El Santuario no se rinde: 18 Julio 1936 – 1 Mayo 1937. 85º aniversario (II/III)
Comenzaba el 14 de Septiembre el asedio en sí del Santuario de Santa Mª de la Cabeza “…fue una rebeldía consciente, meditada, esperada; una rebeldía que causa estupor, pues se llevó a cabo con el enemigo alrededor y advertido, bajo el influjo de una propaganda demoledora, cuando la victoria del Ejército Nacional no se veía ya tan paseo militar como pudiera creerse en un principio. Se llevó a cabo precisamente cuando en la provincia se movía el ejército de Miaja, el único en pie de guerra en la España republicana…” (Agustín Calvo y Fernando Rivas).
Sin perder un instante, consciente de lo que se le venía encima, Cortés hizo recuento de fuerzas y organizó la defensa. Entre el Santuario y Lugar Nuevo había, además de Cortés, el Cap. Rodríguez Ramírez, los Tte,s Manuel Rueda, Francisco Ruano, José Monteagudo y Juan Porto, este último de Carabineros, alféreces Manuel Hormigo y José Carbonell, siete brigadas, once sargentos, veinte cabos y unos 270 guardias, más una decena de mandos militares retirados que por su edad sólo podían atender a algunos cometidos. Además, en el Santuario se refugiaban en total 853 personas más de las que 58 eran ancianos, mujeres y niños; en Lugar Nuevo había 314, de las que 216 eran ancianos, mujeres y niños.
Con todos los hombres disponibles se organizó una Compañía cuyo jefe era el Cap. Rodríguez Ramírez, que a su vez recibía órdenes directas de Cortés, cuyo puesto de mando situó en el edificio del Santuario. El perímetro defensivo quedó dividido en cinco sectores numerados del I al V. El I y el II al mando del Tte. Rueda, cubriendo un espacio considerado muy peligroso cuya misión principal era barrear la carretera que desde Andújar llegaba hasta el Santuario; el sector III lo mandaba el Alférez Carbonell; el sector IV, el Alférez Hormigo –también muy difícil de defender, conociéndosele por “Cerro Chico” o “Cerro de la Cuarta”–; el sector V, el Tte. Porto. Delante de los sectores III y IV se emplazó una posición avanzada denominada “Cerro de los Madroños”. Debido al terreno, resultaba prácticamente imposible cavar pozos de tirador o trincheras, por lo que los defensores debían limitarse a construir pequeños muretes de piedra para parapetarse detrás de ellos.
La defensa de Lugar Nuevo, difícil por su situación al estar en llano y quedar dominada desde prácticamente cualquier lugar de su alrededor, quedó aliviada en parte al ordenar Ruano ocupar el llamado Cerro Madroño, de 500 metros de altitud y situado al Suroeste, desde el cual se protegía el palacio.
Entre el Santuario y Lugar Nuevo se ocupó la cota 402 que servía de puesto de enlace entre ambos reductos, aunque muy en precario.
Además, Se organizaron, como si de una Comandancia normal se tratara, los necesarios servicios económicos y administrativos, así como de policía y vigilancia, higiene, sanidad, intendencia, depósito de víveres y asistencia religiosa.
En cuanto a los sitiadores, en estos primeros momentos de asedio efectivo, y al mando del Cap. Cantón, jefe de la Compañía de la Guardia de Asalto de Andújarsu, número rondaría los 2.000 a 2.500 hombres entre guardias de Asalto y una turba de milicianos frentepopuliatas de toda clase y condición carentes de la menor disciplina provenientes de Andújar y de los pueblos cercanos y, en parte, de la columna Miaja de la cual se habían desgajado no pocos una vez fracasado el 6 de Septiembre su intento de ataque a Córdoba; su armamento estaba compuesto por fusiles, escopetas, pistolas, más tres ametralladoras y un mortero ligero. Estas fuerzas se dispusieron en torno a los dos reductos comenzando a construir rudimentarias obras de fortificación.

El 15 de Septiembre, y como clara demostración de fuerza, sobrevolaron el Santuario cinco aviones frentepopuliatas que dejaron caer varias bombas de pequeño calibre sin consecuencias, además de las ya habituales octavillas intimidatorias. Del 16 al 24 se repitieron estas acciones realizándose hasta seis pasadas diarias de hasta siete aviones alguna de ellas –normalmente Breguet XIX con base en Andújar– aumentando el calibre de las bombas llegando a arrojarse un total de cuatrocientas causando numerosas destrucciones en varias de las casas de las cofradías y en la techumbre del Santuario, un muerto –el Brigada de Carabineros Juan Molina Gómez que fue enterrado con gran solemnidad envuelto en una bandera nacional– y tres heridos. Vista ya la necesidad de contar con un cementerio –pocos día antes había fallecido de muerte natural una mujer–, Cortés ordenó la habilitación de uno de 30 por 20 metros de superficie que se ubicó al Este de la casa de la cofradía de Arjona, rodeando el terreno por un cerco de piedras, plantas y flores en cuya entrada mandó colocar un rudimentario cartel con el lema que pasaría a la Historia como ejemplo del máximo espíritu de sacrificio y resistencia posible: “La Guardia Civil muere, pero no se rinde”; Cortés dedicó siempre especial atención al cementerio, pues, por ejemplo, en fecha ya muy avanzada del asedio, y en medio de grandes sufrimientos, aún solicitó que se le enviaran útiles y pintura para adecentarlo. Los fallecidos de Lugar Nuevo se enterraron en la capilla del palacio. El día 24 citado, tras uno de los bombardeos de costumbre, los frentepopulistas lo coordinaron con su primer intento de asalto al considerar que los defensores no iban a resistir, pero su sorpresa fue mayúscula cuando se vieron eficazmente rechazados.

