«Bustamante y los inventores de la Marina. El desarrollo de las defensas submarinas españolas en el siglo XIX», de José Mª Balmisa

Traemos hoy a conocimiento de todos nuestros seguidores un libro sorprendente, un libro apasionante, un trabajo exhaustivo hasta decir basta, una obra que llena hasta rebosar una de tantas de las mejores páginas de nuestra historia que, por desgracia, han permanecido ocultas a los españoles y que nunca sabremos muy bien el por qué, porque de verdad que merecieron mejor suerte; menos mal que va habiendo quienes invierten mucho de su tiempo y esfuerzo en desfacer tamaños entuertos y hacer justicia.

Este es el caso de «Bustamante y los inventores de la Marina. El desarrollo de las defensas submarinas españolas en el siglo XIX», un homenaje al Capitán de Navío Joaquín Bustamante y Quevedo (1847-1898), ingeniero y científico de nivel mundial, que unió su pasión por la ciencia a la del servicio a España, por la que dio la vida heroicamente en la batalla de Santiago de Cuba muriendo, el 19 de Julio de 1898, de las heridas recibidas el 1 de Julio en el combate de las Lomas de San Juan cuando dirigía las compañías de los trozos de desembarco que ayudaban en la defensa de la plaza, siendo por ello condecorado con la Cruz Laureada de San Fernando a título póstumo. Gran libro cuyo autor es José María Balmisa García-Serrano, ingeniero, físico nuclear, «visiting scholar» Universidad de Berkeley, Jefe del gabinete del Director de Seguridad Nuclear del Consejo de Seguridad Nuclear y funcionario de la Escala Superior del Cuerpo de Seguridad Nuclear y Protección Radiológica; y es que dada la talla intelectual y científica del protagonista, como enseguida veremos, nadie que no tuviera la misma hubiera sido capaz de llevar a cabo biografía tan erudita como ésta, la cual une al rigor científico una prosa animada que logra hacernos entender con suma facilidad conceptos técnicos reservados a los más iniciados, una de las muchas virtudes de este ingente y cualificadísimo trabajo, lo que hay que agradecer sinceramente al autor, pues de otra forma, sin sus cualidades científicas unidas a las literarias la vida y obra de tan insigne marino y español seguiría hoy en el cajón del olvido como ha estado tan injustamente durante tanto tiempo.

Joaquín Bustamante y Quevedo

Joaquín Bustamante y Quevedo ingresó en el Colegio Naval en 1859 a la edad de 12 años. Participó en la Guerra del Pacífico contra las Repúblicas de Chile, Perú y Bolivia, tomando parte con la Fragata de hélice Resolución en la ocupación de las islas Chincha. Mientras estaba embarcado en la Goleta Covadonga, fue herido y hecho prisionero en el combate naval de Papudo que sostuvo con la corbeta chilena Esmeralda. Participó en la campaña de las Filipinas en 1872 al mando del cañonero Mindoro, en las operaciones de Joló y Tawi-Tawi, en los desembarcos de Zamboanga y Paticolo en 1876 y ataques a los pueblos de Parang y Mabun, siendo recompensado con el empleo de comandante de Infantería de Marina.

Realizó el curso de torpedos en Cartagena, en 1888, inventó un tipo propio de torpedo eléctrico y otro fijo (mina Bustamante), declarada de uso uniforme en la Armada Española. Perteneció a la Junta de Examen del submarino Peral y reglamentó el servicio de torpedos.

En 1898 fue nombrado Jefe de Estado Mayor de la Escuadra del Almirante Cervera. Propuso al almirante una salida nocturna escalonada para evitar la pérdida total de la escuadra, pero ésta fue desestimada. Desembarcó al mando de las columnas de desembarco, resultando herido el 1 de Julio en la batalla de las Colinas de San Juan, cerca de Santiago de Cuba. Falleció pocos días después en el Hospital Militar de dicha plaza, recibiendo a título póstumo la Cruz Laureada de San Fernando. A solicitud de su viuda se trasladaron sus restos a España en el Crucero Conde de Venadito junto con los del Almirante Cristóbal Colón.

