Despilfarro de energías: mientras España se desangra
No sé cuánto llevamos ya desde que Perro Sánchez, con el apoyo de Podemos, los separatistas catalanes, el PNV y los bilduetarras (valga la múltiple redundancia) ganó la moción de censura a Mariano Rajoy, pero si no recuerdo mal fue a finales de mayo o primeros de junio de 2018, es decir ha transcurrido ya más de un año desde entonces. Después han venido las elecciones generales del 28 de abril 2019 donde el PSOE, para vergüenza de los españoles, ha sido la fuerza más votada, (indicios de pucherazo electoral dejados a un lado), aunque con un resultado muy insuficiente para formar gobierno por sí sólo, y después han venido las elecciones municipales, europeas y a casi todas las Comunidades autónomas del 26 de mayo.
Lo que venimos asistiendo durante todo este tiempo es al deplorable espectáculo de los políticos desgañitándose por trincar puestos y sillones. Mientas España se desangra en mil y un problemas, en mil y un peligros que la aquejan y la amenazan, y la van desgarrando sin solución de continuidad, los políticos están a lo suyo, a ver cómo se las componen para coger cuotas de poder. Mientras su población, la parte sana de la misma que calla y carga a sus espaldas con su cruz de cada día, asiste a este espectáculo miserable y bochornoso que refleja bien a las claras lo que es la realidad política de la España que nos ha tocado vivir: una maraña de intereses espurios y de vividores que están a su bola completamente, que los problemas de España y de los españoles están totalmente desatendidos y abandonados a su suerte con todos los políticos empeñados en reuniones y componendas para llegar a acuerdos sobre lo único que les importa que es encaramarse al sillón del poder, (lo de Pablo Iglesias mendigando Ministerios para asegurarse una paga vitalicia es para nota) si para eso hay que firmar acuerdos sin ninguna voluntad de luego cumplirlos, o si hay que vender el alma al Diablo (los que la tengan, naturalmente, porque muchos no pueden vender lo que no tienen) y pactar con los enemigos declarados de España como son los separatistas catalanes o los pro-etarras de Bildu, pues se pacta y se vende lo que haga falta, porque la mayoría no sólo están vendiendo a España sino que si tuvieran que vender a su propia madre también lo harían.
El espectáculo deplorable que está dando el PSOE-Podemos es tremendo, pero el que está dando Ciudadanos es para pedir no una bolsa sino dos bolsas para vomitar, porque con una no es suficiente. Y en medio de esta maraña de trileros una formación política como VOX asiste en solitario con su afán de regenerar la política, y en este sentido son un grajo blanco, una rara avis.
Viendo como vemos cómo funciona el sistema político, podemos comprobar, no sé si con horror o con asco, que lo primero no es el bien común (ni lo primero, ni lo segundo ni lo tercero no lo cuarto, …) el preocuparse por la gente, el trabajar para hacer una España mejor para los españoles, el buscar la prosperidad material para los españoles y otra prosperidad todavía más importante que es la prosperidad espiritual haciendo valer la Justicia como ideal ético y jurídico en una sociedad, y promoviendo la paz social sobre la base de algo que no existe en España desde hace mucho que son las leyes justas, la libertad para el Bien (porque las libertades que se reivindican ahora son libertades para el MAL a costa de prohibir la Libertad para el BIEN que es la verdadera Libertad y que en España está proscrita), la honestidad y la honradez como seña de identidad de los españoles y de una sociedad de personas honradas, sino que este afán no existe, ni siquiera ha quedado relegado al último lugar.
El sistema de lucha de partidos es tan erróneo en sí mismo que todas las energías y todos los tiempos para la acción de gobierno se gastan en las trifulcas, en las campañas de propaganda, en arrojar calumnias al contrario, en desarrollar el enfrentamiento permanente, sin que quede tiempo para nada más.
La acción de gobierno entendida como la dedicación al bien común, a ponerte a trabajar para el interés general, a detectar los problemas e ir planeando y abordando las soluciones, empleando a este afán todas las horas y todas los días y a los mejores, hace décadas que ya no existe en España. Ha pasado a la historia cuando los gobernantes llegaban al despacho a las 7’30 ó las 8 de la mañana, encendían la luz de sus despachos y se ponían a trabajar no un día esporádico al año, sino todos los días, sin perder el tiempo en otros cometidos estériles, y había un afán por hacerlo bien no para uno sino para la Nación entera, para la Patria como unidad de destino y para sus individuos como integrantes de ella.
Todo esto me ha recordado las palabras de José Antonio Primo de Rivera en el Teatro de la Comedia, en el acto Fundacional dela Falange el 29 de octubre de 1933. El pensamiento de José Antonio, es intemporal, pero esta parte del discurso, a la vista de lo que estamos viendo en España en este momento, es que parece que la haya escrito hoy mismo:
Cuando, en marzo de 1762, un hombre nefasto, que se llamaba Juan Jacobo Rousseau, publicó El contrato social, dejó de ser la verdad política una entidad permanente. Antes, en otras épocas más profundas, los Estados, que eran ejecutores de misiones históricas, tenían inscritas sobre sus frentes, y aun sobre los astros, la justicia y la verdad. Juan Jacobo Rousseau vino a decirnos que la justicia y la verdad no eran categorías permanentes de razón, sino que eran, en cada instante, decisiones de voluntad.
