El eguzkilore vasco: ¿símbolo pagano precristiano o exaltación de la Eucaristía?
De eguzki (sol) y lore (flor), el eguzkilore, o flor del sol, es uno de los símbolos presentados como vascos que más fortuna viene ganando en las últimas décadas. Así, se encuentra muy presente -ya sea en madera o hierro fundido o en materiales más modernos que soporten la intemperie- en las fachadas de muchas casas de campo, en el interior de las mismas…, también como adorno de las personas en pendientes, colgantes de cuello, pulseras… En plata, oro, etc. En libros, publicaciones de todo tipo, cuadros y fotografías. Un símbolo que, por ejemplo en lo que respecta a las casas de campo, viene ganando terreno rápidamente sobre otros también de carácter vasco, caso de las efigies de San Miguel de Aralar. Y es que el pobre San Miguel se está quedando viejuno y catolicarra…
El eguzkilore es un símbolo, sin duda, muy evocador: un centro circular expresión de la perfección, del que surgen poderosas extensiones, ninguna de las cuales es igual a las demás, desplegadas en armónica circunferencia. Un símbolo telúrico que recuerda al mismo sol, y que, ya en su proyección profesional, ha sido hecho propio por empresas e iniciativas de todo tipo: ecologistas, de jardinería… incluso el Instituto Vasco de Criminología de San Sebastián, iniciativa del tan añorado como excepcional jesuita Antonio Beristain Ipiña, lo viene utilizando desde hace muchos años (1987) como cabecera de su publicación impresa institucional aún hoy.

El eguzkilore no es otra cosa que una representación, más o menos realista, de la flor seca del cardo silvestre Carlina acanthifolia. ¡Paradoja de la imaginación humana!: de ser una modesta flor del generalmente despreciado cardo rural, a elevarse como objeto e inspiración de arte y origen de especulaciones esotéricas y existenciales propias de la New Age.
Veamos un ejemplo paradigmático. Si usted consulta la web TurismoVasco.com, en ella se afirma (AQUÍ), entre otras cosas, que se trata de la flor protectora de los hogares vascos durante siglos que ahuyentaría los malos espíritus. Más adelante, asegura que su empleo es común a otros pueblos del norte de España, a causa de su origen celta. Y continua: “Según dicen, Amalur, la madre tierra, una palabra euskaldun vinculada con el pueblo prepirenaico de Amaiur, creó la Eguzkilore para proteger a los humanos de los espíritus malignos. Un cardo, que, ubicado en las entradas de las casas de todo Euskal Herria, simboliza al sol durante las horas de oscuridad, durante la noche. Evitando así, según las creencias de nuestro pueblo, la entrada de todo ser maligno”.

Precisemos, en este contexto, que Amalur o Ama-Lurra, según modernas mitologías reconstructoras del supuesto paganismo ancestral de los vascos, sería la recepción o elaboración étnica particular de la común Madre Tierra. Equivaldría, de tal modo, a la Pachamama del altiplano andino, o a la Ñuke Mapu del pueblo mapuche. En suma, nos situamos ante unos postulados netamente New Age adaptada al terreno; al nuestro. El eguzkilore, en suma, enlazaría, según tan extendida como acrítica e interesada creencia tan mítica como ya popular, con el pasado más antiguo de nuestros antepasados vascos. Y ello a pesar del catolicismo romano extranjero que habría acabado con la apacible y benévola cultura pagana de las brumas ancestrales que, hoy, algunos quieren recrear. Muy bonito y evocador, pero… ¿es cierto? Veamos qué dice un experto; no un aficionado.

El profesor de Historia del Arte, de la UNED en Vergara, Alberto Santana, en el programa de ETB El sabor del crimen, transmitido el 08/07/19 explica la realidad histórica del eguzkilore. Y lo hace como el investigador racional y científico que es. Allí asegura que esa presunta genealogía pagana y precristiana no corresponde a la realidad histórica, no en vano “Eso se afirma muy recientemente, desde el siglo XX; antes no se creía en Amalur”. Santana sitúa sus orígenes ornamentales ya en Roma, figurando en la famosa Ara Pacis que elevara Augusto en el Campo de Marte. Y los pastores lo utilizarían a partir del siglo XVIII. Pero cuando aparece, rotundamente, será en las mantelerías de los altares de las iglesias; todo ello asociado a la más ortodoxa liturgia sacramental católica: una representación esquemática de la Sagrada Forma, de la que se desprenden rayos de sol, en plata u oro. Es decir: una representación simbólica de la Eucaristía; del Cuerpo de Cristo, en cuyas custodias se lucía y exponía a los fieles en la procesión del Corpus Christi. Todo ello muy católico… y nada pagano. También asegura Santana que “la protección del eguzkilore es la de la fe católica, al igual que las cruces talladas en las jambas de las puertas con las que persignarse”. Y para protegerse de los cercanos, “no de invasores extraplanetarios”, sino del mal de ojo “de los vecinos más inmediatos”.
Alberto Santana viene rompiendo, así, con algunos de los tópicos políticamente correctos del culturalismo panvasquista; también en ETB. De ahí que se haya ganado la enemistad de los más recalcitrantes. Prueba de ello fue un escrito publicado en Gara-Naiz en octubre de 2000 por Bixen Trujillo titulado El tergiversador tratamiento de la Historia de Navarra-Euskal Herria en ETB, en el que le califica de “impostor, ególatra, narcisista…” ¡por cuestionar – entre otras- las falsificaciones de Iruña-Veleia!, o de “defensor de la Inquisición”, por explicar sus minuciosos procedimientos jurídicos. Y terminaba sugiriendo que Eusko Ikaskuntza lance “¡su voz en grito!”. Semejante señalamiento público, hace unos años, le habría supuesto el exilio o incluso la muerte…
Pero es lo que siempre sucede cuando la mitología y la ideología de iluminados y activistas pretenden suplantar a la ciencia histórica, y determinar con ello el pensamiento y creencias de toda una sociedad.
Para La Tribuna del País Vasco
