Cataluña: Octubre de 1934 (2/2)
Suceso de extraordinaria singularidad en la Europa de entonces –no se producirá en ningún otro país–, la «Revolución de Octubre» de 1934 en España fue punto de inflexión fundamental en el devenir de su inmediata historia. Mediante dicho proceso revolucionario la anti-España que venía fraguándose desde el nefasto Siglo XIX, al considerarse con fuerzas suficientes, y tal y como había anunciado, intentó recuperar el poder que había perdido en las elecciones de finales de 1933, dando así testimonio fidedigno de cuál era su talante, forma de pensar y objetivos.
Tras ganar la CEDA de Gil Robles (derecha) y los republicanos radicales de Lerroux (centro-republicano) de forma completamente limpia las elecciones generales de Diciembre de 1933, y a pesar de que aquél cedió todo el poder a éste, como vimos, los republicanos azañistas y los revolucionarios del PSOE y del PCE, junto con los secesionistas catalanes –en menor medida los vascongados–, orquestaron cuantas maniobras pudieron para desgastar y hacer caer al Gobierno. Cuando habían conseguido por fin su objetivo el 2 de Octubre de tal año, como también hemos visto, Lerroux, otra vez encargado de formar Gobierno, decidía conceder a la CEDA tres carteras ministeriales. Consecuencia de ello fue que ni los azañistas, ni los socialistas, ni los comunistas, ni los secesionistas catalanes, tal y como venían anunciando, iban a admitirlo, y en cumplimiento de sus amenazas optaban por dar un «golpe de estado» revolucionario al objeto de recuperar el poder. Quede claro ya, por ello, que la consiguiente actuación de todos no podía ser más anti-constitucional, anti-democrática, anti-republicana, ilegal e ilegítima.
Que tales grupos estaban dispuestos era algo evidente, no sólo porque así lo venían anunciando públicamente sus máximos líderes –como los socialistas Largo Caballero e Indalecio Prieto–, sino también porque no se recataban en apoyar con los hechos cuantas acciones anti-españolas llevaban a cabo los secesionistas catalanes y vascongados; también, por la presión que sus militantes insuflaban en las calles mediante huelgas salvajes y violentas, atentados y amenazas contra aquellos a los que consideraban enemigos políticos e ideológicos; en realidad todos aquellos que no fueran como ellos, principalmente la CEDA, la Falange, la Comunión Tradicionalista y algunos otros partidos de derecha minoritarios. La pretendida excusa para tal estrategia no era otra que afirmar –no sólo sin demostrarlo, sino más aun en contra de las evidencias– de que con la CEDA en el Gobierno «…la República estaba en peligro…»; recordemos que Lerroux era un declarado republicano que había sido compañero de viaje de Azaña y de los revolucionarios en el derrocamiento de la monarquía, y que la CEDA y demás partidos calificados como de «derecha» habían acatado dicho régimen y no pensaban ni tenían entre sus objetivos derribarlo; incluso el mismo Calvo Sotelo había afirmado con rotundidad que el regreso de la monarquía sólo podría ser si el pueblo español así lo decidía, y Falange Española no quería la vuelta del rey ni por asomo.
Así, Azaña y los líderes revolucionarios venían desde Enero de 1934 llevando a cabo intensas gestiones para tenerlo todo dispuesto a fin de que la, para ellos, inevitable y anhelada revolución, fuera un éxito que les devolviera el poder y, aún más, les sostuviera para siempre en él. Tales acciones paralelas venían siendo encaminadas, como no podía ser de otra forma, a disponer de una «fuerza armada revolucionaria» que, desde la calle, se hiciera rápidamente con el control de los centros neurálgicos del Estado.

Muchas son las pruebas de todo lo que hemos afirmado hasta aquí:
- “…no se puede permitir que un Gobierno de republicanos esté movido entre bastidores por quienes son sus mayores enemigos, como es el caso de Acción Popular (grupo inserto en la CEDA de Gil Robles), los agrarios y los monárquicos…” (Azaña en un mitin el 14 de Enero de 1934 en la plaza de toros de Barcelona).
- “…las izquierdas, que aquí inician el Frente Único, quieren a toda costa reconquistar el poder para continuar la obra revolucionaria…si los caminos legales nos quedan obstruidos, cerrados y prostituidos, nos lazaremos a conquistar el poder por la fuerza…” (Marcelino Domingo, del PSOE).