Durante estos días fueron también varios los intentos de coacción a los defensores mediante amenazas de represalias y otros chantajes emocionales. Sobre las varias clases de octavillas que se lanzaron, informaba Cortés en uno de sus mensajes “…lanzaron proclamas aconsejando asesinasen a los mandos, y conminando con que, de no hacerlo, reducirían a cenizas los edificios…” y “…recurrieron a ardides tan indignos como los que siguen: mandar a la hija de un cabo, que fue raptada juntamente con su madre, dejando a éstas en rehenes para solicitar del padre se marchase…; mandar como parlamentarios guardias traídos del frente de Montoro, donde prestaban su servicio, para que de paso exigiesen de sus familiares aquí refugiados la rendición…; mandar tres primos hermanos míos con la noticia de haber asesinado a los tres familiares más allegados que había en el pueblo de mi naturaleza… con la amenaza de que caso de no conseguir la rendición correrían la misma suerte…; con igual pretensión me enviaron al médico de cabecera y a la mujer que me dio el pecho… También hicieron venir a la anciana madre del Tte. Dn. Manuel Rueda, la cual era portadora de una carta para su hijo, con encargo, por parte de los dirigentes y autores de la misma de que la entregase en secreto. Dicho oficial, cogiéndola, a presencia mía, la rompió sin leerla, diciendo, ante el anuncio que le pedían la rendición, no tenía nada que rendir, ni más familia que los que hay dentro del campamento, invitándola a que se quedase con nosotros si quería, cosa que no aceptó por haber dejado otros hijos en rehenes. Después quiso llevarse al nieto, a lo que se opuso el padre, prefiriendo corriese su misma suerte…”.

La conversación entre madre e hijo fue como sigue:
-Deja entonces que se vengan conmigo Carmen y Pedrín (esposa e hijo del Tte. Rueda).
-No puede ser, mamá, Carmen ha prometido correr mi suerte.
-Entonces que se venga sólo el niño.
-Tampoco. De aquí no saldremos ninguno sino liberados por los nuestros, o a la fuerza, si es que son capaces de vencernos los que te traen. Lo que sea de uno, será de todos. Lo único que puedes hacer es quedarte tú con nosotros.
-¿Pero cómo? ¿No ves que entonces matarían a tu hermano? Lo han traído conmigo. Lo tienen ahí custodiado en la casilla de peones camineros.
-Pues entonces, mamá, elige entre nosotros y él. (La mujer, entre grandes llantos, casi se desmayó, teniendo que ser sostenida por varios guardias).
-¡Todo sea por Dios, mamá! Te quiero mucho, y bien sabes que nunca te di un disgusto; pero me debo plenamente a mi honor. No esperes de mí en este terreno ninguna claudicación. Si hemos de morir, recogerás mi nombre limpio. Y no te puedo decir más, mamá.
-¡Hijos míos! ¡Hijos de mi alma! (Y la mujer se retiro del campamento de vuelta a las líneas enemigas completamente destrozada).
El Tte. Rueda dio entonces a sus hombres la siguiente orden “A partir de este momento, tan pronto se acerque cualquier parlamentario, sea el que sea, no respetéis la bandera blanca y hacer fuego”.

En cuanto a la conversación de Cortés con sus primos transcurrió del siguiente modo:
-Nos matarán, Santiago. Nos encargan te lo digamos.
-¿Y el precio de vuestras vidas?
-Vuestra rendición.
-Entonces disponeos a morir bien, como cristianos y españoles.
-En cambio, si os rendís, no se derramará sangre, y a ti te ofrecen la salida para el extranjero en un avión.
-Santiago Cortés ni se rinde ni se vende. Y ni una palabra más.
Durante la segunda quincena de Septiembre fue cuando una bomba de aviación hizo un embudo del que salió agua en abundancia llenándolo por completo, hecho providencial que paliaría en buena medida las dificultades de tal suministro.

La aparición de los primeros heridos trajo como consecuencia la necesidad de organizar su asistencia, máxime cuando se sabía que su número iría en aumento. De ella se hizo cargo desde estos primeros instantes, realizando una labor que sólo puede calificarse de extraordinaria, José Liébana –hijo del farmacéutico de Arjona, refugiado en el Santuario al ser perseguido a raíz del Alzamiento por ser tachado de “fascista”–, joven que acababa de terminar sus estudios de medicina. Su labor resultó siempre dramática pues sólo dispuso en todo el asedio de algún instrumental menor –que le arrojaron desde un avión– y como único anestésico la morfina; con ello llevó a cabo operaciones de gran calado, así como amputaciones “…(Liébana) improvisaba su puesto de socorro en los mismos parapetos donde morían los defensores, y su candil de carburo, acabadas las curas del Santuario, serpenteaba entre las sombras por todos los difíciles vericuetos del campamento, para restañar la última herida o medicinar al postrer enfermo, ya entrada la noche…” (Urrutia). A las graves heridas de guerra hay que añadir las enfermedades de todo tipo que provocó la mala calidad del agua, la falta de alimentación adecuada sobre todo entre los niños –pues al poco ya escasearon lo víveres–, la ingestión de hierbas silvestres para paliar el hambre muchas veces venenosas y las producidas por las inclemencias del tiempo, pues no hay que olvidar las malas condiciones de habitabilidad del Santuario y la llegada del crudo invierno que aquellas en tierras es realmente duro; también dolencias y enfermedades derivadas de las penosas condiciones higiénicas que los defensores sufrieron durante todo el asedio. La enfermería fue situada en un principio en la antesala del camarín de la Virgen, para luego irla trasladando a lugares más seguros, acabando en los sótanos de la hospedería, pero la abundancia de heridos y enfermos hizo que hubiera que colocarlos en casi todos los lugares posibles. Incluso Liébana tuvo que hacer de matrona, pues hasta veintidós fueron los niños que nacieron durante el asedio. En Lugar Nuevo el encargado de esta labor fue Manuel Jiménez Peinado, guardia civil y practicante, que aún tuvo más escaseces de conocimientos y material que Liébana.

