¡EXCLUSIVA! El honor del Ejército no es negociable

Hoy, 29 de noviembre del 2019, es el aniversario de unos incidentes de los que se hicieron eco todos los medios de comunicación -con especial preponderancia de los escritos- que los publicaron como “Los sucesos de La Coruña” aunque como era de esperar tergiversando lo sucedido. Solamente en una publicación ya desaparecida, “El Heraldo Español” conseguí que se publicara la verdad dos meses más tarde. Y ello gracias a mi amigo y compañero Juan Díaz Díaz, al que le hice llegar desde el Castillo de la Palma, en el Ferrol del Caudillo -donde estaba recluido- la narración de lo sucedido.
Gracias a El Español Digital, aunque treinta y ocho años después de aquellos hechos acaecidos el 29 de noviembre de 1981, voy a tener la ocasión de resarcirme de aquel linchamiento mediático.

La información aparecida en las portadas de todos los diarios, y extensamente en páginas interiores, era que un capitán -daban nombre y apellidos completos- al mando de una unidad de la Policía Militar, había disuelto una autorizada y pacífica manifestación anti-OTAN. Sin que curiosamente nadie se planteara el porqué lo había hecho. Aún hoy la tendenciosa información que se difundió en su día, puede seguir leyéndola quien entre en internet con mi nombre y apellidos completos. Por ello he creído necesario publicar estas aclaraciones.
Estando en el Castillo de la Palma, dos o tres días después del incidente, recibí varias llamadas telefónicas de periódicos, en las que se me daba la posibilidad de explicar mis motivaciones o mi versión de los hechos. Mi respuesta fue igual para todos: Yo era militar y no debía hacer declaraciones a la prensa, ya lo harían mis mandos explicando lo realmente sucedido. Algo que nunca tuvo lugar, a pesar de haberlo solicitado por escrito tras cumplir la sanción disciplinaria, pues se me respondió diciendo que ya se había hecho, y que por lo tanto no era ni necesario ni procedente.
Es cierto que ante el revuelo formado, y como nadie en su sano juicio podía creerse que a un capitán pro-OTAN le diera por disolver una manifestación anti-OTAN, la División de Inteligencia del Cuartel General del Ejército emitió una nota oficial que se publicó el día 4 de diciembre en Diario 16 y de la que más o menos extensamente se hicieron eco el día 5 los demás diarios. Dicha nota también se leyó a los cuadros de mando de las Unidades del Ejército. Y es que al saberse que en la manifestación se habían proferido graves insultos contra los militares -extremo que en principio se ocultaba en la información de los medios- se produjo una profunda indignación en el seno del Ejército, al que venía acosándose desde el 23F. Por ello siete días después, el 6 de diciembre, este “malestar” o indignación se hizo patente en el llamado “Manifiesto de los Cien”
En la nota a la que se hace referencia, se decía que la intervención de la Policía Militar no había sido contra la manifestación Anti-OTAN, sino a consecuencia de los insultos proferidos por los manifestantes, dejando claro no obstante -y con carácter previo a la instrucción judicial- “Que el capitán jefe de la unidad se había extralimitado en sus funciones y sería sancionado en un castillo”. Por supuesto no se explicitaba el tenor de las injurias, ni el hecho de que la autoridad civil -el Gobernador Civil- las conocía y no obstante no había considerado oportuno la intervención de la fuerza pública para evitarlo.

Hoy se me presenta la ocasión de divulgar lo sucedido. Mínimo grano de arena comparado con la inmensa duna de falsedades con la que se ha sepultado la verdad en las tendenciosas noticias publicadas. Que siguen vigentes en la red y en las hemerotecas.
….DEBIENDO EN LOS CASOS DUDOSOS ELEGIR LO MÁS DIGNO DE SU ESPÍRITU Y HONOR. (Art. 33 de las RR.OO.)
Los años 1980 y 1981 fueron sin duda años difíciles para España. Y lógicamente para su Ejército. Una recopilación hemerográfica, pondría de manifiesto el elevado número de ofensas -de palabra y obra- inferidas a las Fuerzas Armadas. Además de los innumerables y sangrientos atentados. Ello desembocó en un intento de reconducir la nave del Estado mediante la llamada “Operación De Gaulle” que, fracasada al recibir la orden de abortar misión antes de concluida, devino en lo que luego se ha llamado golpe de estado del 23F. Y puesto que fue un fallido “golpe de timón” está descrito, en clave marinera, en “El naufragio del 23F” (VER AQUÍ) Con el golpe de timón se había pretendido reconducir la nave del Estado, alejándola de las rompientes y de esa forma conjurar el peligro de naufragio. Pero al “abortar misión” en plena virada, y tras el susto inicial, la chusma volvió por sus fueros. En lo que es su propia naturaleza. Ni siquiera la pacífica y tradicionalmente unida al Ejército ciudad de La Coruña, era una excepción.
Durante el otoño de 1981, siguiendo lo que ya era habitual en cada manifestación callejera, fuera cual fuese el motivo de la protesta, se situaba en cola un grupo numeroso que aprovechaba para injuriar gravemente al Ejército. Con la pasividad, cuando no con la participación y regocijo, de los integrantes de la manifestación convocada.
Tales hechos públicos eran obviamente conocidos, tanto por el General Gobernador Militar, General de División. Excmo. Sr. D. José Mª Álvarez de Toledo y Mencos, como por el Gobernador Civil, el Excmo. Sr. D. Pedro Gómez Aguerre.