- “…sois vosotros, los catalanes, el baluarte de la República, si llega el momento de tener que oponer a la trasgresión del derecho el empuje revolucionario…espero que os convertiréis en el baluarte de la Revolución…¡a la lucha! ¡a la pelea! ¡a vencer!…” (Indalecio Prieto).
- “…¿Concordia? ¡No! ¡Guerra de clases! ¡Odio a muerte a la burguesía!… Pase lo que pase ¡atención al disco rojo!… comience la guerra civil a ver como acaba. El frente contra la actual situación es cada día más ancho. Hay serios motivos para que nos sintamos optimistas…” («El Socialista», en una editorial de Enero de 1934).
- “…yo declaro que hay que armarse y que la clase trabajadora no cumplirá su deber si no se prepara para ello…” (Largo Caballero, de la UGT del PSOE).
Lo peor, con todo, no era emitir declaraciones tan extremistas, sino que quienes las realizaban públicamente sin recato alguno, expandiéndolas a los cuatro vientos, eran personas de la máxima relevancia pública con una enorme capacidad de arrastre de masas, cuyo extremismo, lógicamente, por su inferior nivel cultural y político, se inflamaba al oírlas; sobre lo dicho por Largo Caballero, el diario «El Liberal» apostillará “…el discurso de Largo Caballero es leninista… rompe con todo lo republicano, con la Constitución y rompe también con el contenido democrático y parlamentario de la República…».

Ante tan peligrosos llamamientos, el primero que lógicamente dio la voz de alarma fue el ministro de la Gobernación (Interior), Salazar Alonso, quien, al dimitir junto con todo el Gobierno en Abril por la crisis ministerial que provocara Alcalá-Zamora, manifestó “…el movimiento subversivo es inevitable. Se busca la ocasión para provocarlo. Una vez es la amnistía, otra el acto de El Escorial, otra la pretendida solidaridad obrera. Siempre el tanteo, cada día con mayor audacia… adquiere este Ministerio noticias de cómo la obra revolucionaria penetra en los cuarteles. No es ignorante de que en la región autónoma (Cataluña) se encuentra propicio el momento para utilizar sus milicias…”. Muestra de tales “tanteos” fueron varios graves y violentísimos conflictos laborales, entre muchos otros menores, generados casi al unísono entre Mayo y Junio en Zaragoza, Madrid y algunas comarcas rurales con enfrentamientos armados entre huelguistas y fuerzas de orden público.
Pero además, por si fuera poco, la Policía y la Guardia Civil lograban descubrir la llegada de varios alijos de armas compradas por el PSOE en el extranjero; famosos fueron el descubierto en Madrid gracias a la interceptación el 18 de Julio de una circular confidencial interna de las Juventudes Socialistas en las que se podía leer “…el Comité Central del PSOE nos comunica que en el mes pasado han sido adquiridas a un destacado empresario socialista francés una buena cantidad de armas que llegaron por vía aérea a Salamanca… el armamento, modernísimo, es el mismo que utiliza el partido en Francia…”, así como de la incautación en la localidad de Muros de Nalón (Asturias) del que estaban descargando en la playa militantes socialistas desde el barco «Tuquesa», estando a punto de ser detenidos entre los directamente implicados en tal caso los propios máximos dirigentes socialistas Prieto y Negrín, ambos diputados.

Y lógicamente, en coordinación con tales preparativos, los secesionistas catalanes no iban a la zaga de los socialistas, pues el consejero de Hacienda de la Generalidad, José Dencás Puigdollers, furibundo secesionista anti-español, realizaba, en Madrid, por vía legal, intensas gestiones para conseguir del Gobierno autorización para dotar con armas a los “scamots” –milicia paramilitar de la secesionista Ezquerra Republicana de Cataluña (ERC)–, a los somatenes –servicio de policía rural formada por vecinos autorizados– y a los “mozos de escuadra” –policía autonómica–, con la excusa de que debían estar en condiciones de mantener el orden “…en caso de altercados contra la República…”; al fracasar, no dudó en utilizar la vía ilegal para intentar la compra clandestina en Suiza de sesenta mil fusiles y varias ametralladoras, bien que cosechando un rotundo fracaso debido a los escrúpulos y sospechas de las autoridades de tal país.
Así pues, nadie podía dudar de que se avecinaba una revolución en toda regla, cuyo objetivo era la toma del poder –al precio y por los medios que fuera– y que todo ello estaba dirigido por los máximos líderes del PSOE y del Partido Comunista, y el apoyo activo y coordinado de los secesionistas catalanes con su Generalidad al frente; no tanto el PNV vascongado que, recelando en parte del carácter revolucionario de la inminente sublevación, se mantenía a la espera, bien que ojo avizor.