Tras repeler el ataque del 24 de Septiembre, después de los intensos bombardeos, sucedieron unos días de calma –salpicados de algunos tiros esporádicos buscando unos y otros “cazar” al contrario descuidado–, toda vez que los frentepopulistas se vieron desconcertados por la capacidad de resistencia de los defensores a los que creyeron rendidos por la violencia de los bombardeos, así como porque no dejó de diluviar. Por todo ello, la falta de noticias en el campo nacional y las impresas por la prensa de Madrid a mediados del mes, suscitaron en Queipo dudas sobre si el Santuario seguía resistiendo. Para salir de ellas, el 8 de Octubre sobrevoló el campamento una avioneta Falcó –protegida por tres cazas– en la que viaja el Cap. Rodríguez de Cueto, observando no sólo a los defensores y familias por la explanada, sino también la bandera nacional ondeando y una gran sábana blanca con la palabra “Auxilio” en ella escrita. Desde la avioneta se les arrojó una clave para comunicarse mediante paineles con la que los defensores les respondieron de inmediato con una única palabra “Alimentos”; además, se les dejó caer diversa correspondencia y una misiva de Queipo para Cortés. Como puede comprenderse, el entusiasmo de los defensores fue enorme, marchando todos al Santuario, una vez la avioneta se alejó, donde se entonó una emocionante Salve, terminada con grandes vivas a España.

Al día siguiente, 9 de Octubre, tuvo lugar la primera misión de aprovisionamiento al Santuario. Sobre las diez de la mañana lo sobrevoló un Douglas DC-2 pilotado por el Cap. Carlos de Haya –aviador procedente del Arma de Intendencia y cuñado de García Morato–, cuyo nombre quedaría por siempre unido al del Santuario pues, aunque no fue el único piloto que realizó este tipo de acciones –participarían a lo largo de asedio otros veintisiete pilotos–, sí fue el que realizó mayor numero con diferencia; en concreto de las ciento sesenta y siete misiones de aprovisionamiento que se realizaron, el Cap. Carlos de Haya efectuó ochenta y seis, ganando por ellas la Cruz Laureada de San Fernando. En este primer vuelo, en el que repitió viaje Rodríguez de Cueto, se arrojaron sobre el campamento 600 kilos de alimentos –pan, harina, higos, leche condensada, conservas, confituras, algunas medicinas y gasas–, la mayoría de los cuales quedaron inútiles al estrellarse contra el suelo pues, por un lado, al no haber experiencia alguna en este tipo de misiones, Haya no valoró la diferencia entre dejar caer una bomba o dejar caer paquetes de alimentos, mientras que por otro tampoco éstos iban adecuadamente protegidos; tales defectos se fueron corrigiendo poco a poco como veremos.
Desde este primer avituallamiento, Cortés situó un vigía encargado de observar el cielo para alertar sobre la aproximación de aviones, fueran enemigos o propios; para este último caso se elaboró un toque de corneta especial al oír el cual mujeres y niños debían acudir a recoger rápidamente los suministros, fijando además la posición de los que cayeran fuera del campamento para organizar su rescate por la noche. Como lugar más apropiado para los lanzamientos se eligió el terreno situado entre las casas de las cofradías de Andújar y Arjona, Pozo de la Higuera y el Cementerio. Los aviones nacionales debían necesariamente partir de aeródromos muy alejados –normalmente Sevilla y Córdoba–, debiendo sobrevolar territorio enemigo de continuo tanto a la ida como a la vuelta, periodo de tiempo en el que los frentepopulistas, que poseían varias pistas cercanas en Andújar y Baeza, hacían despegar a sus cazas intentando interceptarlos “…volando sin protección alguna de caza… atravesar 78 kilómetros de zona enemiga, acometido constantemente por la caza enemiga, a la que en cierta ocasión derribó un avión,… De todos estos servicios regresaba muchas veces el aparato con impactos, que en una ocasión llegaron a 37, y que en otra produjeron… un boquete de 50 centímetros cuadrados…” (Acta de concesión de la Laureada al Cap. Haya). La utilización del pequeño aeródromo que como se dijo existía en las cercanía de Lugar Nuevo nunca fue posible al no reunir ni las más mínimas condiciones de seguridad.

