De Viñas y Marcas: a propósito de la profanación del Ausente
NOTA.- Para la lectura de este excelente y clarificador artículo téngase en cuenta que Ángel Viñas aprobó las oposiciones a catedrático de Economía en Valencia en Agosto de 1975, de forma que para ocupar su cátedra tuvo que jurar lealtad a los Principios Fundamentales del Movimiento entonces en vigor, la mayoría de los cuales era puramente joseantonianos.
No, estimado lector, no, este pequeño artículo no versará sobre un caldo especial de la Rioja o de la Ribera del Duero. En absoluto, aunque las normas de memoria histórica hayan adormecido a muchos bebedores de noticias hasta tal punto, que hasta algunos ingenuos doctores presentan síntomas altos de alcoholemia, pues si no fuera así, no cabe entender las insensateces y estupideces que pregonan últimamente.
La Real Academia de la Lengua –que con el tiempo terminará siendo Republicana, como la Guardia Civil en la pasada guerra civil- define el vocablo viña, como terreno plantado por muchas vides. Pero si nos fijamos en algunas expresiones coloquiales que posee dicha palabra, la significación académica es muy variable: cuida la viña; de todo hay en la viña del Señor; tomar las viñas; como por viña vendimiada; de mis viñas vengo, etc.
La Real academia nos define la palabra marca de varias formas; en concreto, hasta trece distintas, pero estará de acuerdo el lector que tome solo dos para el caso que nos ocupa: como “el mejor resultado técnico homologado en el ejercicio de un deporte” o como “acción de marcar”.
En cambio, la Real se muestra tajante en definir el verbo transitivo profanar, de dos únicas maneras: tratar algo sagrado sin el debido respeto, aplicándolo siquiera a usos profanos o deslucir, desdorar, deshonrar, prostituir y hacer uso indigno de cosas respetables.
Y por ausente, la RAE entiende la persona que está separada de otra persona o de un lugar o que no se sabe si aún vive o se ignora dónde está.
Pues bien, a tenor de lo expuesto, cabe poner en duda si debiera considerarse ausente al fallecido José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia [apellidos con Historia, sin duda], al estar enterrados sus restos hasta la fecha en la basílica del Valle de los Caídos; pero lo que parece indudable es que se está completando una profanación evidentísima. Efectivamente, no es un delito al uso, merced a una norma –que extingue la memoria y la democracia, pese a llevar decorados tales pertrechos formales – mas la extracción de su tumba, contemplada por muchos miles de españoles y extranjeros desde 1959, constituye un indiscutido deslucimiento, un exagerado desdoro, una burda deshonra, por qué no una vomitiva prostitución, y obviamente un uso indigno de una cosa respetable como es la sepultura de un asesinado.

Porque el mencionado personaje histórico no fue ejecutado tras un proceso con las garantías precisas; ¡qué va!…. Fue técnicamente masacrado. Primeramente, fue encerrado irregularmente en marzo de 1936, tras acceder una facción política al poder tras amañar todo un proceso electoral. Seguidamente, con pistolas en la mano y con todo tipo de amenazas, fue desposeído de su acta de diputado por Cuenca poco después, para que no pudiera reintegrarse en la vida parlamentaria. En tercer lugar, tampoco fue puesto en libertad en junio, cuando el Tribunal Supremo por sentencia resolvió que su partido político era perfectamente legal y que sus dirigentes debieran salir de prisión. Y, por fin, como todo el mundo conoce, excepto parece ser el diario Marca y el escritor Ángel Viñas, se le organizó un proceso específico para matarlo, hasta el punto que el ministerio socialista de Justicia, que dirigía por entonces un viejo terrorista, Juan García Oliver, le preguntó al fiscal Vidal Gil Tirado si podía “matarse jurídicamente” a José Antonio, contestando el fiscal afirmativamente.