En aquellas fechas yo era el capitán jefe de la Compañía de Policía Militar Nº 82 de La Coruña, que pertenecía al Gobierno Militar. El domingo 22 de noviembre había coincidido en la Hípica con el comandante jefe de la Oficina de Información del Gobierno Militar, a quien le comenté el hecho de que los dos policías militares que por orden del Capitán General Fernández Posse desempeñaban de paisano labores informativas (se les conocía con el nombre de “gringos”) me habían informado de que al final de todas las manifestaciones solía marchar un grupo de paisanos profiriendo insultos contra el ejército y los militares. Y que alguno de ellos, por la edad, aspecto y corte de pelo podían ser soldados. Precisamente una de las misiones de la Policía Militar en aquellas fechas era vigilar para que los militares (obviamente de reemplazo pues en los profesionales era impensable) no acudieran a las manifestaciones. Algo que estaba taxativamente prohibido. Por eso mi sorpresa fue grande cuando el comandante me manifestó; dímelo a mí, que el pasado domingo los escuché cuando paseaba con mi mujer e hijas.
-Pues si el próximo domingo 29 en la manifestación anti-OTAN anunciada, vuelve a repetirse, no van a quedar así las cosas mi comandante- fue mi respuesta recibida con una sonrisa indulgente por parte del comandante jefe de la OIS
Y efectivamente, el domingo 29 de noviembre de 1981 tuvo lugar como estaba anunciada (“consentida” pero no “autorizada” según informe posterior del Gobierno Civil) una manifestación anti-OTAN convocada por varios partidos políticos: PSOE, PC, BNG etc. Por ello, tal como había decidido, me dispuse a seguirla de cerca como un transeúnte más, acompañado por los dos policías militares de información que al igual que yo obviamente vestían de paisano. Mi intención era sólo comprobar el hecho de los insultos, para luego elevar el correspondiente informe. Y con tal motivo había ordenado que uno de los “gringos” llevara una cámara fotográfica con la que obtuviera fotos que permitieran luego identificar a posibles soldados
Como era lo habitual tal como me habían informado, en la cola de la manifestación se puso un grupo de unas doscientas personas pertenecientes a grupos “pacifistas” “ecologistas” “ácratas” “Colectivo Aurora” e incluso representantes del “Colectivo Gay de La Coruña” según podía verse en las pancartas que portaban. Alguno iba disfrazado y llevaba en la mano un casco de guerra convertido en maceta. Clavel rojo incluido.
Nada más salir la manifestación de la Plaza de Pontevedra comenzó, a voz en grito, la letanía.
¡Militares! ¡Cabrones! ¡Comeros los neutrones!
¡Ejército! ¡Cabrones! ¡Tocarnos los cojones!
Pelote, pelote, militar el que no bote (saltitos)
Chu, chu, pajaritos a volar, militares a cagar
(Con escenificación colectiva; en cuclillas y “aleteo” de codos)
Era mediodía de un domingo soleado, por lo que cientos de personas contemplaban aquella mofa. Yo observaba los hechos para cerciorarme personalmente de cuanto me habían informado mis subordinados en relación con las ofensas al Ejército y los militares durante las manifestaciones. En principio mi intención era sólo comprobar la información recibida. Para posteriormente, como ya se ha dicho, informar al Mando aportando mi testimonio directo. Pero de pronto, las festivas repeticiones de las frases ya referidas, dieron paso a un incremento del ambiente jocoso, al tiempo que se coreaban otras nuevas:
¡Aquí sin galones! ¡No tenéis cojones!
¡Sin estrellas ni galones! ¡No tenéis cojones!
To much for body….
Sobre todo al observar que entre el nutrido grupo de manifestantes que gritaba enfervorecido tales lindezas, había “soldaditos” vestidos de paisano (pelo corto, botas de tres hebillas asomando bajo los vaqueros, bolsas de costado caqui y en definitiva, edad y “pinta” inconfundibles).
Y en ese preciso instante, las palabras eternas que anunciaron el “Paso de Rubicón” pudieron traducirse libremente así:
“Me cago en la madre que os parió” “Os voy a dar ostias hasta que cantéis el Miserere”
Y por sus pecados -y los míos- tal permitió Dios.

Me dirigí al cuartel, y con unos pocos policías militares que componían el retén de los días festivos, organicé “la operación” contando para ello con el valor, la lealtad y la disciplina del subteniente Bernal y de todos los Policías Militares. Y es preciso decir, antes de seguir adelante, que había formado una magnífica unidad. Entrenada, cohesionada y de elevadísimo espíritu militar. Desde mi anterior destino en el CIR de Vitoria, y una vez finalizado el curso de Operaciones Espaciales, solicitaba cuantas vacantes salían en las COEs, incluida la de Bilbao, pero al no conseguir ser destinado, había pedido la vacante a esta unidad de Policía Militar con la ilusión de transformarla -puesto que se trataba de una unidad independiente- en una verdadera COE con adiestramiento propio de combate urbano complemento de sus capacidades. Y como es sabido, cuando el jefe de una unidad comparte dureza y peligros con sus subordinados (hacía con ellos rappel desde la Torre de Hércules y otras actividades propias de las COEs, tales como rodar ante un vehículo en marcha, saltos desde camión o sobre los machetes, esgrima de combate, tiro instintivo etc.) se produce un fuerte vínculo que se traduce en lealtad. La “fides ibérica” que ya recogen con asombro los historiadores romanos. Una lealtad mutua, basada en la confianza y seguridad de que el jefe es coherente con lo que exige, con lo que así mismo se exige… y con lo que les dice.