El 12 de Octubre, fiesta del Pilar, patrona de la Guardia Civil, Cortés organizó los actos correspondientes, siendo los primeros desde hacía varios años pues la II República los había prohibido. El día 13, volvió el auxilio aéreo realizado por tres Savoia que arrojaron 2.500 kilos de alimentos, más una caja conteniendo tres palomas mensajeras que, al no abrirse el paracaídas al que iba sujeta, terminaron muertas al estrellarse contra el suelo. El día 22, nuevo auxilio, logrando esta vez que dos palomas llegaran sanas y salvas a tierra. El día 24 se repitió el auxilio. El 25 de Octubre fue el primer día en que Cortés utilizó las palomas para enviar un mensaje que llegó ese mismo día a Córdoba –donde radicaba el palomar base– en el que hacía un breve resumen de lo ocurrido hasta ese instante, comenzando el mensaje de la siguiente forma “¡VIVA ESPAÑA! Guardia Civil.- Comandancia de Jaén.- Capitán, Primer jefe accidental.- Campamento de la Virgen de la Cabeza, 25 de Octubre de 1936.- Excelentísimo señor don Gonzalo Queipo de Llano. Mi respetado y querido General: No tengo frases para describir el cuadro que ofrecía este Campamento al leer ante la fuerza y la Virgen bendita que se venera en este Santuario su patriótica carta, fecha 7 del actual, que nos trajo nuestra gloriosa Aviación; con lágrimas en los ojos los congregué a todos ante la Imagen con las que compartimos nuestras penas y amarguras desde hace más de dos meses; hombres, mujeres, niños y ancianos todos lloraban de gratitud al sentir la mano protectora de la madre Patria, que por su conducto nos llegó y en la que ciframos todas nuestras esperanzas…”. Esa misma noche los defensores escucharon Radio Sevilla estallando en un gran alborozo cuando oyeron al Gral. Queipo iniciar su habitual y diaria alocución radiofónica diciendo “Buenas noches, señores. Tenemos noticias completas”, palabras pactadas con las que el citado General daba a entender a los del Santuario que la paloma había llegado a su destino. Quedaba así, y por este medio, establecida por fin la comunicación con el exterior.
Para paliar la acuciante necesidad de alimentos, visto que los arrojados por el momento por los aviones eran más que insuficientes, el Tte. Rueda propuso a Cortés llevar a cabo salidas al campo enemigo con el objeto de hacerse con los víveres que fuera posible. En la noche del 21 de Octubre, el citado Teniente, al mando de sesenta hombres, guiados por uno de los guardias jurados acogidos al Santuario, se adentraron en zona enemiga unos diez kilómetros logrando burlar los puestos de centinela, recorriendo varios cortijos de la zona en los que compraron a sus propietarios –pues pagaron por ellos– gran cantidad de víveres de toda clase. Para su transporte de vuelta al campamento utilizaron los veinticinco burros de unos carboneros que estaban acampados por aquella zona, a los cuales también se abonó el servicio, llegando al amanecer al Santuario, conduciendo también algunas reses que se habían adquirido por el camino. El día 25, los de Lugar Nuevo lograron hacerse en una rápida y afortunada incursión con 170 cabezas de ganado que los sitiadores pastoreaban desde hacía días en las cercanías, producto, por su parte, de la requisa en cortijos de la zona.
Otras vicisitudes de este mes de Octubre fueron la llegada al campamento el día 13 de dos Sargentos y tres guardia civiles que desertaron de los sitiadores; y, el día 23, dos guardias de Asalto, que además rogaron que se acogiera a otros veinte que deseaban hacer lo mismo, lo que no se permitió para no empeorar la ya de por sí aguda escasez de alimentos, todo lo cual da una idea de que la fama del Santuario crecía de forma que incluso entre sus sitiadores los había dispuestos a pasárseles considerando que la victoria sería suya. La actividad de suministro de los aparatos nacionales provocó las consiguientes represalias materializadas en bombardeos los días 24, 25, 26, 27, 29 y 30 de Octubre.

