Del Cerro de los Ángeles a Cerro Pelado: sic transit gloria Hispaniae

El 30 de mayo pasado se conmemoró ―es un decir, porque solamente una pequeña parte del pueblo español se enteró de la efeméride, totalmente silenciada en los medios de comunicación― el centenario de la consagración de España al Sagrado Corazón, realizada por Alfonso XIII en el cerro de los Ángeles, al pie del monumento al Sagrado Corazón que se levantaba allí. Al acto asistió la familia real, el gobierno en pleno, y un elenco de autoridades civiles, militares y religiosas.

Aquella consagración por parte del rey Alfonso XIII, quien se consideraba «católico, apostólico y romano», levantó un airado coro de protestas entre masones e izquierdistas. Como un «acto bochornoso y peligroso» lo calificó Julián Besteiro, mientras que Pablo Iglesias Posse  lo denunció manifestando que «la locura ha hecho presa en nuestros gobernantes». Se dice que la masonería invitó a entrar al Rey, pero que éste se negó, y le advirtieron de que si hacía la consagración, perdería el Trono: eso fue lo que sucedió.

Este hecho histórico es una buena ocasión para comparar a Alfonso XIII con los dos borbonísimos que descienden de él, Juan Carlos «El Campechano», y Felipe, «El Laico», comparación que es un verdadero paradigma para comparar la España de 1919 y la que sufrimos 100 años más tarde ―y dejemos este experimento circunscrito a la personas de los Reyes, porque si metemos en ella a la «Leti», esto podría estallar por los aires―.

Si la esencia de la hispanidad es su raíz católica, pueden considerarse verdaderas traiciones a la Patria la apostasía, el agnosticismo, el laicismo y el anticlericalismo cuando los que portan estos contravalores son los representantes de las más altas esferas de España. A lo largo de nuestra historia, la monarquía ha formado un todo indisoluble con la catolicidad… hasta que llegaron Juan Carlos I y Felipe VI. El progenitor disimuló algo, pero su retoño ha abdicado clamorosamente de la fe católica.

¿Cómo se conocerá el día de mañana a este otro borbonísimo? En mi opinión, el calificativo que mejor le cuadra es Felipe «el laico». Cuando fue entronizado rey, no hubo misa de coronación, ni juró su cargo ante una Biblia o un crucifijo, aunque, como hizo juramento, es de sospechar que indirectamente lo hizo ante el Altísimo. Tres días más tarde, organizó una misa privada en la capilla de la Zarzuela, y su primer viaje oficial fue precisamente al Vaticano.

Estos episodios posteriores a su coronación podrían hacer sospechar que Felipe optó por una ceremonia laica para ajustarse a los dictados constitucionales, pero esta hipótesis no se mantiene en pie si se tiene en cuenta que el acomodo con el laicismo ha sido sin duda una de las obsesiones de la Casa Real, hasta el punto de que su jefe, Jaime Alfonsín, ha dejado claro que deben desaparecer curas, bendiciones y cualquier referencia a la religión en cualquier inauguración o acto en el que participe Su Majestad. Da igual que en el organizador sea una institución católica no, el caso es que a Felipe y a la «Leti» les da verdadero pavor dejarse fotografiar con curas —la «Leti»… ay, Dios mío, ¡vaya reina!: progre, roja, protopodemita, atea, republikana… y hay más cosas, de las que no quiero acordarme—.

Una de las rarísimas ocasiones en las que la parejita se fotografió con curas fue con motivo del discurso que Felipe dirigió a la Conferencia Episcopal española por su 50 aniversario. De hecho, era la primera vez que rompía con su anatema contra los curas. Sin embargo, su discursete estuvo enfocado hacia el sentido humanitario y filantrópico de la Iglesia, convirtiéndola así en una ONG más, por lo cual algunos comentaristas dijeron que su parrafada tenía tufo masoncete. Su idea central fue que «Más allá de las creencias de cada uno, se debe tender hacia la paz […] orillando aquello que genera división y discusión».

Y es que Felipe ya apuntaba maneras desde su misma condición de Príncipe de Asturias. Por poner un ejemplo, durante la inauguración el 17 mayo de 2011 del centro de investigación CIMA, dependiente de la Universidad de Navarra, pusieron como condición para asistir que no hubiera ningún sacerdote para bendecir las instalaciones. Ante esta exigencia, el obispo de Pamplona tuvo que ir unas horas antes para proceder a la bendición.

¿Será por la aconfesionalidad que proclama la Constitución por lo que tenemos a «Felipe el laico»? ¿Será por el agnosticismo de la Leti?  Sin embargo, a la presunta Reina no se la puede considerar ninguna traidora, ya que su verdadero talante estaba a las claras, así que hay que concluir que Felipe la eligió justamente por su corrupta ideología progre, roja, republicana, atea, feminista, etc. Otra traición al legado de un país que tuvo como reina eximia a Isabel la Católica.

