¿Comprende VOX la trascendencia de su misión en esta hora crítica?
A estas alturas del siglo XXI debiera estar ya claro que los conceptos de «izquierdas» y «derechas» han quedado obsoletos en su significado tradicional. En la actualidad, su nomenclatura constituye una trampa lingüística utilizada por los cabezaleros del sistema con el mero fin de fijar el voto de los electores a favor de una casta partidocrática que vive lujosamente a costa del engaño y la ignorancia de la ciudadanía.
Y si ambas voces -«izquierdas» y «derechas»- son los estandartes de la superchería electoral que los engañabobos de la política emplean para su beneficio, qué decir del llamado «centro» político, una entelequia que, para seguir con este juego, sólo puede caber en la mente tramposa de tales demagogos.
De ahí que VOX no debiera postularse como un partido de derechas ni de izquierdas ni de centro. Es decir, no debiera identificarse como un partido al uso, integrado en la depravada casta partidocrática que domina a la corrupta sociedad, sino como la esperanza regenerativa española, el nuevo aire con el que volverán a respirar los españoles libres. ¿Comprende VOX la trascendencia de su misión en esta hora, la responsabilidad adquirida después de las expectativas creadas tras su irrupción en el panorama político?
A los incendiarios cualquier momento les resulta oportuno para sacar navajas y enarbolar garrotes, en especial cuando el futuro da a VOX argumentos para seguir incrementando el firme impulso que le ha situado como la tercera fuerza política nacional, con visos de convertirse en la primera.
Los arraigados rencores, los históricos enconos ideológicos frentepopulistas, tras lograr instalarse en el Gobierno y en las instituciones mediante una estrategia bien diseñada a lo largo de la nefasta Transición, ven ahora cómo gracias a la nueva fuerza política se les pueden inmovilizar los subsidios y desprender las caretas y las consignas.
Y como les aterra que el chiringuito que han montado se les venga abajo, es por lo que llevan meses con las estacas y los garfios en febril actividad, utilizando en el diseño de las barricadas a subsidiados, mandarinatos, bravucones, histerismos feminazis, mamandurrias informativas y demás advenedizos y parásitos de varia suerte y condición.
Es obligado y necesario combatir la propaganda insidiosa, la malevolencia, sin olvidar tampoco a los intoxicadores ni, por supuesto, al «fuego amigo». VOX no puede ser complaciente con la casta política, pues aunque algunos lo miran con esa mezcla de reverencia y desconfianza con que se mira al hombre recto al que no se puede alcanzar intelectualmente, ni tampoco incorporar al número de los sumisos, la inmensa mayoría de dicha casta lo contempla con odio y afán de represalia.
Ante el afán de los totalitarios por afrentar y perseguir a VOX, obviando la realidad de que está donde está porque lo han querido 3,6 millones de electores, el partido de la esperanza debe oponer a estos ultrajes sus objetivos con firmeza, y si los oponentes se ayudan con la insidia, VOX ha de replicar amparándose en la realidad presente y en la realidad histórica.
Con su propaganda, con la malévola estrategia de sus anatemas ideológicos, a VOX no debieran poder obligarlo a comer porquerías ni a silenciarlas. Aunque la antiespaña eche azúcar a sus sapos doctrinarios, a sus consignas embrutecedoras y disolventes, VOX ni ha de probarlos, ni ha de tolerarlos.
Si bien es cierto que VOX, como parece hasta ahora, está dando más valor al fuero que al huevo, ello no lo exime de la permanente denuncia de los traidores a España -estamos obligados a no parar hasta verlos en la cárcel- ni de esclarecer aún más los puntos de su propio programa. Es esta una labor permanente, porque la sociedad es un organismo vivo que no deja de evolucionar y ha de acompasarse en los detalles al ritmo de la existencia, sin perder nunca de vista el objetivo fundamental: un proyecto constitucional regenerativo.
Y para asentar su estructura desenmascaradora y programática VOX precisa de dos apoyos básicos: a) un clarificador -y divulgador- asesoramiento histórico, así como un eficaz comité de prensa ( vocación histórica y de hemeroteca) para enfrentar al adversario a sus vilezas y contradicciones; y b) una conspicua factoría de ideas (vocación argumental y analítica) para dotar a su programa político del necesario carácter-valor-poder de pensamiento que sustente el designio regenerador y que nutra y haga duradero su programa.
Hay quienes se acercan a la política para defender unas ideas y una concepción de la sociedad sustentadas en un código de valores ético, y hay quienes sólo buscan la sinecura, el cargo institucional, la tranca del poder, y de paso que concentran sus esfuerzos en ese «situarse en política», aprovechan para desfogar su afán de trascendencia destructora.
Mientras aquellos se sacrifican teniendo siempre en cuenta un objetivo de excelencia y probidad, éstos acechan su ocasión emponzoñadora; mientras unos no se dejan tentar por la serpiente que los anima a igualarse a los dioses, otros se entregan a la delirante codicia; mientras aquellos nunca bailan al son que les tocan sino que se atienen a sus principios, éstos abjuran de cualquier creencia, como buenos trajinantes de la política y adaptan convenientemente sus discursos a la coyuntura.
El prejuicio de superioridad moral de las izquierdas se funda en la letra (la propaganda) más que en el espíritu; la pretendida igualdad se limita a las fronteras de lo plebeyo o populista y por lo tanto descansa sobre la ilicitud; el falsario sentido de preeminencia va forrado en definitiva de lo que se conoce como complejo de inferioridad. Y lo terrible es que todos estos vesánicos que se dicen reformadores del género humano no dejan de encorvar nuestras espaldas, aun desde sus tumbas, con la ayuda de sus epígonos.
Cómplices de la configuración de esta sociedad indiferente, el PSOE y el PP son organizaciones corruptas, sin músculo moral, carentes por lo tanto de un mínimo vigor restaurador. Nadie, salvo VOX, tiene hoy un proyecto enaltecedor operativo capaz de levantar el país. El PSOE porque tanto como se enorgullece de su propia historia criminal, abomina de la de su propio país o lo odia directamente; y el PP porque es una babosa claudicante que ha venido refugiándose en la economía como único fin, sin importarle España como idea o aspiración nacional. Y de los demás partidos de la casta, mejor no hablar dada su especuladora inoperancia, su ciego afán centrifugador y su violenta hispanofobia.
Cuanto más se piensa en ello, más asombroso parece que millones de votantes hayan sido ganados por los frentepopulistas para una causa sin porvenir, o mejor aún, para una causa con porvenir de catástrofe. Es obvia la existencia de españoles desleales que votan a traidores, a siervos de regímenes extranjeros, populistas y despóticos; electores y electos perseverantes en la destrucción. Y es obvio que, como dijo Chaucer, este sector de pueblo necio no vale un céntimo, y que loco es el que de él se fía.
Pero ante las innumerables miserias cometidas por los fanáticos de la depravación y de la ruina, y como no es posible esperar al juicio de Dios para condenarlos, los españoles libres, junto a VOX, han de reivindicar activamente nuestra soberanía frente a los desafueros. Sería contrario a la naturaleza de las cosas que el bien y la razón permanecieran inertes ante un estado de desorden y confusión tozudamente organizados y sistematizados por los desequilibrados herederos del terror estalinista.

Que Dios le oiga, don Jesús. Si Vox fracasa, y todos los «demócratas» frentepopulistas están en ello, ya solo nos queda el precipicio.