El Concilio Vaticano II y la Revolución
Las revoluciones han tenido, y siguen teniendo, un mismo fin: subvertir el orden que había hasta ese momento y crear otro nuevo. La revolución quiere “borrar” un sistema social o político creando otro totalmente nuevo. La revolución no quiere conservar nada de lo que hasta entonces había, quiere hacerlo todo “nuevo”, a gusto de los revolucionarios, diseñadores o arquitectos del nuevo orden.
El Concilio Vaticano II supuso una verdadera revolución, cuyo fin fue la subversión del orden hasta ese momento conocido y consolidado a través de siglos de historia y tradición. Sólo un Concilio universal podía hacer tal “revolución”. No se buscaba una reforma, una “actualización”, una “apertura”. Se pretendía una verdadera subversión del orden conocido hasta ese momento. ¿Por qué? Veamos.
Con el Concilio se subvirtió el orden jerárquico, el orden disciplinario, el orden litúrgico, el orden de fe y costumbres, el orden moral, el orden evangelizador. Todos estos ordenes tenían una propiedad en común; una propiedad exclusiva y genuina de la Iglesia de Cristo, una propiedad unida indisolublemente al mismo “ser” de la Iglesia católica. Propiedad que la caracterizó siempre: la autoridad.
La autoridad siempre estuvo unida a la identidad de la Iglesia católica. Era la autoridad proveniente de su conciencia de poseer la plenitud de la verdad de la salvación, y de la responsabilidad de cumplir la misión de nuestro Señor de predicar el Evangelio por toda la tierra. Pero esta autoridad de la que nunca hizo dejación la Iglesia era un impedimento total y absoluto para el Nuevo Orden Mundial masónico. Basta mirar a nuestro alrededor para ver como las mismas naciones han hecho dejación de su independencia en orden al NOM. No puede haber más autoridad que la derivada de tal orden mundial.
Al tiempo que los Estados han cedido su soberanía, al mismo tiempo han perdido autoridad, convirtiéndose en naciones títeres, manejadas por los grandes poderes supranacionales del NOM.
El Concilio Vaticano II vino para subvertir el orden que ha identificado milenariamente a la Iglesia. Con la creación de las Conferencias episcopales se subvirtió el orden jerárquico, perdiendo notablemente autoridad los obispos. Con el nuevo Código de Derecho Canónico se subvirtió el orden disciplinario. Notable fue la supresión explicita de la condena a la masonería, con la consiguiente pérdida de autoridad para condenar tal secta. Hoy vemos sus causas, entre otras tantas cosas. Con la reforma litúrgica de subvirtió el orden litúrgico, que ha supuesto la pérdida de autoridad en cuanto a la disciplina litúrgica. Con la supresión de infinidad de tradiciones piadosas de fieles, como asociaciones, cofradías, movimientos, etc., se subvirtió la fe y costumbres; lo que supuso la consiguiente pérdida de autoridad de aquel pujante movimiento de devoción popular. Con la falsa apertura y falso diálogo se ha subvertido el orden moral, consiguiendo un relativismo moral exasperante; que tiene como consecuencia una total pedida de autoridad moral de la Jerarquía eclesiástica. Con la libertad religiosa se subvirtió la acción evangelizadora de la Iglesia, que en la actualidad camina hacia una religión sincrética universal.
Hoy si algo caracteriza a la Iglesia católica es la falta de autoridad, la autoridad fruto de la conciencia de poseer la Verdad de la salvación. Lo que sí hay en ella es despotismo, autoritarismo para con aquellos hijos suyos que quieren permanecer fieles a la fe apostólica. Ya no encontramos en nuestra Iglesia el ejercicio de la autoridad para defender la fe, para defender la doctrina católica, para defender la justicia, para defender al débil; no encontramos tal autoridad porque ello implica alzar la voz con la amenaza, si es necesaria, del anatema.
La Iglesia católica vive desde el Concilio un constante estado de subversión. Así puede entenderse la realidad actual.

La Iglesia es de nuestro Señor Jesucristo, por eso no prevalecerán las puertas del hades. Otra cosa es el vaticano, que siempre ha tenido cizaña, y ahora se ha extendido bastante.
No cabe duda de que el autor del artículo no es el más ferviente simpatizante del CVII.
Bueno, lo expuesto en el artículo es una opinión, y desde luego que este Concilio ha suscitado muchas reacciones, a favor y en contra.
