Carta abierta a los periodistas paniaguados (Sobre Franco, la cabra, y los diez perritos)
Los periodistas son espécimenes raros y peligrosos, sobre todo los que se dejan llevar por sus pasiones, filias y fobias y… dejando de ser periodistas se convierten en propagandistas, lacayos, maporreros y lameculos. De estos últimos hoy abundan. El trato que se viene dando al Caudillo por la mayoría de ellos es muestra, además, de su sometimiento servil a un sistema totalitario y relativista degenerado.
Como suele suceder, las más intrincadas ideas y los más complejos mecanismos del pensamiento humano son el material más adecuado para ser explicados y expresados por los medios más sencillos: un refrán, un cuento, una regla de tres, y hasta una simple canción infantil.
Recuerdo ahora aquella que explicaba la desdichada historia de cómo un niño va perdiendo uno a uno sus diez perritos, hasta que no le quedó ninguno: uno se perdió en la nieve, otro se comió un bizcocho, otro se mató de un brinco, el de allá se perdió en un teatro, y hasta hubo uno que fue atropellado por una bicicleta —y eso que todavía no teníamos a la Carmena—.
Traigo esta trágica historia a colación porque explica con absoluta precisión lo que me ha sucedido últimamente con algunos personajes, de los cuales había creído –con mi todavía candorosa ingenuidad, a mis años– que eran patriotas o derechosos, y que resulta que se me han muerto todos, pero con la diferencia respecto a la copla infantil en que las causas de su fallecimiento pueden reducirse a dos: repugnancia a Franco y al franquismo, y anatematización de VOX.

Fue el eximio Sr. Eduardo Inda el que inauguró mi particular panteón, cuando patentó aquello de la “repugnancia” a Franco y al franquismo –repugnancia que pone al mismo nivel de la que le producen los horripilantes crímenes del terror Rojo, ahí es nada–. A pesar de que hasta ese borrón le admiraba –también porque es madridista–, borrado de mi lista para siempre: vamos, que no he vuelto a leer nada de él.

Por lo que se ve, el virus repugnante tuvo éxito entre el personal de columnistas, porque el otro día volví a leer esa palabreja adjudicada a Franco en un artículo que firmaba en ABC su director adjunto, Luis Ventoso.
Vaya, mira por dónde, resulta que era asiduo lector de sus artículos, pero, tras su repugnancia confesada al Caudillo, pues le va a leer Rita la cantaora, y otro tanto invito a hacer a los patriotas que se precien de serlo. En fin, otro pa la lista.
El artículo de marras llevaba además un título muy sugestivo: “Franco y Cabra”. Ole y ole, porque a mí eso de Cabra –puesto al lado de Franco– no me sonó a pueblo andaluz salvajemente bombardeado por los rojos, sino que enseguida la imaginación me perfiló a un tal Millán Astray, con cuya colaboración fundó la Legión nuestro Generalísimo.
Woody Allen dijo aquello de que “cada vez que escucho a Wagner me dan ganas de invadir Polonia”. Pues bien, imaginen ustedes lo que me dan ganas de invadir cuando veo juntos a Franco y a una cabra.
Así que aquí tenemos otro ejemplar más de la casta de los “repugnadores”, de esos pobrecitos periodistas que sufren como locos cuando piensan en Franco, que les dan arcadas cuando se les menta el franquismo. Otro invento más del pensamiento globalistamente correcto, que a la hispanofobia y a la cristianofobia ha añadido cum laude la “francofobia”, por la sencilla razón de que Franco, al ser un patriota y un católico ejemplar, es la más perfecta encarnación de la repugnancia que sienten por nuestra Patria y nuestra religión todos los meapilas y cantamañanas que se precien.
Yo, la verdad, no acabo de entender cómo un ser humano puede sentir repugnancia por otro, y mucho menos si el sujeto tachado de repugnante es un personaje como nuestro Caudillo, salvador de España, el que derrotó a una revolución comunista que pretendía hacer de España una dictadura del proletariado al estilo soviético. Si yo hiciera una lista de todos los repulsivos personajes antiespañoles, anticatólicos, filoetarras, filoindepes, felones lo juro por mi madre, etc., hacia los que siento una profunda aversión, pues me llevaría mi tiempo, pero mi raigambre católica me impide calificarles de repugnantes. Sin embargo, mi trabajo me cuesta, porque la chusma que controla hoy mi querida España es absolutamente in-so-por-ta-ble.
Lo que si me da repugnancia es que columnistas como el Sr. Ventoso tengan que insultar a Franco para hacerse perdonar por la bancada roja su leve deje derechoso, que tampoco es para tirar cohetes. También me dan repugnancias las ventosidades, lo confieso, pero en eso no soy nada especial, supongo.
También me da suma repugnancia –perdón, iba a decir asco– que este Ventoso sea director adjunto de un periódico que fue duramente represaliado por la Republica, desde sus inicios. Sin ir más lejos, el 30 de abril de 1931 el edificio de ABC de la calle Serrano fue incautado por el Gobierno republicano. El 30 de noviembre de 1932, un editorial denunciaba la represión: “La suspensión gubernativa de ABC ha durado nada menos que tres meses y medio, ¡quince semanas!… Durante todos los gobiernos de seis reinados y de dos repúblicas se aplicó jamás a un periódico una sanción gubernativa tan dura sin justificación legal”. Esta suspensión le costó al diario en el que Ventoso trabaja 2.400.000 pesetas de la época. Las cabeceras censuradas fueron innumerables, como aquella donde se prohibió dar noticia de la boda del infante don Juan de Borbón. No tengo noticias de que Franco censurase al ABC.
¿No le darán repugnancia estos ataques a su diario por parte de la Ley de Defensa de la Republica? Pues a mí me repugna que este señor escriba en un diario que, si hoy sigue publicándose, fue gracias a nuestro Caudillo, pues durante la Guerra ABC fue totalmente controlado por los rojos en la zona frente populista.

