El Santuario no se rinde: 18 Julio 1936 – 1 Mayo 1937. 85º aniversario (I/III)
La provincia de Jaén poseía en 1936 unos 600.000 habitantes. Eminentemente agrícola, su cultivo principal por antonomasia era el olivar, existiendo como secundario el de los cereales. Debido a ello, sólo daba trabajo en ciertas épocas del año, no existiendo en otras por carecer de industria, lo que provocaba una tasa de paro estacional muy elevada, que a su vez propiciaba miseria, penuria e incluso hambre a gran parte de sus habitantes. Pueblos como La Carolina o Linares, que no sufrían dichas dificultades, eran en realidad las excepciones que confirmaban la regla. El resto de pueblos eran en general pequeños y alejados unos de otros, existiendo entre medias muchos cortijos aislados. Por todo ello, Jaén era desde hacía décadas una de las provincias más radicalizadas de España y la llegada al poder en Febrero de 1936 del Frente Popular mediante un enorme pucherazo no hizo sino aumentar tal extremismo, jugando en ello un papel importantísimo la preponderancia que sobre otras organizaciones políticas o sindicales tenía en dicha provincia la Federación de Trabajadores de la Tierra (FTT), variante de la UGT socialista, y, más aún, las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) dirigidas por Santiago Carrillo, ya para entonces obedientes a Moscú. Con ellas aparecieron las milicias revolucionarias compuestas por no menos de unos 5.000 jóvenes a los que había que añadir otro tanto de adultos aptos para el combate. Tales grupos, contando ya con el amparo de las autoridades frentepopulistas –en muchos casos con el alcalde del lugar a la cabeza– se dieron sin freno a la quema de cosechas, los atentados contra propietarios de tierras, la ocupación por la fuerza de cortijos y campos y, cómo no, el asesinato y otros actos de sabotaje y terrorismo que asolaban las tierras jienenses en vísperas del Alzamiento nacional. Frente de tales turbas, la Federación de Labradores y Acción Popular, con no más de unos 500 afiliados, más unos 200 falangistas y no más de 300 requetés –su jefe era Francisco Martínez Doblas, Capitán de Infantería retirado, ayudándole el Sargento retirado Juan Romaguera Díaz–, poco o nada podían hace.
A partir de Mayo de 1936, la ya de por sí aguda situación se volvió aún más violenta al celebrarse en Jaén una reunión de alcaldes socialistas bajo la presidencia del Gobernador Civil, César Torres Martínez –fotógrafo de profesión–, en la que el Secretario del Comité Provincial del Partido Comunista, Nemesio Pozuelo, incitó a arreciar en la acción directa; también a vigilar a los miembros de la Guardia Civil cuyos efectivos se encontraban muy diseminados por los pueblos; en dicha reunión se acordó impulsar la creación de “milicias rojas” donde aún no las hubiera, además de intensificar el acoso contra el clero y fieles católicos. Entre otras muchas cacicadas, y de acuerdo con lo decidido, se clausuró la sede de la Falange jienense –su jefe, Francisco Rodríguez Acosta, tuvo que abandonar Jaén por motivos de seguridad, pasando el testigo a Blas Cuesta Folache– y se detuvo a muchos de sus afiliados.
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En Jaén no existía guarnición militar como tal, siendo la única presencia del Ejército las oficinas de la Caja de Reclutamiento, compuesta por una docena de soldados al mando del Tte. Col. Salvador Revuelta, y una Compañía del Regimiento de Infantería de Granada de servicio exclusivo en la prisión provincial. Por ello la verdadera fuerza la integraban las de seguridad, compuestas por la Guardia de Asalto formada por 80 hombres al mando del Cap. José García Sánchez, y la Guardia Civil, que dependía del Tercio Nº18 cuya cabecera estaba en Córdoba, formada por una Comandancia compuesta por seis Compañía, estructurada en 24 líneas, distribuidas en 98 puestos, con un total de 650 hombres. El jefe de la Comandancia en el momento de estallar el Alzamiento era el Tte. Col. Pablo Iglesias Martínez, teniendo como segundos a los Cte,s Eduardo Nofuentes e Ismael Navarro; dichos tres mandos de carácter indeciso, inseguros y dados a “convivir” con la situación que se vivía.
Pero conocida por las autoridades frentepopulistas el espíritu que animaba el resto de los mandos de ambas fuerzas de seguridad, así como a la práctica totalidad de sus componentes, llevaron a cabo en los meses anteriores al 18 de Julio una profunda purga procediendo a numerosos cambios de destino que dejó a dichas fuerzas muy desarticuladas en cuanto a sus posibilidades de éxito de cara a la sublevación inminente; fueron trasladados; por ejemplo, y entre otros, dos Jefes –Cte,s Medina Montero, a León, y López Carrillo, a Barcelona, este distinguido en los sucesos de Octubre de 1934 cuando, aun herido en la cabeza, logró la detención del cabecilla de La Carolina–, seis Oficiales –Cap,s Castellanos, Poyatos y Canis a Valdepeñas, Lérida y Vizcaya, respectivamente, y los Tte,s Hernández Santamaría, Villen y Arrabal a Teruel, Alcázar de San Juan y Barcelona, respectivamente– “…y más de diez clases (guardias)…” (Luque).
Aun con todo, sobrevivieron a la criba tres mandos que en breve iban a tomar un protagonismo especial. A primeros de 1936 tomaba posesión como cajero de la Comandancia de la Guardia Civil el Cap. Santiago Cortés González, de treinta y nueve años de edad, persona de gran prestigio en la Benemérita, que ya en 1932 se había distinguido en Valdepeñas de Jaén –su pueblo natal– por su eficaz acción para neutralizar los sucesos revolucionarios que entonces estallaron en toda España, motivo por el que fue destinado a Villanueva del Arzobispo, distinguiéndose de nuevo, y aún más, durante los sucesos de Octubre de 1934 por su eficaz acción en Mancha Real–; en el momento de estallar el Alzamiento disfrutaba de dos meses de permiso por enfermedad.

