Dios es Verdad, Bien y Belleza; o sea, Amor

Fue Sócrates el primero del que conocemos que se preguntara sobre ¿qué es la belleza? contestándose mediante lo que podemos considerar que son las primeras formulaciones de los conceptos metafísicos de la belleza: unidad, perfección, armonía, orden y proporción.

“¡Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé! ” (San Agustin, Las Confesiones)

¿Quién es Dios? Pregunta donde las haya que todo ser humano, hasta el más mediocre y malvado se ha planteado al menos una vez en la vida. Y cuando decimos todos nos referimos tanto a los creyentes como a los no creyentes; muchas veces incluso los que se declaran ateos o agnósticos más que los otros.

Antes de la venida de Jesucristo ya hubo en el mundo pagano insignes cabezas que de una u otra forma intuyeron, bien que tanteando como cuando se camina en la oscuridad, la existencia de un Ser o Causa Suprema pleno de perfección. Y lo hicieron desarrollando en lo posible y dentro de sus condicionantes históricos y humanos tres de los más excelsos y nítidos atributos de Dios: suprema Belleza, supremo Bien y suprema Verdad.

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Sócrates

Fue Sócrates el primero del que conocemos que se preguntara sobre ¿qué es la belleza? contestándose mediante lo que podemos considerar que son las primeras formulaciones de los conceptos metafísicos de la belleza: unidad, perfección, armonía, orden y proporción.

Considerando que el conocimiento empieza por los sentidos y que en sus inicios la filosofía se orientaba a la visión del cosmos, Heráclito ya habló de una «armonía» cósmica; bien que aún de acuerdo con los términos del concepto de belleza de la Grecia Antigua.

Pitágoras consideró al círculo y a la esfera como las figuras más bellas, aunando el término belleza con el de «perfección».

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Platón

Para Platón, la belleza no debía ser únicamente estética. Por eso dio un paso más y no buscó la belleza en las cosas limitadas, sino en una causa más elevada. Platón llevó la definición de lo bello al orden metafísico, es decir, elevándolo a la belleza espiritual. Así, infirió que lo bello es lo que todo el mundo desea, identificando belleza con bondad; era la belleza ideal «platónica».

Platón proporcionó varias definiciones de belleza relacionándola con el bien, con la dimensión moral (la belleza conduce al bien en relación causa y efecto). El concepto de Platón sobre la belleza abarca tanto la física como la espiritual, la de los cuerpos y de los objetos artísticos, tanto como la de los colores y sonidos, como también la de las leyes, las actitudes morales, etc.

Platón relacionaba belleza con bondad, que para él son sinónimos. En El Banquete habla de la sublimación del amor, proceso por el cual el amor a un cuerpo bello ha de conducirnos a amar todos los cuerpos bellos y tras ello al amor de todas las cosas bellas y de la Belleza en sí que, tanto para Sócrates como para Platón, resulta idéntica a lo Bueno.

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Aristóteles

Aristóteles consideró sólo la belleza artística diciendo que era toda obra bien lograda para lo cual son requisitos imprescindibles el orden, la magnitud física y la unidad de las partes, agregando más adelante el término armonía, quedándose en la belleza como conjunto de tres términos: orden, magnitud y armonía. Para él la belleza era el «esplendor de una forma apoyada en una materia perfectamente proporcionada, en la justa medida, en la simetría”. Para Aristóteles es bello lo que por un lado nos agrada y por otro lado lo que es valioso por sí mismo. La belleza es buena, aunque no todo lo bueno es bello.

Más adelante, Plotino refutó a Aristóteles al decir «En verdad no hay belleza más auténtica que la sabiduría que encontramos y amamos en algún individuo, prescindiendo de que su rostro pueda ser feo, y sin mirar para nada su apariencia, buscamos su belleza interior”,  afirmando, como Platón, que la belleza está en la vida, no sólo en sus formas, sino también en algo que se esconde detrás de las formas y que identifica como «alma». La belleza no se encuentra en la forma, sino en su «resplandor». Todas las cosas, todas las formas, tienen luz, que es donde está su belleza, concluyendo que «La luz es el Bien».

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San Agustín

Para San Agustín «toda belleza es congruencia de partes, iluminada por una cierta claridad de color». San Agustín sigue los pensamientos de Platón y Aristóteles, diciendo que la belleza consiste en congruencia, armonía, unidad, integridad, estabilidad estructural y orden: «Orden es aquello por lo que actúan todas las cosas que Dios ha establecido». Anuncia la belleza como esplendor del orden, sin referirse solo a la belleza corporal, sino más aún a la inteligible, a la de la razón, y por ella a la divina: “Tolo lo que es, es bueno». Por lo tanto Dios, que es el ser absoluto, es máximamente bueno y bello.

