¿Cuándo comprenderé yo mi dignidad?

Las satisfacciones creadas

Tengo necesidad de estar satisfecho y por ello busco y deseo lo que pueda satisfacerme, y gozo y descanso cuando he satisfecho mi necesidad. Pero, ¿qué son esos placeres, esas satisfacciones en la idea de Dios, que es el autor de tales placeres, y qué papel desempeñan?

En el plan de Dios todas las criaturas eran instrumentos, ninguna era obstáculo, y cada una llevaba su gozo que facilitaba su uso en orden a Dios. Pero el pecado ha transformado ese hermoso orden creado por Dios. Consecuencia del pecado es que encuentro obstáculos a cada paso, y sufrimientos en cada uno de esos obstáculos. Dios no había hecho ni los obstáculos ni los dolores; éstos son el castigo de los pecados.

A pesar del pecado quedan todavía multitud  de placeres; pues, allí donde tengo un deber que cumplir encuentro instrumentos idóneos, y en esos instrumentos, con frecuencia todavía, el placer que me facilita su uso. Así, ¿por qué el placer de la familia? -Para facilitar a los padres y a los hijos el gran deber de la educción. ¿Por qué el placer de la amistad? -Para a dar a dos almas, unidas por sus vínculos, los impulsos para el bien. ¿Por qué el placer de la comida? -Responde al deber fundamental de la conservación del individuo. ¿Por qué el placer de la oración, de los sacramentos, de la meditación, y de todos los consuelos espirituales? -Responde al grande y santísimo deber de las relaciones con Dios, contribuyendo a aumentar el fervor. Así, siempre el placer responde a un deber, para facilitar su cumplimiento. Y el placer es tanto más intenso cuanto más importante sea el deber.

Este placer es verdaderamente una satisfacción, puesto que responde a una necesidad de mis facultades y satisface esa necesidad. Pero no es más que una satisfacción instrumental, de la cual debo servirme, y no una satisfacción final en la cual pueda descansar. Es un medio, no un fin. Cuando decimos que hemos sido creados para la felicidad y que la felicidad es el fin secundario de mi existencia, no se trata de la felicidad que puedan proporcionarme las criaturas: no hay en ellas razón alguna de fin para mí; mi fin está en Dios, mi felicidad final está en Él; las criaturas no contienen sino medios.

Equivocarse sobre el placer creado y vivir para gozar de él es desquiciar y trastornar horriblemente el plan divino. Ciertamente el placer es bueno, pero lo es cuando está bien empleado. Si abuso de él se convierte en el peor de todos los males y en fuente de todas mis aberraciones. Bien empleado hace santos; mal empleado hace condenados. Bienaventurado el hombre que sabe usar de él; desgraciado aquel que abusa. Todo placer que conduce a facilitar el deber es sano, fortifica y eleva. Pero si el placer contraría el deber se hace pernicioso, mortal, envilecedor. En el primer caso nutre virtudes; en el otro hace bestias.

El orden de mis relaciones con las criaturas

Tras lo dicho anteriormente, se concluye que el placer ha de estar subordinado a la utilidad. Y la utilidad mira hacia dos direcciones, al desarrollo humano natural, que es la utilidad humana, y la que coopera a mi desarrollo divino sobrenatural, que es la utilidad divina.  Ambas utilidades deben encadenarse y unirse a fin de no contrariarse.

La utilidad humana es la destinada al desarrollo de mi ser natural: desarrollo material de mi vida física, desarrollo virtuoso de mi vida moral, desarrollo racional de mi vida intelectual.

Las cuestiones que se relacionan con la protección, conservación y desarrollo de la vida material tienen su importancia, y son fuentes de obligaciones. Las múltiples preocupaciones económicas del trabajo, del comercio, de la industria, de la higiene, etc., son laudables en sí mismas, pues concurren a un objeto necesario. Ahora bien, y hemos de comprender, que si bien el interés material es el primero en el orden de las necesidades vitales, es el último en el orden  de la importancia y de la dignidad. Por tanto, el interés material debe estar subordinado y referido a los intereses que le son superiores.

Superior a la utilidad corporal, que supone todas las cuestiones relacionadas con la vida material,  es la utilidad intelectual y moral; de forma tal que la fuerza corporal debe servir a mi vigor intelectual, y mi vigor intelectual a mi energía moral, y las tres unidos y de acuerdo, llegar a la plenitud de su desarrollo.

La utilidad divina es aquella que coopera al desarrollo sobrenatural de la vida divina, al aumento de la gloria de Dios. El crecimiento natural de mi vida no puede terminar en mí, puesto que he sido hecho para Dios; por consiguiente, la eficacia natural de los medios criados debe estar subordinada a su eficacia divina.