Junto a él destacaban también el Cap. José Rodríguez de Cueto que había sido jefe de la Compañía de la Guardia de Asalto jienense, destituido en Febrero nada más llegar al poder el Frente Popular al conocerse su oposición al mismo, estando en situación de supernumerario a la espera de nuevo destino, era activo participante en la conspiración para la sublevación. Otro destacado mando era el Cap. de la Guardia Civil Antonio Reparáz que mandaba la Compañía de Andújar, siendo como el anterior participante en la preparación de la sublevación. Otros mandos de dicha guarnición eran el Cap. Miguel Amézcua Lanzas, Tte. Manuel Rueda García, Alféreces José Carbonell Herrera, Antonio Cabezas Rojano y Francisco del Amo Jiménez, suboficiales Vicente Zamorano Segura, Ángel Jiménez Claver, Santiago Fuentes Guerra, Francisco Hernández Quintana, Romualdo Hortelano Vela y Vifredo Casares de la Puente. La dotación de la Comandancia estaba compuesta por las pistolas y fusiles de sus componentes más veinticinco fusiles de repuesto, una ametralladora y unas 2.000 escopeta, rifles y pistolas de distinto calibre y estado que habían sido requisadas a civiles en vista de la situación de tensión y enfrentamiento que se vivía, poseyéndose unos 70.000 cartuchos de fusil y 40.000 de pistola.

En fecha no determinada del mes de Junio se sabe que el Cap. Cortés mantuvo ya una entrevista con los falangistas Ramón Lendínez y Ángel Madrid para intentar aunar fuerzas de cara a una posible sublevación, reuniones que se repetirían en días posteriores. El 13 de Julio, a raíz del asesinato de Calvo Sotelo, las autoridades frentepopulistas detuvieron al jefe de Falange, Carmelo Torres, al Cte. retirado Caballero Moreno y a los dirigentes del requeté Manuel Rubio Alcaide y Francisco Martínez Doblas.
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Llegado el 18 de Julio, con las primeras noticias de la sublevación de las tropas de Marruecos, cunde por Jaén, como por toda España, la mayor de las tensiones. Por un lado, fluyen a la capital grupos cada vez más numerosos y levantiscos de exaltados afiliados a los partidos revolucionarios que se concentran en torno a sus líderes en la Casa del Pueblo exigiendo armas, al tiempo que las escuadras de las JSU se desparraman por las calles en actitud provocativa y amenazadora. Por otro, guardias civiles y de Asalto se concentran espontáneamente en la Comandancia animando a sus jefes a sublevarse, lo que impide el Tte. Col. Iglesias “…al no haber recibido ninguna norma de la superioridad… mi obligación hasta tanto es mantener la disciplina y el acatamiento al Poder constituido…”. En el mismo sentido se expresan ante los oficiales los dos Comandantes “¿Sublevarse?… Es una subversión. La disciplina y el deber imponen, no sólo desechar esa idea, sino reaccionar contra ella con todos los medios”.

Por la tarde, se capta la emisora de Radio Sevilla que proclama ya el bando del Gral. Queipo por el que se declara sublevada la 2ª División Orgánica o, al menos, su cabecera, lo que hace arreciar los deseos de los guardias de proceder a secundarla, mientras el jefe de la Comandancia sigue oponiéndose hasta no ver claro cómo evolucionan los acontecimientos; las discusiones, cada vez más acaloradas, son la tónica en la sala de oficiales. Estando en estos forcejeos llega la orden del Gobernador Civil de entregar a las milicias las armas que se custodian, lo que impidieron los oficiales en pugna directa con el Teniente Coronel partidario de obedecer incluso tan descabellada orden.
El día 19, de todas formas, y a pesar de la enorme tensión que se vive en la Comandancia, el Tte. Col. Iglesias consigue a duras penas hacerse obedecer y, mientras logra que las fuerzas se mantengan pasivas cuando las turbas llevan a cabo sus primeros desmanes –asalto del Palacio Episcopal, quema del convento de la Merced asesinando salvajemente a varios de sus frailes, hiriendo a otros y conduciendo presos al resto paseándolos por las calles entre el escarnio y los golpes del populacho–, consigue que un grupo de medio centenar de guardias marche a Córdoba con el diputado Alejandro Peris Caruana que ha organizado una columna de unos 500 milicianos para colaborar al fracaso del Alzamiento en dicha capital.

