El mal moderno y la subcultura del entretenimiento

Cualquier espectador con algo de gusto que no haya sido anulado por la vorágine autodestructiva de nuestro tiempo, constatará hastiado que no hay experiencia más deprimente que la de asistir a una sala de cine para deglutir el bodrio made in Hollywood de la semana.

Mes tras mes, desde hace ya varias décadas de inenarrable degradación, el número de bodrios, engendros y bazofias made in Hollywood que llegan a España crece exponencialmente, imposibilitando que las producciones de otras cinematografías se abran un hueco en la cartelera nacional. Pero, ¿por qué?

Los viejos cinéfilos curtidos en las vetustas filmotecas (o en sus videotecas personales), que de niños se solazaran en las sesiones dobles eslabonando con total naturalidad un serie B con una serie Z, recordarán enternecidos los nombres de artesanos tan eficientes como Bruce Humberstone, Sam Newfield, Ray Nazarro o Paul Wendkos, por nombrar los primeros que me vienen a las mientes. Controlado por los Amos del mundo, Hollywood, antes de mutar en la factoría MK Ultra Social de las pesadillas y las aberraciones subliminales, todavía era una fábrica de sueños, una más entre las muchas cinematografías pujantes del globo (como la mexicana o la checa, por ejemplo). Esos tiempos, sin embargo, quedaron muy atrás.

El otro día tuve que asistir –sin poder zafarme y entre un público joven con una edad comprendida entre los 12 y los 13 años–, a la proyección de un engendro distribuido por la Paramount y titulado Stardust, de 2007; esos 12 años de antigüedad que comparte con la edad del grueso del público asistente, por increíble que pueda parecer, le han sentado fatal. Desde el primer plano no puedo reprimir el bostezo inmisericorde. Todo en esta baratija multimillonaria es impostado, ridículo, absurdo. Un montaje fragmentado, incomprensible. Un estruendo sonoro seudowagneriano, para que no decaiga. Una galería de personajes que no logran sobrepujar la entidad de los monigotes de viñeta. Y los omnipresentes efectos especiales-digitales, sin un ápice de alma.

Pero lo más odioso de este producto comercial no es tanto su nula entidad cinematográfico-artística (con total ausencia de una puesta en escena razonada, coherente), sino el devastador efecto que la peliculilla de marras está desencadenando entre el infantil público que la sufre/deglute: sobresaltos, expresiones de asco, miradas fijas y sin parpadear concentradas en la pantalla, es decir, una fascinación entre turbia y abyecta, encaminada a destruir poco a poco la mente humana, por medio de las más viles herramientas subliminales (mensajes satánicos, iluministas y luciferinos).

Y lo más chocante es que ese mismo público alienado en el lenguaje de los videoclips y los videojuegos, sumamente impotente a la hora de atisbar el significado de una imagen, es incapaz de soportar con mediano interés una película del periodo clásico, pongamos por caso de John Ford o King Vidor.

Tal y como informa el escritor Rafael Palacios “Rafapal” en su libro La locura moderna. MK Ultra Social, “la inspiración para el mal moderno proviene de la propia cultura del entretenimiento” (p. 98).

Cine degenerado: un reflejo de la mentalidad actual, temas y tendencias

Esta imparable degradación del cinema supone, y confirma, el triunfo del denominado cine degenerado de signo hollywoodiense, al que se ha dado impunemente vía libre para devastar las estructuras mentales de toda una generación ahogada en las letrinas del marxismo cultural. ¿Qué contra-valores promueve este anti-cine destinado a menoscabar la inteligencia del público y pervertir su moral? ¿Cómo logra imponerse este hollywoodismo (globalista) de cloaca a las masas como parte del Sistema, aceptado y reverenciado?