Para eliminar las dudas de los pocos incrédulos que a estas alturas pudieran existir, es muy significativo el artículo de «El Socialista», órgano oficial de expresión del PSOE, que el 27 de Septiembre de ese año de 1934, muy pocos día antes de que diera comienzo la «Revolución de Octubre», insistía “…las nubes van cargadas camino de Octubre; repetimos lo que dijimos hace meses ¡Atención al disco rojo!… el mes próximo puede ser nuestro Octubre… nos aguardan jornadas duras… tenemos nuestro ejército a la espera de ser movilizado…”.
El 2 de Octubre, a penas cuarenta y ocho hora antes de que diera comienzo la Revolución, se producía un hecho más que significativo que, en buena medida, pasaba desapercibido: varios de los máximos artífices de la misma, es decir, Azaña, Casares Quiroga, Marcelino Domingo e Indalecio Prieto, se trasladaban a Barcelona y, de forma muy similar a como varios de ellos habían actuado cuando la caída de la Monarquía era inminente, se ponían bajo el amparo de Luis Companys, el secesionista Presidente de la Generalidad.
Durante la noche del 4 de Octubre las direcciones del PSOE, del PCE y de Acción Republicana de Azaña impartían las consignas de huelga general revolucionaria que debía poner en marcha la Revolución; los anarquistas, en cambio, decidían no sumarse a ella por considerarla cosa de «…socialistas burgueses».
La «Revolución de Octubre» de 1934 durará quince días, durante los cuales la vida de España estará en vilo. Su desarrollo será distinto según las regiones, habiendo algunas en las que casi no se notará, mientras que en otras alcanzará proporciones descomunales y realmente trágicas.
Fundamentalmente, la técnica de los revolucionarios consistirá en intentar hacerse en los primeros momentos con el control de los Ayuntamientos, casas-cuartel de la Guardia Civil y comisarías de Policía, según la localidad de que se trate. En las poblaciones donde consigan un nivel adecuado de control procederán a la detención y en muchos casos al asesinato de destacados miembros de partidos de derecha, gerentes de fábricas o empresas, así como de sacerdotes y religiosos. Para lograr sus fines no dudarán en emplear los métodos más expeditivos a su alcance como –además de fusiles y pistolas–, el uso de la dinamita y materiales inflamables e incluso en Asturias algunos cañones. Cuando se vean acosados por las fuerzas del orden, en general se rendirán rápidamente, pues no demostrarán un valor precisamente ejemplar; ante la presencia de fuerzas del Ejército se dispersarán y huirán aún más rápidamente; desde luego, habrá excepciones muy señaladas, principalmente en Asturias.
Como es objeto de este trabajo, nos ceñiremos sólo a su desarrollo en Cataluña.
La Revolución en Cataluña en 1934 tuvo tintes propios y originales, tomando el protagonismo los secesionistas infinitamente más que socialistas y comunistas; quedando completamente al margen de ella los anarquistas; bien que actuando no sólo en pos de sus objetivos secesionistas, sino también como punta de lanza de los partidos republicano-revolucionarios, pues no en balde en dicha región eran aquellos, y no éstos, mucho más fuertes.
Conviene, antes de nada, recordar que antes de la de 1934 ya había habido dos intentonas de consumar la secesión de Cataluña; a la vista de lo cual parece mentira que los gobiernos, del signo que sean, volvieran a otorgar a dicha región autonomía de ninguna clase, siempre utilizada para lo mismo.
La primera intentona había sido el 5 de Marzo de 1873, a caballo de la proclamación de la turbulenta, breve y nefasta I República, cuando José García Viñas (médico y anarquista) y Paul Brousse (médico y socialista francés afincado en Barcelona tras ser expulsado de Francia por su participación en las revueltas de la Comuna en aquel país) proclamaron el “Estado catalán federado con la república española” en el Ayuntamiento de Barcelona. Este movimiento estaba auspiciado por la burguesía con el propósito de ejercer presión a “Madrid”. Sólo dos días duró la utopía, bastando unos cuantos mensajes telegráficos y la absoluta falta de apoyo y repudio popular para dar al traste con la intentona.