Transcurren varios días hasta que a finales de Julio hace su entrada en la provincia de Jaén la llamada “columna Miaja” que, al mando de dicho General, viene desde Madrid dispuesta a sofocar el Alzamiento en Córdoba, después de haberlo conseguido en Albacete. Dicha columna, cuando entra en tierras jienenses es muy fuerte, pues está formada por dos batallones del Ejército –uno de ellos de ametralladoras con gran potencia de fuego–, dos Compañías de Carabineros, otras dos de marinería, un grupo de guardias de Asalto, 300 guardias civiles, dos grupos de Artillería –unas veinte piezas– y una ingente masa de milicianos que se le van uniendo por donde pasa, sumando no menos de unos 8.000 hombres en total, obligando a las Líneas de la Guardia Civil de Úbeda, Linares y Andújar a facilitarle entre las tres cerca de dos centenares de guardias, así como a dos oficiales, los Capitanes Reparaz y García del Castillo; este último, desde Úbeda, Línea que mandaba, telefoneó al Cap. Cortés manifestándole “…a mi no me da la gana (sumarse a la columna) de irme con estos tíos cochinos…”, bien que de toda formas se vio obligado a obedecer ante las amenazas que recibió de parte del propio Miaja. El General situó su puesto de mando en Montoro, tomándose unos días antes de continuar hacia su destino para aplastar los conatos de sublevación que se reproducían en los pueblos de la zona, como por ejemplo en Venta Cardeña, donde fueron desarmados los veinticinco guardias de su puesto y enviados presos a Andújar. Con la llegada de estas fuerzas el Tte. Col. Iglesias vio respaldada su posición contraria a la sublevación, al tiempo que los oficiales favorables a ella, con el Cap. Cortés a la cabeza, quedaron en muy difícil posición. La irrupción de la citada columna fue aprovechada por las turbas y milicias frentepopulistas para arreciar en sus crímenes de todo tipo.

Ante tal panorama de anarquía y desconfianza entre unos y otros, la Guardia Civil, familias incluidas, se concentró en la Comandancia, abandonando otros dos edificios que hasta estas fechas venían ocupando, hecho que aprovechó el Cap. Reparaz para conseguir del Gral. Miaja, bajo el pretexto de descongestionar dicha Comandancia, autorización para que se trasladasen, al mando del Tte. Francisco Ruano, sesenta y cinco guardias y sus familias –de ellos los veinticinco que habían sido detenidos en Venta Cardeña– a una finca aislada en medio del campo llamada Lugar Nuevo, en la comarca de Andújar, cercana al Santuario de la Virgen de la Cabeza, a donde llegarían el 5 de Agosto.
Los reveses que la columna Miaja comenzó a cosechar ante Córdoba, provocaron constantes accesos de furia entre sus milicianos que saciaban contra los presos de la cárcel o con nuevas incursiones contra edificios o personas consideradas enemigas, siendo estos los momentos en los que se organizaron los que se llamarían “trenes de la muerte”: dos convoyes ferroviarios con destino Alcalá de Henares en los que, bajo la excusa de trasladar a los detenidos a lugar más seguro, acabarían cerca de trescientos de ellos asesinados en el apeadero del Pozo del Tío Raimundo, en las cercanías de Vallecas, entre ellos el obispo de Jaén y su hermana.

Visto el cariz que tomaban los acontecimientos, y mientras la mayor parte de la Guardia Civil seguía acuartelada en la Comandancia y sus mandos enzarzados en continuas disputas con el Tte. Col. Iglesias, algunos de ellos optaron ya por tomar medidas decididas y planear la mejor forma de pasarse a la zona nacional que comenzaba a dibujarse “…nuestra situación en Jaén era cada vez más difícil. Aunque verdaderamente rojo no hubiese ningún elemento entre nosotros, hasta el punto que un guardia que quiso alardear de marxista regresó a los pocos días herido de un balazo de sus mismos compañeros, que le atravesó las dos piernas, de un momento a otro había que esperar el choque definitivo. Esto lo esperábamos nosotros, pero igualmente lo percibía aquel Gobernador de farándula, y muy especialmente el Comité Ejecutivo del Frente Popular… Quitaron la protección que daba la Guardia Civil a la radio y al Gobierno Civil, y uno de estos días en que el Gobernador llamó al oficial que mandaba el retén, éste tuvo la humorada de entrar en el despacho con la pistola ametralladora que empuñaba, originando los consiguientes sustos y carreras. A la Guardia Civil no la querían en ninguna parte… La exigencia de armas era casi continua… sentían la necesidad de sacar de la población aquel núcleo de hombres armados que tenían dentro…” (Tte. Rodríguez de Cueto).

El 12 de Agosto lograron pasarse a los nacionales cincuenta guardia que, al mando de los Tte,s Francisco del Amo y Antonio Martínez, se encontraban desde algunos días antes en la localidad de Campillo de Arenas en cumplimiento de la orden dictada por Miaja de reforzar a las milicias de dicha comarca. Igualmente ese mismo día marcharon a la localidad de Alcalá la Real, el Cap. Amézcua con dos oficiales y 132 guardias, bajo mando del Cte. Ismael Navarro y con idéntica misión de refuerzo de las milicias locales, continuando el día 13 a Moclín, población en la que el Capitán, que ya había contactado con los nacionales a través de un enlace, aprovechó el desconcierto creado por el bombardeo de un avión nacional, según habían acordado, para desarmar al Comandante y marchar a Granada, ciudad a la que llegaron al anochecer sin novedad.

