Colapso católico en Alemania
Los católicos en Alemania descienden a pasos agigantados. No hace falta que Lutero reviva, ni que le den bombo y platillo. No hace falta. Basta con prelados como al arzobispo de Munich, el cardenal Marx –el apellido lo dice todo– para consolidar el descenso en picado, en barrena, sin freno posible del número de católicos germanos que restan 216.000 menos.
Y es que claro, cuando este cardenal dice cosas como:
- ¿Acaso solo el sacerdote puede predicar? Es necesario que eso evolucione.
- ¿Qué habla en contra de un verdadero redescubrimiento del oficio litúrgico del lector y de la lectora, con el que solo se puede encargar a los no clérigos?
- “No somos sólo una filial de Roma. Cada Conferencia Episcopal es responsable de la pastoral en su cultura y tiene como deber anunciar el Evangelio a su manera. No podemos esperar hasta que un sínodo diga cómo debemos abordar aquí la pastoral familiar y matrimonial”.
- Consultado si “podría imaginar una forma de bendecir a parejas homosexuales en la Iglesia Católica”, el Cardenal respondió que “sí”, añadiendo que, sin embargo, no podrían ser “soluciones generales… Se trata del cuidado pastoral de casos individuales, y eso aplica en otras áreas también, que no podemos regular, donde no tenemos un conjunto de reglas”.
… pues entonces no es de extrañar que los católicos se larguen, porque para qué ser católico entonces.
Si a lo anterior unimos su declarada ambigüedad, la imagen de ser pero no ser, de decir sin querer decir, de medias tintas, de tibieza, pues más aún. ¿Quién está dispuesto a seguir a un pastor al que se le ve las orejas de lobo? ¿Quién a alguien que sólo piensa en acomodarse? ¿Quién a quien da síntomas de que en cualquier momento va a dejarnos con el trasero al aire? ¿Quién sigue al tibio, al cobarde, al aburguesado? ¿Quién, o sea, qué católico puede seguir a un mal pastor?
Vivimos tiempos en que la crisis no está en las ovejas, sino en los pastores, que no sólo no predican el Evangelio, sino que lo tergiversan. En que los pastores, señoras y señores, no creen, porque ahí, y no en otro lugar, está el problema, y por eso las ovejas se dan cuentan y se largan, porque si ellos no creen, razón por la que no predican, por qué van a creer ellas.

Vale que los años sesenta del siglo XX nos trajeran un «papa» (¿sodomita+masón+filocomunista=Papa?) y un «concilio» tal para cual; pero, ¿es suficiente para explicar el inaceptable comportamiento de la mayoría de los curas durante tanto tiempo?.
Llevamos ya cincuenta años por el mal camino y ningún nuevo despropósito parece bastante. No dejan de añadir más y más leña a la enorme pira de infamias, que acabará por consumir a todos sus responsables y colaboradores.
La situación de la Iglesia postconciliar (antes Católica), me recuerda tristemente a la catedral de Notre Dame de París en su estado actual.
Da igual la dirección hacia la que fijemos nuestra atención, todo tiene la misma apariencia dentro de la conocida antiguamente como Cristiandad.
La iglesia católica debe mostrar la verdad de la familia de Jesucristo acorde con la historia y su
verdadero
Estimado seguidor: Exacto. Esa es la cuestión. Predicar el Evangelio sin tapujos, sin medias tintas, sin tibieza. Saludos cordiales