El humor de Don Pepone y el género patricómico
La pérdida del sentido del humor es el primer paso hacia el fracaso. Hoy no hay ni cómicos ni humoristas, por eso, y por otras cosas, España se hunde en un pestilente lodazal. Recuperemos nuestro siempre genial sentido del humor, destruido por los que no lo tienen, ni lo desean. En la estela de nuestros más geniales innovadores del humor, Ignacio de Loyola Crespí de Valldaura de Gonzalo nos ayuda a pasar estos malos tragos… riéndonos.
Entrevista a Don Pepone, creador del género patriocómico: “La madurez consiste en reírse de todo menos de lo esencial”
Vivimos ciertamente tiempos recios, expresión teresiana, y el panorama que se cierne sobre España no es el mejor, pero no debemos perder la esperanza y menos el sentido del humor, del que hacía alarde la gran santa de Ávila.

Les dejo ya con el personaje, que es todo un personaje. Su nombre es el de un santo, Ignacio de Loyola, aunque todavía le queda mucho para alcanzar la santidad. Es más conocido por su seudónimo, Don Pepone, bajo el cual ha creado el género de la patriocomedia, en el que aúna sentido del humor y rancio conservadurismo, algo que, a ojos de muchos, parece imposible, logrando que lo carca sea el triple de gracioso y atractivo que cualquier chiste moderno. Entrevistamos a Ignacio de Loyola Crespí de Valldaura de Gonzalo. Espero que les guste la entrevista una vez acaben de leer el nombre.
Don Pepone, un nombre muy humorístico… ¿Está usted de humor para concederme una entrevista?
Pues, a decir verdad, me pilla, en este momento, con un humor de perros, lo cual me hace ser todavía más gracioso, aunque le advierto que sólo en el terreno de la escritura. Levantarme con el pie izquierdo mejora mi capacidad de atizar con la derecha en prosa, de asestar cómicos reveses y divertidos zurriagazos. Las malas pulgas me inspiran para escribir con donaire y gracejo, con una mala leche de lo más desternillante. La cólera me sirve de desahogo literario y por consiguiente, hace emerger mi sentido del humor, ya que soy el insigne creador de la patriocomedia, aunque le reconozco que solamente sé gestionar la ira con tamaña destreza cuando se trata de afilar la pluma. Si no tengo delante una máquina de escribir o algún cachivache de literato reaccionario, puedo llegar a ser un cascarrabias de lo más exasperante, amén de amedrentar con mi estentórea voz, mi adiposo vientre y mi faraónica corpulencia.
¿Se puede hablar del sentido del humor con seriedad?
Para empezar, no sé si soy capaz de hablar de algo con seriedad, pero, por deferencia a un periodista de su egregia estatura, puedo prometer y prometo que lo intentaré.

En mis treinta y un años de singladura, he llegado a la descabellada conclusión de que la madurez consiste en tomarse todo un poco a broma, a excepción de lo verdaderamente importante. Hay una frase de un vídeo de Manolo Escobar y Concha Velasco que se me quedó cincelada en la memoria y grabada a fuego en lo más profundo del alma. Reza así: “me gusta reírme del mundo entero menos de Dios”. Esta oración representa mi manera de tomarme la vida y pese a ser en apariencia sencilla, es de un valor y de una potencia incalculable. Si la hubiese pronunciado Chesterton, Belloc, T.S. Eliot, C.S. Lewis o el mismísimo Tolkien, sería un lema digno de ser tallado en el frontispicio de todas las escuelas.
¿Es incompatible con la gravedad de la vida?
Acogiéndome a la citada frase de Manolo Escobar, “me gusta reírme del mundo entero menos de Dios”, lo único grave es mofarse del Altísimo y por ende, de las cosas verdaderamente importantes. El resto puede e incluso, debe gravitar sobre carcajadas.
¿Es el humor el menos común de los sentidos?
Está históricamente probado que en las sociedades en las que Dios ha pasado a un segundo, tercer o cuarto plano, se ha perdido el sentido del humor, menos para reírse de Él, momento en el que muchos se vuelven muy graciositos, salerosos y chispeantes.
En los paraísos ateos, se hace todo a la inversa de lo debido y de la citada frase de Manolo Escobar: se frivoliza con lo verdaderamente importante y se engrandece la importancia de la mundana y volandera rutina. Llegados a este punto, es cuando se comprende la perentoria necesidad de reivindicar el adagio “me gusta reírme del mundo entero menos de Dios”. Este aforismo invierte las prioridades de los mundos descristianizados, para ubicarlas en su posición lógica y natural.
Digo que está históricamente probado que en las sociedades que dan la espalda a Dios se ha perdido el sentido del humor porque tanto en los paraísos comunistas, como en el mundo laicista y capitalista, las sonrisas brillan por su ausencia.
Recuperemos la santa comedia, divino tesoro. Reivindiquemos a Don Pepone.
Los santos han tenido muy buen sentido del humor, aunque dentro del recto orden…

