Crónica de una infamia episcopal

O de cómo el obispado de Getafe (España) expulsó sin justificación alguna de la iglesia sita en el Cerro de los Ángeles a un grupo de fieles impidiéndoles orar, cometiendo con ellos una infamia episcopal que queda recogida en esta crónica verdadera.

Por estas fechas hace un año que ocurrieron los hechos que aquí se relatan, y que por su gravedad conviene que no se olviden.

A modo de prólogo.-

El objeto de esta crónica es dar fe de tan lamentable hecho, con el único fin de que no quede ni en la confusión de las noticias publicadas en su momento, ni en el olvido, ni en la ignorancia, de forma que, si Dios lo quiere y los sacerdotes lo asumen, no vuelva a repetirse jamás.

En síntesis se trató de la prohibición, públicamente emitida, del obispado de Getafe (España), contra un pequeño grupo de fieles que lo único que pretendieron siempre, como se demostró y se verá, fue celebrar en la iglesia del Cerro de los Ángeles (lugar sito en tal diócesis) el Santo Sacrificio de la Misa y, luego, fuera de ella, en la explanada, consagrarse al Sagrado Corazón de Jesús, escuchar una charla de parte de un sacerdote y rezar el Santo Rosario, para a continuación, en los pinares cercanos, pasar el día en familia.

Gestación del evento.-

Convocatoria inicial de los actos

El 20 de Mayo de 2017 se reunían en las cercanías de Madrid (España) una serie de familias católicas unidas por firme amistad desde hace tiempo para celebrar un cumpleaños. En tal reunión, y a raíz de una conversación en la que se abordó el incalificable linchamiento mediático al que venía siendo sometido desde hacía tiempo, pero especialmente en esos días, el Rvdo. P. Dn. Custodio Ballester, párroco titular de la iglesia de la Inmaculada de la localidad de Hospitalet de Llobregat (Barcelona), uno de los presentes propuso invitarle a fin de mostrarle el apoyo de los allí reunidos a su impecable labor sacerdotal y valiente predicación del Evangelio, al tiempo que celebrar junto a él un día de oración. Ni que decir tiene que la iniciativa fue de inmediato acogida con entusiasmo de forma unánime.

Preparación del evento:-

Desde el día siguiente, ambas personas se pusieron en marcha para llevar a cabo lo encomendado. Se decidió que, pues Junio estaba muy cerca, la jornada se celebrara en honor del Sagrado Corazón de Jesús, y qué mejor lugar para ello que el emblemático Cerro de los Ángeles, centro geográfico y referencia espiritual de España. Dicho y hecho, una persona se encargó de contactar con el P. Custodio a fin de cursarle la oportuna invitación, así como de realizar las gestiones necesarias con las carmelitas de dicho lugar para ver la posibilidad de disponer de su iglesia para celebrar el Santo Sacrificio de la Misa; otra de todo lo relativo a la logística necesaria. Debido a la particularidad del grupo convocante, simples familias católicas, mero grupo de amigos, sin lazos de ningún tipo con organización de ninguna clase, se tuvo bien claro desde el primer instante que a la jornada proyectada no iban a acudir más de unas sesenta a ochenta personas en total; y eso en el mejor de los casos. No obstante lo cual, no se renunció, aun sin disponer para ello de medios, de dar al acto la mayor difusión posible, lo que, a pesar de intentarlo, dada la carencia absoluta de contactos y medios adecuados, lo más que se consiguió fue que el acto circulara por whatsapp entre amigos y conocidos, y que fuera publicada una referencia por la web «Infovaticana»; nada más.

Injerencia del obispado de Getafe.-

P. D. Francisco Armenteros Montiel

Cuando ya se disponía del permiso de las carmelitas para celebrar el Santo Sacrificio de la Misa para la mañana del Sábado 17 de Junio de 2017, fecha elegida para el evento  –ese día no tenía la iglesia citada nada programado hasta bien entrada la tarde– y el P. Custodio había aceptado la invitación una vez conoció los detalles del todos los actos programados –se le había remitido borrador de la convocatoria (se adjunta copia de dicha convocatoria inicial)–, así como el perfil de los convocantes y potenciales participantes, cual fue la sorpresa de todos cuando se conoció que el Rvdo. P. Dn. Francisco Armenteros Montiel, canciller del obispado de Getafe, se había puesto en contacto con el P. Custodio para informarse sobre los actos programados.

