Brecha materno-filial

El feminismo, por cierto una de cuyas características es ser nada femenino, es todo él una burda patraña, bien que no por ello especialmente perniciosa, toda vez que se presenta a incautos, ignorantes y sentimentaloides como algo atractivo, bueno y justo. Sus consecuencias sobre nuestra sociedad son demoledoras, por eso hay que combatirlo con… la verdad.

Engañosa es la gracia y vana la belleza, pero la mujer que teme al Señor, ésa será alabada (Proverbios, 31,30)

Estamos asistiendo a un grotesco esperpento muy bien vendido y orquestado (producto severamente averiado comprado por todos los medios de comunicación y por todas las instituciones) en reivindicación de la dignidad de la mujer, que ha establecido como eje de su reivindicación, la brecha salarial.

De todos los análisis de los colores más variopintos que se han ido haciendo estos días en los medios, se llega a una conclusión unánime: la responsable de la brecha salarial (de que las mujeres, en conjunto acaben ganando menos dinero que los hombres), es la maternidad. Y obviamente, según el signo de los analistas, la maternidad es la mayor de las desgracias que han de soportar las mujeres (y responsable de esa calamidad son los hombres erigidos en poder patriarcal opresor), o según otros, la libre opción de la mujer, que al optar por compatibilizar profesión y maternidad, ha de hacer ajustes en ambas: no puede dedicarse plenamente a su profesión, ni puede tampoco entregarse totalmente a la maternidad.

La brecha salarial se vuelve más profunda cuando llega la jubilación: como resulta que todos los que estamos en este mundo hemos nacido de madre, resulta también que todas estas madres que nos han puesto en el mundo y nos han criado, han tenido que renunciar a considerables períodos de trabajo: según las feministas, por la maldad de los hombres; según la evidencia, porque las mujeres son más idóneas que los padres para cuidar de los hijos (para gestarlos, parirlos y amamantarlos, sin la menor duda). El resultado final es que las mujeres en conjunto tienen una pensión más mermada porque han cotizado menos por haberse dedicado a los hijos.

Lo chocante del caso es que se hayan puesto todos de acuerdo para señalar al hombre como culpable de esta situación. Y obviamente, la parte principal de la huelga general de las mujeres, no es la de manos caídas, sino la de vientres cerrados. Es la que están promocionando los “feministos” y las feministas no sólo en el Día Internacional de la Mujer (han quitado lo de “trabajadora” porque eso devalúa el enfrentamiento), sino a lo largo de todas sus doctrinas, todas sus consignas y todas sus políticas. Eso a pesar de que la primera consecuencia fatal de la huelga general de vientres cerrados, es la caída de todo el sistema de pensiones. Es decir, que en vez de resolver la brecha arreglando las pensiones de las mujeres, se cargan también las de los hombres: así nos igualan a todos en la nada.

El antinatalismo (compensado con sexualismo exacerbado) que con tanto fulgor brilló en las manifestaciones del día 8 de marzo, fue la “solución” al problema de la brecha salarial. Si las mujeres dejan de tener hijos, serán iguales a los hombres. Se trata pues, de insistir en las políticas antinatalistas, para resolver el tremendo drama español de la brecha salarial. Ésa era la receta que flotaba en las manifestaciones y las sobrevolaba. Es la genialidad del feminismo revolucionario. Y eso a pesar de que España es líder en cuestión de igualdad entre sexos: aventaja a la gran mayoría de países europeos.

Lo impresionante es que tantísima gente se dejara engañar: todos opinando según lo políticamente correcto, que en ese momento y respecto a esta cuestión, es la forma más esperpéntica del feminismo.

Pero nadie se ha planteado que al Estado del Bienestar, ese que se ocupa de los bienestares que “convienen” en cada momento (de cara a cada campaña electoral) derrochando en algunos de ellos sumas de vértigo, le correspondería asumir el papel patriarcal del que se pretende despojar a los hombres. Ni más ni menos que el que cumplió la familia (la patriarcal, que es la que ha acabado perviviendo) cuando el Estado estaba en mantillas. Algunos Estados lo han entendido perfectamente, y le ofrecen a la mujer toda clase de recursos para no renunciar a la maternidad, sin que eso les represente perder bienestar ni cotización ni pensión.

En efecto, las manifestaciones que tenían que haber sido para reclamarle al Estado que se hiciese cargo de la brecha salarial y de las demás brechas que acarrea la maternidad, se centraron en acusar al hombre, el nuevo enemigo del progreso, responsable de todas las calamidades de la sociedad.

Es que la gran brecha que estamos padeciendo, y que el Estado podría subsanar a la perfección, porque le sobra dinero para todo lo que quiere (sobre todo el que gastan los políticos a manos llenas para mantenerse en el poder), es la brecha entre las madres y los hijos. Uno de los resultados de la compatibilización de la maternidad con el trabajo, ha sido la tecnificación y empresarialización de la maternidad. A fuerza de imponerle obligaciones a la mujer, su papel de madre ha ido sufriendo una progresiva compresión y desnaturalización. Ha perdido atractivo. Y por si esto fuera poco, ha sido objeto de la más cruel campaña de denigración: porque para el feminismo, la maternidad es la peor calamidad que le puede ocurrir a la mujer. Con lo que la brecha materno-filial no ha parado de ahondarse, con lo que nos enfrentamos a una tremenda crisis de carestía de madres.

No será la falta de ingenieros e ingenieras, abogados y abogadas, médicos y médicas, maestros y maestras, informáticos e informáticas, lo que pondrá en gravísima crisis a nuestra sociedad, sino la falta de madres. Y es que de madres intoxicadas por la fiebre anticonceptiva, que hacen del aborto un derecho inexcusable para alcanzar sus objetivos personales; y de hombres lascivos y aprovechados, absolutamente irresponsables y pervertidos por el porno online, no podemos esperar ningún futuro para un país como el nuestro que, envejecido, parece marchar hacia su autodestrucción.

Sólo el anuncio valiente de una Verdad -la de Cristo, perdón de los pecados para los que creen, pero para todos juez de vivos y muertos- que está por encima de todo, porque es superior a todo sistema y poder, puede abrir los corazones de aquellos que, en el fondo, intuyen la superchería de unos derechos que acabarán convirtiéndonos en lacayos de un sistema político cada vez más omnímodo e intransigente con la disidencia.


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