Si las criaturas tienen la misión de desarrollarme, es con la mira a Dios. Si yo uso de ellas de un modo egoísta, deteniéndolas en mí, les arrebato su papel esencial. Puedo y debo ver en las criaturas instrumentos de mi aprovechamiento, pero siempre con la mira en Dios; pues debo amarlas por el provecho que a mi vida me reportan, pero según Dios.

He aquí, pues, el orden que hay que guardar en el uso de los instrumentos de mi vida. El placer, sometido a la utilidad; le utilidad humana, organizada según la dignidad de los intereses y referida a la utilidad divina. Es preciso que yo tome las cosas, y los goces de las cosas, para desarrollarme yo mismo y elevarme hacia Dios; es preciso que las criaturas y sus placeres produzcan en mí un movimiento de ascensión hacia Dios, y no una necesidad de descanso en mí o en ellas.

Las criaturas y sus goces no tienen por objeto más que hacerme crecer y descansar en Dios. Me sirvo de ellas y descanso en Él. Ésta es la ley del justo. Este el pan de Dios.

El orden esencial de la creación

El orden esencial de la creación es en primer término la gloria de Dios, único bien esencial, fin supremo de todo, que debe ser procurado por ella misma, en todo y ante todo. En segundo lugar, mi satisfacción en el cielo y en este mundo; bien secundario, subordinado y unido al bien fundamental, y que no debo procurar  sino en segundo término, conforme a la gloria de Dios, en ella y por ella. En tercer lugar, los demás bienes criados con su doble utilidad humana y divina, medios de los que debo usas finalmente, y ante todo, para gloria de Dios y en la medida en que a ella conducen. En cuarto lugar, las satisfacciones criadas, pura cualidad instrumental, pero exquisita delicadeza del Creador que ha querido, por medio de ellas, hacer fácil y rápido mi vieja hasta Él, a través de las criaturas. Tal es el orden esencial de mi creación, tal es la regla suprema de mi vida.

“Buscad ante todo el reino de Dios y su justicia, y todas las demás cosas os serán dadas por añadidura” (Mt. 6, 33). ¿Qué significa esto? Quiere decir la gloria divina y mi felicidad en ella. Este es el fin, doble y uno, hacia el cual debe orientarse mi vida, al cual debo consagrarme. Estoy obligado a aspirar a Él porque Nuestro Señor formalmente me manda que lo busque. Y me manda que lo busque ante todo, en primer lugar. No separa el reino de Dios de su justicia porque mi felicidad está unida a su inmensidad.

Las otras cosas son los medios, son lo múltiple, lo contingente, es lo que debe servir al fin. Esta vida es la lucha que debe conducirnos al reino de Dios; pero nuestra vida está sometida a necesidades. Pues bien, para esas necesidades dice el Salvador, todo os será dado por añadidura. Por vuestra parte buscad en primer lugar el reino de Dios y su justicia; esto ante todo, lo otro después; después, no en el orden del tiempo, sino en el orden de la dignidad.

Mi grandeza es que todo es para mí. “Todo se os será dado en añadidura”. Todo lo ha puesto el Señor a los pies de sus criaturas: “los animales domésticos y las bestias del campo, las aves que cruzan el espacio y los peces del mar que hienden las olas” (Sal. 8, 9). He aquí mi dignidad; estoy por encima de todo, poseedor de todo, dueño de todo: Dios ha creado todo para mí, ha puesto todo a mi disposición.

Todo esto no es todavía sino el lado pequeño de mi grandeza. Yo soy de Dios y para Dios: he aquí mi verdadera grandeza. Dios ha querido elevarme hacia Él, hacerme partícipe de su gloria y unirme consigo. Fuera de Dios nada hay bastante grande para ser mi fin. Él está infinitamente por encima de mí, y quiere que me eleve hasta Él en la medida en que me es dado alcanzarlo. Este es todo el objeto de mi vida: ir a Dios sirviéndome de las criaturas.

¿Cuándo comprenderé yo mi dignidad y la estimaré lo suficiente para no rebajarme jamás? Llamado a elevarme hacia Dios , ¿cómo descenderé hasta el animal?

Ave María Purísima.


3 respuestas a «¿Cuándo comprenderé yo mi dignidad?»

  1. Encontrar placer en el deber cumplido, debería formar parte de una buena educación desde niños. Ya de adultos, es muy difícil cambiar. Claro está que hoy va todo en sentido contrario; el placer se ciñe al móvil de última generación y poco más.

    » Este es todo el objeto de mi vida: ir a Dios sirviendo como el menor». Aunque lo de las criaturas hoy viene muy a propósito, cuando se pretende ensalzarlas en la misma medida en que se denigra a la raza humana.

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