Poco después de dicha conversación, un sacerdote del obispado de Getafe se ponía también en contacto inquiriendo, en síntesis, repetidas veces si el acto estaba patrocinado o convocado por o con el apoyo de «El Yunque» (¿?). No obstante la lógica, insistente y radical negativa sobre tal posibilidad, como no podía ser de otra forma, dicho sacerdote, no creyéndoselo, prejuzgando y presuponiendo que era mentira, insistió en que los actos debían suspenderse. Negada tal posibilidad y dadas todas las seguridades posibles sobre la buena fe y sana intención tanto de los convocantes como del P. Custodio, a los pocos minutos quien contactaba era el ya citado canciller del obispado.

La conversación dejó en evidencia las siguientes cuestiones: la persistente e injustificada incredulidad del obispado sobre que el acto no fuera iniciativa de «El Yunque» (¿?); la firme decisión, adoptada ya de antemano, de que en ningún caso se iba a permitir la participación del P. Custodio; la también firme decisión de prohibir el acceso al Cerro a los posibles asistentes. Para intentar justificar lo anterior, el canciller esgrimió las siguientes excusas:

* No se había solicitado permiso al obispado. * El acto interfería con otros ya programados. * No se sabía si había que dar conocimiento a las autoridades locales a efectos de controlar los accesos al recinto del Cerro. * El P. Custodio era «…un sacerdote rebelde a su obispo…». * «…No queremos problemas con los obispos catalanes…».

Fue evidente, desde el primer instante, que las tres primeras excusas eran absurdas: una y otra vez se había asegurado por parte de los convocantes que no serían más de sesenta a ochenta las personas asistentes, niños incluidos; que la iglesia estaba disponible no existiendo interferencia posible con ningún otro evento pues no lo había hasta bien entrada la tarde de ese día; que si no se había notificado al obispado había sido por no creerlo necesario dada la poca envergadura del acto, el cual, además, en su práctica totalidad, a excepción de la celebración del Santo Sacrificio de la Misa, iba a desarrollarse fuera del templo, más aún, en el pinar del cerro, bien lejos, incluso, de su explanada principal.

Por el contrario, fue también evidente desde el primer momento que los dos únicos motivos que movían al obispado de Getafe a interferir eran los dos últimos.

En relación con la decisión de prohibir al P. Custodio su asistencia al acto, así como de oficiar la Santa Misa, el canciller ofreció permitir la celebración de ésta siempre y cuando fuera oficiada por un sacerdote de la diócesis, propuesta que, como es lógico, se rechazó con toda firmeza alegándose que el P. Custodio era sacerdote en ejercicio que contaba con todos los requisitos necesarios para celebrar la Santa Misa, siendo incluso párroco titular, es decir, que disponía de todos los beneplácitos tanto de su obispo como de la Iglesia, no habiendo por ello razón canónica, ni mucho menos moral alguna para impedírselo; el hacerlo sin graves justificaciones era además una manifiesta e intolerable falta de caridad por lo que de discriminación y humillación supondría para tal sacerdote.

Sobre la afirmación de que era «rebelde a su obispo», se adujo:

  1. a) que los convocantes no conocían los motivos de tan grave acusación, ni mucho menos que fuera cierta, la cual, además, era difícil de sostener toda vez que su obispo, el Cardenal Omella, ni lo había suspendido ni apartado de sus funciones, manteniéndole como párroco, ni abierto contra él, que se supiera, ningún proceso sancionador;
  2. b) que si se referían –en ningún momento el obispado justificó tal acusación– a la carta abierta que dicho sacerdote había publicado recientemente en contra de la que a su vez habían hecho pública los obispos de las provincias catalanas en la que apoyaban el manifiestamente ilegal proceso secesionista de parte de algunos partidos regionales, tal hecho en ningún caso se podía tachar de «rebeldía a su obispo» –Mons. Omella, arzobispo de Barcelona, era uno de los firmantes– toda vez que con su carta el P. Custodio sólo había hecho uso de su derecho, como cualquier ciudadano español, a expresar su opinión sobre tal proceso secesionista, lo que había hecho sólo cuando los obispos de aquellas provincias, vulnerando las leyes civiles –la Constitución y el régimen jurídico en vigor–, así como el cuarto mandamiento que obliga a los católicos a honrar a los padres –dentro del cual la Doctrina de la Iglesia ha incluido siempre a la Patria–, habían hecho pública la suya en la cual, además de llamar a la desobediencia de dichas leyes y de dicho mandamiento, se aliaban con los partidos y colectivos de la sociedad catalana cuya historia más que documentada y sus actuaciones desde hace décadas deja en evidencia clarísima su odio a la Iglesia hasta el punto de haberla perseguido en el pasado y estar deseando hacerlo de nuevo en cuanto se les dé la más mínima ocasión. Si esa carta del sacerdote era «rebeldía a su obispo», entonces ¿qué era la de los obispos sobre la que el obispado de Getafe nada decía?
Mons. Dn. José Rico Pavés

Por todo ello quedó aun más evidente que el motivo único fundamental de interferir y tener tomada la decisión, como así se dijo explícitamente por Dn. Francisco Armenteros, de impedir la jornada programada, no era otra que la última alegada, es decir «…no querer problemas con los obispos catalanes…», asumiendo una postura manifiesta e injustificadamente entreguista ante la declarada y pública actitud rebelde, ahora sí, de dichos obispos tanto a las leyes civiles como al cuarto mandamiento e incluso a la declaración formal de la Conferencia Episcopal Española, a la cual pertenecen dichos obispos, según la cual la unidad de España es un «…bien moral…», así como un tácito, cuasi explícito, sometimiento del obispado de Getafe a la voluntad del de Barcelona sin haber razones ni jurídicas, ni morales, ni doctrinales, ni eclesiásticas para ello; en el mejor de los casos habría que indagarlas en lo más profundo de las mentes del obispo de la diócesis, Mons. Dn. Joaquín María López de Andújar y Cánovas del Castillo, del obispo auxiliar de la misma, Mons. Dn. José Rico Pavés, y del canciller, Rvdo. P. Dn. Francisco Armenteros Montiel.

Detalle importantísimo que debe adelantarse en este punto es el hecho, conocido por los convocantes mucho más tarde de boca del propio Mons. Rico, como se verá, que él personalmente había mantenido ya una conversación telefónica con el Cardenal Omella, arzobispo de Barcelona, en la que éste le había manifestado que el P. Custodio «…le era rebelde…».

Desarrollo de los actos.-

El obispado, cumpliendo con lo avanzado y ya decidido de antemano, publicó una nota (se adjunta copia) prohibiendo el acto.

Los convocantes, puede hacerse una idea de la desazón que les embargó en aquellos momentos, conscientes de la injusticia que se hacía, publicaron una contra-nota (se adjunta copia)  –la diferencia es que los medios de comunicación dieron gran difusión y relevancia a la del obispado, y ninguna a la de los convocantes–  y buscaron la forma de celebrar, a toda costa, los actos, teniendo que publicar un nuevo programa más reducido (se adjunta copia), suspendiendo la celebración del Santo Sacrificio de la Misa por no disponer de lugar idóneo.

Así las cosas, la Divina Providencia vino en su apoyo y en unas pocas horas encontraron albergue en el Hotel «Los Olivos», justo a unos quinientos metros de la base del Cerro, pero fuera de su reciento y por ello de la jurisdicción del obispado de Getafe, en uno de cuyos salones se llevó a cabo la jornada de oración.

