El triunfo de la vida incluso en la muerte: el no al aborto de Isadora Prieto

Isidora Prieto tenía tres meses de embarazo cuando su vida dio un vuelco: «Tu bebé —le dijo el doctor— es inviable: viene sin cráneo. Y hay que intervenirlo cuanto antes».
Lo que sigue después es la historia de una madre que se resistió a la idea de un aborto y que optó por continuar con la gestación hasta su término natural.
Es una disyuntiva que no se les presenta a muchas mujeres en América Latina que viven en países en los que la interrupción del embarazo está completamente prohibida.
Isidora pasó ocho meses con un bebé que crecía en su cuerpo, que pataleaba, pero que moriría al nacer. Fueron ocho meses de una despedida que a ratos parecía interminable pero a la que ella, al final, le encontró un sentido.
Desde su casa en Orlando, Estados Unidos, la chilena le contó a BBC Mundo cómo fue este doloroso duelo gestacional. A continuación, su relato en primera persona.
«Uno siente cuando quiere tener otro hijo. Y estábamos muertos de ganas de tener una niñita. Resultó al primer intento, no lo podíamos creer.
El primer mes y medio fue idílico. Fuimos de vacaciones con amigos que también iban a tener hijos; solo se hablaba de embarazo o de posibles nombres.
A la primera ecografía fuimos los cuatro, mi marido Matías, mis dos hijos, Rafita y Juan, y yo. Vimos a un porotito, le escuchamos el corazón, fue muy emocionante.
De a poquitito, se me empezó a notar el embarazo. Recuerdo que fue el día del padre y Rafita le hizo un dibujo a su papá con toda la familia, incluso con el bebé chiquitito. Ya hablaba de este hermanito o hermanita que venía en camino.
Todo estuvo perfecto hasta la ecografía de la semana 12. Los primeros minutos del examen fueron muy emocionantes. La vimos moverse de un lado a otro, sus piernecitas, sus manitas. Era un pirgüín chiquitito.

La enfermera nos preguntó qué queríamos que fuera, si hombre o mujer. Le dijimos que niña, y ella nos dijo que parece que íbamos a tener suerte. Imagínate nuestra felicidad, nos mirábamos fascinados, con risas nerviosas.
Pero al poco rato todo cambió. La ecógrafa, que se tuvo que haber dado cuenta de lo que estaba pasando, dijo que esperáramos porque le tenía que mostrar las imágenes al doctor.
En ese momento, no se nos pasó por la cabeza que algo andaba mal.
Nos trasladaron a otra habitación para esperar al doctor y ahí vino lo peor. Apenas entró, nos dijo: «El bebé viene mal. Esto hay que intervenirlo cuanto antes».
Yo no podía creerlo. ‘¿Cómo que viene mal?’, pregunté.
Nos pusimos a llorar ipsofacto. Nuestra angustia era terrible. Matías dice que él sentía un cargamento de piedras sobre la cabeza.
«Sí, viene mal, es inviable, y para hacerlo fácil les voy a explicar: viene sin cráneo«, nos dijo el doctor.
En ese momento, yo lloraba y lloraba. Me preguntaba cómo podía ser, si le acababa de ver sus piernecitas moviéndose… Tenía mucha angustia.
Juan, mi hijo menor, me miraba muy sorprendido. Aunque apenas habla inglés, me decía: «It’s ok, mama, it’s ok».
El doctor fue muy frío. Nunca nos dijo que esto podía ser difícil. Solo nos dijo que había que intervenir cuanto antes y que nos iba a derivar a la unidad de embarazos de alto riesgo.
Fue un balde de agua fría. Ni siquiera fría, congelada.
«Me resistía a la idea de hacerme un aborto»
Cuando te dan una noticia así, piensas ¿entonces qué es esto? ¿una masa quizás?
Pero yo le había sentido su corazón, veía cómo se movía, me había salido panza, sentía que tenía un ser humano adentro. Me resistía a la idea de hacerme un aborto.
Éramos conscientes de que el bebé era inviable, pero no sabíamos si yo tenía algún riesgo vital, o si podía seguir con el embarazo o no. No entendíamos nada.
Yo lo único que hacía era rezar para que perdiera al bebé de forma natural. Quería que se acabara todo en ese momento, no quería seguir pasando por nada más.
Tenía miedo. No quería enfrentarlo.
A los pocos días tuvimos una reunión con el departamento de embarazos de alto riesgo y nos explicaron que teníamos dos opciones: intervenirla o no intervenirla.
Matías preguntó: «¿Qué pasa si ella decide seguir con el embarazo?».
«Nada, esto es lo mismo que un embarazo normal», le contestaron.
Ahí yo respiré y pensé: «Bueno, eso es lo que hay que hacer«.
Desde el primer minuto pensé que quería seguir adelante con el embarazo. Lo otro no iba conmigo, no me cabía en la cabeza.
Sabía que lo que se me venía era fuerte, difícil, triste, pero confiaba en que la naturaleza iba a seguir su curso y que Dios tenía un plan preparado para nosotros. Estaba con una pena profunda, infinita, pero en paz.
A Matías, en cambio, le vinieron miedos e inseguridades de cómo iba a ser yo como persona, como esposa y mamá de mis otros dos hijos. Cómo iba a llevar este embarazo tan doloroso y triste.
Pero yo le dije: «Te lo aseguro, porque me conozco, que voy a ser mil veces mejor persona si sigo con esto».
Estoy en contra del aborto pero aprendí que cada persona toma su propia decisión.Uno no puede juzgar.
Si lo hice de esta manera es porque de verdad pensé que podía seguir.