Estos hechos, como es natural, provocaron que la tensión en Jaén entre sus autoridades y los milicianos por un lado, y la Guardia Civil por otro, subieran hasta límites realmente peligrosos “…el cuartel era una pequeña Babel, y mientras tanto sabíamos que estaban concentrando dinamiteros en Linares y que las manzanas de las casas próximas al cuartel las habían ocupado. Nosotros emplazamos una ametralladora que teníamos y estudiamos… la defensa del cuartel, que esperábamos que de un momento a otro fuese atacado… A los pocos días apareció Vicente Sol,… comisario político de la columna Miaja… que pretendía captarnos a fuerza de embustes y lisonjas, sin que lograse convencer a nadie… Aquel flamante personaje aseguró que la indignación del pueblo… difícilmente se podía contener, y que lo mejor… era apartarlas (a las familias de los guardias) a lugar más separado del frente… Apuntó como los mejores sitios Santa Cruz de Mudela (Ciudad Real) o Alicante, y no hay que decir que su insinuación se rechazó… porque lo que realmente pretendía era coger a todas nuestras familias en rehenes…” (Tte. Rodríguez de Cueto).

Aunque se rechazó lo propuesto por el comisario político citado, la idea cuajó entre los oficiales de la Guardia Civil pues “…el grave problema seguía en pie. ¿Qué partido tomar?…” (Tte. Rodríguez de Cueto). Primero pensaron en retirarse a Porcuna, pero desechada por impracticable, se fijaron en que ya había fuerzas en Lugar Nuevo y que muy cerca de él estaba el Santuario de la Virgen de la Cabeza, por lo que en tal lugar, apartados de todos y haciéndose fuertes, sería posible defenderse de las agresiones de los milicianos hasta encontrar una solución definitiva.
Así pues, dicho y hecho. Propuesto lo anterior a la autoridades frentepopulistas jienenses, quienes a su vez lo comunicaron a Madrid, el Gral. Hernández Saravia, Subsecretario del Ministerio de la Guerra dio la oportuna autorización “…fue una solución casi pactada, en las que ambas partes creían salir gananciosas…” (Luque); mientras los frentepopulistas consideraron que alejaban a un enemigo imposiblemente de vencer por su preparación y el hecho de que los milicianos venían demostrando su incapacidad en casi todos los lugares, los oficiales de la Guardia Civil consideraron que desde tal lugar les sería más fácil pasarse a los nacionales a la menor oportunidad.

El 16 de Agosto quedaba todo dispuesto para el traslado, siendo esta la última noche en la que el Cap. Cortés vería a su esposa –entonces embarazada– y a sus tres hijas, todas las cuales quedaban con su suegra, mientras él marchaba al Santuario con sus dos hijos mayores, Juan y Pedro Jesús, de once y siete años respectivamente.
Al día siguiente, a las siete de la mañana y en camiones, los guardias y sus familias abandonaron la Comandancia de Jaén camino de la estación de ferrocarril. Entre ellos marchan el Tte. Col. Iglesias y el Cte. Nofuentes Montoro; el Tte. de Carabineros Juan Porto Gallego, con dos Brigadas y un corneta partidarios de la sublevación; seis sacerdotes, entre ellos el rector del Seminario; cuatro Carabineros; ocho guardia de Asalto; el Cte. de Infantería Fernando Hueso y otros cuatro miembros del Ejército todos ellos retirados; el Cap. de la Guardia Civil Francisco Cetino Carreño y otros nueve miembros de la Benemérita también retirados; varios civiles refugiados en la Comandancia, entre ellos Manuel Montané Ramírez, abogado, y Alfonso Montiel Villar, director del diario «La Mañana». Con ellos llevaban todo el armamento que existía en la Comandancia, así como la munición que ya se dijo, así como alimentos, entre otros dos toneladas de judías, dos de garbanzos, dos de lentejas, salazones, embutidos, leche condensada, 1.500 pares de alpargatas y 7.000 pesetas en tabaco, teniendo concertado que en Andújar recogerían quince toneladas de harina, más carne y otros víveres. Llegados a la estación se procedió a cargar todo en el tren bajo la vigilancia de los milicianos, así como de sus amenazas y bravuconadas, no siendo hasta las cinco de la madrugada del 18 de Agosto cuando arrancaría. El Cap. Reparaz se adelantó por carretera a Andújar de forma que cuando llegó el tren, sobre las cuatro de la tarde, ya esperaba con varios camiones en los que, tras una hora de viaje, todos llegaron al Santuario.
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En la cima del denominado Cerro del Cabezo o Vértice Santa María de la Cabeza de donde toma su nombre –de roca granítica y tierra arcillosa, con muy escasa, baja y serrana vegetación–, se encuentra el Santuario de Nuestra Señora de la Virgen de la Cabeza, edificio sólido construido en duro granito, compuesto por una iglesia con su fachada principal orientada hacia el Oeste, que disponía de una hospedería en su lado sur de hasta cuatro plantas por el desnivel que salvaba, contando en su lado Este una especie de corralón con algunas dependencias y en el lateral al Norte la llamada “Crujía” destinada a albergue de peregrinos de la que sólo estaban construidos los sótanos; separados, y al Norte, se encontraba el “Rectorado Viejo” y dos viviendas. Por la explanada que rodeaba el Santuario existían diseminadas de forma anárquica diecisiete casas –generalmente de una sola estancia– pertenecientes a otras tantas cofradías, utilizadas por los peregrinos en los días de romería que se celebraba en Abril. Entre ellas discurría un camino empedrado con grandes losas de granito que las comunicaba. La comunidad de monjes Trinitarios había sido apresada, conducida a Andújar y asesinada, siendo saqueado el edificio, por lo que estaba deshabitado y en un estado lamentable. La luz eléctrica la proporcionaba un pequeño motor “Vellino” de gasolina.
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A unos tres kilómetros de distancia, y unido al Santuario por un camino vecinal, se encontraba el llamado Lugar Nuevo –también conocido como “El Valle”–, una espléndida finca propiedad de los marqueses de Cayo del Rey formada por una especie de palacete de tres plantas más el sótano, dotado con cuatro torres, próximo al cual había una pequeña iglesia y alguna edificación auxiliar, regado todo ello por el Jándula que pasaba muy cerca; en sus cercanías se encontraba en construcción un túnel de la línea ferroviaria Córdoba-Puertollano, así como un pequeño aeródromo para emergencias. Desde el Santuario, situado a 686 metros de altitud, se domina parte de la vega de dicho río y Lugar Nuevo, situado éste a tan sólo 260 metros de altitud.