Pues bien, para impresionar a un jurado sin cultura y dominado por el odio social de la época, el fiscal destiló podredumbre política a través los labios para obtener su martirio; que si el acusado vivía sin trabajar a costa del pueblo llano; que si había pactado con un Estado extranjero la cesión de plazas militares (lo que sí pretendieron dos ministros socialistas muy conocidos durante la guerra); que si defendía el capitalismo… y que si en el bando republicano se actuaba con el arma en la batalla y con la justicia en la retaguardia…
El consejo de ministros no quiso conmutarle la pena capital ni acceder tampoco al indulto, que había solicitado el consulado de Cuba. Fue, por tanto, el socialista Francisco Largo Caballero, el mayor responsable de su fusilamiento. Y ello no sólo por haber organizado el Gobierno un proceso especial para eliminarlo, sino también por no haber querido conceder la medida de gracia al reo. La sevicia de Largo Caballero se acrecienta inclusive, cuando este líder socialista había sido colaborador del Gobierno del padre de José Antonio, apenas diez años antes. Hasta tal extremo llegaba el fanatismo político de estos hombres…

Y, en cualquier caso, la sentencia de muerte del Fundador de la Falange no había por donde cogerla, en cuanto fue condenado por delito de rebelión militar; pero, el Código de Justicia Militar establecía en su articulado que para ser declarado rebelde una persona era menester que el procesado se alzara en armas; y muy mal podría incurrir José Antonio en dicha conducta, cuando se hallaba preso en la cárcel desde marzo de 1936…
Si a estas graves irregularidades procesales y políticas, unimos el carácter humano tan sobresaliente de José Antonio: persona caballerosa, elegante y cultivada; buena presencia física; excelente jurista y no menos parlamentario, la barbaridad que se cometió con su ejecución resulta indudable.
Insinúa Viñas que José Antonio fue un traidor por caldear el ambiente político durante la primavera de 1936, mediante atentados y altercados de sus afiliados, dependiendo de la Italia fascista. Pero para que esto fuera cierto no hay que admitir a pies juntillas los recuerdos subjetivos de Simeón Vidarte, Sainz Rodríguez u otros personajes parecidos, así como interpretar maliciosamente unos discutidos pagos que llegaban a la Embajada de Italia en París. La Falange cuenta en su haber con más de 130 muertos entre sus afiliados, antes de romperse las hostilidades bélicas y, curiosamente, un centenar de tales fallecimientos se produjeron a partir de febrero de 1936. Como es sabido, la Falange sería puesta fuera de la ley por el Gobierno del Frente Popular: en marzo, se encarcelan sus dirigentes principales y, en abril, todos los falangistas conocidos de las diferentes provincias… Al mismo tiempo, se priva gubernamentalmente de licencias de armas a las personas de orden que disponían de los permisos reglamentarios (por ello procesan al bueno de José Antonio…) dejando al pacífico ciudadano indefenso frente a pistoleros y sicarios revolucionarios. Con tales inconvenientes encima, cualquier fuerza política quedaría desarbolada e inoperante.