Me vienen a la cabeza cuatro ejemplos dignos y fidedignos de bromistas con aureola de santidad. Estos santos son: San Juan Bosco (quien fundó la “Sociedad de la alegría” y al que llamaban el santo del buen humor), Santo Domingo Savio (dado a contar historias divertidas que hacían troncharse a los de su alrededor), Santo Tomás Moro (apóstol del buen humor, que mantuvo su carácter alegre incluso cuando fue conducido al patíbulo en el que fue decapitado por rebelarse contra las feroces inmoralidades de Enrique VIII) y San Felipe Neri.
Aprovechando que he citado a San Juan Bosco en el párrafo anterior, voy a narrar brevemente una anécdota de él verdaderamente cómica, que acredita que fuese conocido como el santo del buen humor.
Un grupo de sacerdotes, influenciado por la arrojadiza campaña en contra de este hombre que estaban haciendo las autoridades civiles, decidió que estaba enloqueciendo y que, a la sazón, lo más prudente era encerrarle en un manicomio. Ante esta acusación de sus compañeros, optó por fingir que estaba rematadamente loco, haciendo teatrales alharacas de la falsa demencia que le estaban atribuyendo. Al ver esto, los curas que lo acompañaban despejaron todo atisbo de duda sobre su vesania y le facilitaron un coche de caballos que le condujese directamente al manicomio. Don Bosco espetó a los suyos que pasasen primero, en un gesto de impostada educación y cortesía. Una vez dentro, cerró la portilla con decidida presteza y urgió al cochero para llevar a ese hatajo de chalados al hospital con la mayor de las premuras. Esta fantástica broma recorrió, de cabo a rabo, la ciudad e incrementó todavía más la refulgente popularidad de su persona.
También, hay un artículo de Juan Manuel de Prada, titulado Risas divinas, en el que el autor hace hincapié en pasajes del Evangelio que muestran el agudo e ingenioso sentido del humor de Jesucristo.
El excelso escritor, por ejemplo, recuerda el pasaje de la Unción de Betania, en el que María, la hermana menos laboriosa de Lázaro, utilizó un perfume de elevado precio para lavar los pies de Jesús y cómo ante el acerbo reproche del santurrón de Judas por tamaño despilfarro y por no emplear dicha cantidad en beneficiar a los pobres, Dios Hijo le espetó: “a los pobres los tendréis siempre con vosotros; en cambio, a mí, no siempre me tendréis”.
Otro episodio en el que Cristo hizo eclosionar su lado gracioso fue el siguiente: el Señor le propuso a una samaritana, frente al pozo de Jacob, que avisase a su marido. La mujer, avergonzada, le contestó: “no tengo esposo”. A esto, Jesús le contestó: “bien dijiste ‘no tengo esposo’. Porque has tenido cinco esposos y el que ahora tienes no es tu esposo”. Juan Manuel de Prada precisa que es bastante probable que le gastase esta broma acompañada de una sonrisa socarrona y que se estuviese riendo junto a ella para ayudarle a superar en sonrojo de sus deslices pasados. Un hecho que refuerza la verosimilitud de este apunte del escritor es que la samaritana, justo antes de dicha conversación, se había ofrecido a ser discípula de Cristo, lo cual permite entender que más que de un reproche vil y malintencionado, se trataba de una broma sobre sus pecados anteriores.

