Defensa de la fortaleza del matrimonio

El matrimonio es la institución social que crea un vínculo entre el hombre y la mujer, que son conyugues, concertada mediante ciertos ritos o formalidades legales, para establecer y mantener una comunidad de vida e intereses y que es reconocida por la ley como familia.

En las sociedades actuales existen dos formas principales de matrimonio: matrimonio civil y matrimonio religioso. En el primer caso son las leyes del Estado las que establecen los derechos, deberes y requisitos, mientras que en el segundo caso son las normas o costumbres de la religión bajo la que se celebra. La coexistencia de ambas formas y el reconocimiento de su validez varían de acuerdo a cada sociedad.

Para la Iglesia Católica es un sacramento por el cual un hombre y una mujer se vinculan perpetuamente con arreglo a las prescripciones de la Iglesia en una íntima comunidad de la vida y del amor conyugal, creada por Dios y regida por sus leyes, que se establece sobre la alianza de los cónyuges, es decir, sobre su consentimiento irrevocable.

Un buen matrimonio debe basarse en el respeto mutuo, confianza y fidelidad de ambos conyugues.

En diversos momentos de la historia y en lugares diferentes, se ha universalizado la exigencia del libre y pleno consentimiento de los contrayentes para contraer matrimonio, como uno de los derechos humanos fundamentales.​ Con respecto al género de los contrayentes, en los últimos años ha salido a flote una de esas extrañas contradicciones de los liberales es que ellos pueden cambiar su posición cuando les conviene.

Y así, fue en los años sesenta que comenzaron su brutal ataque contra el matrimonio. Las feministas odiaban la institución, porque decían que las “esclavizaba”. La liberación sexual debería extenderse a quienes lo quisieran.

Todo fue hecho para quitar el prestigio y la estima de esta querida institución, base de la sociedad y del bienestar. Pronto se puso de moda que las parejas vivieran juntas, que los “matrimonios de hecho” y el “matrimonio” entre personas del mismo sexo se legalizasen, etc. Los resultados son bien conocidos.

La institución del matrimonio ha sufrido un daño inmenso. Vemos las consecuencias del amor “libre” en la proliferación de hogares monoparentales, divorcio, aborto, las prácticas anticonceptivas, enfermedades de transmisión sexual y los estilos de vida sexual con desvíos de todo tipo.

La única forma en que el matrimonio puede defenderse valientemente es no ceder e insistir que es una unión permanente, excluyendo cualquier otra. Maridos y esposas valientes han resistido al ataque del amor “libre” de la revolución sexual y, aunque maltratado por la guerra cultural, el estandarte sagrado del matrimonio sigue flameando en la fortaleza a pesar de todo.

Ahora parece que aquellos que eran tan anti-matrimonio se han convertido en pro-matrimonio.

Cuando el matrimonio se convierte en un obstáculo insalvable para la agenda sexual revolucionaria del amor “libre”, los liberales no tienen ningún problema en convertir el matrimonio en una institución que promueva su agenda, bajo la forma de un “matrimonio” homosexual.

Los mismos que llamaban al matrimonio esclavitud en los años sesenta, está ensalzando las maravillas del “matrimonio” homosexual.

Es por eso, la misma gente que promueve toda la gama de posiciones revolucionarias en materia sexual, está ensalzando las maravillas del “matrimonio” homosexual.

Los que llamaban al matrimonio esclavitud en los años sesenta, ahora insisten en su “derecho” a casarse.

Ellos no han cambiado sus posiciones sobre el aborto, la anti-concepción, el divorcio o el amor “libre”. Todavía apoyan con entusiasmo estas posiciones contrarias al matrimonio.

Vemos a esos liberales huyendo de la castidad, de la abstinencia, de la modestia y de la virginidad como los murciélagos huyen de la luz.

Sin embargo, ellos toman esta nueva posición porque saben que, mientras el estandarte sagrado del matrimonio indisoluble ondee en la fortaleza, la sociedad reconoce que la moral sigue existiendo.

Mientras la moral aún exista, el programa del amor “libre” encuentra un obstáculo que los liberales encuentran insoportable. De ahí los ataques a la cristiandad.

Es por eso quieren destruir la fortaleza no desde el exterior sino desde dentro. Tratan de eliminar los límites de exclusividad que hace que el matrimonio sea lo que es. Esa exclusividad que marca el patrimonio como una unión fructífera y permanente de un hombre y una mujer, deberá ser inclusiva y estéril.

Está en la naturaleza de las pasiones desenfrenadas el no aceptar ninguna restricción y condenar toda moralidad. Así, los nuevos “defensores” del matrimonio no estarán contentos hasta que el estandarte sagrado del matrimonio indisoluble sea abatido y la bandera del arco iris sea puesta en su lugar.

No estarán satisfechos hasta que toda y cualquier relación sexual, “géneros” y estilos de vida sean aceptados. Es decir, nunca serán felices, porque nunca la sexualidad desenfrenada trae la felicidad, sino sólo frustración, ansiedad y desilusión.


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