Entre noticias y sucesos favorables, junto a otros perjudiciales, el invierno se hizo cada vez más crudo endureciendo hasta límites insospechados la ya de por sí difícil vida del campamento donde, por demás, no existían ni las mínimas condiciones de habitabilidad requeridas, cuanto más bajo la presión enemiga. Ello provocó que Liébana se encontrara por primera vez con la aparición de los primeros casos de tuberculosis, enfermos a los que “…quería agrupar en una habitación aislada, en régimen de alimentación y reposo, evitando el contagio…”, pero que resultó imposible. Los sufrimientos de todo tipo, unidos a las profundas incertidumbres, comenzaron a hacer mella entre las familias pues, si en su primer mensaje Cortés decía “…por lo que respecta al espíritu de la tropa me cabe el orgullo de comunicarle responden todos como un solo hombre desde que me hice cargo mando posición y están dispuestos a sucumbir a mi lado, si preciso fuera…”, no cabía tampoco duda de que “…la heterogeneidad del personal y la vida en común con familias de los combatientes, originaban frecuentes disputas por fútiles motivos…” (Antonio Olmedo y Gral. Cuesta). Para paliar tan peligroso enemigo como era que pudieran cundir los enfrentamientos y relajarse la disciplina, Cortés reforzó esta última cortando siempre que surgían “…de raíz, los primeros brotes de aquellos arrebatos pasionales producidos por el estado general de neurosis, al que daba lugar el tremendo aislamiento en que se desenvolvía la vida de los refugiados…” (Antonio Olmedo y Gral. Cuesta). Además, ordenó la impresión de una hoja informativa –al igual que se hizo en el Alcázar–, a modo de periódico, compuesta por tres o cuatro páginas, bien que muy rudimentarias; el director de dicha “hoja” –que se tituló “Boletín (o Diario) del Campamento”— fue, lógicamente, el que fuera director del diario «La Mañana» de Jaén, Alfonso Montiel. El boletín se publicó en el Santuario desde el 15 de Septiembre hasta el 5 de Noviembre, fecha en la que la falta de electricidad obligó a Montiel a trasladarse a Lugar Nuevo donde continuó con su impresión, pero sólo durante unos diez días más; luego editaría algún que otro número suelto, cesando definitivamente en Enero de 1937 al ser ya imposible de todo punto de vista. La hoja recogía las noticias que se escuchaban por la radio, así como algunos artículos que escribía el propio Montiel y alguno de los sacerdotes, enfocados siempre a dar ánimos y a levantar la moral de los defensores.
Cuando comienza Noviembre, tercer mes de asedio, las fuerzas sitiadoras pasaron a depender del Gral. Hernández Saravia, jefe del sector de Córdoba, cuyo jefe de Estado Mayor era el Tte. Col. Luis Menéndez. El asedio en sí estaba a cargo del jefe del subsector de Jaén, Cte. García Vallejo, que había sido segundo jefe del batallón de ametralladoras de la columna Miaja, disponiendo de una Compañía de guardias de Asalto y dos de milicias, más un número difícil de calcular –pues además variaba según los días y los ánimos– de milicianos del entorno. Llegada en estos instantes, aunque con retraso –a partir del 20 de Octubre era la fecha de inicio–, la orden de Madrid de proceder a la militarización de las milicias como consecuencia de la llegada al poder de Largo Caballero en Septiembre, el Mando frentepopulista reparó también en la necesidad de dedicar mayores esfuerzos a la liquidación del que comenzaba a un serio y molesto problema, el de “…los guardias del Santuario…”.
A tal objeto, el 30 de Octubre se observó desde el Santuario un considerable refuerzo de las posiciones enemigas, y el 1 de Noviembre se sufrió el primero de los múltiples bombardeos de Artillería que se producirán a lo largo del asedio, en esta ocasión inicial a cargo de una batería de 105 mm –cuatro piezas– emplazada en la denominada Caseta de Peones Camineros situada en la carretera al norte del Santuario; además, sobrevolaron el campamento nueve aviones que dejaron caer multitud de bombas, mientras que sobre él dispararon algunas ametralladoras con las que ya contaban los sitiadores. El fuego, intensísimo, se prolongó a lo largo de todo el día, realizando los aviones varias pasadas pues, al despegar desde el cercano aeródromo de Andújar, podían estar sobre el Santuario prácticamente en todo momento. El consiguiente ataque de los milicianos se centró sobre el Cerro de los Madroños, avanzadilla de la IV Sección, que lograron ocupar aunque para ello precisaron de dos horas de combate por la gran resistencia que opusieron sus defensores, si bien no pasaron de él, al reforzar Cortés el sector con una docena de hombres. Por la tarde renovaron los esfuerzos atacando al unísono la II y IV Sección, logrando ligeras penetraciones si bien terminaron por ser repelidos. Los destrozos causados en las casas de las cofradías fueron enormes, así como en las paredes del Santuario. Las bajas de los defensores fueron ocho heridos, entre ellos el Alférez Hormigo que fue sustituido en el mando de la IV Sección por el Tte. Monteagudo; resultaron también heridas cinco mujeres y un paisano. Las bombas de aviación mataron veinte de las vacas, lo que presagiaba una nueva hambruna. Las bajas enemigas fueron elevadas, llegando al centenar. Cortés diría “…el personal respondió bien, a pesar de la dureza de la jornada…”, confiando al P. Ortiz, su compañero de cuarto, que “…a la vista de aquel cuadro, experimentaba una de las impresiones más dolorosas de su vida…”.
Durante los días 2, 3 y 4, los sitiadores continuaron hostigando por el fuego el campamento. El día 5, ejecutando una orden de operaciones firmada el día anterior en Montoro por el Cap. Manuel Santana, oficial del Ejército en situación de retirado que fue el que mandó el ataque del 1 de Noviembre, dos Compañía de fusiles, una de ametralladoras y una sección de dinamiteros, más la Artillería existente reforzada por dos nuevas piezas –que se emplazaron junto a la denominada casilla de Ortíz–, se emplearon de nuevo contra la zona de la IV Sección que ahora mandaba el Brigada Jiménez, pues el Tte. Monteagudo había pasado el día anterior a mandar la I Sección. El ataque, apoyado por algunos aviones, fracasó. Como represalia el enemigo mantuvo en los días siguientes el hostigamiento por el fuego, principalmente de Artillería; las bajas que había sufrido fueron elevadas. El día 9 se reforzó aún más la Artillería emplazando una nueva batería de 75 mm.
El día 13 volvió Haya a aprovisionar el campamento dejando caer incluso algunas ropas de abrigo y una ametralladora que desafortunadamente quedó inutilizada al estrellarse contra el suelo. El día 17 fue Rodríguez de Cueto quien, con la avioneta Falcó, arrojó nuevas palomas mensajeras; una de ellas fue enseguida utilizada por Cortés para mandar la orden de operaciones de los sitiadores para el ataque del día 5, , a la que nos hemos referido anteriormente, que los defensores habían encontrado en el cadáver de uno de sus atacantes.

Pero con todo, la pérdida de las vacas ya dicha agudizó la escasez de alimentos y los defensores comenzaron a comer aquellas hierbas del entorno que consideran comestibles; aún teniéndolas que conseguir bajo el fuego enemigo –al igual que los paquetes que les arrojaban los aviones–, pues los sitiadores no perdieron nunca oportunidad de causar bajas, incluso de mujeres o niños que por necesidad debían dedicarse a tales tareas. Casi una familia entera, la del guardia Miguel Chamorro Sánchez, pereció el 2 de Febrero de 1937 al ingerir unas hierbas venenosas, muriendo el guardia y dos de sus hijos; su mujer, Isabel Gómez Cámara, moriría despedazada por un cañonazo en Abril quedando huérfanos otros dos hijos del matrimonio, un niño y una niña de trece y diez años de edad respectivamente.
El 18 de Noviembre se volvió a observar la llegada de refuerzos a los sitiadores, cuyo mando dictó una nueva orden de operaciones ordenando un nuevo ataque en dos fases: la primera, partiendo del cortijo de Navalasno a las dos de la madrugada del día siguiente para ocupar por sorpresa la Casa de Flores situada ya en tierra de nadie; la segunda, tras fuerte preparación de Artillería y ametralladoras para conquistar la loma al este de dicha casa y la 402 al nordeste de Lugar Nuevo para desde ellas marchar directos al Santuario y ocuparlo. Las fuerzas empleadas fueron el II Batallón de Milicias de Jaén, más una Compañía del I Batallón, así como gran número de milicianos. El combate fue durísimo. Sobre el campamento llegaron a caer 273 proyectiles de Artillería, cerca de dos centenares de bombas de aviación y un nutridísimo fuego de ametralladoras y fusilería –llegaron a intentar avanzar con un camión que los defensores inutilizaron con sus fuegos–, pero resultó un rotundo fracaso, sufriendo los atacantes cerca de 500 bajas entre muertos y heridos; gran parte del éxito cosechado por los defensores hasta el momento radicaba en la serenidad y eficacia del fuego de los guardias civiles, hombres muy profesionales, que además de ahorrar municiones alcanzaban un altísimo número de aciertos con sus disparos. Tras el descalabro, los sitiadores retiraron parte de la Artillería, así como de las fuerzas sitiadoras, abandonando el Cerro de los Madroños, siguiendo unos días de relativa calma en los que el hostigamiento se realizó prácticamente sólo por la aviación, sufriendo el campamento bombardeos los días 20 –el más violento por el cual mataron las pocas cabezas de ganado que quedan, obligando a traer algunas de las de Lugar Nuevo–, 22, 23, 24 y 25 de Noviembre. El día 22 se produjo la primera deserción del campamento protagonizada por un guardia que, en solitario, lo abandonó por la noche pasándose al enemigo. Durante este mes de Noviembre comenzaron los defensores a fabricar rudimentarias granadas de mano a base de las latas de conservas vacías y cartuchos de dinamita de la cual poseían cierta cantidad.