La segunda había sido el mismo 14 de abril de 1931, tras la proclamación de la II República por Luis Companys desde el balcón del Ayuntamiento de Barcelona. Efectivamente, tan sólo unas horas después, Francisco Macià, presidente de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), aparecía en el mismo lugar y, por su cuenta, declaraba que se hacía cargo del gobierno catalán. El Gobierno de la todavía inicial II República envió a tres ministros –Fernando de los Ríos, Marcelino Domingo y Luís Nicolay d’Olwer– a templar gaitas y buscar una solución. Para que Macià renunciara se acordó que el nuevo Gobierno republicano presentaría a las Cortes el Estatuto de Autonomía de Cataluña; el cual sería finalmente aprobado en 1932.


Otra originalidad consistirá en que será en Cataluña donde la Revolución contará a su frente con no pocos Oficiales del Ejército dado que muchos de ellos estaban destinados en la policía autonómica —«Mozos de Escuadra»–; lo que por su ideología marcadamente secesionista y anti-española les hacía considerarse al servicio, en vez de España, de la Generalidad. Entre otros, los más significativos eran el Tte. Col. Juan Ricart March, jefe de los «Mozos de Escuadra», el Cte. Enrique Pérez Farrás, segundo del anterior, y el Cap. Federico Escofet Alsina, Comisario General de Orden Público de la Generalidad; también figurará entre ellos Arturo Menéndez, amigo personal de Azaña directamente implicado en su día en la dura represión de los sucesos de Casa Viejas. Además, y junto a ellos, uno de los mayores responsables de la insurrección catalana será Miguel Badía Capell, autonombrado «general en jefe», reconocido secesionista dominado por un carácter especialmente violento cuyas intervenciones públicas atraían a los más jóvenes de entre los secesionistas catalanes de entonces, jefe asimismo, y por ello, de los “scamots” –organización de milicias para-militares de la Ezquerra Republicana de Cataluña (ERC)–, y organizador desde hacía años de la mayor parte de las algaradas callejeras y actos antiespañoles que se realizaban en Cataluña; gozaba de la máxima confianza por parte del presidente de la Generalidad, Luis Companys, y de José Dencás, todopoderoso consejero de Hacienda catalán, así como del resto de líderes secesionistas.
El 4 de Octubre, cuando ya se conocía que el estallido revolucionario era inminente e irreversible, la Generalidad ponía en marcha una primera fase de su plan revolucionario-secesionista consistente en asegurar al Gobierno de Madrid que estaba dispuesta a mantener la lealtad a la República y al Ejecutivo, así como el orden caso de que se intentara alterarlo; con ello, lo que pretendían Companys y sus allegados era ganar tiempo.
Sin embargo, el día 5, cuando el estallido revolucionario era ya un hecho y corrían las noticias sobre su propagación por toda España, el Gobierno comenzaba a recibir noticias que apuntaban a que lo prometido desde Barcelona no se cumplía, ya que se conocía que las calles de la ciudad condal estaban siendo recorridas por grupos de revolucionarios en actitud amenazadora sin que las fuerzas del orden dependientes de la Generalidad tomaran medida alguna para evitarlo; bien al contrario, Companys en varias intervenciones a través de la radio, aunque pedía calma, también aconsejaba que “…se esté a la espera, porque lo que se tenga que hacer, sin duda el Gobierno de la Generalidad lo hará…”.

Ante el alarmante cariz que tomaban los acontecimientos, Lerroux en persona telefoneó al Gral. Domingo Batet, jefe de la 4ª Región Militar, es decir, de Cataluña –republicano-liberal que en su momento se había opuesto a la «Dictadura de Primo de Rivera», amigo y devoto de Alcalá-Zamora, que había mantenido muy buenas relaciones con el extinto líder secesionista y presidente de la Generalidad, Francisco Maciá–, al que, tras comprobar que estaba decidido a mantenerse fiel a la legalidad vigente, se le ordenó adoptar cuantas medidas fueran necesarias para evitar la posible declaración de independencia en aquella región, así como el consiguiente éxito de la revolución en ella.
Mientras tanto, el día 5 los secesionistas catalanes no perdían el tiempo y llevaban a cabo una febril labor de organización y toma de posiciones de sus partidarios con la vista puesta en la inmediata declaración de la independencia que tenían decidido realizar; al parecer, curiosamente, en estos intensos momentos el único que dudaba de dar semejante paso –del todo inconstitucional, ilegal e ilegítimo– era Companys, a quien durante horas le asaltaron los temores ante la posible reacción del Gobierno. Mientras, la vida en Barcelona –así como en el resto de capitales catalanas– se iba paralizando conforme el seguimiento de la huelga general revolucionaria declarada se hacía masivo y las turbas se concentraban en la plaza del San Jaime, ante las sedes de la Generalidad y el Ayuntamiento, ambos centros neurálgicos del secesionismo. Para que no hubiera dudas, la edición de este día del diario «L´humanitat», órgano de expresión oficial de ERC, decía “…Cataluña está pronta… ha llegado el momento de la movilización… la Generalidad dirá la palabra necesaria…”.