Y viene esto al caso porque si yo no hubiera escuchado aquellas ofensas ante dos de mis soldados, tal vez no habría intervenido. Pero no podía consentir que pensaran: cuando nuestro capitán nos habla, nos transmite su fuerza, su amor al ejército y nos hace sentirnos orgullosos de ser soldados españoles… pero ahora oye esto y “cobardea en tablas”.
Así pues, los dejé siguiendo el transcurrir de la manifestación desplazándome al cuartel de San Amaro donde se ubicaba la PM, y tras reunir al retén de días festivos expliqué someramente, mediante una sencilla orden-misión acompañada de un esquemático croquis sobre la pizarra del aula, lo que sería el desarrollo de nuestra intervención. Recalcando que nosotros éramos ajenos a cualquier cuestión política, pero que se estaban profiriendo graves insultos contra el ejército y los militares y no lo iba a consentir
La “misión” era esperar un momento propicio para actuar contra los que injuriaban al Ejército sin interferir la manifestación anti-OTAN. Detener a los que fueran soldados para llevarlos a la Guardia de Principal y retener a los que fueran paisanos entregándolos en la Inspección de Guardia de la Policía para denunciarlos a continuación por ofensas al Ejército.
Contar como se desarrollaron los acontecimientos no es posible por su extensión. Por ello sólo decir que a pesar de las providencias tomadas con tal fin, no fue posible dejar al margen de la intervención a la gran manifestación anti-OTAN que ya había finalizado en la Plaza de María Pita. Y mientras el grueso de los manifestantes escuchaban en el centro de la plaza las alocuciones que desde un estrado pronunciaban los convocantes, el grupo de cerca de doscientas personas que había ido profiriendo insultos y mofas durante todo el recorrido, continuaba con esa actitud dando vueltas a la plaza. Dada la orden de intervenir, y al tratar de detener a quienes podían ser soldados, todo el grupo corrió a refugiarse en el grueso de la manifestación que en esos momentos escuchaba a los oradores en el centro de la plaza. Y esos cientos de manifestantes, apercibidos de las detenciones que se estaban llevando a cabo a sus espaldas, se volvieron abalanzándose sobre los policías militares que actuaban sobre el colectivo antimilitarista que se estaba mofando del ejército y entre los que había soldados vestidos de paisano.
En un instante la situación en la Plaza de María Pita se transformó en dramática. Sólo había una forma de resolverla. Se empezó a repartir “leña” con denuedo. Eran varios cientos que agredían a los Policías Militares con los palos de las pancartas y botellas sacadas de los bares. Enfrente estaban sobre veinte soldados, a los que su abrumadora inferioridad numérica empezaba a hacerles flaquear el ánimo.
Una situación ciertamente comprometida, que exigía una reacción resolutiva e inmediata. La idea de los manifestantes, de que por ser pocos los soldados era fácil machacarlos y quitarles las armas, debía ser sustituida en el subconsciente colectivo de la masa por el pensamiento de que algunos de ellos iban a morir… en una palabra, provocar el pánico como única forma de contrarrestar la enorme inferioridad numérica.
Quien había dado la orden de actuar, debía tomar de inmediato la iniciativa. Así pues, a pesar de estar de paisano y no tener prevista su intervención, entró en la lid. Al verlo los policías militares, recobraron los ánimos, y reagrupados a su alrededor en formación compacta, se transformaron en una suerte de “hoplitas” que iban abriendo brecha entre la masa, sin soltar a los siete detenidos a los que arrastraban hasta los vehículos estacionados en una calle adyacente. No menos eficaz que las defensas de los soldados, valientemente dirigidos por el subteniente Bernal, era la pistola del jefe de la unidad, que se estrellaba sobre el rostro de cuantos se le ponían a tiro con el demoledor efecto subsiguiente.
Tratando de impedir el repliegue sobre los vehículos y liberar a los detenidos, el grueso de los manifestantes cerraron nuevamente sobre la policía militar envalentonados al ver que cubriendo a los vehículos que se llevaban a los detenidos, habían quedado solamente en la estrecha calle Damas tres policías militares y el capitán jefe de la unidad. Era pues imprescindible “romper el contacto” antes de que, por llegar a la plaza de Azcárraga, los cuatro fueran rodeados por su flanco izquierdo.

Dos disparos hechos por el capitán de la compañía con su Walther P-38 parabellum, no al “aire” sino a metro y medio de distancia, sobre la cabeza de los que formaban la vanguardia y a “peinaraya” tuvieron el resultado previsto y deseado. La gente se desbandó y en su caótica escapada no pocos cayeron (o se tiraron) a las aguas del puerto.
Y aunque sea una digresión, es preciso recordar que unos años después, en marzo de 1987 dentro de los conflictos laborales que tuvieron lugar en la población de Reinosa, una sección de la Guardia Civil quedó aislada en una calle sin salida. Y por no tomar el jefe de la fuerza una providencia similar, los guardias fueron desarmados por el populacho, viéndose en la prensa las bochornosas imágenes de los números saliendo del callejón mientras eran maltratados de palabra, y recibían golpes y patadas, mientras atravesaban el pasillo formado por los paisanos, en cuyas manos se podían ver las armas que les habían arrebatado.