Este libro desmiente la falsa creencia de la decadencia de España en ciencia y tecnología, así como en aquella tan peyorativa exclamación de “barcos de madera” con que se estigmatiza aún hoy a los buques españoles que se enfrentaron en Santiago y Cavite a las escuadras norteamericanas. Aunque España como nación no estaba a la vanguardia de los adelantos científicos, no es menos cierto que sí disponía de un notable elenco de ingenieros, científicos e inventores de talla mundial; otra cosa es que por diferentes causas su talento no fuera aprovechado convenientemente. Algunos de ellos, además de Bustamante, eran los también militares Salvador Díaz-Ordóñez y Fernando Villaamil.

Diversos ejemplos de minas de Bustamante (fotografías y dibujos originales)

En aquel final del siglo XIX, donde se acelera la incorporación de la navegación marítima de una larga sucesión de adelantos: el vapor, la hélice, la electricidad y los torpedos, Joaquín Bustamante, primo de Leonardo Torres Quevedo, jugó un papel destacado en el desarrollo naval e industrial español. No sólo inventó y desarrolló la mina de contacto (o torpedo) que donó desinteresadamente al Gobierno español y supuso una de las mejores y más económicas minas del momento, inventó el telémetro eléctrico para dirigir con eficacia el tiro de las baterías de costa o de buques, el aparato director de torpedos automóviles que idearía con su compañero y amigo Alberto Balseyro antes que los ingleses, analizó el torpedo automóvil Whitehead dinámicamente, ideó un cerrador de circuitos mejor que el de Mathieson utilizado por muchas Marinas en su momento y otros muchos, y además fue el eslabón que unió a numerosos marinos como Federico Ardois, Alberto Balseyro, Emilio Luanco, Isaac Peral y otros que inventaron, escribieron y desarrollaron nuestras defensas submarinas y crearon el plan naval de 1884 que nos hubiera situado en una posición excelente en el 98 si se hubiera llevado a efecto, lo que para nuestra desgracia no ocurrió con el resultado que ya conocemos.

Libro, pues, imprescindible, de lectura obligada, homenaje merecido, elaborado por un gran autor.

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4 respuestas a ««Bustamante y los inventores de la Marina. El desarrollo de las defensas submarinas españolas en el siglo XIX», de José Mª Balmisa»

  1. Entresacado del libro del descendiente de Peral, que antes que sobre el submarino trata de la conspiración marrana de los amos anglo sionistas y de sus lacayos masones de izdas y dchas. Zaharoff, el Kissinger/Soros de la época hacía y deshacía a placer con las marionetas de los gobiernos pringados. Más o menos como hoy, como casi siempre, aquí.

    La Junta (…) estaba compuesta de doce miembros (…) estudiándola se apreciaba que los que tenían la formación científica adecuada para juzgar al submarino estaban en minoría. La sustitución de Bustamante -un honesto marino y reputado inventor, profesor de la Escuela de Torpedos, con muy elevada formación técnico científica, que admiraba y respetaba a Peral-, antes de las deliberaciones, por (el lacayo masón) Francisco Chacón, conocido por su hostilidad al submarino (enésimo encargado de desacreditarlo, destruirlo como proyecto, pasar la información a los amos, etc), no hizo sino agravar la situación (puso su granito de arena en la conspiración anti española, anti cristiana, de turno).

  2. Por cierto, me asqueó bastante cuando visité el Museo Naval en Madrid de ver a tanto lacayo masón con la mano siniestra oculta en nuestra historia, no me sorprende nada.