Entre San Agustín y Santo Tomás de Aquino, surge la llamada «estética de la luz»: la luz como símbolo de la divinidad, lo que se refleja en los grandes ventanales de las catedrales góticas y en la gran importancia que se da a la belleza del color: «¿Hay algo más bello que la luz, que aún no teniendo color en sí misma, sin embargo hace aparecer los colores de todas las cosas iluminándolas?» (Hugo de San Víctor). Así, la estética medieval es principalmente teológica. La belleza se adaptó a la presencia poderosa del pensamiento cristiano y sirvió para expresar verdades cristianas.

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Santo Tomás Aquino

Santo Tomás de Aquino se refirió al concepto de belleza en términos similares: «a la definición de bello o hermoso concurren dos cualidades, a saber, la claridad y la debida proporción. Por eso, la belleza del cuerpo consiste en esto: que el hombre tenga los miembros del cuerpo bien proporcionados iluminados con una cierta luz o color», y añade al respecto: “Cada una de ellas (la proporción y la claridad) residen en la razón… y por ello en la vida contemplativa, que consiste en el acto de la razón, se encuentra por sí y esencialmente la belleza. «, para concluir: «Para que haya belleza se requieren tres condiciones: la integridad o perfección, la armonía como correcta proporción de las partes de un objeto, la claridad relacionando la belleza con la luz como símbolo de la verdad, por eso las cosas que tienen un color nítido se dicen bellas «. La integridad se refiere a la estabilidad estructural del objeto, un objeto roto o incompleto no puede ser bello. La espiritualización de la «claridad» tiene lugar sobre todo en la claridad del espíritu o en la luz de la razón. De la luz de la razón nace toda la claridad y hermosura de la virtud.

Santo Tomás llama bello a aquello cuya vista complace. Opina, que la percepción de la belleza es una clase de conocimiento. Para él belleza y bondad son lo mismo, aunque la belleza se dirige al intelecto y la bondad a los sentidos. Lo bueno es material, lo bello inmaterial, lo bueno hace desear y añade “aunque bueno y bello sean lo mismo en el sujeto… sin embargo difieren en la razón” ; lo bello se distingue de lo bueno por la razón.

El bien es lo que todos apetecen, pero no es bueno por eso, sino que es apetecido en cuanto es perfecto. La bondad no es el deseo que surge en nosotros, sino que es la perfección la que la provoca. Por eso las cosas no son buenas porque las queremos, sino que las queremos porque son buenas. Percibimos la belleza de las cosas con las potencias cognoscitivas ya sea con los sentidos o con la inteligencia (lo espiritual) o con ambas. Lo bello añade al conocimiento el agrado que resulta de conocer, por lo que podemos afirmar que la belleza es un tipo de bondad que satisface el deseo al contemplarla. La belleza no es tanto el agrado que produce al contemplarla, como conocer las propiedades que hacen grata su contemplación.

Mediante la contemplación captamos lo bello como bueno y gratuito y se percibe como un regalo. La belleza, por tanto, para Sto. Tomás, no está confinada al dominio de la realidad corpórea, sino que pertenece igual y materialmente al espíritu por ser un principio metafísico, de forma que la belleza no radica sólo en la sustancia, en la forma o en la acción, sino mucho más «en la razón en sí misma, y hasta podría decirse que aquí reside la proporción fundamental y la belleza más pura y la más verdadera».

La belleza estética y espiritual patrocina el arte, la música y los ritmos significativos de toda experiencia humana. La bondad comprende el sentido de la ética, moralidad y el deseo insaciable de perfección. La verdad es la base de la ciencia y la filosofía, y ofrece el cimiento sólido intelectual para el conocimiento. Y así, la verdad es belleza y bondad.

resurreccion 0Y entre medias de los paganos y los teólogos católicos como San Agustín y Santo Tomás, está la venida de Nuestro Señor Jesucristo quien dijo que Él era la Verdad, y del que dijeron que «pasó haciendo el bien» y nos predicó el Amor. De forma que en Dios se dan de manera infinita y suprema esa tríada excelsa que forman la Verdad, el Bien y la Belleza absolutas, las cuales se unen en una: el Amor.

Dios, que es Amor, es Verdad, Bien y Belleza. Contemplarle, meditarle, interiorizarle, es necesidad vital para el ser humano y debe ser práctica constate del hombre, porque hecho a imagen y semejanza de Dios, privilegio indescriptible, supone la existencia en nuestro ser de dosis de verdad, de bien y de belleza, o sea, de amor, las cuales, a pesar de nuestra fallida naturaleza, permanecen en nosotros a la espera de que, con la gracia de Dios, las cultivemos de manera que nos lleven hacia Él, cuya Verdad, Bien y Belleza nos atraen conscientes de que si Le alcanzamos, podremos completar las nuestras.

Dios es Verdad, Bien y Belleza supremas, por eso Dios es Amor. 


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