Espectáculo bochornoso que no se había vuelto a ver en España desde 1936 en la zona roja. Y aunque la prensa ensalzó la “serenidad” del oficial que mandaba la fuerza, diciendo que gracias a ella no había sucedido una masacre, es lo cierto que si en aquel momento hubiese ordenado abrir fuego, no en actitud defensiva y disparando al aire, sino de forma inequívocamente ofensiva y haciendo la raya del pelo a la multitud congregada, sin duda se hubieran dispersado sin necesidad de producir bajas… ni pasar por la ignominia de ser desarmados. Porque las armas -como la fuerza- sólo son útiles si se hace creíble su empleo. En caso contrario es contraproducente. Recientemente hemos podido verlo en los disturbios de Barcelona.
Pero volvamos a la Plaza de María Pita de La Coruña el 29 de noviembre de 1981. Reunidos los dispersos ante el Gobierno Civil (se cuidaron mucho de ir al Gobierno Militar custodiado por la PM) sus dirigentes subieron para contar su versión de la feria. A saber; “sin ningún motivo habían sido agredidos por la Policía Militar”… y a presentar sus peticiones: Prisión y destitución del capitán y libertad inmediata de los detenidos “estén bajo la jurisdicción que estén”
El Gobernador Civil Gómez Aguerre (cuyo nombre ya se ha consignado, pero que se reitera para que no se pierda entre el polvo de la historia y acompañe al de Guzmán el Bueno) transmitió telefónicamente versión de los hechos y petición que le hacían los amotinados al General Gobernador Militar, el general Álvarez de Toledo y Mencos, Conde (o Marqués) de la Ventosa -también émulo del coronel Moscardó- que se encontraba en la Hípica tomando el aperitivo y quien de inmediato se comprometió a cumplir con lo que pedía la canalla congregada y que tan donosamente le transmitía el Gobernador Civil.
Con tan satisfactoria respuesta del Gobernador Militar, el Gobernador Civil se asomó al balcón, y a falta de cuchillo para lanzarlo al populacho, utilizó la megafonía de la Policía Nacional -que ahora si había recibido orden de aparecer para proteger el edificio- comunicando al “pueblo” asustado y amotinado a sus pies “Que se fueran a sus casas pues el Gobernador Militar le había prometido que serían cumplidas todas sus exigencias”

Y así fue. Los detenidos por injuriar al Ejército, que habían sido entregados en la Inspección de Guardia de la Policía Nacional, fueron puestos en libertad y a continuación arrestado el capitán de la Policía Militar que al día siguiente quedaba disponible, perdiendo el destino e ingresando en el Castillo de la Palma en El Ferrol del Caudillo.
No le pillaba por sorpresa, pues la misma noche de los hechos, estando en arresto domiciliario en la Residencia Militar de Plaza con catorce días impuestos por el General Álvarez de Toledo (que no había considerado necesario para arrestarle conocer por testimonio directo su versión de lo sucedido) había oído por la radio que ya se encontraba en un castillo. Por ello había preparado su equipaje sabedor de que si en las noticias se decía que estaba en un castillo a la mañana siguiente entraría…. Como así fue.
Toda la prensa, radio y televisiones, se desgañitaron con la noticia de que un capitán pro-OTAN y “golpista” había disuelto una pacífica manifestación anti-OTAN.
Cuando ya después se supo lo realmente sucedido se tapó púdicamente.

El propio General Gobernador Militar solicitó al nuevo Capitán General, Joaquín Ruiz de Oña González, recién incorporado (Los hechos tuvieron lugar entre la marcha del anterior, Manuel Fernández-Posse García y la llegada de Ruiz de Oña) que levantara al capitán el arresto que él mismo le había impuesto (posiblemente arrepentido o avergonzado de su actuación) pero el nuevo Capitán General, otro héroe legendario, (al parecer por indicación del Teniente General Gabeiras) decidió dejar las cosas como estaban “Debido a la gran trascendencia que habían tenido los hechos en toda la prensa”
Un año después los revoltosos fueron juzgados por la jurisdicción civil por injurias al Ejército, (se había tomado la precaución de sacarles fotos durante el recorrido de la manifestación, y se contaba con el testimonio de civiles que presenciaron los hechos y escucharon las injurias). El juez, acreditados los hechos, y tras declararlos culpables, les impuso una “pena” de cuatro días de arresto menor sin perjuicio de ir al trabajo… ¡..!
¿Qué habría pasado si durante la vista, el capitán que se hallaba presente citado como testigo de cargo, hubiera dicho “Jueces, cabrones, tocarme los cojones” y “Sin togas ni ropones, no tenéis cojones”? Ganas tuve, desde luego, sobre todo cuando el fiscal en su perorata, sin venir a cuento, (pues en aquella vista eran los acusados quienes habían injuriado al Ejército) se creyó en la necesidad de reconvenirme públicamente porque había pretendido defender a los españoles de sus libertades (sic). Debía entender que “libertad” era el poder injuriar y mofarse impunemente del ejército.
La leve pena impuesta a los paisanos contrastaba con la que se me había impuesto a mí un año antes. Por la que además de quedar disponible perdiendo el destino, se me había condenado a tres meses de prisión militar, tras incoárseme un expediente por falta grave acusado de excederme en mis atribuciones.
Ya ha llovido mucho desde entonces y en absoluto pretendo justificar mi actuación. Es más, si alguien considera que obré incorrectamente y merecí la sanción, está en su pleno derecho de opinar así.