El 6 de Octubre eran ya muchos los grupos de secesionistas armados que se enseñoreaban de las calles barcelonesas, mientras la muchedumbre abarrotaba la plaza de San Jaime. Minetras Dencás y sus más allegados apabullaban a Companys, que temía las consecuencias de acto tan ilegal. Definitivamente, sobre las 19,30 h., el presidente catalán salía al balcón de la Generalidad y, en clara violación de la Constitución, del régimen republicano en vigor y del propio Estatuto de Autonomía catalán, exclamaba “…Catalanes!! Las fuerzas monarquizantes y fascistas que de un tiempo a esta parte pretenden traicionar la República, han logrado su objetivo y han asaltado el Poder….”, tras lo cual daba lectura a un documento en el que, entre otras cosas, decía “…en esta hora solemne, en nombre del pueblo y del Parlamento, el Gobierno que presido, asume todas las facultades del Poder en Cataluña, proclama el ESTADO CATALÁN de la República Federal Española, y al establecer y fortificar la relación con los dirigentes de la protesta general contra el fascismo, les invita a establecer en Cataluña el Gobierno provisional de la República, que hallará en nuestro pueblo catalán el más generoso impulso de fraternidad en el común anhelo de edificar una República Federal libre y magnífica. Estado Catalán dentro de la República Federal Española…”; dicho documento había sido pactado y corregido personalmente unas horas antes por Azaña, que le dio forma para que la secesión que se iba a proclamar pareciera no serlo –de ahí lo de la «..República Federal Española…»–, con el malicioso objetivo de confundir a la población del resto de España, no crearse excesivos enemigos y serle factible así, una vez en el poder que pensaba conquistar con la revolución en marcha, atraerse a los republicanos más crédulos. Como se ve, no sólo era Companys quien incurría en manifiesta traición a España y a la propia República, sino también Azaña; y con ellos todos los que a esas horas les secundaban, es decir, el PSOE y el PCE.

En perfecta coordinación con lo anterior, el Ayuntamiento de Barcelona hacía público su acatamiento y reconocimiento como única autoridad en Cataluña a la Generalidad y a Companys, requiriendo telefónicamente al Gral. Batet para que hiciera lo propio; aduciendo además, para ello, el supuesto triunfo de la Revolución en toda España, lo que era completamente falso
El Gral. Batet, a fin de ganar tiempo, que le era más que necesario para comprobar si contaba con la lealtad de la guarnición militar y de las fuerzas de orden público, hábilmente pidió que dicha solicitud se le enviara por escrito; a lo que Companys accedió, bien que ello llevaba su tiempo pues en el estado en que estaban las calles la persona encargada debía soslayar no pocos inconvenientes para llegar a la Capitanía General. Mientras tanto, Batet y sus jefes del Estado Mayor llevaban a cabo una frenética labor de toma de contacto con los más significativos mandos del Ejército, de la Guardia Civil y de la de Asalto para pulsar su disposición. Aunque en los de los citados Cuerpos de seguridad se observó cierta tibieza, la respuesta de los mandos militares fue contundente estando dispuestos a lo que fuera con tal de defender y preservar la unidad de España; lo que en esos momentos también equivalía a la República.
A partir de este momento la suerte estaba echada y cada cual adoptará la posición que considere más adecuada. Curiosamente, los secesionistas, creídos dueños de la situación, en realidad creyéndose sus propias mentiras, su propia propaganda tantas veces repetida, se dedicarán a festejar lo que consideraban el triunfo de sus aspiraciones. Por su parte, Batet, seguro de la lealtad de sus hombres, comenzaba a adoptar las medidas oportunas para sacar al Ejército a la calle a fin de restablecer el orden. Todos los analistas coinciden en que si los secesionistas se hubieran lanzado a las calles a ocupar los puntos neurálgicos de la capital en vez de holgar en sus celebraciones, muy posiblemente la escasa y poco preparada guarnición de la ciudad condal no hubieran podido con ellos.

