Amarás a Dios y al prójimo por Él.

El primer mandamiento es doble: el amor a Dios y el amor al prójimo por amor a Dios. «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley? Él le respondió: -Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es como éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas» (Mt 22,36-40).

Este amor se llama caridad. Con el mismo término se designa también la virtud teologal cuyo acto es el amor a Dios y a los demás por Dios. La caridad es un don que infunde el Espíritu Santo a quienes son hechos hijos adoptivos de Dios (cfr. Rm 5,5). La caridad ha de crecer a lo largo de la vida en esta tierra, por la acción del Espíritu Santo y con nuestra cooperación: crecer en santidad es crecer en caridad. La santidad no es otra cosa que la plenitud de la filiación divina y de la caridad. También puede disminuir por el pecado venial e incluso perderse por el pecado grave. La caridad tiene un orden: Dios, los demás (por amor a Dios) y uno mismo (por amor a Dios).

  • Santo Cura de Ars: «El mayor acto de caridad, hacia el prójimo, es salvar su alma del Infierno».
  • San Agustín: «El que ama con verdad a su prójimo, debe obrar con él de modo que también ame a Dios con todo su corazón» ( Sobre la doctrina cristiana, 1, 22).
  • San Gregorio Magno: «Tanto los predicadores del Señor como los fieles, deben estar en la Iglesia de tal manera que compadezcan al prójimo con caridad, pero no se separen de la vía del Señor por falsa compasión» ( Hom. 37 sobre los Evang.).
  • San Gregorio Magno: «Debemos tener para el prójimo una separación discreta, de manera que le amemos por lo que es, y le rechacemos en cuanto sea un obstáculo en el camino que nos conduce a Dios» ( Hom. 37 sobre los Evang.).
  • San Gregorio Magno: «En resumen, debemos amar a nuestros prójimos, debemos tener caridad con todos, tanto parientes como extraños, pero jamás ella nos ha de apartar del amor de Dios» (Hom. 37 sobre los Evang.).
  • San Policarpo: «Quien posee la caridad está muy lejos de todo pecado» (Carta a los Filipenses, 3, 1).
  • San Gregorio Magno: «Quizá no tenga pan con que socorrer al necesitado; pero quien tiene lengua dispone de un bien mayor que puede distribuir; pues vale más el reanimar con el alimento de la palabra al alma que ha de vivir para siempre, que saciar con el pan terreno el cuerpo que ha de morir. Por lo tanto, hermanos, no neguéis al prójimo la limosna de vuestra palabra» (Hom. 4 sobre los Evang.).

Amar a Dios comporta:

a) Elegirle como fin último de todo lo que hacemos. Actuar en todo por amor a Él y para su gloria: «ya comáis, ya bebáis, o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios» (1 Co 10,31). «»Deo omnis gloria «. -Para Dios toda la gloria». No ha de haber un fin superior a éste. Ningún amor se puede poner por encima del amor a Dios: «Quien ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y quien ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí» (Mt 10,37). «¡No hay más amor que el Amor!»: no puede existir un verdadero amor que excluya o postergue el amor a Dios.

b) Cumplir la Voluntad de Dios con obras: «No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos» (Mt 7,21). La Voluntad de Dios es que seamos santos (cfr. 1 Ts 4,3), que sigamos a Cristo (cfr. Mt 17,5), realizando sus mandamientos (cfr. Jn 14,21). «¿Quieres de verdad ser santo? -Cumple el pequeño deber de cada momento: haz lo que debes y está en lo que haces». Cumplirla también cuando exige sacrificio: «no se haga mi voluntad sino la tuya» (Lc 22,42).

c) Corresponder a su amor por nosotros. Él nos amó primero, nos ha creado libres y nos ha hecho hijos suyos (cfr. 1 Jn 4,19). El pecado es rechazar el amor de Dios (cfr. Catecismo , 2094), pero Él perdona siempre, se nos entrega siempre. «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados» (1 Jn 4,10; cfr. Jn 3,16). «Me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Ga 2,20). «Corresponder a tanto amor exige de nosotros una total entrega, del cuerpo y del alma» . No es un sentimiento sino una determinación de la voluntad que puede estar o no estar acompañada de afectos.

El amor a Dios lleva a buscar el trato personal con Él. Dicho trato es la oración y alimenta a su vez el amor. Puede revestir diversas formas:

a) «La adoración es la primera actitud del hombre que se reconoce criatura ante su Creador» ( Catecismo , 2628). Es la actitud más fundamental de la religión (cfr. Catecismo , 2095). «Al Señor tu Dios adorarás y solamente a Él darás culto» (Mt 4,10). La adoración a Dios libera de las diversas formas de idolatría, que llevan a la esclavitud. «Que tu oración sea siempre un sincero y real acto de adoración a Dios».

b) La acción de gracias (cfr. Catecismo, 2638), porque todo lo que somos y tenemos lo hemos recibido de Él para darle gloria: «¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías, como si no lo hubieras recibido?» (1 Co 4,7).

c) La petición, que tiene a su vez dos modos: la petición de perdón por lo que separa de Dios (el pecado) y la petición de ayuda, para sí mismo o para otros, también para la Iglesia y la humanidad entera. Estas dos formas de petición se manifiestan en el Padrenuestro: “… danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas…”. La petición del cristiano está llena de seguridad, «porque hemos sido salvados por la esperanza» (Rm 8,24) y porque es un ruego filial, por medio de Cristo: «si algo pedís al Padre en mi nombre, os lo concederá» (Jn 16,23; cfr. 1 Jn 5,14-15).

El amor se manifiesta también con el sacrificio, inseparable de la oración: «la oración se avalora con el sacrificio». El sacrificio es el ofrecimiento a Dios de un bien sensible, en homenaje suyo, como expresión de la entrega interior de la propia voluntad, es decir, de la obediencia a Dios. Cristo nos redimió por el Sacrificio de la Cruz, que manifiesta su perfecta obediencia hasta la muerte (cfr. Flp 2,8). Los católicos, como miembros de Cristo, podemos corredimir con Él, uniendo nuestros sacrificios al suyo, en el Santo Sacrificio de la Misa (cfr. Catecismo , 2100).

La oración y el sacrificio (penitencia) constituyen el culto a Dios. Se llama culto de latría o adoración, para distinguirlo del culto a los Ángeles y a los Santos que es de dulía o veneración y del culto con el que se honra a la Santísima Virgen, llamado de hiperdulía (cfr. Catecismo, 971). El acto de culto por excelencia es el Santo Sacrificio de la Misa. El amor a Dios debe manifestarse en la dignidad del culto que debe ser esmeradísimo. 


2 respuestas a «Amarás a Dios y al prójimo por Él.»

  1. Hola, me gustaría conocer el origen de la imagen que encabeza el artículo. La he conocido recientemente y me ha fascinado, pero en internet no encuentro su origen. Si pudieran ayudarme.

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