Recuperar el Cerro de los Madroños fue providencial –en tal cerro, de ahí su nombre, había gran cantidad de tales árboles–, toda vez que su fruto, aún con sus carencias, se había convertido ya para entonces en uno de los manjares más exquisitos de la exigua dieta de los defensores. Por cierto que su recolección no estaba exenta de graves riesgos. Un día, el guardia Juan Alcalde Martínez estaba afanado en recolectar cuantos podía cuando fue sorprendido por un miliciano, siendo más rápido el guardia en abrir fuego logrando matarle, quitándole a continuación su arma y cartucheras, regresando con ellas al campamento; y por su puesto con su abundante carga de madroños. Otro día, tres chavales estando en la misma labor se alejaron demasiado, siendo sorprendidos por un grupo de milicianos contra los que el mayor de ellos, de doce años de edad, abrió fuego con la pistola que se le había facilitado para su seguridad, logrando el tiempo suficiente para que los otros dos chiquillos lograran acogerse al campamento, bien que él fue capturado por los frentepopulistas. El hambre, que nunca abandonó a los defensores, obligó a Cortés a remitir un mensaje en estos días en el que, entre otras cosas, decía “…Preciso, pues, que venga nuestra Aviación y nos atienda siquiera en lo más esencial, que es la comida, mientras llega la hora de nuestra liberación, que no se puede hacer esperar, dada la miseria y calamidad que presenta en campamento, so pena de sucumbir, A LO QUE ESTOY DISPUESTO ANTES QUE A RENDIRME. Piense que la heterogeneidad del personal y la presencia de sentimientos tan íntimos como la familia, no permiten imponer el principio de la disciplina como cuando se trata de personas aisladas. Como mínimum de racionamiento se necesitan diariamente 750 kilos de pan, 300 de judías, garbanzos o patatas… o su equivalente en conservas y grasas y elementos para condimentar…”.
El mal tiempo imposibilitó el abastecimiento aéreo durante varios días. El día 29, al mejorar algo, se logró arrojar 1.750 kilos de víveres –de los cuales sólo se pudieron recoger 1.304 kilos entre los dos reductos–, pero “…el pan, base de la alimentación por el que lloran tantos niños… no había llegado…” (Cortés); los aviones también bombardearon alguna de las posiciones frentepopulistas que cercaban el Santuario.
Cuando cerraba el mes de Noviembre, los daños causados por el fuego enemigo eran ya muy considerables. El edificio principal del Santuario presentaba un aspecto desolador. Las casas de las cofradías habían tenido ya que ser todas ellas abandonadas. Las familias se hacinaban en el Santuario “…sin posibilidad de descanso por falta material de espacio…”. El abastecimiento de agua y la fabricación de pan se tenía que hacer sólo por la noche. Las condiciones higiénico-sanitarias eran calamitosas. El racionamiento muy reducido y estricto, controlándose la entrega de alimentos mediante unas cartillas fabricadas a mano que se había repartido. El motor que suministraba energía eléctrica había sido destruido. Todo ello llevó a Cortés a remitir un nuevo mensaje, en esta ocasión al Tte. Col. López Montijano, jefe de la Comandancia de la Guardia Civil de Córdoba, quejándose de que “…no se acuda con medios de defensa que contrarresten la acción del enemigo ni con víveres para poder vivir… Yo estoy dispuesto a morir aquí si no hay otro remedio, mas no pienso sacrificar a las 1.500 personas, y deseamos un racionamiento ordenado y capaz para mil quinientos seres… La moral de la fuerza, que hasta hace pocos días había podido mantenerse a gran altura, en estos últimos días ha sufrido gran quebranto, fruto de las bajas habidas y de la falta de atención a los heridos… En cuanto a los niños… tiene el raquitismo retratado en el semblante… (animando a dicho jefe para que) recurriendo a cuanto sea preciso… influya en el Alto Mando (para que envíe el indispensable socorro)…”. En otro, a Queipo, manifestaba “…por humanidad, por compañerismo, por patriotismo, pues a algo nos ha de dar derecho nuestro gesto, venga nuestra Aviación y nos atienda…”. En otro más llegaba a decir “…(el hambre) va a conseguir lo que no han conseguido tan poderosos medios como tenemos enfrente… pues dado el estado de agotamiento físico y moral a que han llegado, dicha fecha (la de liberación) no puede hacerse esperar…”. Como resumen del mes de Noviembre Cortés escribió el 6 de Diciembre “…Un mes de verdadera angustia moral y material, tanto por la furia desarrollada por nuestros enemigos, como por la escasez de alimentos, al extremo de no tener que comer en los últimos días más que madroños recogidos entre tiros…”.

