Don Juan Tenorio: vía de salvación
Confieso que soy un fanático, sí, como lo leen, de Don Juan Tenorio. Siempre me ha parecido una obra magistral en múltiples aspectos, comenzando por su primera línea cuando el protagonista está escribiendo en una taberna y oye a un grupo de gritones, de voceras, de horteras, de los que tanto abundaban en España entonces… y ahora son… legión, y, cabreado, exclama: «Mal rayo me parta si en acabando esta carta, no pagan caro sus gritos». Por cierto, palabra que cumple, porque nada más terminar la carta y dársela a Chuti, sale a la calle y se oye como arrea a espadazos con ellos.
Pero lo que siempre más me ha interesado de Don Juan es comprobar que, a pesar de que Zorrilla no era hombre de vida ejemplar, su obra denota un profundo conocimiento de nuestra Santa Fe. Ese saber que entonces tenían hasta los disolutos, pero que hoy han perdido no sólo las ovejas, sino también los pastores y por eso estamos como estamos.
Si leemos o vemos el Don Juan, son muchos los pasajes que nos incitan a pensar en Dios, en nuestro inexorable final, la muerte, y en el más allá.
Pero para mí en particular, hay un momento de la obra que me sabe especial, que además de lo dicho y de lo sombrío y a veces sórdido de la trama, me llena de alegría y esperanza. Es uno que suele pasar desapercibido para casi todos, por lo breve y rápido, en el que, casi al final, Doña Inés, llena de amor, ternura y deseo, le dice a un Don Juan desesperado, caído y deprimido, algo tan sencillo, tan simple, pero tan profundo como verdadero: «Un punto de contrición, da al alma la salvación».
Es magnífico. Es increíble cómo Zorrilla sintetizó en unas muy pocas palabras todo nuestro Evangelio. Es admirable, es una encíclica, una homilía, una catequesis y todo ello sublime.
Porque es verdad. La misericordia de Nuestro Señor es tan inmensa que en cualquier momento de nuestra vida, aún más en el último de ella, con un punto que tengamos de contrición nos perdona y nos salva; aunque, eso sí, debamos pasar por el Purgatorio.
Y, fíjense bien en lo que nos dice Don Juan, en el ejemplo que nos pone Zorrilla: tan sólo un punto, sí, un punto, el menor de los signos de puntuación, lo mínimo que podemos escribir, casi invisible, imperceptible. Pues bien, con tal de que de nuestra parte haya un punto de verdadera contrición, Nuestro Señor, presto, al «punto», nos perdona y salva. Magnífico ¿verdad? Maravilloso, también.
Así pues, no lo olviden, nos lo dicen en el Don Juan: «Un punto de contrición, da al alma la salvación». No lo dudemos, pues, y hagamos lo imposible por conseguir ese punto de contrición siempre que pequemos, pues nos dará la salvación, más aún si… en ese instante, como le ocurre a Don Juan, viene… el ladrón.

Muy bueno el artículo.