Para empezar, es preciso abolir prejuicios y poner al cine degenerado en su ínfimo lugar, con independencia de su factura formal/industrial o su (falso) prestigio crítico: sea un subproducto de serie D al servicio de algún culturista del momento destinado al mercado del vídeo, sea una publicitada superproducción destinada a inflar las taquillas y de paso arrasar en la entrega de los Óscar, la composición química de los ingredientes siempre suele ser la misma, si bien unos ingredientes presentan mayor calidad/entidad que otros, pese a que su composición, insistimos, sea la misma.

¿Cómo identificar este tipo de productos? Cada día que pasa es más fácil desenmascarar este fraude que llamamos cine degenerado, sólo hay que estar atentos al detrito gelatinoso que nos van a servir en el plato. Se calcula que en torno al 90% de las producciones del Hollywood coetáneo y en menor porcentaje las de sus satélites (entre ellos el cine español de nuestros días) puede catalogarse como cine degenerado, y es que el cine degenerado de 2019 resulta obviamente mucho más identificable y prolífico que el de 1999, y ya no digamos que el de 1979: su rastrera naturaleza instrumental ya no intenta siquiera ocultar lo escandaloso de sus presupuestos: lo que antaño se intentaba ocultar y colar de forma subliminal en la mente del adormecido espectador, hoy se muestra y ensalza con un regodeo francamente escandaloso. Pero muchos espectadores, narcotizados y alienados en esta barbarie, tragan y digieren sin cuestionar nada de lo que ven y oyen, ya que ni visionan ni escuchan. Dos características mínimas reiteradas hasta la náusea, al menos, confirman y desenmascaran el cine degenerado como lo que en verdad es (la mayor fábrica de lavado de cerebro y creación de estereotipos del globo), a saber:

UNO: La promoción descarada de los contra-valores, debidamente dosificados o magnificados a lo largo de unos metrajes, por lo general, intercambiables y embrutecedores, entre efectistas y alambicados, haciendo gala de todos y cada uno de los tics de la posmodernidad: cualquier peliculilla de un Almodóvar en España o de un Tarantino en Usa pueden servirnos de ejemplo. Entre estos contravalores/asuntos recurrentes, se subrayan con inusitada persistencia en los últimos tiempos los siguientes, a saber: abortismo (Un asunto de mujeres [Claude Chabrol, 1988]), alcoholismo (Factótum [Bent Hamer, 2005]), anarquismo (V de Vendetta [James McTeigue, 2006]), canibalismo (Holocausto caníbal [Ruggero Deodato, 1980]), capitalismo (El lobo de Wall Street [Martin Scorsese, 2013]), comunismo/maoísmo (Soñadores [Bernardo Bertolucci, 2003]), conductas estúpidas (Billy Madison [Tamra Davis, 1995]), consumismo (Sexo en Nueva York 2 [Michael Patrick King, 2010]), drogadicción (Dos colgaos muy fumaos [Danny Leiner, 2004]), feminismo (Fabricando al hombre perfecto [Susan Seidelman, 1987]), homosexualismo (La ley del deseo [Pedro Almodóvar, 1987]), humor obsceno (American Pie 7 [John Putch, 2009]), lesbianismo (Carol [Todd Haynes, 2015]), nihilismo (Harold y Maude [Hal Ashby, 1971]), pedofilia (Lolita [Adrian Lyne, 1997]), pornoterrorismo (Baise-moi [Virginie Despentes y Corali Trinh Thi, 2000]), prostitución (Puta [Ken Russell, 1991]), sadomasoquismo (Nymphomaniac [Lars von Trier, 2013]), travestismo (Las aventuras de Priscilla, reina del desierto [Stephan Elliot, 1994]), violencia gratuita (Hostel [Eli Roth, 2005]), etc., etc. Si a esta retahíla sumamos tendencias recurrentes como la falsificación de la Historia (Ágora [Alejandro Amenábar, 2009]), la promoción del New Age (The New Age [Michael Tolkin, 1994]), la eurofobia (Amistad [Steven Spielberg, 1997]) y un antiblanquismo (racismo antiblanco) en alza (Black Panther [Ryan Coogler, 2018]), no nos costará demasiado trabajo identificar qué clase de sujetos y entes vinculados al globalismo transnacional están detrás de esta industria de manipulación destinada -como cierta moderna psiquiatría- a liquidar y desmantelar la mente del espectador.