(…)Y como esa voluntad colectiva, esa voluntad soberana, sólo se expresa por medio del sufragio –conjetura de los más que triunfa sobre la de los menos en la adivinación de la voluntad superior–, venía a resultar que el sufragio, esa farsa de las papeletas entradas en una urna de cristal, tenía la virtud de decirnos en cada instante si Dios existía o no existía, si la verdad era la verdad o no era la verdad, si la Patria debía permanecer o si era mejor que, en un momento, se suicidase.
Como el Estado liberal fue un servidor de esa doctrina, vino a constituirse no ya en el ejecutor resuelto de los destinos patrios, sino en el espectador de las luchas electorales. Para el Estado liberal sólo era lo importante que en las mesas de votación hubiera sentado un determinado número de señores; que las elecciones empezaran a las ocho y acabaran a las cuatro; que no se rompieran las urnas. Cuando el ser rotas es el más noble destino de todas las urnas. Después, a respetar tranquilamente lo que de las urnas saliera, como si a él no le importase nada. Es decir, que los gobernantes liberales no creían ni siquiera en su misión propia; no creían que ellos mismos estuviesen allí cumpliendo un respetable deber, sino que todo el que pensara lo contrario y se propusiera asaltar el Estado, por las buenas o por las malas, tenía igual derecho a decirlo y a intentarlo que los, guardianes del Estado mismo a defenderlo.
De ahí vino el sistema democrático, que es, en primer lugar, el más ruinoso sistema de derroche de energías. Un hombre dotado para la altísima función de gobernar, que es tal vez la más noble de las funciones humanas, tenía que dedicar el ochenta, el noventa o el noventa y cinco por ciento de su energía a sustanciar reclamaciones formularias, a hacer propaganda electoral, a dormitar en los escaños del Congreso, a adular a los electores, a aguantar sus impertinencias, porque de los electores iba a recibir el Poder; a soportar humillaciones y vejámenes de los que, precisamente por la función casi divina de gobernar, estaban llamados a obedecerle; y si, después de todo eso, le quedaba un sobrante de algunas horas en la madrugada, o de algunos minutos robados a un descanso intranquilo, en ese mínimo sobrante es cuando el hombre dotado para gobernar podía pensar seriamente en las funciones sustantivas de Gobierno.
Vino después la pérdida de la unidad espiritual de los pueblos, porque como el sistema funcionaba sobre el logro de las mayorías, todo aquel que aspiraba a ganar el sistema, tenía que procurarse la mayoría de los sufragios. Y tenía que procurárselos robándolos, si era preciso, a los otros partidos, y para ello no tenía que vacilar en calumniarlos, en verter sobre ellos las peores injurias, en faltar deliberadamente a la verdad, en no desperdiciar un solo resorte de mentira y de envilecimiento. Y así, siendo la fraternidad uno de los postulados que el Estado liberal nos mostraba en su frontispicio, no hubo nunca situación de vida colectiva donde los hombres injuriados, enemigos unos de otros, se sintieran menos hermanos que en la vida turbulenta y desagradable del Estado liberal.
Y, por último, el Estado liberal vino a depararnos la esclavitud económica, porque a los obreros, con trágico sarcasmo, se les decía: «Sois libres de trabajar lo que queráis; nadie puede compeleros a que aceptéis unas u otras condiciones; ahora bien: como nosotros somos los ricos, os ofrecemos las condiciones que nos parecen; vosotros, ciudadanos libres, si no queréis, no estáis obligados a aceptarlas; pero vosotros, ciudadanos pobres, si no aceptáis las condiciones que nosotros os impongamos, moriréis de hambre, rodeados de la máxima dignidad liberal». Y así veríais cómo en los países donde se ha llegado a tener Parlamentos más brillantes e instituciones democráticas más finas, no teníais más que separamos unos cientos de metros de los barrios lujosos para encontramos con tugurios infectos donde vivían hacinados los obreros y sus familias, en un límite de decoro casi infrahumano. Y os encontraríais trabajadores de los campos que de sol a sol se doblaban sobre la tierra, abrasadas las costillas, y que ganaban en todo el año, gracias al libre juego de la economía liberal, setenta u ochenta jornales de tres pesetas.
JOSE ANTONIO PRIMO DE RIVERA
No he cortado esta última parte sobre la esclavitud económica, porque hay mucho de esclavitud económica en la España de hoy, con una tasa de paro terrorífica para quienes la padecen, con unas condiciones laborales abusivas, “medias” jornadas de 12 horas y sueldos de miseria porque los pobres ya no son sólo los que no tienen trabajo sino que lo son los que tienen trabajos en condiciones leoninas, las pensiones que no dan para vivir con dignidad después de haber estado 30 ó 40 años cotizando, y un largo etcétera incluido el problema de la vivienda. Nada de esto se resolverá jamás si los que tendrían que resolverlo están a lo suyo, en la trifulca permanente y en la maraña de intereses espurios donde el bien común no cuenta para nada, que es a lo que desdichadamente ha quedado reducida la política y la acción de gobierno en España.
