Damnatio memoriae

Todavía recordamos como el mundo, el actual, que conste, se horrorizó y levantó en tormentas de indignación por la barbarie del ISIS en Siria, Irak y Afganistán al destruir monumentos, muchos milenarios, otros no tanto, por la furia fundamentalista de dicha organización terrorista.

Aunque se dice que las comparaciones son odiosas, e imposible comparar las bellezas de Palmira con las estatuas de Colón desde el punto de vista del patrimonio artístico y cultural, no por ello es evidente que la furia iconoclasta del ISIS no dista nada de la que anega tanto a los líderes como a los seguidores, conscientes o ignorantes, de lo “políticamente correcto” hoy tan en boga –y cada día más–, los cuales poseen las mismas dosis de enfermizo fundamentalismo que las de los terroristas del ISIS en su momento «querer aplicar los criterios éticos actuales al pasado significa carecer del sentido de la historia”. (Massimo D’Antoni).

Estatua de Edward Colston

Lo llamativo es que ahora los «nuevos bárbaros» que derrocan estatuas y monumentos son las vanguardias de la izquierda política y de lo “políticamente correcto”, el mundo liberal en general y la sociedad occidental casi toda ella, que no sólo no los condena y reprime –sí, reprime–, sino que otorga con su silencio cómplice o incluso lo celebra: “El derribo de la estatua de Colston ha hecho posible el debate público sobre nuestro pasado colonial. Quienes condenan las acciones disruptivas que desencadenan el cambio deben reconocer la violencia intrínseca del pasado» (Gurminder K. Bhambra en el New York Times sobre la estatua de Edward Colston –gran traficante de esclavos inglés del siglo XVII– arrojada al agua en Bristol, Reino Unido).

Lo que Bhambra ignora es que los alucinados de lo “políticamente correcto”, en su fundamentalismo, tan rancio y extremista como cualquier otro, no admiten que la historia debe investigarse, debatirse, estudiarse y enseñarse siempre en su contexto original, sin permitir jamás que se la apropien los que sólo poseen una visión sectaria, partidista y marcadamente ideológica de ella y, por extensión, del mundo. Porque si se permite, de las estatuas, tales seres inhumanos, que lo son por su fundamentalismo, “políticamente correctos”, pasarán pronto a llevar su furia iconoclasta contra todo lo demás: películas, libros, webs, etc., y quién sabe hasta dónde les llevará esa peligrosa e hipócrita forma de ver las cosas; todas, que conste, no sólo la historia.

Los actuales activistas «antirracistas», “anticolonialistas” y demás gentes de mal pensar y peor vivir, en su mayoría radicales y no tan radicales de izquierda, pero también no pocos liberales, que expresan su fundamentalismo contra las estatuas y monumentos de Colón, Fray Junípero Serra  y otros muchos, aplican algo que no es nuevo, pues ya fue utilizado en Roma:  damnatio memoriae o la «condena de la memoria», sentencia que se imponía, normalmente en casos muy graves, aunque no siempre, y sí la mayoría de las veces en el terreno político, por la cual se borraba del mapa de la historia, destruyendo todo vestigio suyo (estatuas, nombres grabados en piedra, etc.) a los así condenados.

En la gran y profética novela 1984 de George Orwell, se describe cómo para hacer desaparecer a alguien no bastaba, ni basta, con eliminarle físicamente, sino que había que hacerlo también de la memoria colectiva, es decir, que se le eliminaba, y se le debe eliminar, de todo, o sea, de los libros, periódicos, películas, etc., que se refieren directa o indirectamente, aunque se de pasada e incluso para ponerle mal, a la persona en cuestión; el pasaje clave de dicha novela sigue siendo lapidario “Cada registro ha sido destruido o falsificado, cada libro ha sido reescrito, cada imagen ha sido repintada, cada estatua y cada edificio ha sido renombrado, cada fecha ha sido cambiada. Y el proceso continúa día a día y minuto a minuto. La historia se ha detenido. Nada existe excepto el presente sin fin en el que el Partido siempre tiene la razón». Stalin fue experto en este tipo de actos, borrando a sus oponentes hasta de las fotografías.

Y es que los nuevos fanáticos de la censura no sólo desconocen la historia, sino que la desprecian «Entre los nuevos fanáticos de la censura, de la iconoclastia, de la quema de libros y películas, el pasado del arte, la cultura y el pensamiento no debe estudiarse, representarse, examinarse, criticarse, debe superarse, es decir, destruirse, cancelarse, purgarse, recontextualizarse, que es exactamente lo contrario de la contextualización correcta de un texto, de una obra, de una idea, de una palabra: eso es lo que normalmente se hace sin la necesidad de demoler estatuas como los talibanes con las de Buda o de Palmira» (Pierluigi Battista).

Porque no hay nada peor que un ignorante, y si lo es de solemnidad para qué hablar, porque son en ellos donde con mayor fuerza arraiga el fundamentalismo y, por extensión, la furia iconoclasta. Por ejemplo, los nuevos talibanes obsesionados con los «esclavistas blancos» no saben que «El comercio africano de esclavos negros, fue un invento musulmán, desarrollado por comerciantes árabes con la entusiasta colaboración de sus colegas negros, e institucionalizado con la brutalidad más despiadada siglos antes de que el hombre blanco pisara el continente africano y que continuó mucho después de que el mercado de esclavos en América del Norte fuera finalmente suprimido « (La cultura del lloriqueo, de Robert Huges).

En España sabemos mucho de ese fundamentalismo iconoclasta, de esa nueva damnatio memoriae, que de las estatuas de Francisco Franco pasó a todo lo relacionado con él, se prohíbe ya incluso mentarle y se amenaza con la cárcel a quien lo haga en lo más leve, habiéndose demonizado todo su tiempo que, increíblemente, se ha reescrito totalmente al revés y de forma absolutamente falsa calando hasta los huesos de niños y adultos, utilizándose como herramienta política para imponer un totalitarismo que no va a tener parangón en la historia de la Humanidad –y mira que los ha habido— y que no va a detenerse en él, sino que ya se extiende a toda nuestra historia –y que como Saturno devorará a los propios, como ya ha empezado a hacerse con Felipe González que, dicho sea de paso, se lo tiene bien merecido– y, después, o ya, en realidad, a la propia España como tal, a la cual, en su totalidad, se va aplicar la damnatio memoriae hasta hacerla desaparecer de la mente de todo ser humano, una vez que ya no la reconoce ni la madre que la parió.


Una respuesta a «Damnatio memoriae»

  1. No me creo que todo lo que está sucediendo en Estados Unidos sea fruto de la casualidad. Parece planificado, sea de antemano o sobre la marcha (aprovechando el primer «móstoles» que se produjo).

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