El 1 de Diciembre, diez trimotores Junker Ju-52 nacionales, escoltados por tres Heinkel, sobrevolaron el campamento. De ellos, siete se dedicaron a arrojar 4.000 kilos de víveres, mientras que el resto castigó las posiciones enemigas que sitiaban el Santuario y Lugar Nuevo, entre ellas El Encinarejo donde se ubicaba su puesto de mando. La alegría de los defensores fue completa porque, además, esta vez sí que se les hizo llegar pan, no obstante “…en la recogida de los víveres, fue tal el nerviosismo del personal al verlos caer, que, a pesar de la prohibición de acercarse a los bultos caídos en lugares batidos hasta llegada la noche, no tuvieron espera, dando con ello lugar a que nos ocasionaran (los rojos) seis bajas en la faena…” (Cortés). Se recogieron 2.500 kilos de legumbres, 2.200 latas de sardinas, 15 botes de leche condensada y 392 latas varias. Fue a partir de esta ocasión cuando se consiguió que el envío de víveres fuera ya en adelante empaquetados en cilindros de metal, parecidos a torpedos, de 1,30 metros de alto por 0,33 centímetros de diámetro, utilizando higos como elemento amortiguador entre los cuales se colocaban el resto de provisiones para evitar en lo posible su rotura. Los Ju-52 podían transportar hasta 450 kilos, mientras que los Savoia podían llevar hasta veintiocho tubos de los citados, todos ellos modificados para estas misiones habiéndoseles desmontado los sistemas de lanzamiento de bombas; también se utilizarían, novedad ideada por Carlos de Haya, sacos de doble tela con el fin de evitar que su contenido se desparramase. Alguna vez las cargas más delicadas se lanzaron atadas a las patas de pavos, los cuales, aunque muy torpes en el vuelo, conseguían frenar bastante la llegada a tierra de los cilindros, bien que a costa de sus vidas, claro está.

El total de los aprovisionamientos aéreos durante todo el asedio fue de 80.394 kilos de víveres suministrados desde Sevilla y 17.276 desde Córdoba. El total de los abastecimientos recibidos por los sitiados se aproximó a las 100 toneladas, que fueron lanzadas en 121 servicios de aprovisionamiento a los que deben añadir otros 36 de bombardeo a las posiciones de asedio y 9 de reconocimiento: 166 vuelos en total, sin incluir los de los cazas de acompañamiento. Setenta de estos servicios se hicieron en un Savoia Sm-81 especialmente preparado, unos 65 con Junkers Ju-52, 22 con el DC-2 y 9 con otros diversos aparatos. Se distinguió en forma destacada el Cap. Carlos de Haya, como se ha dicho, que efectuó 86 de estas misiones, más de la mitad, siendo seguido en orden de actividad por Antonio Bazán, Uselod Marchenko, Carlos Muntadas, Manuel Presa y Luis Bengoechea. Les acompañaron muy asiduamente el Cap. Rodríguez Cueto –que llegaría a servir como tripulante–; el Capitán Canalejo, como observador; el radio Tomás Guil; el mecánico Jarén y el ametrallador Ragosín, resultando estos dos últimos heridos por el fuego enemigo. En algunas ocasiones se enviaron formas y vino para poder celebrar la Santa Misa. En cuanto a material de guerra se les llegó a suministrar un mortero de 81 mm con una primera dotación de treinta granadas –si bien al quedar inutilizado por el golpe contra el suelo de nada sirvió–, cuatro ametralladoras Hotchkiss –de las que sólo una pudo aprovecharse–, dos fusiles ametralladores Bergman, cuatro de origen checo, diez fusiles Mauser, dos fusiles ametralladores Smeisser, dos pistolas de señales, 70.000 cartuchos de fusil, 6.000 perforantes, 3.000 de calibre 44 para rifle, 4.000 de 9 largo para rifle y pistola, 400 granadas de fusil, 1.200 granadas de mano y 45 granadas más para el mortero. Reflejamos lo anterior por ser toda una hazaña de la aviación nacional, así como hecho pionero, pues este tipo de abastecimientos nunca se habían realizado antes en tal cantidad ni en circunstancias tan difíciles; además, téngase en cuenta el material empleado para ello, aviones de los de entonces, nada que ver con los utilizados posteriormente en la II Guerra Mundial. En definitiva toda una epopeya aérea no sólo en cuanto a la técnica, sino también y aún más en cuanto al valor de pilotos y tripulaciones, realmente heroico.
Los siguientes días fueron de calma. Pero de nuevo el hambre hizo acto de presencia “…el hambre oscurece la razón… me veo obligado a corregir a varios suboficiales… por su desaprensión en la recogida de víveres…” (Cortés).

El 2 de Diciembre, volvieron a aparecer ante el campamento el Cabo y el guardia de Asalto que ya lo hicieron un mes antes, representando a medio centenar de estos últimos que querían ingresar en él y unirse a la resistencia; ese mismo día lo hizo también un vecino de Fuencaliente (Ciudad Real) –el día 14 lo harían cuatro más que dijeron a su vez representar a unos 300 vecinos de dicho pueblo– que, debido al deterioro que vivía la zona frentepopulista por la anarquía que reinaba en ella, deseaban acogerse al Santuario; todos tuvieron que ser rechazados ante la imposibilidad de aumentar las bocas que alimentar.