Solamente habrá que dejar una serie de cosas claras: Se ocultó deliberadamente la realidad de lo sucedido. También que fui sancionado por excederme en mis atribuciones -abuso de autoridad- pero a nadie (ni al Gobernador Civil ni al Militar) se le exigieron responsabilidades por hacer dejación de ella.
Porque a pesar de lo que publicaron todos los medios, no es cierto que la Policía Nacional fuera acompañando a los manifestantes. Se limitó a permanecer en las inmediaciones de la Plaza de María Pita ocultos tras el mercado de San Agustín. Se supone que con la orden de intervenir solamente si había incidentes. Pero como desde que partió la manifestación de la Plaza de Pontevedra, era seguida por un coche camuflado de la policía (desde el que se podían escuchar las ofensas al ejército y los militares) hay que dar por hecho que era conocido por el Gobernador Civil aunque las Fuerzas del Orden sólo deberían intervenir si se alteraba el orden público. Es decir, se rompían escaparates o se causaban daños en el mobiliario urbano. Porque las graves ofensas al Ejército no tenían, al parecer, tal carácter. Por este motivo, pasados unos días, cuando se supo lo sucedido, la prensa comenzó discretamente a “recoger velas” y aunque seguían dando una información inexacta y parcial, reconocían y censuraban que se hubiera ofendido al ejército. Tal es el caso del Ideal Gallego del 3 de diciembre.
Finalmente en mi recuerdo quedan los hechos como una anécdota más de mi gratificante vida profesional. Y la estancia en el Castillo de la Palma, como uno más de los dieciséis destinos -que contándolo como tal- he tenido a lo largo de mi vida militar. Es más, con la conciencia muy tranquila por haber obrado de acuerdo con mi honor y espíritu, asimilo el arresto como los tres meses que “ocupé la vacante” de “alcaide” del Castillo de la Palma.
La narración completa de todo lo que sucedió, de su trascendencia muy superior a la que merecía el incidente (desencadenó el “Manifiesto de los Cien” como ya se ha consignado, que a su vez tuvo una enorme influencia en acontecimientos posteriores) y el poner de manifiesto las miserias y grandezas humanas que se hicieron evidentes, da sobradamente para escribir un libro. Que si Dios quiere se materializará algún día.
Pero hasta que disponga del tiempo y del sosiego necesario para acometer el proyecto, (he conservado la base documental que me permitirá refrescar la memoria y avalar cuanto diga) adelanto las siguientes consideraciones.

Entre los que proferían los graves insultos al Ejército, había soldados de paisano por lo que la intervención de la Policía Militar, con la normativa vigente en la fecha, no sólo era correcta, sino obligada. Eran soldados de otras guarniciones llevados en autobuses por ciertos partidos políticos que sabían que por orden del Capitán General Fernández- Posse la Policía Militar vigilaba el que se cumpliera la normativa vigente, según la cual los militares no podían tomar parte en las manifestaciones.
Aunque no se pudo detener a ningún soldado -pues lógicamente fueron los primeros en escapar al ver a la Policía Militar- estando en prisión tuve conocimiento de la identidad de al menos uno. Juan Antonio Ambroa Leiro, natural de Villagarcía de Arosa que cumplía su servicio militar en el Parque de Automóviles de Pontevedra.
Un teniente jurídico, amigo mío y destinado en la Asesoría Jurídica de la Capitanía General, que soltero como yo también vivía en la Residencia de Plaza y comía en mi mesa, vino a verme. “Te están ocultando el hecho más importante para tu defensa -me dijo- hemos sabido que a un soldado de Pontevedra le han impuesto dos meses de calabozo porque cuando estaba contando a otros compañeros su participación en la manifestación y como había podido escapar de la Policía Militar por los pelos, le oyó un sargento que dio parte de los hechos”.
Me proporcionó todos los datos, diciéndome que con ello la intervención de la Policía Militar estaba justificada y el expediente disciplinario incoado por la presunta falta grave de extralimitarme en mis funciones, al dar a mis subordinados la orden de actuar, debería cerrarse sin responsabilidad ya que los acontecimientos posteriores -el enfrentamiento con el paisanaje- fue consecuencia del cumplimiento de nuestras obligaciones. De hecho ya habían ocurrido incidentes en algunas ocasiones al intentar la población civil impedir que la Policía Militar identificara a algún soldado que deambulaba desastrosamente desuniformado o borracho por la calle.
Naturalmente el jurídico me advirtió que no podía revelar el origen de la información pues estaba destinado en donde se estaba cociendo el guiso.
Cuando al declarar ante el juez instructor, el coronel Fermín Cameo Lucía, al que acompañaba su secretario el teniente José Seoane Fernández, alegué en mi descargo la existencia de soldados de paisano entre los manifestantes que injuriaban al Ejército identificando con nombre y apellidos al arrestado en Pontevedra, me preguntó: ¿Y tu como lo sabes?
Pedí que la pregunta constara en la indagatoria (para que quedara constancia de que lo que realmente interesaba, no era el hecho que alegaba en mi defensa, sino el saber cómo me había enterado)
Esperé a que el secretario terminara de teclear: Preguntado para que diga como lo sabe, responde que No tiene intención de manifestarlo.
Juez y secretario se quedaron de piedra. A la vista de ello el juez no consideró pertinente practicar la prueba. Que por otra parte hubiera sido tan sencillo como poner un oficio al coronel del Parque de Automóviles de Pontevedra, inquiriendo si tal soldado estaba en el calabozo y el motivo por el que había sido sancionado (algo que era innecesario pues la Unidad ya había informado de ello a Capitanía y por eso lo sabía mi amigo el teniente jurídico).