Jean Luc Godard
Chris Marker

DOS: La destrucción del lenguaje cinematográfico, pervirtiendo los resortes normativos de la puesta en escena clásica (modo de representación institucional). Esta destrucción, que nada tiene que ver con las tentativas vanguardistas/experimentales de un Godard o un Chris Marker, puede asimilarse cotejando dos filmes comerciales de su tiempo harto antitéticos, separados por casi siete décadas de progresiva degradación: Los violentos años veinte (Raoul Walsh, 1939) versus La jungla 4.0 (Len Wiseman, 2007). La comparación resulta demasiado sangrante como para tomársela en serio, mas es evidente que entre la gran obra maestra de Walsh y el engendro neo-capitalista a continuación referido, dicha comparación resulta insoportable, de puro ofensiva. Y es que un maestro clásico como Walsh, cuya concepción cinematográfica se fundaba en el elaboradísimo estudio de la puesta en escena (composición, movimientos de cámara, valoración de los actores y los objetos en el plano, iluminación, columna sonora, etc.), nada tiene que ver con la ensalada de planos brevísimos y acelerados del ruidoso engendro al servicio de Bruce Willis, cuya única motivación “narrativa” parece ser/no ser un montaje irreflexivo e incoherente al servicio del propio Willis y su sempiterna camiseta, es decir al servicio de la nada misma.

Otra mirada: Hollywood contra Hollywood, géneros audiovisuales y cine con valores

Ofrecemos en el siguiente listado una nómina selecta de títulos de películas “made in Hollywood” con valores, harto antitéticas de las actuales y ordenadas en función de los géneros audiovisuales en los que quedarían insertas (se han seleccionado cuatro películas por género audiovisual). Se observará que de las piezas seleccionadas, la película más próxima en el tiempo data del ya lejano año de 1968. Desde aquel año infausto hasta el presente, más de medio siglo después, la sociedad española ha sufrido una pronunciada quiebra moral, tanto más acusada por cuanto el grueso de los jóvenes españoles recurren a los productos hollywoodienses para construir su “personalidad” (es un decir).

AVENTURAS

Robin de los bosques (Michael Curtiz y William Keighley, 1938)

El tesoro de Sierra Madre (John Huston, 1947)

Las minas del Rey Salomón (Compton Bennett y Andrew Marton, 1950)

El mundo en sus manos (Raoul Walsh, 1952)

BIOGRÁFICO

La tragedia de Louis Pasteur (William Dieterle, 1936)

El orgullo del club de los yanquis (Sam Wood, 1942)

¡Viva Zapata! (Elia Kazan, 1952)

El loco del pelo rojo (Vincente Minnelli, 1956)

BÉLICO

Objetivo Birmania (Raoul Walsh, 1945)

Casco de acero (Samuel Fuller, 1951)

Attack! (Robert Aldrich, 1956)

La colina de los diablos de acero (Anthony Mann, 1957)

CIENCIA-FICCIÓN

La guerra de los mundos (Byron Haskin, 1953)

Invasión de los ladrones de cuerpos (Don Siegel, 1956)

Planeta prohibido (Fred McLeod Wilcox, 1956)

El planeta de los simios (Franklin J. Schaffner, 1968)

COMEDIA

Un ladrón en la alcoba (Ernst Lubitsch, 1932)

Damas del teatro (Gregory La Cava, 1937)

Bola de fuego (Howard Hawks, 1941)

Los viajes de Sullivan (Preston Sturges, 1941)

FANTÁSTICO

El ladrón de Bagdad (Raoul Walsh, 1924)

El mundo perdido (Harry Hoyt, 1925)

El doctor Frankenstein (James Whale, 1931)

La novia de Frankenstein (James Whale, 1935)

GANGSTERS

Hampa dorada (Mervyn LeRoy, 1930)