En la noche del 5 al 6 de Diciembre, Cortés organizó una salida en la que una treintena de hombres, al mando del Brigada Vicente Zamora, lograron apresar al enemigo 309 cabezas de ganado que se llevaron al Santuario y otras 125 que se guardaron en Lugar Nuevo, obteniendo así un éxito momentáneo de gran importancia; bien es verdad que dichas reses plantearon enseguida el problema de cómo protegerlas y, más aún, de con qué alimentarlas, pues en el campamento no había pasto; no obstante, muchas de ellas caerían en los día posteriores víctimas de los disparos enemigos al convertirse en blanco predilecto y fácil de sus fuegos, conscientes de que con ello minaban la capacidad de resistencia de los defensores. Cortés, siempre consciente de que la alimentación era el principal de los problemas, seguiría insistiendo en sus mensajes “…Vea, por tanto, V.E. en esta demanda, no la petición sistemática del que tiene y pide más, sino la súplica humilde de un mando que se ve acosado por una necesidad dramática que no puede saciar…”.
La cuestión, con todo, no radicaba en absoluto en la desatención a los sitiados, sino que hasta ese momento habían sido las fechas en las que Queipo había sufrido una grave penuria de medios realmente agobiante, al quedar su zona en un segundo plano mientras se pujaba por decidir la guerra en torno a Madrid, por lo que bastante tenía con controlar las ciudades y comarcas de su área y dar consistencia al enlace entre ellas ampliando su dominio sobre las regiones que las unían.
Pero llegó por fin el momento de intentar algo más y Queipo, que ya había hecho acopio de ciertos refuerzos, se decidió a operar con mayor amplitud. El 14 de Diciembre sus tropas iniciaron una ofensiva entre cuyos objetivos figuraba, sin lugar a dudas, el de progresar en dirección Este y liberar el Santuario.

Si bien al principio el éxito coronó sus esfuerzos, la reacción frentepopulista, pasada la primera sorpresa, se hizo cada vez más sólida al recibir cuantiosos refuerzos, logrando para el 30 de Diciembre el Gral. Hernández Saravia detener a los nacionales en Porcuna, muy cerca de Andújar. Fue también en gran medida motivado por estos hechos por lo que Cortés y los suyos notaron durante Diciembre una considerable disminución de la presión de sus sitiadores cuyo número se ha redujo al ser requeridos para hacer frente a los avances nacionales.

Los días de Navidad de 1936 estuvieron en el campamento presididos por una mezcla de tristeza y esperanza. El hambre no dejaba de acosar a sus defensores, escribiendo Cortés el día 23, “…no tener absolutamente nada que comer…”, suplicando el urgente envío al menos de lo indispensable tanto en víveres como en ropa de abrigo, así como gasolina para poder volver a escuchar las noticias en la radio. El día 24, remitía un mensaje al Generalísimo en el que, entre otras cosas, decía “…tengo el alto honor de dirigirme a V. E. en nombre de todos para felicitarle en las próxima fiestas de Navidad y hacerle presente nuestras constantes súplicas a esta Virgen bendita que nos cobija para que ilumine la gran obra emprendida de regeneración de España, dándole fuerzas para vencer al enemigo de fuera y de dentro, hasta terminar con el último brote marxista, ya que la Providencia ha querido elegirlo entre sus mejores hijos, para honra de España y de la Humanidad… estando a su lado para servir de dique, tanto contra la ceguera egoísta de los que pudieron evitar esta catástrofe, como contra la incomprensión y la maldad de los sin Dios, que cándidamente se dejaron arrastrar por el suelo por la falsa democracia, cuyas redes son tejidas por los malvados sin Patria, que sólo aspiran al medro personal sin reparar en medio…”, y en él da cuenta de que oyen, e incluso por la noche creen ver, los resplandores de los fuegos que la fuerzas de Queipo realizan en su ofensiva, entonces en auge. El día 28, un nuevo mensaje de Cortés repetía “… no tener absolutamente nada que comer…”, urgiendo el envío de víveres, pues los refugiados parecen “…verdaderos cadáveres…”, reinando en el campamento la “…tristeza y la angustia…”, lo que puede dar lugar a “…un fatal desenlace de no acudir rápidamente con los alimentos necesarios…”, pues ya llevan tres días en los que su única y exclusiva comida son madroños, hierbas y raíces varias, lo que hace que “…el estado de ánimo del personal,… tan pronto se deja ganar por el pesimismo cómo reacciona, sacando fuerzas de flaquezas al menor estímulo…”. Los días 29 y 30 de Diciembre, Carlos de Haya logró realizar dos nuevas operaciones de abastecimiento dejando caer en cada una de ellas unos 1.000 kilos de víveres, cantidad, con todo, nimia dadas la circunstancias.

Héroes de la Guardia Civil. Héroes por DIOS y por la PATRIA. Qué tomen nota los actuales.
Íñigo Caballero
Donostiarra y carlista desde que nací
Buenos artículos sobre la epopeya de la G.C. en aquellos riscos de Sierra Morena.
En el articulo hace referencia, en cursiva, a Antonio Olmedo y Gral. Cuesta. ¿Escribieron estos señores alguna monografía sobre el santuario?
Quería comentarle también que la foto del bombardeo no es de la aviación frentepopulista, sino del capitán Haya, a 2000 m de altura, sobre las posiciones republicanas de la casilla de peones camineros en abril de 1937.
Un saludo
Un detalle más:
lya Starinov, que fue quien adiestró a los militares para que pudieran convertir cualquier objeto en una amenaza letal. Este militar, ya fallecido, intervino en la Guerra Civil española y formó parte del contingente soviético que ayudó a la República. En suelo español se le atribuye la destrucción de 87 trenes. … Una de las acciones que se le atribuyen es la colocación de una carga de 20 kilos de explosivos en una mula que utilizaban los defensores de la Basílica de la Virgen de la Cabeza, en Jaén, donde un contingente de la Guardia Civil había sido rodeado por milicianos. Los asediados dejaron entrar al animal, que explosionó dentro del monasterio. Starinov, por otra parte, señala en sus memorias que en esa época conoció a Ernest Hemingway y que el escritor norteamericano se inspiró en un judío norteamericano adscrito a su unidad para crear al protagonista de la novela ‘Por quién doblan las campanas’. Esta obra, precisamente, narra la historia de un voluntario norteamericano en la Guerra Civil que debe volar un puente con la ayuda de guerrilleros españoles
https://www.heraldo.es/noticias/internacional/2022/04/14/las-bombas-que-diseno-un-ruso-en-la-guerra-civil-1567269.html