Sin embargo, más que «El laico», su apodo más exacto sería «El jarretero»: en su viaje al Reino Unido en julio de 2017, Felipe VI fue nombrado por la reina Isabel segundo Caballero Extranjero de la Nobilísima Orden de la Jarretera, fundada en 1148 por Eduardo III, a la cual sólo pueden pertenecer la realeza británica y 24 caballeros —nombrados directamente por el monarca— que hayan destacado «por su servicio al Reino Unido». Servicio, claro, por parte de un monarca que jamás ha mentado a Gibraltar como reivindicación española, traición en la que no está solo este borbonísimo, porque la comparten absolutamente todos los ineptos políticos de nuestra pesunta democracia.

También Juan Carlos pertenece a esta Orden, patrimonio de la casa Windsor. ¿Qué cuáles son las actividades de los jarreteros? Mejor correr un tupido velo, y que los lectores investiguen por su cuenta… Sólo diré, como pista, que la jarretera, aparte de ser una liga perteneciente a la lencería femenina, puede ser algo mucho más serio, de lo que ni quiero ni puedo acordarme…

Borbonísimo, que soporta sin pestañear las silbatinas al himno español, que aguanta humillaciones a su persona a a nuestra Patria, que acude a una feria de basurarte donde hay un ninot con su figura dispuesto para arder, que firma todos los pestilentes decretazos de un gobierno golpista, incluido el que contiene la profanación de la persona a la que su padre y él deben la Corona.

Que Felipe VI es un jarretero es del dominio público, pero lo que poca gente sabe es que ha ingresado también en la logia masónica Royal Alpha, dependiente de la Gran Logia de Inglaterra, logia a la que pertenecen gran parte de los miembros de la realeza, tanto europea como del resto del mundo.

Nada nuevo bajo el sol, pues también Juan Carlos es jarretero y masón de esa logia, como afirma el general Fernández-Monzón, usando como argumento que tuvo ocasión de ver la fotocopia de una publicación en la que figuraba la incorporación suya (en referencia al rey Juan Carlos I) a la logia Royal Alpha de Londres, apadrinado por el duque de Kent y por el rey Alejando de Yugoslavia: «Pienso a veces malévolamente en algún vínculo masónico. Si no, no comprendo por qué todo fue negociable, todo discutible, de todo se pudo hablar, menos de esto. ¡En aquel entonces, cuando Juan Carlos no era querido, ni respetado y además era joven!».

En 2018, tomando como pretexto la celebración del 40º aniversario de la legalización de la Masonería —en 1978, justo el año de la Constitución—, la Gran Asamblea de la Masonería Española  concedió, en «votación blanca y sin mácula» la medalla de la «Orden Masónica del Fundador con distintivo rojo a su Majestad el Rey Felipe VI —que ya habían concedido también a su padre—, por lo cual, junto a sus otros títulos, este Borbonísimo tiene ya otro más para su colección, el de Caballero de la Orden Masónica del Fundador de los Francmasones Antiguos, Libres y Aceptados de la Única y Reconocida Gran Logia de España, que es la más alta distinción que otorga «la secta».

No se tiene constancia de que haya rechazado ese «honor». Ante esto, cabe recordar los continuos pronunciamientos de la Iglesia en contra de la masonería, promulgando que quien ingrese en ella comete sacrilegio y está excomulgado «ipso facto», pudiendo ser absuelto únicamente por el Papa. Y es que, como vemos, estos dos borbonísimos deberían haber sido excomulgados por muchos motivos.

Por todo lo expuesto, era una quimera digna de un orate esperar que el «Laicísimo» renovara la consagración de su bisabuelo, digno representante como es de una España apóstata, laika, masonizada, descristianizada, lobotomizada por la ideología putrefacta del NOM.

Si Alfonso XIII consagró a España al Sagrado Corazón de Jesús el 30 de mayo de 1919, ¿a quién nos consagraría «Felipe el Laico», si quisiera hacerlo? Aunque, a decir verdad, sospecho que nuestra Patria ha sido consagrada a algo o alguien desde las funestas calendas del 75: ¿Adivinan a quién? ¿Lo habrá hecho con nocturnidad y alevosía en Monte Pelado, sede del Señor de las Moscas, de Bafomet el cornudo, y de ahí viene todo este lodo infecto de laicismo, toda la cochambre luciferina que devasta nuestra Patria? ¿Habrá oficiado de siniestro hierofante de toda la horda de políticos que han llevado a la España católica a este insoportable marasmo laicista?

Sic transit gloria Hispaniae: de la gloria divina del Cerro de los Ángeles, al apocalíptico hedor sulfuroso de «Cerro Pelado»: Dios salve a España.


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