Pues bien, la Falange queda fuera de combate, si se me permite emplear esta expresión, pero contará, a partir de entonces, con un gran aliado, que, por supuesto, no es la Italia de Mussolini, sino una fuerza más convincente y cercana: el Ejército español… Son los oficiales y jefes militares quienes salvan a la Falange de quedar inoperativa, tras la ofensiva represiva del Gobierno contra ella y los atentados de los pistoleros de la izquierda revolucionaria. Basta simplemente para saber estas incidencias con haber hablado con los testigos de aquellos años o comprobar el número de jefes y oficiales que militaron clandestinamente en la Falange, como, por ejemplo, el futuro general Gutiérrez Mellado.
El papel de la Italia fascista en el advenimiento del Movimiento Nacional no ha de considerarse como fundamental, si se repasa la actividad desplegada en la España de Franco por su primer embajador, Roberto Cantalupo. Y, en todo caso, parece como si ya nos hubiéramos olvidado de la injerencia que una grandísima potencia extranjera sí tuvo en los asuntos de la España de entonces; y a la que una parte sustancial de la izquierda revolucionaria –sobre todo quienes dieron el plácet para matar a José Antonio- rendía pleitesía y servidumbre. Parece que nadie se acuerda de cómo actuaba la III Internacional en el mundo, siguiendo las directrices y recomendaciones de ese estado gigantesco que todos hemos conocido por su hermetismo y frialdad. Eso sí que era traición al país y así lo entendieron muchos jefes y oficiales, cuyo deber era defender la independencia de la patria de enemigos interiores y exteriores.
Más disculpa tiene la metedura de pata de un periodista deportivo, aunque sí es de marca y de récord, habida cuenta que el periódico de marras nació con todas las bendiciones de la Falange en el San Sebastián franquista de 1938. Más aún fue fundado por el falangista Manuel Fernández-Cuesta y Merelo, hermano del secretario de la Falange fundacional y albacea de José Antonio, futuro ministro y secretario general del Movimiento.
Por ende, es muy fácil echar pestes contra el fundador de la Falange, cuando dicha fuerza política carece de importancia en la actualidad, para congraciarse con las peripecias y astracanadas de un Ejecutivo en busca del electorado más extremista del país, olvidando los datos que acabamos de referir, así como los principios joseantonianos que se acataron o juraron o acataron para llegar a ser catedráticos o entidades relevantes bajo el régimen anterior.
En definitiva que es una viña dicha conducta, muy progresista por las utilidades que pudiera producir y que de todo hay en la viña del Señor.
Para ntvespana

El escritor Ángel Viñas accedió a la cátedra de Económicas, por la Universidad de Valencia, en el año 1975, cuando Franco aún vivía. Era imprescindible para ello, el prometer o jurar acatamiento a los Principios del Movimiento Nacional que, como es conocido, tenían mucho que ver con el pensamiento del difunto José Antonio. Curiosamente, años antes, su tesis doctoral fue calificada de sobresaliente, pero por un jurado donde formaba parte algún economista de clara ideología falangista, como era el caso del catedrático Juan Velarde. Son datos que vienen en el BOE y son bastantes conocidos. No se discute si el referido cumplió sus obligaciones militares por las milicias universitarias -pues ni lo sé ni me importa-, habida cuenta que el signo identificativo de estas milicias era el yugo y las flechas, o prefirió mezclarse con el pueblo llano y hacer la mili sin ninguna significación azul.
El innombrable A. V. al que se refiere el autor es uno de tantos pseudo-historiadores izquierdistas inmundos y despreciables, el más ¡¿reputado!?, cacareado y jaleado por la infecta propaganda izquierdosa junto al británico P. P. (a semejante escoria intelectual y moral le va a hacer publicidad la puerca que los parió), indistinguibles unos de otros en su desquiciado y vomitivo sectarismo, su mendacidad recalcitrante y nauseabunda, su odio enfermizo y encarnizado a España, su ignorancia (malintencionada, pero ignorancia al fin y al cabo) e ineptitud, y la saña delirante y enloquecida contra todos aquellos que no comulgan con su basura ideológica marxista, falaz, totalitaria, asesina y antipatriota.
Leer una sola página de este juntaletras, el «español» (solo de nacimiento, antiespañol como toda la mierda roja) más ¿prestigioso? -la chusma siempre entroniza al más vil-, es un auténtico suplicio, y un capítulo, una tortura insufrible, pero leer un libro entero de este escombro infame y abyecto es una gesta titánica o un martirio bíblico dignos del masoquista más curtido o del rojo más bermellón y abnegado.
El gran Pío Moa reparte bofetadas sin mano a diestro y siniestro en sus magistrales ensayos a esta horda de miserables terroristas de la pluma con una elegancia, una sutileza y una superioridad moral (real, ésta sí) que tendría que producir sonrojo a esta chusma (si tuviera un ápice de vergüenza y dignidad, algo utópico cuando nos referimos a estos hijos de Satanás), cuyo «modus operandi», como buenos rojos, consiste en el recurso único, permanente y mezquino al insulto, la descalificación, la ofensa, la injuria, la calumnia y la difamación más groseros y bochornosos, desde la primera hasta la última línea de cada uno de sus mierdosos y, por desgracia, numerosos panfletos.