Una cosa que se afirma en el artículo y que de ser cierta me hubiera preocupado mucho, ya que daría razón a las tesis del articulista es cuando se dice que:
“Notable fue la supresión explicita de la condena a la masonería, con la consiguiente pérdida de autoridad para condenar tal secta.”
Varios documentos oficiales del Vaticano, así como opiniones autorizadas, se refieren a este tema y aclaran dudas.
En el digital “Religión en Libertad” del 25 de marzo de 2015 se incluye la siguiente declaración del cardenal Ratzinger:
“El juicio negativo de la Iglesia sobre las asociaciones masónicas permanece sin embargo inalterado, porque sus principios siempre han sido considerados irreconciliables con la doctrina de la Iglesia, y la inscripción en estas asociaciones permanece prohibida por la Iglesia. Los fieles que pertenecen a las asociaciones masónicas se hallan en estado de pecado grave y no pueden acceder a la santa comunión”. (Cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, 26 de noviembre de 1983).
(Fuente: ¿Castiga el actual Código de Derecho Canónico la pertenencia a la masonería o no lo hace? – ReL (religionenlibertad.com))
Y también son significativas las palabras del sacerdote y experto en masonería D. Manuel Guerra en una entrevista publicada el 23 de noviembre de 2006:
“Hoy por hoy, hay quien afirma que, debido al paso del tiempo y a la evolución de la masonería, así como de la Iglesia, las relaciones entre ambas han cambiado. Sin embargo, el profesor Guerra lo niega rotundamente: «El juicio de la Iglesia respecto de las asociaciones masónicas no ha variado, porque siempre han sido consideradas incompatibles con la doctrina de la Iglesia. Sus principios son el relativismo, el laicismo, la gnosis, etc. No es que la masonería ataque o no a la Iglesia -que, de hecho, la ataca, sobre todo la masonería irregular o francesa-, es que los principios son incompatibles».»
( Fuente: Masonería e Iglesia católica, incompatibles – Alfa y Omega)
Así, pues, aunque el actual Código de Derecho Canónico no incluye la condena explícita a la que alude el artículo, la posición de la Iglesia no ha cambiado en ese supuesto proceso de subversión iniciado en el CVII que insinúa el autor del artículo.
¡Absurdo, Miquel! Por los efectos fatales sabemos con certeza que el conciliábulo vaticanoide fue de Satanás. ¿Y qué dices o dejas de decir de la masonería si el gobierno de Roma es un solo aquelarre de satanistas? ¡Cualquier defensa de los ocupas masones es absurda! Con tan burda mendacidad sólo podrás engañar a los más tontos y esos no leen aquí.
CREO, porque de eso se trata, que la Iglesia nunca desaparecerá (aunque su presencia ha disminuido notablemente las últimas décadas, en todos los órdenes imaginables); pero, no olvidemos igualmente, que las «puertas del Infierno» llevan mucho tiempo abiertas de par en par ante ella.
El Concilio Vaticano II, puede que haya sido -o lo sea, todavía- una de esas puertas, a través de la cual, el «humo de Satanás» ha penetrado hasta el último rincón. Tanto, que se ha hecho difícil para muchísimos católicos, ver con claridad si seguimos aún en la Casa del Señor o estamos en un mercado de bienes de este mundo caduco.
Jesús: en la supuesta «Iglesia Católica» se da la «comunión» sin previa confesión a quien sea y de cualquier modo; se da a abortistas, divorciados y vueltos a «casar», arrejuntados, etc.; se bendice a las parejas homosexuales, se celebra la «misa» consagrando falsamente y cometiendo toda suerte de blasfemias. De éste y otros modos los encargados de las ovejas las arrastran al abismo. El mismo clero que comete estas atrocidades reconoce como jefe a un siervo de Satanás que escupe sobre la Cruz. ¿No sabías todo esto? Entonces… ¿de qué «Iglesia» hablas? ¡Eso ya no es la Iglesia! Ahora ya no tenemos gobierno en Roma, ni apenas obispo de fiar ni cura válidamente ordenado. No nos queda más que la doctrina apostólica y la oración. ¡Y no me quejo, que no es poca cosa! Da tú muchas gracias al Cielo si tienes a mano a un cura leal a Cristo de quien recibir válidamente los sacramentos.