De jesuitas y chachas, de ricos y pobres, de nacionales y rojos

La decadencia de la Iglesia mundial y española, su pérdida de fe, que es la razón de tal declive y desbarre, viene de un poco antes del Concilio Vaticano II, pues no en balde éste fue consecuencia de aquello, porque de otra forma no se hubiera producido. En España, la cosa no fue muy distinta, bien que, debido a Franco y a aquella generación que tanto había sufrido por escapar de la quema marxista y de la Revolución que luego anegó a la propia Iglesia, el proceso se ralentizó hasta pocos años antes del fallecimiento del Caudillo; eso sí, desaparecido éste, el acelerón fue descomunal y sus consecuencias destructivas peores que en cualquier otro país de nuestro entorno; que ya es decir. Y es que ya se sabe que los españoles o no llegamos o nos pasamos.

Les voy a contar una historia verídica que me ha trasmitido hace no mucho una buena amiga… en realidad la única que poseo y en cuya amistad me honro y a la cual profeso un cariño especial, de corazón, porque es una gran mujer, toda una señora y una mamá coraje de las que ya no quedan.

Mi amiga es hija de padres «nacionales» de toda la vida, o sea, de «franquistas», vamos, de españoles de verdad, que tuvieron, no la suerte, sino la bravura, el pundonor, la habilidad y la capacidad de sacrificio dejándose los lomos para progresar después de haber sufrido lo indecible durante nuestra contienda 1936-39 en la cual los «demócratas» y «luchadores por la libertad», ya saben, no tuvieron problema alguno en quitar la libertad junto con la vida a varios de sus familiares. El caso es que a base de esfuerzo, para finales de los años cincuenta del siglo pasado la posición económica y social de los padres de mi amiga era muy, pero que muy buena, es decir, eran ricos; su padre era destacado arquitecto. Asimismo, como Dios manda y Franco impulsaba, la familia era numerosa de verdad, no como ahora con sólo tres hijos.

Pues bien, hace poco, mi amiga, aburrida y desesperada por el confinamiento domiciliario a que nos tienen sometidos esos dos «demócratas» y «luchadores por la libertad» que son Sánchez e Iglesias, se dedicó a ordenar viejos papeles familiares, encontrando no pocas maravillas.

Una de ellas fue una carta que su madre envió al diario Arriba, allá por finales de los cincuenta, en la que la mujer contestaba a un artículo que había publicado dicho diario –ojo, periódico del Movimiento– en plena «censura» antidemocrática, según nos hacen creer ahora, es decir, bajo la «opresiva dictadura» de ese «criminal» que fue el Generalísimo, en el cual, un jesuita, de cuyo nombre es mejor no acordarse –Belcebú le tenga en feroz caldera–, arremetía despiadado contra «los ricos» porque explotaban a las chicas de servicio que poseían, o sea, a las criadas, a las chachas; a las cuales, el mal pastor, afirmaba que sus «amos» esclavizaban.

Contra tal diatriba, la mamá de mi amiga, por entonces como he dicho rica y con dos chachas, explicaba al infame cura marxista, o sea, «demócrata», que la chicas venían de los pueblos más tirados en busca de mejor fortuna porque en ellos no la encontraban, con poca o nula cultura que las hacía fácil carne de cañón, y que, recogidas como criadas, como chachas, fuera en su casa o en el de sus amigas y conocidas de la alta sociedad, pasaban a cobrar un salario superior a la de la media de los trabajadores de entonces, a tener techo, comida y bebida gratis, agua caliente, día de descanso, vacaciones y además a recibir una instrucción que las preparaba para el día en que se decidieran a emprender su propia vida; además de todo eso las trataban cómo a uno más de la familia, pero literalmente, no sólo ella y su marido, sino también los chiquillos.

El caso es que mi amiga, además de caérsele las lagrimillas al ver algunas fotos de la época en la que aparecía con alguna de esas chachas, no se cortó un pelo en trasmitir a una de ellas, con la que aún mantiene contacto, señora ya mayor, el caso.

Y el caso es que dicha chacha le envió un whatsapp en el que le reconocía lo bien que sus padres la habían tratado siempre, lo mucho que le enseñaron, cómo la ayudaron en todo, en todo, oigan, en todo, y como recordaba emocionada el día en que salió, toda vestidita de blanco, de la casa de sus «terribles amos», camino de la iglesia para casarse con un tranviario que, como correspondía, era un poco rojete, con el cual pasó a vivir en… una casi chabola, casucha a la que sus «terribles amos» iban a visitarla con regularidad para interesarse por su situación, pues nunca se desentendieron de ella, así como por sus dos hijos, a los que la chacha sacó adelante con su esfuerzo y trabajo, y alguna ayudita a escondidas de dichos «terribles amos», en aquella España de Franco en la que todos, también las chachas y los tranviarios rojetes, progresaron día a día, de forma que el niño tuvo carrera universitaria, buena colocación e, incluso, ya con la «democracia», ha llegado a alcalde, y la niña, también con su carrera, a ganarse más que bien la vida gracias a su inteligencia y tesón.

Quede pues esta reseña histórica para ejemplo de lo que ya en los cincuenta eran los jesuitas, de que ya entonces la Iglesia desbarraba, de por qué ahora está como está o, mejor decir, que ya no está, de quiénes fueron aquellos «señoritos», aquellos «ricos», aquellos «fascistas» y de quiénes eran aquellas chachas, y de qué fue aquella España de Franco.

Como posdata les diré que mis padres, que eran de la clase media de la España «franquista» siempre pluriempleada, también tuvieron una chacha –que «heredó» mi madre de mi abuela cuando se casó–, que estuvo con nosotros toda la vida, que vivía en nuestra más que justa casa donde tenía su cuarto independiente mientras nosotros, familia numerosa, dormimos en literas hasta emanciparnos, que se sentaba a comer en la mesa con todos, y que un mal día, no muy mayor aún, que conste, sufrió un ictus que la dejó  fatal, de forma que, entonces, fueron mis padres los que pasaron a atenderla a ella, a servirla, hasta que la cosa fue imposible, llevándola entonces al pueblo granadino de origen siguiéndole pagando su salario y visitándola regularmente hasta que falleció, no habiéndola abandonado nunca porque era parte de la familia. Soy testigo de ello, pues aún recuerdo, porque me tocó a mí, la imagen de aquella buena mujer, de piernas cargadas de varices, caída en el suelo el día del jamacuco, así como por acompañar a mis padres en varias de las visitas, carretera y manta desde Madrid, sólo para verla.

Y no sigo escribiendo, porque voy a terminar ciscándome en la madre que parió a más de un jesuita, «demócrata» o «luchador por la libertad» de entonces y de ahora.


Una respuesta a «De jesuitas y chachas, de ricos y pobres, de nacionales y rojos»

  1. Qué bueno el artículo, y qué buena la forma en la que está escrito.
    No sabía eso de que los ferroviarios de entonces son rojetes (ahora rojetes son todos, los ferroviarios y todas las demás profesiones, incluido el Comandante General de Ceuta), me ha hecho pensar, porque mi abuelo materno era ferroviario y era rojete.

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