Luego están todos aquellos paniaguados por el Nuevo Orden Mundial, los apesebrados por George Soros, una amplia mayoría de periodistas que pretenden pontificar en sus columnas sobre los males de España y sus soluciones, que en manada se han lanzado a anatematizar a VOX, llamándole de todo menos bonito: iliberal, antidemocrático, anticonstitucional, extrema derecha, homófobo, xenófobo, machista, fascista… Bondad graciosa, que un partido que propugna muchas cosas de las que ellos antes defendían sea descalificado por esta cordada de mundialistas –desde aquí, quiero hacer una especial mención a Luis María Ansón, admirador confeso del Rasputín coletudo: ole y ole, maestro–.
En fin, que, entre unas cosas y otras, mi lista negra ha adquirido ya una nutrida pléyade de personajillos a los que antes seguía con cierta fruición, pero que ahora los he mandado a esparragar. Total, que he llegado a la conclusión que cualquier patriota que se precie no debe leer nada de la prensa generalista, esa prensa del sistema que sirve a Soros y compañía, por lo cual me he refugiado –como Pelayo en Covadonga—en los baluartes de los medios auténticamente patrióticos.
Y, a los que hablan de repugnancia a Franco y a VOX, les sugiero que me digan qué sentimiento les inspira la siguiente historia, que no es sino una más de tantas otras tragedias perpetradas por el repugnante Terror Rojo, ese horror que Franco derrotó, ese Apocalipsis que nuestro Caudillo detuvo.
Su protagonista se llamaba Juan Duarte, natural de Yunquera (Málaga), seminarista de 24 años. Detenido en su pueblo en noviembre de 1936, al ser delatado por una vecina, lo trasladaron a Álora, donde sufrió un martirio de ocho días, con palizas de tres horas y corrientes eléctricas diarias. Le llevaron prostitutas para que rompiera su voto de castidad, pero las rechazó. Entonces, los milicianos cogieron una navaja, y le cortaron sus partes. Todo ello porque no decía “¡Viva el comunismo!”, sino “¡Viva Cristo Rey!”.
Le clavaban agujas por el cuerpo, le metían aguja debajo de las uñas, le paseaban por el pueblo haciéndole escarnio y golpeándole. Una vez le metieron en su celda a una joven golfa para que lo hiciera pecar, pero él se resistió, le cortaron el pene y los testículos, y esta golfa iba por el pueblo exhibiéndolos y haciendo chistes. Al ver que no doblegaban su voluntad y su fe, le llevaron al arroyo Bujía, le abrieron la barriga, le echaron gasolina dentro, y le prendieron fuego. Mientras tanto, el seminarista sólo decía: “¡Os perdono como Cristo perdonó a sus enemigos!”, “¿No sabéis que lo que me hacéis a mí se lo hacéis al Señor?” y “¡Ya lo estoy viendo, ya lo estoy viendo!”.
En fin, que entre los pseudopatriotas que te cobran hasta por darte los buenos días, y los articulistas repugnadores, pues me he quedado en cuadro, sin perritos, sin patriotitos ni derechitos.
PD: Y ojo al dato, Sr. Ventoso, porque la Cabra tira al monte. Pues eso.