La llegada a su nuevo hogar produjo un sabor agridulce en todos, pues si bien por un lado se alejaban de la anarquía, el caos y las tensiones que habían vivido hasta ahora en Jaén, el futuro se presentaba más que incierto y amenazador. Como pudieron, fueron instalándose de la mejor forma posible “…durante la primera semana el campamento presentó una insólita fisonomía, por la curiosa mezcla que en él se daban de gentes de toda clase y condición…” (Urrutia), utilizando tanto el Santuario como las casas de las cofradías, si bien hacia el 20 de Octubre, y debido a las demoliciones y acoso del fuego enemigo, todos terminarían por refugiarse, hacinados, sólo en el Santuario. Aunque en los días siguientes –y hasta que el cerco quede establecido– se registren algunas fluctuaciones de personal, pues conocida su presencia se refugiaran en el Santuario algunas habitantes de los pueblos cercanos huyendo del terror frentepopulista, el número total más seguro de refugiados en el Santuario fue de 1.135 personas, de ellos un tercio más o menos en Lugar Nuevo y el resto en él:
- 243 guardias civiles: 2 capitanes, 3 tenientes, 2 alféreces, 7 Brigadas, 11 Sargentos, 20 Cabos, 8 cornetas, 24 guardias primeros y 166 guardias.
- 10 guardias civiles retirados: 1 capitán, dos brigadas, 1 Cabo y 6 guardias.
- 8 guardias de Asalto: 2 Cabos y 6 guardias.
- 4 Carabineros: 1 Teniente, 2 brigadas y 1 carabinero.
- 5 militares retirados: 1 Comandante, 2 Cabos y 2 soldados.
- 865 civiles.
Tras acomodar a todo el personal, y según lo convenido, el Cap. Reparaz regresó a Jaén pues debía incorporarse a la columna Miaja, bien que con la firme promesa de pasarse a los nacionales y organizar con ellos el rescate de los nuevos inquilinos del Santuario.

Aunque se harán varias referencias durante este relato, adelantamos lo relativo a varios de los aspectos del mismo, en concreto al hecho de que, establecidos los normales servicios de seguridad, surgió desde estos primeros instantes como problema acuciante, entre muchos –y que ya no desaparecerá hasta el final del asedio– el de la alimentación, pues a la vista estaba que los víveres traídos, aunque pudieran parecer muchos, en poco tiempo estarían agotados y no pudiéndose predecir la duración de aquel encierro había imperiosa necesidad de hacerse con cuantos fuera posible. Por ello, en los primeros días, aprovechándose de la situación de ambigüedad que dominaba aún el ambiente, ya que en principio los guardias contaban con el visto bueno de las autoridades frentepopulistas para permanecer allí, el Alférez Carbonell se encargó de realizar cuantas compras pudo en Andújar, almacenándose primero en la casa de la cofradía de Linares, después en la de Andújar y, a punto de ser destruida ésta, en la Hospedería. Por su parte, el jefe de Lugar Nuevo, el Tte. Ruano, encontró en el palacete una buena cantidad de alimentos, logrando asimismo hacerse con veinticuatro cabezas de ganado allí existentes. En cuanto al suministro de agua estuvo prácticamente asegurado siempre pues el Santuario disponía de dos aljibes, y cuatro pozos: el de la Higuera, aunque su agua era infecta y dañina; el de los Civiles, fuera del Santuario; y los de Alcobilla y Casa de Flores, bien que estos dos fuera ya del perímetro defensivo que se estableció; en pleno asedio, un proyectil de artillería abrió un agujero dando lugar a una nueva fuente que se denominó de la Zarza. Lugar Nuevo no tuvo problemas de agua por su cercanía al Jándula de donde la tomaron siempre sus defensores. La fabricación de pan, alimento básico entonces, se hizo al principio en dos hornos de que disponían ambos edificios, si bien conforme avanzó el asedio se tuvo que recurrir al suministro de panecillos por vía aérea, siempre escasísimo, como se verá, tanto en cantidad como en oportunidad.

El armamento con que contaban los allí refugiados era: en el Santuario, una ametralladora, 150 fusiles, 4 subfusiles, 15 rifles, 5 pistola ametralladoras, 165 pistolas, 85.000 cartuchos de fusil y 32.000 de pistola; en Lugar Nuevo, 75 fusiles y algunas escopetas encontradas en el palacete. Durante algún tiempo, se pudo captar alguna emisora de radio al disponer de varios receptores –aunque no siempre, ni con gran calidad–, cuya alimentación la proporcionó el motor del Santuario, y otro que había en Lugar Nuevo, si bien sólo mientras hubo gasolina. Fue siempre imposible contactar con el exterior a través de la emisora de radio portátil de la Comandancia que se llevaron consigo, porque nunca funcionó al precisar corriente alterna y ser continua la que proporcionaban los motores citados.
El día 19, el Tte. Col. Iglesias recibió un telegrama del Ministerio de la Gobernación de Madrid requiriéndole para presentarse urgentemente en la capital. A pesar de que tanto mandos como guardias veían en ello la posibilidad de un engaño, y a pesar de que el citado jefe, por la actitud mantenida hasta el momento, no gozaba de las simpatías de muchos de ellos, fue instando a que desobedeciera tal orden, lo que el pusilánime jefe no llegó a decidirse a hacer, marchando el día 21 a Madrid dejando en el Santuario a su familia, y como jefe del campamento al Cte. Nofuentes, el cual tampoco inspiraba la menor confianza ni a los mandos ni a los guardias.


