«El martillo disidente»: un libro imprescindible
El pensador metapolítico más potente de la novísima generación presenta su nuevo libro: EL MARTILLO DISIDENTE. Más que de un mero libro, podríamos hablar de un martillo dialéctico, casi dotado de vida propia. Imprescindible.
En el decurso de los últimos años, raro ha sido encontrar en el erial filosófico español alguna obra tan rompedora, provechosa y audaz como El martillo disidente, de Daniel Aragón Ortiz (n. 1981), alias Daorino. Y es que tras leer con detenimiento y sorpresa el libro (192 páginas llenas de hallazgos), un impulso interior nos ha obligado a reseñarlo: son tan pocos los nuevos libros que merecen realmente la pena, que el descubrimiento de esta rareza heterodoxa nos mueve, por imperativo moral, a destacarlo de la balumba de tanto título prescindible.

Otro hecho: la aparición del Martillo el pasado mes de octubre apenas ha gozado de la publicidad que merecía. Y es comprensible: el Sistema nunca podrá tolerar un trabajo tan antitético del discurso dominante, en las antípodas de la corrección política, ésa que pudre los espíritus y corroe como la lepra las instituciones a él sometidas, de las que la actual universidad española es inequívoco ejemplo e indeseable subproducto. Nos preguntamos: ¿qué clase de librillos invertebrados están produciendo en masa los nuevos elementos afines a la universidad -vertiente “humanística” sobre todo- nacidos entre las décadas de 1980 y 1990? Por lo general verdaderas naderías sumisas a los dictados del NOM y la corrección política, recurrentes insultos a la inteligencia embadurnados de esa jerga de la autenticidad que necesita de cuatrocientas páginas para difundir a lo sumo siete ideas, de las cuales seis están erradas y la restante apenas pasa de ser un sofisma intencionado.
El martillo disidente. Librepensamiento revolucionario destila, y quintaesencia, el pensamiento de Daorino con abrasadora eficacia. Que nadie lo etiquete de buenas a primeras: el término “librepensamiento” en Daorino no guarda correspondencia con la acepción dominante del mismo; en su propias palabras:
“El librepensamiento, ¿qué es? Muchos lo confunden con la libertad. No tiene nada que ver, la libertad no define el librepensamiento. ¡Los liberales no deben apropiarse del librepensamiento! Los liberales son sólo personas roídas por la libertad y por ella luchan porque la libertad les da órdenes. Así que el librepensamiento constituye toda una forma peculiar de ser hombre…”
Precisamente porque Daorino repele cualquier forma de liberalismo, podemos afrontar el libro desde una perspectiva razonable y desapasionada, no sometida a los vaivenes coyunturales de las ideologías en boga. Se podrá asentir o disentir ante las muchas y controversiales tesis que el autor va desgajando, pero lo cierto es que por el vigor de la exposición y la convicción del tono, la veracidad del discurso del autor no requiere de ninguna demostración.
No es mi propósito resumir cual burdo vulgarizador el contenido de la obra, porque es prácticamente imposible, amén de que dicha pretensión supondría una traición a Daorino, cuyas sentencias nada tienen que envidiar a las de Remy de Gourmont, Cioran, Gómez Dávila o incluso, por momentos, el mismísimo Nietzsche. Pero sí me gustaría apuntar algunas claves vehiculares en lo que a la estructura y disposición de las tesis nos ofrece el libro.
Como bien apunta Sergio Salado Castilla en su penetrante prólogo, “este libro es para muy pocos”. Y así es: el Martillo aparece dispuesto en dos partes que se complementan: una primera, “Sentencias”, donde el aforismo, el fragmento y la máxima van construyendo un puzzle filosófico o bosquejo de sistema; y una postrera, mucho más breve y programática, de “Textos”, en la que aparece expuesta la metafísica del autor, flanqueada por una serie de disciplinas que dan un dibujo, más o menos firme, de la filosofía de éste.
Lo mejor del libro, sin duda, reside en las “Sentencias”, en las que no cuesta trabajo detectar la genialidad del autor. Sí: Daorino es un genio filosófico en progreso. Y lo afirmamos precisamente porque es un pensador lo suficientemente diferenciado del resto como para resultar, todavía y en pleno siglo XXI, original: su originalidad reposa en su necesidad por volver al origen, a los mundos tradicionales, pasando por el filtro posmoderno toda una serie de convenciones que él, con inusitado manejo, remueve con virtuosismo: la libertad y el librepensamiento, el feminismo o hembrismo, las ideas del progresismo, política e ideología, filosofía, ética y religión, etcétera.
Me permito, como botón de muestra, traer aquí tres de sus reflexiones; juzguen ustedes mismos:
“Los medios de comunicación no deberían tener derecho a la libertad de expresión. En realidad, nadie debería tenerla. Lo que debería haber es una obligación para decir la verdad, para ser objetivo. Libertad de expresión significa también que puedo mentir libremente. ¿De verdad queremos entonces la libertad de expresión?”
“Los marxistas culturales dicen que todo es una construcción cultural, pero la única construcción es la que ellos como ingenieros sociales ejecutan, trastocando todo el orden natural de las cosas dentro del universo de los seres humanos”
“Un izquierdista en democracia: yo respeto todas las opiniones, pero el fascismo y los fascistas deben desaparecer. Y ojo, para éstos fascista es prácticamente todo. En secreto: un izquierdista piensa en matar a todo el mundo”
Prepárense pues para abrir sus mentes y comenzar a pensar por sí mismos (de la mano, o de las muletas) de Daorino, un pensador inclasificable que podría ubicarse en el nihilismo positivo, aunque esto de las etiquetas no resuelva mucho.
NOTA BENE: hay en el Martillo otro nivel de lectura superior al metapolítico e identitario, y es el estrictamente teológico, que torna la inmersión en sus tesis sumamente seductora (Cfr. “Todo es real”); el genio filosófico de Daorino arroja más luz de la que algunos podrían siquiera intuir. Frente al grueso de las filosofías/ideosofías dominantes, que son filosofías que destruyen, la de Daorino construye, y lo hace mirando a la naturaleza, a la montaña, de la que él es infatigable explorador.
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