El caso es que con el CJM vigente, en los expedientes por falta grave, además de no haber defensor, el juez instructor podía practicar o no la prueba según su criterio y evidentemente en aquellos momentos no interesaba practicarla ya que se hubiera puesto de manifiesto y trascendido el grave hecho de que soldados pertenecientes a partidos políticos o simpatizantes de ellos, asistían a manifestaciones para, arropados en ellas, injuriar a sus Mandos y al Ejército.
También crearía el problema de justificar el arresto de dos meses ya impuesto por el General Gobernador Militar Álvarez de Toledo y Mencos además de obligar a cerrar el expediente por falta grave sin responsabilidad, o bien a buscar otra motivación distinta a aquella por la que se había iniciado.

Sólo recordar que como ya se ha dicho, el 29 de noviembre de 1.981 ya no había un verdadero Capitán General en Galicia (el Teniente General Fernández Posse) pues de haber estado, es muy probable que no hubiera sido sancionado. E incluso posiblemente hubiera recibido una felicitación. Oficial o privada. Pero cuando se sustanció el expediente judicial, quien “figuraba en el cargo” de Capitán General era el Teniente General Joaquín Ruiz de Oña González.
Transcurridos 38 años, es para mí todo lo sucedido una anécdota. Una muy querida anécdota, con una sola connotación negativa que me llena de pesadumbre. Por causa de esta “vicisitud profesional” me ha llegado el retiro sin haber tenido el alto honor de haber estado destinado en el Tercio.
Pedí vacantes en la Legión bastantes veces, pero al ser vacantes de libre designación fueran ocupadas por otros peticionarios. La gran ocasión perdida fue cuando por O. 362/16.077/87 (DO nº 154) salieron cuatro vacantes en el Tercio D. Juan de Austria en Fuerteventura. Sólo fuimos tres los peticionarios y yo llegué a Madrid propuesto el primero…. Pero por no tener borrado el arresto en la hoja de servicios, se me excluyó.
En el BOD apareció publicado: “Para cubrir parcialmente las vacantes… se destina”
Se cubrieron solamente dos vacantes y quedaron sin cubrir “la mía” y otra. Aquello me obligó a poner en marcha lo que no había querido hacer hasta entonces, iniciar el proceso de cancelación de lo que yo, en ningún caso, consideraba una “nota desfavorable” en mi hoja de servicios.

Por eso tal vez, antes de que llegue el momento de mi “postrer desfile” elevaré un último escrito del siguiente tenor.
“El 19 de febrero de 1.982, por resolución del expediente judicial Nº 107/81 incoado por la comisión de una falta grave del Artículo 435 nº3 del CJM, se me impuso el correctivo de “Tres Meses de Prisión Militar”
Dado por sentado que la sanción fue conforme a derecho y merecida -pues así lo estimó la autoridad judicial, el Excmo Sr. Teniente General D. Joaquín Ruiz de Oña González- consideré no obstante que había actuado de acuerdo con mi honor y espíritu, como preconizan las Ordenanzas para el oficial que se encuentra en un caso dudoso.
Por ello tomé la decisión de no borrar la sanción de mi hoja de servicios. Pero al tener la evidencia de que ello me cerraba la posibilidad de cumplir otra obligación militar, cual es la de optar a los puestos de mayor riesgo y fatiga, me vi obligado a cancelar la nota desfavorable.
Hoy, desaparecida la causa que me obligó a ello, solicito que se me anote nuevamente la sanción en la hoja de servicios, para satisfacción mía y de mis herederos”
Finalmente hoy, como todos los años en esta fecha, celebraré una fiesta familiar en la que recordaré con alegría y nostalgia aquella jornada memorable que propició mi encuentro con la fortuna. Materializada por la mujer más inconmensurablemente maravillosa que puso Dios sobre la Faz de la Tierra.
También tendré un emocionado y agradecido recuerdo para los compañeros que me escribieron o pusieron telegramas al Castillo de la Palma, con especial mención a Adolfo Coloma, y Eduardo Barrecheguren que vinieron a verme desde muy lejos y a Joaquin Evia y Paco del Río. También a Emilio Bosch, Felipe García Casal y José Núñez Astáriz que también tuvieron el detalle de venir a verme, aún siendo de otras promociones. Algo que por cierto no hizo FMA, a pesar de ser ambos de la XXX promoción y estar como yo destinado en La Coruña.
Y por supuesto quiero reiterar mi agradecimiento a Juan Díaz Díaz. Gracias a quien se publicó en el desaparecido “Heraldo Español” la verdad de lo ocurrido para constancia en las hemerotecas. Y que además supuso para mí en aquellos momentos un soplo de aire fresco, cuando toda la prensa me cubría de lodo. Mi agradecimiento también para un gran patriota, Carlos Fernández Barallobre, amigo civil de la Coruña, con quien desde entonces me une una entrañable amistad. Y a Lucho, qepd, que tantas veces vino a verme y obsequiarme al Castillo de la Palma.
Para finalizar, recomiendo volver a leer las “florecillas” que en plena vía pública dedicaban al ejército y a los militares los manifestantes, cotejándolas con lo que púdicamente consignó el Auditor de Guerra, teniente coronel jurídico (hoy General Auditor retirado) Jaime Hervada Fernández-España en el expediente que me fue incoado por la comisión de una falta grave.
Este es su “dictamen” sobre las frases que proferían los manifestantes que debe pasar a la historia sentando jurisprudencia.