De su desarrollo hay prueba gráfica completa, pues se grabó todo. Asistieron sesenta personas entre adultos y niños; a la cabecera del salón se situó una bandera de España con el Sagrado Corazón de Jesús en medio; el programa se llevó a cabo con absoluta corrección y ajustándose escrupulosamente a lo publicado. La charla del P. Custodio fue impecable desde todo punto de vista, como no podía ser de otro modo, siendo alabada por su excelente fervor eclesial por el reputado bloguero católico «La cigüeña de la torre», testigo presencial de la totalidad de la jornada; y, en fin, para qué abundar más, siendo los convocantes quienes eran, el P. Custodio lo mismo y existiendo esa irrefutable prueba gráfica ya mencionada a disposición de quien la quiera.

Días después.-

Fue tal la indignación, el dolor y la tristeza que embargó a los asistentes por el más que injustificado trato recibido de parte del obispado en cuestión, que los dos encargados de su convocatoria se creyeron en la obligación de reunirse con la jerarquía del mismo, para lo que solicitaron por carta una entrevista con los tres, es decir, los señores obispo y obispo auxiliar y el canciller, la cual fue concedida enseguida, bien que excusándose de asistir el señor obispo por estar convaleciente de una operación.

Convocatoria corregida

Tal reunión se celebró en el despacho de Mons. Rico, asistiendo a la misma dicha persona, el canciller P. Armenteros y dos de los implicados en la organización del acto. La intención de éstos era doble, según se les dijo: por un lado conocer los motivos exactos del por qué de la actuación del obispado considerando que la misma había sido del todo injustificada, y por otro, de acuerdo con la caridad católica debida, hacer ver a aquellos que su actuación había supuesto una falta gravísima, pues se había calumniado no sólo a un sacerdote, el P. Custodio, sino también al grupo de convocantes y asistentes, todos los cuales habían quedado ante la opinión de propios y extraños en tela de juicio –especialmente debido a la potencia que hoy en día tienen los medios de comunicación– respecto a su fidelidad a la Iglesia, toda vez que el obispado les había desautorizado y prohibido públicamente el acceso al Cerro y la realización de los actos programados, lo que muchos habían supuesto que se debía a que en ellos podían existir graves defectos religiosos o doctrinales, sobre todo porque el obispado había llegado, públicamente, repetimos, a prohibirlos.

El primer objeto de la reunión quedó cumplido, a favor de los convocantes, cuando Mons. Rico desveló algunos de los términos de su conversación con Mons. Omella –de la que dimos un brevísimo adelanto más arriba–, conversación de cuya celebración no se tenía conocimiento hasta ese instante. Mons. Rico había tomado literalmente del cardenal la acusación de «rebeldía» contra el P. Custodio, bien que sin exigirle una nítida justificación. Pero tal intento de ampararse en ello no encajaba: primero, porque, repetimos, el citado cardenal no la justificó; segundo, porque de haber existido tal pretendida rebeldía el Cardenal nada había hecho para reprimirla. Pero aún surgió otro detalle ni siquiera sospechado hasta entonces, cuando Mons. Rico, al ver que lo anterior se caía por su propio peso, quiso justificar la actuación del obispado aduciendo ahora que al conocerse la convocatoria del acto y la asistencia al mismo del P. Custodio «…se habían presentado en el obispado algunas personas que habían sido dañadas por «El Yunque» (¿?), al que habían pertenecido, por lo que no podían soportar la presencia en Getafe de un sacerdote que (según ellos) apoyaba tal secta..». Lo inaudito e increíble de lo último –y en cualquier caso inadmisible desde todo punto de vista–, y lo evidente de lo primero, creemos que no precisa de más comentarios.

Respecto al segundo objetivo de los convocantes, la manifiesta falta grave por calumnias y difamación cometida por la jerarquía del obispado, fue expresada con toda sinceridad, buena fe, caridad y crudeza a ambos sacerdotes; los cuales la rechazaron de plano, de forma que incluso el canciller se marchó de la reunión sin ni siquiera despedirse de los presentes. Como el asunto, al menos para los convocantes del acto, era clarísimo, no sólo se insistió en él, por el bien de sus almas, sino que se les animó a que repararan, lo que es obligado en estos casos, publicando una nueva nota en la que reconocieran su error y dejaran en buen lugar la honorabilidad tanto del P. Custodio como de los convocantes y asistentes, lo cual, según éstos, zanjaría el asunto y redundaría en beneficio de sus almas y de la credibilidad del obispado en cuestión, pues es de sabios y de humildes rectificar cuando así debe hacerse. Por desgracia, allí mismo Mons. Rico adelantó que en ningún caso haría eso el obispado.

