Cura misa guerra

Un capellán castrense

El testimonio es en su conjunto impresionante, directo, sin paliativos. Nos muestra al ser humano en toda su realidad. Nos acerca a los combatientes en toda su grandeza y, también, en muchos casos en sus miserias. Comprobamos cuán inmensa fue la labor de los capellanes castrenses, y que pena la de los rojos al carecer de ellos. Vemos brillar la fe, la esperanza y la caridad en niveles excelsos, precisamente en las más difíciles circunstancias.

diario camapañaTítulo: Diario de campaña (De un capellán legionario)

Autor: José Rogelio Caballero García S.J. (1899-1983)

Grande, ejemplar, ilustrativo y clarificador es este libro, un clásico tantas veces injustamente olvidado como justamente resucitado de ese olvido; lo mismo que su autor, el padre José Rogelio Caballero García, quien sólo en 1976 se decidió a dar a conocer el diario que había elaborado durante nuestra contienda 1936-1939 y que había mantenido en secreto, tal vez incluso en el olvido, y que decidió publicar una vez que veía no sólo que su querida Compañía de Jesús se hundía víctima de la crisis de fe más grande y grave de la historia de la Iglesia, sino que con ella se comenzaba a renegar de aquella cruzada de liberación nacional que tanto bien, mediante el sufrimiento, claro, había traído a España.

El autor va desgranando día a día sus vivencias durante la guerra en la que sirvió como capellán de la I Bandera de La Legión, sobre todo en la no por callada menos cruenta lucha en la Ciudad Universitaria madrileña. Gracias a su diario, nos trasladamos a aquel campo de batalla y gracias a la sinceridad y agudeza del autor nos vemos inmersos en ella junto a los combatientes de uno y otro bando, pues como sacerdote nunca desdeñó ejercer su labor espiritual y moral sobre unos como sobre los otros.

El testimonio es en su conjunto impresionante, directo, sin paliativos. Nos muestra al ser humano en toda su realidad. Nos acerca a los combatientes en toda su grandeza y, también, en muchos casos en sus miserias. Comprobamos cuán inmensa fue la labor de los capellanes castrenses, y que pena la de los rojos al carecer de ellos. Vemos brillar la fe, la esperanza y la caridad en niveles excelsos, precisamente en las más difíciles circunstancias. Llena de emoción ver al capellán recorriendo los puestos más a vanguardia para rezar el Rosario en plena noche; le vemos asistir a heridos a los que apenas quedan unos segundos de vida para arrepentirse; le vemos asistir a los condenados a muerte; le vemos jugarse la vida mil veces, sin por ello considerarse especial, para dar la extremaunción a los moribundos que se encuentran pillados entre los dos fuegos

misa guerraHay momentos sublimes, como el que relata el autor sin decirnos que por esa acción se le concedió la Medalla Militar Individual. El caso fue que en el frente del Jarama, el 20 de Febrero de 1937, uno de sus legionarios cayó gravemente herido fuera de las trincheras propias y tras varios intentos por retirarlo, dos legionarios que habían acudido en su auxilio habían caído también heridos. El autor acude a ejercer su sagrada misión despreciando todo el peligro, atravesando una zona muy batida por el fuego; tras asistir a uno de los legionarios en sus últimos momentos, es herido en un brazo y en el pecho, a pesar de lo cual logra arrastrar a otro de los legionarios hasta la trinchera; el tercero llegó a ella arrastrado a su vez por una cuerda que le lanzaron sus compañeros. No contento con lo hecho, el autor se negó a ser evacuado, alegando que más importante que sus heridas eran los auxilios espirituales que podría seguir prestando mientras el combate siguiera activo.

El P. Caballero falleció en 1983, viendo como España y su Compañía de Jesús tomaban caminos paralelos hacia sus respectivas perdiciones, siendo tal doble sufrimiento la última cruz que cargó en este mundo, dejando su diario convertido en libro como último servicio a Dios y a España.

Por ello, para que su deseo no quede baldío, y por su vibrante, real y edificante contenido, creemos que es de lectura obligada.

 


5 respuestas a «Un capellán castrense»

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