“Gritos, algunos de ellos, al parecer posiblemente, injuriosos para el Ejército” (sic)……

Por esas fechas yo serví en Galicia como soldado de reemplazo en el Regimiento del Coronel D. José (o Jesús, que ha pasado tanto tiempo que ya no lo recuerdo bien) Camuñas Rivas, y bien por orden de él o de quien fuera, posiblemente de la 2ª Sección, mi examen de Cabo desapareció porque siendo o habiendo sido militante de Fuerza Joven, en aquella unidad eso estaba muy mal visto, y era un delito imperdonable, y yo no podía ascender, con lo cual tenía qaue seguir viendo desde mi garita, en las noches de guardia con la visera de la gorra blanca de la helada, que el Cabo en la estufa del Cuerpo de Guardia pasaba mejores noches de las que yo pasaba.
Tengo una opinión pésima de los militares, que se forjó entonces a la vista de lo que veía, (recuerdo al Sargento 1º que luego yo tuve en la oficina dela Compañía, que tenía un revolver de 2 pulgadas, y yo pensaba, ¿a dónde va este con un revolver de dos pulgadas en el campo de batalla?, que tenían un procedimiento judicial abierto decían, porque una noche en una discoteca bailando se le había caido el revolver al suelo y se había escapado accidentalmente un tiro que había herido a un chaval, yo lo veía, que tenía el talento justo para acarrear pavos, y me decía que Dios nos coja confesados, y que hablaba en Gallego con el voluntario que era también gallego), pero no por lo que la chusma odiaba a los militares, sino por todo lo contrario: por la falta de espítiru militar, por la falta de empatía con la tropa (a mí me hacía mucha gracia que los oficiales, y sobre todo los Generales o de coronel para arriba, nos llamaran despreciativamente «soldatidos», algo así como si fuéramos niños vestidos de primera comunión, cuando yo desde los 14 años me había estado jugando la vida en la militancia en FJ y estaba vivo, y ellos por aquellos entonces, se dejaban matar en Madrid en el trayecto de su casa al destino porque en lugar de ir pendientes en su seguridad, con el arma en la mano, que para eso tenían la suerte de tenerla y poderla usar legalmente, iban distraídos leyendo el periódico cuando en un semáforo los freían a tiros los de la ETA sin tiempo ni para verles la cara a los asesinos, y a mí a lo peor me habrían matado, pero no sin haberme llevado por delante a unos cuantos antes, porque yo no hubiera ido leyendo el periódico, ni mi conductor hubiera sido el enchufado de turno (el clásico mal estudiante de buena familia que lo enchufaban de conductor para hacer la mili y que tenía menos espíritu militar que un cartero eventual), por verlos a ellos durmiendo en colchones colchones como los delas camas pero dentro de la tienda de campaña, con sus mantas, y bien abrigados con sus dos cuartos, mientras en mi regimiento no podías tener 2/4 porque unos años antes unos soldados se los robaron entre ellos de las taquillas y la superioridad decidió que la tropa soportara el invierno sin estar prenda, sólo con la «chupita», y toda la espalda a la altura de los hombros emanaba vapor de agua a causa de la lluvia que también soportábamos sin equipo, o dormíamos en tiendas con las esquinas de suelo rotas por donde entraba el agua y te mojaba el saco. No he psado más frío en mi vida que en esos páramos de Chantada, Xinzo de Limia, Monforte etc.
No digo que mi apreciación fuera justa, porque después he conocido y conozco militares que no eran así, sino todo lo contrario, pero en aquella época me producía una mala impresión terrible que en el comedor de tropa del CIR de Figueirido se montara una pantalla enorme (para aquella época) para seguir el mundial de fútbol de 1982, y mientras estaba la Guerra de las Malvinas que parecía no importarle a nadie (que había gente como nosotros en ese momento metidos en un pozo de tirador en la tundra antártica, enfrentándose a los ingleses), con un clima de desidia tremendo. El primer día las sábanas que nos entregaron para hacer las camas eran las sábanas meadas que los que se licenciaban acaban de entregar, y nos las dieron sin pasar antes por la lavadora, cogidas del montón donde las habían dejado sucias al entregarlas un rato antes y a la vista de todos. No es porque estuvieran sucias, porque como diría el otro, «en peores garitas hemos hecho guardia», sino por lo que ello evidenciaba de desprecio hacia nosotros, de desentenderse de nosotros (que éramos soldados de reemplazo y estábamos allí porque estábamos cumpliendo una obligación, tu no puedes sacar a unos chavales de su casa y abandonarlos a su suerte en este tema y en todos los demás, porque para eso los dejas en su casa) hasta ese punto, y el que tuviera como cometido prever darnos unas sábanas limpias, estaría en otra cosa, en el fútbol, por ejemplo, sin luego ninguna responsabilidad, porque aquello más que un acuartelamiento parecía la casa del pueblo, o una taberna anarquista.
