y uno más que iba sin nada;
Me provocaron tal asco,
Que hasta me dieron arcadas.
Y a fuerza de desventura,
Como dice la canción,
Me topé hasta con un cura,
Posmoderno y maricón.
Entendí lo que pasaba:
Sin quererlo, estaba en Chueca
Cual atún en almadraba,
(Pero con gallinas cluecas).
Y en el día en que convierten
A Madrid en «suciudad»:
Que ni es día ni accidente,
Ni es ciudad tal suciedad.
Y entonces pensė en Quevedo,
Clarividente y mordaz,
Que a la Capital del Orbe
Ya auguraba mal final:
«Tú, que andas la Meseta rasa,
En este julio africano,
Cósete el culo, caminante y pasa:
Yace el orgullo en el Llano».

Jaime, enhorabuena.
Poeta con arte infinito. Disfruto con tus poemas una barbaridad.
Premio Nobel seguro.
Y curas modernos y maricones, una pena, en cantidad.
I. Caballero
Donostiarra y carlista