Scarface, el terror del hampa (Howard Hawks, 1932)

Ángeles con caras sucias (Michael Curtiz, 1938)

Los violentos años veinte (Raoul Walsh, 1939)

HISTÓRICO

Los diez mandamientos (Cecil B. DeMille, 1956)

El Álamo (John Wayne, 1960)

El Cid (Anthony Mann, 1961)

La caída del Imperio romano (Anthony Mann, 1964)

MELODRAMA

Stella Dallas (King Vidor, 1937)

El cuarto mandamiento (Orson Welles, 1942)

El filo de la navaja (Edmund Goulding, 1946)

Escrito sobre el viento (Douglas Sirk, 1956)

MUSICAL

La calle 42 (Lloyd Bacon y Busby Berkeley, 1933)

Sombrero de copa (Mark Sandrich, 1935)

Un americano en París (Vincente Minnelli, 1951)

Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen y Gene Kelly, 1952)

NEGRO

Detour (Edgar G. Ulmer, 1946)

Retorno al pasado (Jacques Tourneur, 1947)

El abrazo de la muerte (Robert Siodmak, 1949)

El demonio de las armas (Joseph H. Lewis, 1950)

PEPLUM

Quo vadis? (Mervyn LeRoy, 1951)

Demetrius y los gladiadores (Delmer Daves, 1954)

El cáliz de plata (Victor Saville, 1954)

Sodoma y Gomorra (Robert Aldrich, 1962)

RELIGIOSO

La canción de Bernadette (Henry King, 1943)

Siguiendo mi camino (Leo McCarey, 1944)

Las campanas de Santa María (Leo McCarey, 1945)

El mensaje de Fátima (John Brahm, 1952)

ROMÁNTICO

El séptimo cielo (Frank Borzage, 1927)

El ángel de la calle (Frank Borzage, 1928)

Carta de una desconocida (Max Ophuls, 1948)

Picnic (Joshua Logan, 1955)

SUSPENSE

Mentira latente (Mitchell Leisen, 1950)

Yo confieso (Alfred Hitchcock, 1953)

Crimen perfecto (Alfred Hitchcock, 1954)

El cabo del terror (John Lee Thompson, 1962)

TERROR

La momia (Karl Freund, 1932)

Yo anduve con un zombie (Jacques Tourneur, 1943)

La noche del cazador (Charles Laughton, 1955)

Psicosis (Alfred Hitchcock, 1961)

WESTERN

La diligencia (John Ford, 1939)

Cielo amarillo (William Wellman, 1948)

Juntos hasta la muerte (Raoul Walsh, 1949)

Río Bravo (Howard Hawks, 1959)


4 respuestas a «El mal moderno y la subcultura del entretenimiento»

    1. Así es. De los 15 fps del periodo silente a los 24 fps del sonoro y los 25 fps de la TV, se ha pasado a una sobresaturación del tiempo fílmico inaudita, tan sólo destinada a traumatizar ese subconsciente colectivo incapaz de digerirlo. Es una nueva forma de MK-ULTRA social, como afirma Rafapal en su interesante libro. Saludos cordiales

  1. Este análisis, en cuanto a su juicios positivos, me recuerda un tanto a lo que suele decir el obispo Williamson del Catolicismo burgués, restringido a lo moral, de los años 50. Que el Catolicismo conciliar sea un muladar no quiere decir que el Catolicismo acartonado y un tanto idiotizado que le precedió no fuera ya un producto contraído y tocado del ala. Buena parte del cine que Ud. alaba no era mas que eso que en la propia industria del show bussiness denominaban por entonces phony, o sea cultura pop temprana pura y simple: filfa de la industria cultural. Es fácil establecer el correlato con la música: el satanismo del black metal no vuelve buena la basura melíflua y estandarizada de los hits de los años cuarenta y cincuenta. La metástasis no vuelve benéfica a la fase previa del cáncer. Viva Sam Peckimpah. Un saludo.

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