Si yo tuviera tiempo para comentar este artículo, podría escribir no menos de 100 páginas y no lo habría dicho todo. No lo digo por esta experiencia de lo que ví en mi servicio militar, que lo he contado como contexto únicamente, sino que lo digo porque esto que cuenta el autor de su periplo disciplinario y judicial, sobre esto tengo yo para comentar y para dar datos para aburrir, corroborando punto por punto lo que se dice en este artículo pero referido a otro caso 30 años después. Del Cuerpo Jurídico Militar (de las personas que forman parte del mismo quiero decir), tendría que mejorar mi opinión mucho muchísimo (cosa que dudo pudiera ocurrir) para calificarlos sólo de ratas profesionalmente hablando. Creo que es el art. 18 de las Reales Ordenanzas (hablo de memoria) el que bajo la rúbrica de «Justicia en las Fuerzas Armadas» habla de que «nada esperar del favor ni temer de la arbitrariedad», pero la realidad es que en el ámbito militar puedes esperar cualquier cosa menos «Justicia» y una actuación con imparcialidad, porque los militares se llenan la boca hablando del a Constitución pero luego los principios y valores constitucionales se los saltan a la torera para ser tan rojos como el que más. Ya digo, si yo tuviera tiempo y pellejo de comentar, me daba como mínimo para 100 páginas, así escritas del tirón, sin pestañear.
Muy buen artículo, y recuerdo lo que se cuenta que sucedió en Reinosa y comparto también la reflexión que hace el autor de aquel suceso, de aquellos polvos viene estos lodos, porque la Guardia civil hace mucho que erstá mandada por sus enemigos.
El Coronel al que me refería anoche es D. José Camiña Rivas, no Camuñas como por error había escrito. Su pongo que habrá fallecido porque ahora tendría más de 90 años. Cuando hablo de los colchones en las tiendas de campaña, me refería a las maniobras en el campo, que iban con todo tipo de comodidades (mesas y sillas de comedor incluidas, y soldados vestidos de camareros para servirlas también incluidas). Lo aclaro porque si se omite este dato no se entiende.
No, el General D. José Camiña Rivas no ha fallecido. Vive feliz con una gran familia.
El General Camiña Rivas falleció el dia 7/6/2021. Saludos guerrilleros de un miembro de la C.O.E 81
No sabía que la policía Militar tuviera ´la pistola walter P-38
Estimado seguidor: efectivamente no la tenía. El arma era propiedad del entonces Capitán Lorenzo Fez- de los Paños,pagada de su bolsillo. Mil gracias. Saludos cordiales
Te superas, camarada. Te superas.
Has mantenido el mejor rumbo hasta el final y contra muchos vientos y mareas.
Enhorabuena y Feliz Patrona. Pocos se la merecen
Su caso demuestra que en España y en las FAS hace tiempo que no hay justicia (entendida como la virtud de dar a cada uno lo suyo) ni hay una idea plausible del honor, ni civil ni militar. Al menos tenga la satisfacción de que no habiendo obtenido justicia su honor está inmaculado. Y el honor del Ejército sólo lo perdieron los técnicos de uniforme que no cumplieron su deber y antepusieron su carrera y su sueldo (en realidad es lo que les preocupa a los de esa mala ralea) a la defensa de una noble institución de la Patria de la que se borraron como ratas cobardes que es lo que demostraron ser. Tenga la seguridad mi Coronel que la conciencia de los que sancionaron al que sí cumplió con su deber (usted y quienes le siguieron a sus órdenes) no les dejó dormir más noches que menos. Pudieron engañar a muchos con su nada patriota ni moral proceder, con su torticera idea de justicia militar o Justicia como virtud suprema del Derecho, pero a sí mismos no. La vocecita interior que te reprocha las injusticias cometidas contra otros, especialmente cuando te tienes compañero y hermano de armas y aún te jactas cínicamente de ello, no se puede acallar ni con lexatin y otras drogas por prescripción facultativa. Puede que pocos recordemos aquellos convulsos días y los hechos hoy no tengan ni interés para estas generaciones de abundancia en indolentes pero unos cuantos sabemos perfectamente quién estuvo bien en su puesto y quiénes simplemente se borraron de su deber y marcharon su honor ante Dios y los hombres. Y como profesional de alambrada la excepcionalidad de las unidades por las que usted pasó hablan por sí solas y los que han servido bajo su mando mayoritariamente, con independencia de sus ideas personales, le tienen por un jefe duro y exigente pero justo, recto y buena persona. Nada se puede reprochar a quien obra en defensa del honor de todos y el suyo propio. Lo demás es accesorio. Gracias por haber defendido el honor de los Ejércitos que es el de España. Cuídese mucho
Muchas gracias por su comentario.
Compruebo que, a diferencia de en otros artículos, no he dado respuesta a los comentarios.
Pero ahora, alertado por el Español Digital del que acaba de insertar, quiero corresponder a su deferencia.
En el expediente judicial que se incoo por los hechos, todos mis subordinados respondieron de igual forma: cumplí la orden recibida. A la misma pregunta realizada por el juez, asumí toda la responsabilidad diciendo “actué por propia iniciativa, de acuerdo con mi honor y espíritu.
Es cierto que la orden que yo había dado era que la actuación debería ser solamente sobre los soldados que vestidos de paisano iban emboscados entre los manifestantes, injuriando al Ejército y a los militares.
Pero al intentar los manifestantes impedir el cumplimiento de la orden, todos “llevaron lo suyo”
El haber intentado eludir en mi declaración la responsabilidad, alegando que mi orden no era actuar contra los paisanos, lo consideré inadmisible, pues las posibles consecuencias de haber cumplido la orden recibida deben estar amparadas también por quien la dio.
Precisamente lo que más indignó a la prensa fue la obediencia sin fisuras de todos los componentes de la unidad, lo que era una prueba incuestionable de su disciplina y alta moral.
Así pues fui yo el único sancionado, sin que recayera ninguna responsabilidad en los oficiales, suboficiales y soldados.
Le envío un cordial saludo.