Batalla en el Cielo al grito de…
Llegado un momento, cuando todavía Dios no bahía creado al hombre, pero sí a los ángeles, sabemos que se entabló una batalla entre éstos cuyos máximos protagonistas fueron, de un lado Luzbel (Lucifer), de otro San Miguel Arcángel. Batalla épica donde las haya habido ni habrá, batalla a vida o muerte eternas. Batalla cósmica cuya envergadura no podemos ni imaginar.


De un lado Luzbel (Lucifer), considerado el más perfecto, inteligente y bello de todos los ángeles creados por Dios, aquel que más recibió de ÉL.
De otro San Miguel Arcángel, también pleno de dones, aunque parece que algo inferior a aquél.
La soberbia, raíz de todo mal y pecado, fue la que corrompió a Luzbel (Lucifer) llevándole a revelarse contra Dios. La soberbia está en la base también de todos nuestros pecados, mortales o veniales, pues en todos ellos hay una intención, una voluntad, de rebelarnos contra Dios y sus leyes; sobre la soberbia se fundamenta el subsiguiente pecado, el que sea: robo, lujuria, mentira, asesinato, etc.
Pero como en todo combate, los máximos exponentes de cada bando deben arengar a sus huestes, deben enardecerlas para que se inflamen de ardor guerrero y se dispongan a combatir hasta las últimas consecuencias. Como en todo combate, aquel del que estamos hablando, aunque fue en el Cielo y entre ángeles, no por ello dejó de precisar de parte de los «Generales» de ambos bandos un grito de guerra que sirviera a unos y otros, no sólo para tomar partido por uno u otro lado, sino también de ideal, de guía, de razón para combatir. En esto los ángeles no fueron distintos a nosotros. En esto los ángeles, viendo la división que se producía y la natural confusión, necesitaron de un grito que les iluminara sobre a qué lado apuntarse.
La escena debió ser impresionante, difícil de imaginar para nuestros limitados entendimientos, pero no por ello menos real.
De un lado Luzbel (Lucifer). Del otro San Miguel Arcángel.
¿Y cuál fue el grito de guerra que cada uno dio para atraer leales a su bando, al tiempo que lanzarse al combate?
Muy sencillo y como no podía ser de otro modo si nos fijamos bien.
San Miguel Arcángel gritó; ¡Quién como Dios!
A lo que Luzbel (Lucifer) respondió; ¡Quién como yo!
Ya sabemos el resultado. Aquél ganó; éste perdió.
Aquél puso toda su confianza en Dios; éste en sí mismo.
Aprendamos a conducirnos en la vida teniendo como lema ese ¡Quién como Dios! y despreciemos siempre el «yo». Si así lo hacemos nuestra victoria está asegurada.