Uno de los argumentos que, de nuevo y en abierto seguidismo de lo afirmado por el Cardenal Omella, con más insistencia esgrimió Mons. Rico para haber prohibido al P. Custodio celebrar la Santa Misa y asistir a los actos en su diócesis, fue la ya tan repetida presunta «rebeldía» a su obispo, al cual, según él, debía, como sacerdote diocesano, absoluta obediencia. Tan artero sofisma le fue rebatido tantas veces como lo adujo, recordándole a Mons. Rico que obediencia absoluta sólo se debe a Dios; que antes que a los hombres –lo que ellos, obispos y canciller no dejaban de ser– se debe obedecer a Dios; que incluso San Ignacio, en las constituciones de los jesuitas, al establecer el cuarto voto matiza que la obediencia al Papa se debe siempre, menos cuando éste actúe en contra de la Doctrina de la Iglesia; que el P. Custodio en ningún momento había sido suspendido por su obispo, que seguía siendo párroco y que eran públicas sus prédicas impecablemente ajustadas a la doctrina de la Iglesia por lo que a la luz de todo lo anterior no había rebeldía alguna; por último, se le enfatizó a Mons. Rico el hecho de que según su concepto de obediencia, sin duda él –como ocurrió con todos los sacerdotes ingleses en tiempos de Enrique VIII–, hubiera terminado anglicano, es decir, hereje, precisamente por no «desobedecer» a su obispo, por lo que debía dar gracias a Dios de no le hubiera puesto en aquella tesitura.

Conclusión.-

Son evidentes, a juicio de quien esto redacta, las conclusiones que pueden extraerse de todo lo ocurrido para cualquiera que de forma imparcial juzgue los hechos aquí relatados; en el caso de obispos y sacerdotes deberán para ello huir como de la peste del corporativismo, lacra y vicio contrario a la virtud del compañerismo, por desgracia hoy tan extendido entre el clero.

Por último, pues viene perfectamente al caso, terminamos parafraseando a San Atanasio: “…He sabido que no sólo os entristece mi exilio, sino sobre todo el hecho de que los otros, es decir los arrianos, se han apoderado de los templos por la violencia y entre tanto vosotros habéis sido expulsados de esos lugares. Ellos, entonces, poseen los templos. Vosotros, en cambio, la tradición de la Fe apostólica. Ellos, consolidados en esos lugares, están en realidad al margen de la verdadera Fe, en cambio vosotros, que estáis excluidos de los templos, dentro de esa Fe. Confrontemos pues qué cosa sea más importante, el templo o la Fe, y resultará evidente desde luego, que es más importante la verdadera Fe. Por tanto, ¿quién ha perdido más, o quién posee más, el que retiene un lugar, o el que retiene la Fe?…».

Torrelodones, a 13 de Septiembre de 2017 Miguel Menéndez Francisco Bendala

 


2 respuestas a «Crónica de una infamia episcopal»

  1. un buen ejemplo de la perdida del norte en que se encuentra la iglesia o su jerarquia. mas metidos en politica o intereses mas oscuros que en el bien de las almas. ese tipo de acciones va mas alla de una obediencia canonica o pastoral. una autentica vergüenza, pero claro no creo que ya tengan alguna…ya nos están acostumbrando estos «pastores» de la «nueva evangelizacion»…

    1. Estimado seguidor: no debemos dejar que nos acostumbren, aunque como usted apunta con toda razón es lo que están consiguiendo. Como en otras muchas cosas debemos ser los fieles los que les exijamos… otra cosa es que ya veremos a ver si reaccionan. Saludos cordiales

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