Sin esperar más, una Compañía de Infantería salía a la calle para proceder a la proclamación oficial del «estado de guerra», que conforme a las leyes en vigor debía hacerse públicamente por tal tipo de unidad, procediendo su Capitán a leer el bando correspondiente; por él, la autoridad en la región pasaba a manos de su Capitán General, el Gral. Batet, quedando suspendidas todas las garantías constitucionales y estatutarias. Mientras, se ordenaba al Cte. José Fernández Unzúe que emplazara dos piezas de Artillería en la Plaza de San Jaime, frente a la Generalidad y el Ayuntamiento; la misión no pudo ser cumplida con la rapidez que se había creído debido a que la pequeña columna artillera se vio detenida por el intenso fuego que desde el Círculo Autonomista le hizo un nutrido grupo de secesionistas allí atrincherado; creyendo éstos que su victoria era inminente, notificaron lo que ocurría a la Generalidad, lo que envalentonó a sus dirigentes, en especial al Consejero de Hacienda, Dencás, quien desde este momento –dueño de la emisora de Radio Barcelona–, será la «voz de la Revolución», no cejando en intentar impulsarla incluso dando noticias falsas cuando se vaya conociendo que la misma estaba vencida.

Envalentonados por la aparente debilidad del Ejército, los secesionistas llegaron incluso a atacar la sede de la División Militar en la que se encontraba Batet junto con su Estado Mayor; bien que sin conseguir tomarla debido a que estando en ello fueron a su vez atacados por sorpresa por la Compañía de Infantería que había salido a proclamar el «estado de guerra» y grupos de guardias civiles y de Asalto que se replegaban sobre dicha División en busca de refugio; una vez que habían tenido que abandonar sus casas-cuartel y comisarías ante la presión de las turbas y grupos de secesionistas armados.
Pero aunque las refriegas y tiroteos se extendían por Barcelona, la unidad de Fernández Unzúe lograba llegar por fin a la plaza de San Jaime y emplazar sus cañones ante la Generalidad y el Ayuntamiento, una vez que sus hombres habían conseguido, mediante el fuego de una de sus piezas y con la colaboración de varios guardias civiles, reducir la resistencia del Centro o Círculo Autonomista de Dependientes del Comercio e Industria que les cerraba el paso; no obstante, y aunque Unzúe parlamentó con el Cte. Pérez Farrás, encerrado en la Generalidad, a fin de conseguir su rendición, como quiera que éste se negara, de inmediato comenzó entre secesionistas y soldados un intensísimo intercambio de disparos que se prolongaría durante más de una hora. Otros puntos en donde los secesionistas y revolucionarios se atrincheraron con cierto éxito fueron: en la Generalitad, como se ha dicho, los Mozos de Escuadra (unos 400 hombres); los afiliados a la «Alianza Obrera» en la sede del Fomento del Trabajo Nacional, en la Vía Layetana y sede de la patronal catalana; y los socialistas en la Casa del Pueblo de la calle nueva de San Francisco.

Mientras tanto, Batet, que no deseaba vencer mediante un profuso derramamiento de sangre, no se decidía a dar órdenes más expeditas –como podía ser que el Cte. Unzúe hiciera fuego con sus cañones o que acudieran tropas de refuerzo en su ayuda y en el de otros puntos de la ciudad donde se combatía–, sino que, por el contrario, previendo su potencial efecto disuasorio, contactaba con el Tte. Col. Felipe Díaz Sandino, jefe del aeródromo militar del Prat, sede de la Escuadrilla de Aviación de guarnición en Barcelona, ordenándole que varios de sus aparatos sobrevolaran la ciudad y arrojaran octavillas intimidatorias; incluso alguna bomba en lugar donde no hubiera posibilidad de causar bajas. Sin embargo, Díaz Sandino se negó, dada su marcada filiación socialista.
Al llegar la noche, Batet ordenaba un alto el fuego hasta la llegada del alba, al estimar que el combate nocturno, dado lo exiguo de sus fuerzas, lo mal equipadas e instruidas que estaban y la densidad de población en la que se movían, bien pudiera causarles más inconvenientes que beneficios. Ante el silencio de los soldados, que los secesionistas interpretaron otra vez como debilidad o falta de resolución de parte de los militares, Dencás, aún más crecido, se pasaría buena parte de la noche vociferando por la radio el éxito inmediato de la revolución y con ella de la independencia.

Pero la calma era aparente, pues el Gral. Batet no iba a permanecer impasible. Aprovechando la oscuridad de la noche, sigilosamente procedió a reforzar los diversos puntos de calles, esquinas y casas en los que sus tropas permanecían o bien asediadas o bien eran ellas las sitiadoras; todo con vistas a la salida del Sol, que sería la señal para que cada posición y hombre entrara en acción, esta vez sin más remilgos.
