¿De nuevo el irremediable ocaso de Occidente?
Y decimos de nuevo porque ya hubo uno, el del imperio romano, al fin y al cabo el Occidente de entonces, el primero.
Tras la II Guerra Mundial, Occidente no ha cosechado nada más que fracasos, especialmente militares. Corea, Vietnam, el canal de Suez, Argelia, la «primavera árabe» y ahora, por no alargar, la debacle afgana que ha sido el acabose hasta en las formas.
Al tiempo, Occidente ha alcanzado las mayores cotas de avances tecnológicos jamás nunca ni siquiera sospechados; los móviles y GPS son, entre otros, el no va más por ahora.
Junto con todo ello, Occidente ha llegado a cotas de corrupción y degeneración jamás tampoco vistas… ni entre los romanos.
¿Estamos por tanto ante un nuevo ocaso de Occidente? Frente a nuestra laxa y degenerada forma de vida, que chorrea debilidad por los cuatro costados, cuya seña de identidad es el «diálogo» de sordos y de besugos, y la «negociación» cediendo un poco, para ceder poco a poco hasta cederlo todo, mostrando nuestra disposición a pagar con tal de que se nos conceda un minuto más de disfrute de nuestra decadencia, los nuevos bárbaros asoman por nuestras fronteras con los ojos inyectados de envidia y odio.
¿Quiénes son esos nuevos bárbaros? El denominado marxismo cultural patrocinado por los traidores de toda calaña de… dentro, claro está, pues los traidores siempre son de dentro. Esas masas de inmigrantes a los que se trae, se favorece y mima y luego dejamos enseñorearse de todo lo realizado desde hace siglos por nuestros antepasados. El islamismo, todo él radical. La imperialista China, todavía y por siempre comunista. Y todos aquellos que reniegan de nuestra cultura y civilización, la católica –el apelativo «cristiano» está devaluado al incluir a los que no lo son por seguir a un Cristo capitidisminuido–, que expanden sus pestilencia moral por doquier excitando las más bajas pasiones humanas y envenenándolo todo. Así las cosas, los valores occidentales andan al revés, aceptando e incluso imponiendo lo anormal como normal y viceversa, dejándonos indefensos, inermes, ante la invasión bárbara.
Y es que hoy, Occidente, como aquel romano, se caracteriza por su relativismo cobarde y suicida; el aborto; la drogadicción; el materialismo; la abulia existencial; la degeneración sexual; la eliminación del improductivo por la eutanasia; el disfrute y el ocio como esencia y derecho fundamental; el trabajo como castigo; la irresponsabilidad; el suicidio como primera causa no natural de muertes; la soledad de los mayores y no tan mayores; la corrupción política, funcionarial, empresarial y de los asalariados; la destrucción de la familia como núcleo fundamental de la sociedad; la desaparición de la autoridad; la mediocridad cultural e intelectual; la ignorancia; el egoísmo; la pasividad… y lo más importante: el distanciamiento del único Dios verdadero y la constante conculcación de sus mandamientos, o sea, la descatolización y consecuente paganización de nuestra civilización.
Vamos cediendo poco a poco y al final lo cederemos todo. Dejaremos de creer en la persona, en el ser humano como bien absoluto a defender desde su concepción hasta su muerte natural; la política como deber y servicio público; la libertad e igualdad de oportunidades; la propiedad privada; la economía de mercado y el comercio y la prosperidad como bases; la verdad, el bien y la belleza; la patria como unidad de destinos en lo universal; en Dios, como fuente y fin de todo lo creado, también de cada uno de nosotros, ante el que un día, todos, creyentes y no creyentes, nos hemos de presentar para someternos a su inapelable justicia una vez que Su misericordia, concretada en todos y cada uno de los días que nos haya concedido de vida para caminar con Él hacia Él, se hayan agotado.
Basta mencionar la búsqueda de la verdad como ideal para que surja el griterío ensordecedor de los «humanos» voluntariamente convertidos en bestias, que no creen que la verdad existe, y que es nuestro deber defenderla.
Por todo ello, nos sentamos a «dialogar» y comer con nuestros enemigos, los nuevos bárbaros, porque en definitiva, para este Occidente, todo es negocio, comercio, bienes, ocio y disfrute, sociedad del bienestar, «alianza de civilizaciones» –en el caso concreto de España «nación de naciones»–, todo, en realidad pura ignominia, trampa, cadalso en el que los nuevos bárbaros nos han de cortar un día la cabeza sin piedad.