  3. Bustamante, Peral… sucesores de una larga serie de ingenieros y marinos (cuando para ser bueno en lo primero, había que ser lo segundo), iniciada en el siglo XII. Desde Bonifaz, primer almirante de Castilla, o Bocanegea que logra asediar y tomar la Rochelle con sus adelantos técnicos en plena guerra de los Cien años, logrando lo que los franceses no habían logrado en los 70 años precedentes, siguiendo por los Pinzón, capaces de convertir un cayuco del siglo XV (un cayuco y una carabela tienen la misma eslora), en un transatlántico; o Juan de La Cosa, capaz de elaborar una carta de navegación que acierta en medidas y marcaciones más de un 90% del territorio atlántico navegable, menos deuna década después del primer viaje de Colón (hoy necesitaríamos para ese trabajo, veinte campañas buque oceanográfico a 10.000 €/día, con todo su aparetaje investigador, dietas de decenas de científicos al peso, cientos de toneladas de «malvado gasoil», miles de fotografías satelitarias y centenas de informes de riesgos laborales); el tornaviaje de Urdaneta (o de Arellano, me da igual), que no se le había ocurrido a nadie, y que precisa de una observación precisa de vientos, mareas y corrientes, con sus cálculos matemáticos complicadísimos (sin los ordenadores ni esa IA de hoy en día). O Blasco de Garay, que inventó la máquina de vapor en el siglo XVI y la montó en un barco que se probó con éxito en presencia de ministros de Felipe II: a punto estuvo de unirse alguno a la Felicísima Armada (sólo tenía un inconveniente: había que quemar mucha madera o carbón vegetal, y los reyes españoles tenían bastantes más escrúpulos que los británicos del siglo XIX para convertir verdes pastos en barriadas proletarias…).
    La verdad oficial pretende convencernos que la construcción naval en España fue un desastre, y casualidad sus éxitos en La Terceira o en Lepanto. Y así la batalla del Canal de 1588, en que sólo perdimos un 2% de nuestra Felicisima Armada, fruto del temporal no de la piratería británica, absolutamente incapaz en medios personales y materiales, sin conocimiento técnico que pudiera hacer sombra al de nuestros marinos por mucho que el invicto Don Álvaro de Bazán ya se hubiera malogrado, se nos ha contado como desastre. Pero el hecho es que la reina virgen (a la fuerza…), perdió más barcos que España y que casi toda su flota desapareció cuando intentó invadir Coruña o Lisboa años después, lo que fue el principio de la derrota británica que llevó a su rey Jacobo a pedir la paz a Felipe III quince años después.
    La tecnología naval española estuvo muy por encima de la británica al menos hasta que Jorge Juan fuera a copiarles los barcos en plena podredumbre borbónica. Fue precisamente copiar lo que nos perdió, pues desde entonces ya no teníamos secretos. Y cuando se quiso cambiar esa servidumbre tras la guerra de la Independencia (donde los británicos, no lo olvidemos, aprovecharon su estancia en España para destruir nuestros arsenales, astilleros, fábricas y telares, en total armonía con el francés al que decían combatir), pasó lo que escritores como el reseñado en el artículo, Javier San Mateo que Dios tenga en su gloria o el Coronel Manrique han ayudado a desenmascarar.

    1. Que buen apunte. Está claro que los españoles solo hemos fallado en soportar estoicamente a quienes nos han venido engañando desde fuera, y desde dentro, por culpa de los de fuera. Creo que pecamos de confiados. Cuando nos hemos dado medios, enseguida han salido resultados. El peor enemigo, con todo, siempre ha estado en nuestros despachos, no nos entra en la cabeza que ese que nos gobierna pueda ir contra nosotros.
      El GOF de los franchutes y la GLUI de los ingleses, son dos caras de una misma moneda. O nos tienen engañados en una antítesis (preferiblemente en la roja, al contrario que Portugal, por donde se nos inoculó el marraneo critico) o en la otra, si nos salimos del redil por un tiempo. Pero jamás dejan que seamos nosotros mismos, salvo por guerra civil ganada.
      Corrompieron a los últimos Austrias y nos colocaron a los Bobones. Siempre trabajan contra los españoles, pero tienen que aparentar que es culpa nuestra y que somos poco menos que ingobernables, indolentes, tramposos y juerguistas. Y como todo se gesta en las aulas y se sujeta en los medios, la mayoría de españoles han terminado creyéndoselo y actuando así, justo como querían que fuéramos, como quieren que seamos. Y a ser posible, serviciales camareros.
      Se recoge lo que se siembra. Lo mejor que no pasó en el pasado vino de los RRCC y en nuestros tiempos, de Franco. En el primer caso, cuando el enemigo no era tan fuerte, la cosa duró bastante y se llegó muy lejos, hasta que nos liaron con las alianzas exteriores e intereses foráneos. En el segundo caso, el enemigo ya era demasiado fuerte para que la cosa trascendiera mucho al Generalísimo. Aun así hemos estado viviendo de ese periodo, dilapidándolo, hasta nuestros días. Y no contentos con eso ya vamos a por las presas que hicieron nuestros padres. El agua no solo se bebe, sino que de ella depende la ganadería y la agricultura, además de otras muchas industrias. Demolerlas en un país tan seco como España es criminal. Todo forma parte de lo mismo, y por culpa de los mismos.

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