Según lo convenido, al alba del 7 de Octubre, Fernández Unzúe hacía fuego con sus piezas contra la Generalidad y el Ayuntamiento infundiendo en los que allí permanecían encerrados tal espanto que bastaron unos pocos disparos para que Companys se resolviera a rendirse, junto con el presidente del Parlamento catalán, Juan Casanovas y el alcalde de la ciudad condal Carlos Pi Sunyer; prácticamente igual iba a ocurrir con el resto de los reductos secesionistas que se extendían por Barcelona, pues al salir el Sol eran asaltados con firmeza por los soldados no dejando opción a sus defensores. Con la entrega de Companys, ni Dencás ni los demás dirigentes secesionistas tenían ya razones –si es que alguna vez las tuvieron– para seguir con su actitud, optando unos por entregarse, mientras otros preferían intentar huir; este fue el caso de Dencás, quien junto con Badía y Menéndez lo hicieron utilizando la red de alcantarillas.

fue llevado a presencia de Batet, que le trató con toda cortesía, manteniendo con él una corta conversación a cuyo término fue trasladado al barco Uruguay, anclado en el puerto barcelonés –utilizado como prisión provisional–, donde quedó bajo custodia junto con muchos otros dirigentes revolucionarios y secesionistas que poco a poco se iban entregando o eran capturados. Por último, y al mismo tiempo que hacían su entrada por dicho puerto varios buques de guerra y de transporte de los cuales desembarcaban un Tercio de la Legión y otras unidades militares enviadas por Madrid para reforzar y asegurar la capital catalana, por fin sobrevolaban Barcelona varias escuadrillas del Prat una vez que, destituido y arrestado Díaz Sandino, el Gobierno recuperaba el control de dicho aeródromo militar.
Batet se dirigió en la mañana de este 7 de Octubre a la población a través de la radio, pidiendo calma y confirmando lo que todo el mundo ya sabía: que en toda Cataluña la intentona secesionista de Companys había fracasado, así como la Revolución. El día 9 sería detenido Manuel Azaña, que del Hotel Colón, desde el que había seguido los acontecimientos, se había trasladado a la vivienda de un conocido; Azaña pasó, como el resto de los detenidos, a disposición judicial, quedando asimismo confiando en el Uruguay, eso sí, en un camarote individual.
En el resto de Cataluña la Revolución no pasó de algunos altercados y leves enfrentamientos armados, el incendio de alguna iglesia, las clásicas proclamaciones del comunismo y del comunismo libertario –estas últimas sólo donde algún grupo anarquista descontrolado se unió a la sublevación–, la quema de archivos, la explosión de artefactos y varios atentados a personas catalogadas “de derechas”; si bien todo ello fue paulatinamente controlado por las fuerzas del orden apoyadas por unidades militares que pudieron intervenir al fracasar lo de Barcelona. Como en el resto de España, la Revolución se restringió a los núcleos de población, pues el campesinado no se sumó a ella, constituyendo su pasividad uno de los fracasos más importantes y decisivos para los revolucionarios; lo que permitió al Gobierno concentrar sus fuerzas sobre los focos más importantes de la rebelión evitando dispersarlas, lo que de haber ocurrido hubiera sido fatal.
ÚLTIMOS APUNTES.-
El balance final más fiable de víctimas de la Revolución e intentona separatista en Cataluña arroja la cifra de cuarenta y seis civiles y ocho soldados muertos, casi dos centenares de heridos y cerca de tres mil detenidos
A pesar de que la mayoría de España pidió y esperaba mano dura en los juicios subsiguientes –no en balde el número de víctima así lo exigía en justicia–, especialmente las Fuerzas Armadas para con aquellos militares implicados en la intentona –como el Código de Justicia Militar permitía y reflejaba–, todas las penas a muerte que sobre éstos se dictaron fueron conmutadas por el presidente Alcalá-Zamora por la de reclusión perpetua. Por su parte, Companys y su gobierno fueron juzgados por el Tribunal de Garantías Constitucionales y condenados por rebelión militar a treinta años de prisión. Unos fueron enviados al Penal de Cartagena y otros al del Puerto de Santa María. Por contra, al Gral. Batet se le concedió la Cruz Laureada de San Fernando, máxima distinción militar para tiempo de guerra.