Este es nuestro gran y decadente Occidente que, en su estúpida e infinita soberbia, pretende ser superior a quienes imponen el burka a sus mujeres o lapidan públicamente a las adulteras. Que envía su tropas para imponer una «cultura», una «civilización», que se cae a trozos ante la mirada de los bárbaros que esperan sentados a las puertas de sus casas hasta ver pasar nuestros cadáveres, momento en que se harán con lo poco que aún quede por quitarnos, porque para entonces ya les habremos dado prácticamente todo.
¿Y nuestras generaciones futuras, en realidad inmediatas? Pasto de esa decadencia, mal educados en lo peor de nuestra degeneración, banales, holgazanes, desnortados, estúpidos y egoístas hasta el colmo, que nadie lo dude, porque como aquellos jóvenes romanos se pasarán al enemigo, al bárbaro, desde el primer instante con tal de… vivir aunque sea como esclavos.
Este, y lo siento, no es un artículo optimista. Occidente está, de nuevo, en su ocaso. Aquel otro, el romano, tardó casi 300 años en llegar a su final, y hoy aún escarbamos para intentar conocer la mayor parte de lo que fue. Lo que vino después tardó aún más siglos en salir de los escombros, aunque, eso sí, gracias al catolicismo, entonces todavía cristianismo, lo consiguió y con creces. Pero si tenemos en cuenta que segundas partes nunca fueron buenas, mucho nos tememos que si no reaccionamos en el sentido opuestos a lo denunciado hoy aquí, de este Occidente no quedará ni las ruinas y lo que venga después, salvo que Dios lo quiera y le dé por imponernos el final de los tiempos y echar el telón, su renacer será imposible porque la caída de este «segundo imperio occidental» habrá sido definitiva; recuerden que todo el norte de África jamás volvió a recuperarse de aquella debacle.

Yo añadiría también el animalismo-veganismo, como otro jinete del Apocalipsis que es, hijo bastardo del marxismo cultural y del proyecto de ingeniería social auspiciado por el NOM.
El animalismo y el veganismo son inseparables, porque el objetivo del movimiento animalista no es la protección de los animales realmente (trataré de explicar brevemente en esta nota por qué entiendo que es así), y sí la implantación de un modelo alimentario en que no haya un solo producto de origen animal, ya sea miel de abejas, ya sean huevos de aves, o leche de rumiantes.
Si por ellos fuera (si gobernaran en España con mayorías absolutas, pongamos, ¡Dios nos libre!), acabarían prohibiendo todas las tradicionales relaciones del hombre con los animales en que aquel ha usado de estos para procurarse alimento, leche, huevos, protección, guardia y defensa, cabalgadura, compañía, distracción, ocio… Prohibirían hasta tener canarios o jilgueros en una jaula con que alegrarnos con sus cantos; la colombofilia y la colombicultura quedarían prohibidas; la equitación y en general la montura sobre animales equinos y camélidos.
Todo lo cual provocaría mínimo tres debacles de alcance planetario. A saber: debacle económica, ecológica y cultural.
Vamos con lo prometido. ¿Por qué acabamos de afirmar que el animalismo es en verdad un falso ecologismo que al cabo no protege a los animales? Un ejemplo: si se prohibiera en España y en todo el mundo la tauromaquia, que es lo que pretenden estos chalados, desaparecería el toro de lidia. Y las dehesas en que se cría el toro bravo desaparecerían (en España, el 1 por ciento del total de tierra cultivable), con el resultado de la práctica desaparición de esos ecosistemas. Otro: si se prohibiese la caza en España, como pretenden estos totalitarios, tontos útiles de la Agenda 2030 del NOM, especies cinegéticas como el conejo, la liebre, la perdiz, la codorniz, los cérvidos, el jabalí, principalmente, se acabarían reproduciendo como «plagas», con el consiguiente estrago que pudieran ocasionar a los cultivos. Esto supondría por cierto un aumento exagerado de los lobos, por ejemplo, al comprobar estos que hay más caza que cazar, etcétera. Total, lo obvio: desequilibrio en los ecosistemas.
Pero sobre todo es que el animalismo es una majadería, pues el hombre SÍ TIENE tiene pleno derecho a cazar animales, ya sea que estos son fruto de sueltas o de repoblaciones. El hombre (varón y hembra) tiene derecho a cazar animales, dentro de un orden, una sensatez, una legislación que se cumpla, una cordura, un respeto a la naturaleza y a los propios animales, que no han de sufrir maltrato injustificado o trato vejatorio. Solo que en todo caso, los que no tienen derechos son los animales, en contra de lo que reivindican los animalistas, porque los animales carecen de deberes al no ser sujetos morales.
En este país donde la estupidez capa los poderes del Estado, un lobo a una cabra tiene más derechos que un niño en el seno materno. Así de claro.