El día 21 abandonaba también el Santuario el Cap. Rodríguez de Cueto –dejando en él también a su familia–, pues conocida su participación activa en los preparativos para la sublevación era persona muy buscada por las autoridades frentepopulistas, habiéndose unido a los del Santuario a escondidas, considerándose su presencia en él poco segura e, incluso, perjudicial, toda vez que la vida en el campamento era supervisada de alguna forma por grupos de milicianos de Andújar que tenían para ello órdenes precisas, por lo que, disfrazado de guardia, el citado oficial marchó a incorporarse a sus compañeros del Cap. Reparaz que permanecían integrados en la columna de Miaja, con la intención de pasarse en cuanto pudiera a los nacionales, quedando por ello en el Santuario sólo dos Capitanes, Cortés y Rodríguez Ramírez; la despedida de Cortés a Rodríguez de Cueto no pudo ser más emotiva “Combina con Reparaz y Eusebio Castillo las cosas de tal modo que esperéis unos días a pasaros. Díselo a ellos así. Necesitamos hacer provisiones de víveres para un mes y hay que darnos tiempo. Y si lográis vuestro propósito, no os olvidéis de nosotros. Aquí resistiremos con esa esperanza.”. Nunca volverían a verse.
El día 20, Miaja comenzó su pretendida ofensiva sobre Córdoba que fue de mal en peor desde su mismo comienzo, durando los combates cinco días. Tal fue el desastre y desconcierto entre dichas fuerzas, que el día 24 el Cap. Reparaz vio una oportunidad y se pasó a los nacionales por la localidad de Fernán Núñez acompañado de Rodríguez de Cueto, García del Castillo y el Tte. de Ingenieros Olivares, más 202 guardias civiles con gran sorpresa y mayor disgusto de Miaja y los suyos.
Tal hecho, conocido de inmediato por Madrid, provocó que el Gobierno decidiera terminar cuanto antes con lo que tachaba de insubordinación e indisciplina de la Guardia Civil jienense, emitiendo el Gral. Pozas una orden por la cual se exigía a los del Santuario que entregaran las armas a los milicianos, orden que llegó al día siguiente, 25 de Agosto, por medio de un grupo de milicianos, creándose una tensísima situación entre el Cte. Nofuentes y los Cap,s Cortés y Rodríguez Ramírez, toda vez que aquél se mostró partidario de obedecerla, mientras que éstos se opusieron radicalmente a ello, llegando Cortés en la discusión a tachar a su jefe de cobarde terminándola con un abrupto “…me voy por no darle un tiro…” y más tarde, al P. José Ortiz, sacerdote con el que compartí cuarto, le diría “…ese jefe nuestro se empeña en que le encierre o le mate…”. Pero Nofuentes estaba decidido y, sin que los oficiales se dieran cuenta, organizó la entrega de las armas, dándole tiempo a hacerlo con sesenta fusiles, la ametralladora y 15.000 cartuchos, hasta que advertido el hecho por Cortés y los otros mandos impidieron que se entregaran más, lo que provocó un ataque de ira en Nofuentes que recorrió el campamento fuera de sí gritando “¡¿Pero es que la gente está loca?! ¡¿Han pensado en lo que haría contra nosotros la Aviación?! ¡Lo de Sagunto y Numancia no se repite!” y otras cosas parecidas.