Además de lo anterior, el Gobierno de España, en el ejercicio de sus funciones, ordenó la clausura de todos los centros políticos y sindicales secesionistas y de izquierdas en Cataluña. Se suprimieron periódicos y publicaciones de tales tendencias y quedaron destituidas corporaciones municipales enteras. El estatuto de autonomía catalán fue suspendido indefinidamente a través de una ley específica aprobada por el Parlamento dos meses después, en Diciembre de ese mismo año. La Generalitad fue sustituida por un Consejo designado por el Gobierno con un gobernador general de Cataluña, siendo el primero un militar, que fue enseguida sustituido por Portela Valladares; éste, a su vez, lo sería por el lerrouxista Juan Pich Po.
Pero todo lo anterior no fue más que un teatro, una pantomima, pues a pesar de la gravedad de todo orden de lo ocurrido, tan sólo en Abril de 1935, es decir, cuatro meses después, le fueron devueltas a la Generalitad todas las competencias a excepción de las de orden público, levantándose así mismo el «estado de guerra» impuesto en Octubre de 1934. Aún más, aunque personalidades destacadas de la también secesionista Lliga Catalana participaron directamente durante esos meses en el gobierno de dicha región, ello no fue óbice para que dicho partido denunciara al gobierno de Madrid por, según ellos, intentar acabar con el autogobierno de Cataluña. Todos los condenados por la revolución e intentona secesionista en Cataluña sería amnistiados inmediatamente después del triunfo –amañado– de los partidos del Frente Popular en Febrero de 1936.
En definitiva, nadie aprendió nada de todo lo ocurrido, sembrando el germen de buena parte de lo que vino tan sólo un año y medio después.
Recordemos que el balance de la Revolución de Octubre de 1934 en toda España fue realmente trágico:
- Un total de algo más de mil muertos –según diversos autores entre 1.055 y 1.159–, de los cuales 300 fueron miembros de las fuerzas del orden y del Ejército, siendo el resto revolucionarios y ciudadanos asesinados por éstos –principalmente directivos de empresas, afiliados a partidos de derechas y religiosos, de los cuales hubo treinta y tres–; de todos ellos la mitad en Oviedo. Cerca de tres mil heridos de diversa consideración; de ellos, más de ochocientos entre las fuerzas del orden y del Ejército.
- Numerosos edificios destruidos por completo, fueran de propiedad pública, privada, iglesias o fábricas.
- Sólo en Asturias, los revolucionarios se llevaron unos 22.000 fusiles y pistolas de las fábricas de armas de La Vega (Oviedo) y de la de Trubia de los cuales sólo se recuperaron 7.000, quedando el resto escondido y en su poder a la espera de mejor ocasión. Los revolucionarios llegaron a contar con una treintena de cañones de distintos calibres que se recuperaron en su totalidad.
- Los revolucionarios llegaron a utilizar trenes que blindaron, así como camiones también blindados artesanalmente mediante la soldadura de planchas de acero; también cascos militares de la fábrica de Trubia y cuantiosa dinamita, junto con líquidos inflamables de todo tipo.
- El valor económico de las horas de trabajo pérdidas, así como de los destrozos realizados, resulta difícil de calcular, pero a la simple inspección de lo ocurrido es fácil determinar su capital importancia para la vida de la nación en aquellos momentos; eso sin contar las obras de arte y otros objetos del patrimonio artístico desaparecidos para siempre.

ALGUNAS OPINIONES SOBRE ESTOS HECHOS.-
- «La rebelión socialista empezó a gestarse el mismo día que el partido socialista abandonó el poder (Diciembre de 1933). No disimuló su propósito ni su intento la dirección del Partido Socialista Obrero: se lanzó a la tarea de preparar un movimiento revolucionario.» (Diego Martínez Barrio, del Partido Radical y Unión Republicana; masón, múltiples veces ministro con la II República, presidente de las Cortes de 1936 a 1939).
- «La revolución de octubre, lo he dicho y lo he escrito muchas veces, acabó con la República.» (Claudio Sánchez Albornoz, miembro de Acción Republicana e Izquierda Republicana; azañista; diputado a Cortes de 1931 a 1939).
- «Con la rebelión de 1934, la izquierda española perdió hasta la sombra de autoridad moral para condenar la rebelión de 1936.» (Salvador de Madariaga, intelectual republicano).
- «Me declaro culpable ante mi conciencia, ante el Partido Socialista y ante España entera, de mi participación en el movimiento revolucionario. Lo declaro como culpa, como pecado; no como gloria. Estoy exento de responsabilidad en la génesis de aquel movimiento; pero la tengo plena en su preparación y desarrollo.» Indalecio Prieto Tuero (Máximo dirigente del PSOE).