De Prada, también, incluye en un artículo una fabulosa cita de Leonardo Castellani, que dice así: “el humor de Cristo traduce la inserción de lo eterno en lo finito, y despatarra lo finito. Podría destruirlo y aniquilarlo, pero no hace más que despatarrarlo; y por eso, es humor”.
Un santo triste es un triste santo….
Que el catolicismo fortalezca, depure de malicia y desbroce de mezquindad el sentido del humor no quiere decir que para ser buen cristiano, uno necesite ser un tipo bromista y gracioso. Se puede ser triste y alcanzar la santidad, siempre que esa tristeza te permita ser feliz.
Muchos se preguntarán cómo se puede ser feliz y triste al mismo tiempo. Por una razón muy sencilla, que es que no se puede confundir felicidad con alegría. Son dos líneas diferentes que tienden a cruzarse en algunos puntos, pero no son sinónimos, tal y como algunos intelectuales y publicistas del progresismo anticristiano han logrado comunicar a un segmento nada desdeñable de la sociedad.
Desde principios del siglo XX, varias marcas nos han atiborrado a eslóganes uniendo los conceptos de alegría y felicidad, además de artículos y series de televisión que han contribuido a ensamblarlos o fundirlos a través de tópicos, argumentos sentimentalistas, mantras y frases hechas.
¿Usted tiene sentido del humor?
El que tiene sentido del humor es mi entrevistador al atreverse a formularme esta pregunta.
¿Aceptaría con humor que le llamen “soso”?
Al igual que acepto al pecador sin comulgar con el pecado, no aceptaría que me llamasen “soso” bajo ningún concepto, pero me lo tomaría con humor al mismo tiempo.
Es importante aprender a reírse de sí mismo…
Es una cura de humildad, ya que te lleva a admitir tus vicios y flaquezas sin el dolor inenarrable del orgullo. Además, contribuye a tomarte un poco a guasa las faltas ajenas, a mirar con compasión y sin desdén a quienes cometen un pecado, sin que el pecado deje de parecernos pecado, naturalmente. Es una medicina de eficacia probada contra el puritanismo, la altivez y la soberbia. Se trata de un lenitivo espiritual revestido de beatitud.
Como he señalado en el párrafo anterior, aprender a reírse de uno mismo endurece nuestra capacidad para reconocer nuestras miserias y para evaluar con misericordia las ajenas, sin que el pecado deje de parecernos pecado, diametralmente lo contrario a lo que se estila el mundo que nos rodea, donde la gente juzga con severidad adamantina los errores del prójimo, niega con rotundidad los propios y para colmo, opina que el pecado y el mal no existen, después de haber puesto a caer de un burro al de al lado por sus acciones indecorosas, lo cual carece de coherencia y de sentido.
Mientras buena parte de la gente practica el juzga a los demás, no te juzgues a ti mismo y niega el pecado, un católico devoto cree en el “no juzgues y no serás juzgado” y en luchar contra el pecado.
Aparte de lo indicado, quería resaltar otro beneficio de la autoburla, que es el salir indemne de los complejos que te pueden generar otros a causa de un sambenito o etiqueta. Abundan los progres y falsos modernillos que tratan de atizarme con calificativos como “carca” o “antiguo”. Yo, en vez de tratar ir de más adaptado, moderno y “fashion” de lo que soy por miedo a quedarme “out”, como fingen muchos que viven y piensan a mi modo, hago alardes y alharacas de cómica antigüedad, presumo, en un tono jocoso, de mi condición de retrógrado, lo cual me permite ser tal y como soy sin vivir acomplejado, y para colmo, me convierte en alguien único, original, hilarante, vitoreado por quienes me rodean e incluso, perdonado por buena parte de mis enemigos. El humor gestionado con maestría mueve montañas, apaga fuegos y somete voluntades.
El truco expuesto en el párrafo interior no me lo he inventado yo (ojalá fuese tan inteligente), sino que se ha utilizado con acreditada maña y primor a lo largo de la historia.
Lope de Vega, por ejemplo, asumió, errónea y servilmente, complejos de la leyenda negra fabricada por algunos de nuestros vecinos patrios, pero hizo auto burla de los estereotipos que nos habían atribuido para quitarles hierro e hizo hincapié en lo valientes y atractivos que resultan los aguerridos y bravucones españoles.
Otro ejemplo paradigmático es el de Clint Eastwood o John Wayne, quien, también, aceptó, con cierta bajeza, algunos prejuicios que se divulgaban sobre los norteamericanos, pero quien, a su vez, hizo auto burla de la bravuconería vaquera de sus compatriotas para quitarle hierro y resaltó, al igual que Lope de Vega, la indomeñable valentía y lealtad de estos entrañables cazurros.

Sacado el tema de la bravuconería de los “cowboys” norteamericanos, no puedo pasar a la siguiente pregunta sin subrayar que uno de los factores determinantes de que Ronald Reagan ganase las elecciones de Estados Unidos fue el folclore patrio de gestos como el de disfrazarse de vaquero. Apuesto a que si, por ejemplo, Bertín Osborne se presentase a las elecciones fotografiado a lomos de un caballo y alzando su copa de fino, arrojando mofa y befa contra los estereotipos creados, se llevaría un puñado de votos bastante significativo.
En definitiva, dominar el arte de reírse de sí mismo te da un poder lato e inconmensurable.
¿Qué cualidades que debe tener el humor de un caballero cristiano?
Un sentido del humor sano, entrañable, que no se materialice a expensas del honor del prójimo, que no desbarate a los demás y que, en caso de desbaratar, sea única y exclusivamente para hacer autoburla, como signo de humildad y capacidad de reconocer los propios errores sin morir en el intento.
Es fácil hoy en día que caigamos en la trivialización y acabemos imitando a El Chiquito de La Calzada…
En primer lugar, quiero matizar que, aunque el humor de El Chiquito de La Calzada no sea precisamente intelectual y refinado, no deja de ser risueño y entrañable, sobre todo, en un mundo en el que proliferan por doquier las burlas sangrientas y malintencionadas. Este buen hombre merece todo mi respeto.
En segundo término, cabe hacer una distinción entre el humor de tú a tú y el humor de masas. El primero hace más gracia cuando es pulcro e ingenioso. El segundo triunfa en el momento en el que es hiriente y chabacano.
¿Esto por qué es así? Porque el hombre masa o la persona en colectivo se envalentona y embrutece. Ortega y Gasset dedicó un libro entero a tratar esta cuestión, llamado La rebelión de las masas. Por eso, si una persona inteligente quiere tener el más mínimo destello de éxito popular, no le queda otro remedio que aprender a descender un poco de la nube para llegar a los demás.