El día 26 llegaron al Santuario un grupo de medio centenar de guardias civiles de Linares buscando refugio una vez que habían sido desarmados por los milicianos al no fiarse de ellos. El día 27 llegaron ante Lugar Nuevo una partida de milicianos con la pretensión, no sólo de que los guardias depusieran su actitud, sino también de llevarse presos a algunos cuyos nombres traían en una lista, bastando el despliegue ostentosos de los del palacete para que dieran media vuelta y huyeran a todo correr. El día 28, el Tte. Carbonell no pudo efectuar compras en Andújar pues el ambiente en sus calles y las amenazas que recibió se lo impidieron. Los día 27, 28 y 29 sobrevoló el Santuario una avioneta nacional del Aeroclub de Andalucía desde la que, el último día citado, el propio Cap. Reparaz, que iba en ella, arrojó correspondencia, periódicos de Sevilla, una bandera nacional y varios escritos en los que se daba cuenta de haber llevado con éxito su pase y el de su hombres a los nacionales, lo que como es natural generó un gran alivio en el campamento, así como enormes esperanzas; entre las cartas una de Rodríguez de Cueto para su mujer y otra a Cortés “…Después de algunas dificultades pudimos dejar a los rojos y llegar a Córdoba. Se nos ha hecho un recibimiento apoteósico. Ya sabéis nuestra situación. Estad tranquilos. Ánimo. Es cuestión de ocho o diez días…” y otra de Reparaz “…Ya estamos en Córdoba… Espero que podré abrazaros muy pronto… Os envío un fuerte abrazo ¡Viva España! P.D.- Si alguno sintiera alguna debilidad en el cumplimiento del deber estricto (por Nofuentes), ya conocéis el camino a seguir que se marca en las plazas sitiadas y la actitud a adoptar por el que sea jefe…”.
Los últimos sucesos, así como los vuelos de la aviación exaltaron los ánimos de los frentepopulistas hasta límites antes desconocidos, optando sus dirigentes por intensificar el envío de emisarios requiriendo la entrega de las armas. En una de esas misiones, en concreto el día 31, acudió al Santuario el Cap. de la Guardia de Asalto Agustín Cantón –comunista recalcitrante, jefe de las fuerzas del sector, delegado del Gobernador Civil y del Comité del Frente Popular–, acompañado de varios guardias, conversando con Nofuentes que se mostró dispuesto, obligando a intervenir en la conversación a Cortés –que apareció acompañado a su vez por sus más allegados–, dando al traste con el asunto. Cuando todo terminaba y se procedía a disolver la reunión, Cortés se apercibió de que uno de los guardias que acompañaba a Cantón se había acercado a un grupo de mujeres del campamento urgiéndolas de manera viva a que animaran a todos a abandonarlo, ante lo cual, Cortés se fue raudo sobre el guardia de Asalto emprendiéndola a golpes con él, echando a continuación a todos del Santuario. A solas ya, Cortés se dirigió una vez más al Cte. Nofuentes instándole al cumplimiento de su deber, diciéndole “…esa conducta de usted está desmoralizando a estos hombres, y usted no sabe la responsabilidad que echa sobre su conciencia…”; de nada serviría.
El 2 de Septiembre, Cortés reunió a los mandos y a varios guardia, y les expuso su plan de resistencia hasta que llegaran los auxilios prometidos por Reparaz y Rodríguez de Cueto, marchando después todos a ver a Nofuentes, quien tenía en su poder un escrito que le había entregado Cantón por el que, firmándolo, aceptaba la entrega del Santuario. Cortés, que sabía de su existencia, le presentó uno alternativo tras cuya lectura Nofuentes exclamó “…¿Pero esto no es demasiado fuerte? Es romper las hostilidades…”, a lo que Cortés replicó “…Claro que sí, Como que se trata de demostrarles a los rojos que no queremos trato con ellos y que estamos dispuestos a no entregarnos…”. Tras una nueva discusión, viéndose Nofuentes presionado por los presentes, así como por los gritos de los guardias que esperaban en el exterior, terminó por firmar el escrito que Cortés le presentaba.

Pero el Comandante, pasado el momento de tensión, reaccionó, y en los días siguientes se dedicó a tratar con unos y otros buscando ganarse adeptos para su causa, a pesar de que las noticias que llegaban de la escucha de Radio Sevilla declaraban que el Alzamiento triunfaba, lo que, a pesar de la carencia de noticias Cueto o de Reparaz, hizo que tanto Cortés como los suyos se mostraban confiados en que su pase a los nacionales no habría de tardar. El día 12 sobrevolaron el campamento varios aviones frentepopulistas que arrojaron octavillas incitando a la rendición “…si no os rendís inmediatamente, quedará el Santuario reducido a escombros y cenizas utilizando (para ello) todos los medios modernos de guerra que poseemos. Fdo.- El Alcalde, Pablo H. Colomé (Alcalde de Andújar)”. Lo anterior provocó la lógica preocupación, congregándose en la explanada la mayor parte de los refugiados ante los cuales Nofuentes y Cortés debatieron durante algunos minutos exponiendo cada cual su punto de vista, en especial sobre las posibilidades de resistencia que se tenían, saliendo de la discusión victorioso el capitán, ganándose así el respeto y la obediencia de todo el campamento, manifestando el P. Ortiz “Es que el Cap. Cortés tiene el temple de un verdadero cristiano. Yo, que convivo con él, sé cuánto valor le dan la limpieza de su conciencia y el concepto que tiene de su responsabilidad ante Dios…”. No obstante, el Cte. Nofuentes no se dio por vencido y continuó intentando llevarse a su bando a los oficiales, provocando una durísima e intensa discusión con ellos, alguno de los cuales estuvo al punto de pasar a las manos si no hubiera intervenido Cortés, quien de todas formas, y ante la intención de dicho Jefe de solicitar a Jaén la disolución de la Comandancia, montó en cólera y le espetó a voz en grito y en público “¡Atrévase, y yo le juro por mi honor que esa villanía y esa traición no se realizarán, porque le mato!”.
Los días siguientes fueron de gran tensión toda vez que Nofuentes consiguió algún que otro adepto, y no cejaba de visitar y hablar con unos, lo que puso en guardia y alerta a los de Cortés que, a su vez, intensificaron su labor de aglutinamiento de los refugiados y acrecentamiento de su ánimo para impedir tales propósitos. Se llegó así al día 14, en el que estaba previsto, y así lo había hecho saber Cantón, que se acercarían al campamento unos autobuses y camiones para desalojarlo, de ahí la labor que venía haciendo Nofuentes para conseguir que de él salieran los más posibles. La llegada del convoy, con el que llegaron un capitán de Asalto y varios guardias, suscitó la lógica curiosidad de forma que la práctica totalidad de los refugiados se congregaron en la explanada.
Nofuentes, entonces, se decidió a emplear sus argumentos más pesados “…comprended que no podéis esperar más que una vida de privaciones y sufrimiento, cuando no una muerte segura…”, lo que alguno de los guardias de Asalto llegados con los camiones ratificaba “…tenemos mucha aviación, mucha artillería, mucho ejército, y os sería inútil resistir. Calculad lo que harían los milicianos enfurecidos… En cambio, os ofrecemos la paz y la tranquilidad en los pueblos…”. Como es natural, el bullicio y las conversaciones cruzadas y contrarias subieron de tono. Pronto la explanada del campamento, en la que el capitán de Asalto prácticamente daba un mitin, se convirtió en una estruendosa algarabía de voces y opiniones para todos los gustos, hasta que de pronto, una voz más fuerte que todas las demás, la del Cap. Cortés, se impuso “¡Basta ya! Yo no quiero que nadie permanezca en el campamento contra su voluntad. El que desee marcharse, que se vaya con su familia. Aquí nos espera una brega dura y difícil a cuantos permanezcamos defendiendo el honor del uniforme que vestimos y del Instituto al que pertenecemos. Piensen ustedes, que las primeras bala suenan muy mal y que hacen en el cuerpo unos boquetes muy grandes, difíciles de tapar. Pero el deber hay que cumplirlo a rajatabla, sea como sea. Yo estoy dispuesto a morir aquí antes que convivir con la canalla roja. ¡Los que quieran irse que se vayan! ¡Los que estén conmigo y con España para quedarse aquí y hacer honor a su uniforme, que den un paso al frente!”.
Tras lo anterior, se hizo un silencio y cada cual optó por decidirse, y no obstante la arenga de Cortés, los dos primeros camiones que partieron lo hicieron repletos con un Sargento, dos Cabos, un corneta y 32 guardias segundos, más 183 familiares. Pero cuando el convoy se alejaba, se pudo observar desde la explanada del Santuario como varios de los milicianos que acompañaban a los guardia de Asalto, una vez se sintieron seguros, comenzaron a injuriar a los que iban en él, desarmaron a los guardias, la emprendieron a golpes con ellos, desvalijaban sus pertenencias y las de sus familias y, pero aún, se propasaban con las mujeres, protagonizando un espectáculo terrible y bochornoso que de inmediato levantó un encendido clamor lleno de indignación en el campamento, incluso en los que se preparaban para abandonarlo, no pocos de los cuales se abalanzaron sobre los guardia de Asalto y milicianos que aún permanecían allí, haciendo siete prisioneros y expulsando a los demás a golpes, que de no huir corriendo y como pudieron, allí mismo hubieran quedado muertos. Cortés le dijo después al sacerdote “La Providencia quiso que lo que no consiguieron mis palabras lo demostrase la realidad…”.
Aquel suceso resultó crucial para el posterior desarrollo de los acontecimientos, y por él se explica en gran medida la tremenda capacidad de resistencia que a partir de ese instante iban a demostrar los defensores del Santuario, que siempre lo recordarían, temiendo que, caso de rendirse, el destino que les esperaba sería el agravio, la humillación y además la muerte; por eso mejor morir en el Santuario y matando, que a manos de aquellos bárbaros.

De inmediato se detuvo al Cte. Nofuentes y a su familia que permanecerían en tal situación todo el asedio. El Cap. Cortés salía victorioso –el campamento entero le obsequió con grandes vivas a su nombre, a los que él contestaba “¡Por Dios y por España, todos!”— obteniendo ya el respaldo unánime delos que quedaban en el Santuario y Lugar Nuevo –en estos hechos estuvo siempre presente el Tte. Ruano, jefe de este último emplazamiento, así como varios de sus hombres–, sometiéndose incluso a sus órdenes el Cap. Rodríguez Ramírez al que por ser más antiguo le correspondía en realidad el mando. Por su parte, la prensa de Madrid tergiversó lo ocurrido anunciando la rendición del Santuario “…Trescientos guardias civiles que, en unión de sus familias, se hallaban en un Santuario, se entregan a las fuerzas de la República…” (Diario Ahora del 15 de Septiembre). Cortés, intuyendo que lo ocurrido pudiera ser aprovechado para esparcir tal tipo de noticias mandó al guardia Francisco Gutiérrez Ulines, vestido de paisano, a que contactara con los nacionales a fin de reiterar que el Santuario seguía resistiendo, lo que no logró al ser capturado y asesinado, muriendo así en el empeño.
Al día siguiente, 15 de Septiembre, Cortés redactó la siguiente nota con la esperanza de poderla hacer llegar al Gral. Queipo de Llano en cuanto fuera posible “La grave responsabilidad de mando que sobre mí pesa desde el día de ayer ha sido acogida como última solución y no por afán de mando, como lo demostraré en su día, cuando al terminar esta situación se haga una valoración de conductas y liquidación de hechos… Fdo.- El primer jefe accidental, Santiago Cortés González”; del temple de Cortés, viene bien recoger aquí y ahora lo que con el tiempo llegaría a decir su peor enemigo, el comunista Tte. Col. Antonio Cordón “…era un jefe severo que no permitía el menor atentado a la disciplina, pero justo, que no admitía privilegio alguno, ni siquiera a beneficio de sus hijos, en el reparto de víveres o efectos, y era el primero en cumplir estrictamente las órdenes que daba para el destacamento en general…”.
Todo, pues, quedaba dispuesto. Comenzaba la epopeya del Santuario de santa María de la Cabeza. Una de las varias que produjo nuestra Guerra de Liberación Nacional del marxismo-leninismo. Hazaña épica donde las haya.