Una vez, cuando mi hijo Rafa vio mi cara de angustia y pena, me preguntó: «¿Qué pasó mamá?». «Tu hermanita se fue al cielo», le dije. Le dio pena porque la quería conocer.
Después me enfrenté a otro problema: ¿Cómo le explicaba que se fue al cielo pero que sigue ahí? Porque iba a seguir creciendo. Y ahí le dijimos que, cuando estuviera lista, la iban a venir a buscar.
Y lo entendió perfectamente. Las primeras semanas yo lloraba harto y él me abrazaba y me decía: «No llores mamá, todo va a estar bien».
Después, cada vez que iba al doctor, me preguntaba: «¿Ya la vinieron a buscar?».
«Nunca me pregunté por qué a mí. Me preguntaba por qué a mí no»
En el hospital nos explicaron que en el 80% de los casos el bebé se pierde antes del nacimiento y que solo el 30% nace.
Fuera el caso que fuera, con Matías hicimos un compromiso: que la vida seguía, que teníamos dos niños y que, por lo mismo, no nos podíamos echar a morir.
Hubo cosas lindas en este proceso. Nos dimos cuenta de que no nos faltaba nada, empezamos a valorar lo que teníamos y también a darnos cuenta de que las cosas pasan. Porque uno cree que es invencible, pero eso no es así. A nosotros nos tocó.
Nunca me pregunté por qué a mí. Me preguntaba por qué a mí no. ¿Quién me creía yo como para que no me pasara algo así?
No tenemos ningún problema genético, fue azar. Pero siento que detrás de todo esto, había algún para qué. Quizás no lo descubra nunca, pero algo hay.
Y así, la panza fue creciendo. Ella estaba ahí, aferradita. Empezamos a tener ecografías una vez al mes. Era fuerte.
A Matías le daba mucha pena, a mí no. Yo pensaba: «Bueno, ella viene así«. No quería evadirla.
La podíamos ver perfectamente. La cara estaba mal formada, las orejas también y no tenía cráneo. Pero se movía mucho.
El único riesgo de este tipo de embarazos es que te llenas de líquido amniótico entonces mi panza era el doble de lo normal. Siempre parecí de ocho meses.

En la calle me preguntaban para cuándo era mi bebé, que cuántos meses tenía. A veces me hacía la tonta, pero otras le conté todo a gente desconocida. Quizás pensaron que estaba loca, pero era lo que me nacía.
También tuve que contárselo a los vecinos, a las profesoras de mis hijos. Porque en algún momento preguntarían por el bebé y tendría que decirles que no, que se murió.
Creí que eso iba a ser más difícil.
Nunca tuve la esperanza de que ella fuera a sobrevivir. Había gente que me decía que conocía casos, que a veces pasaban milagros. Yo sabía que este no iba a ser un milagro.
La despedida
Cuando nos confirmaron que era niñita, le pusimos Lourdes. Nos dijeron que ponerle nombre ayudaba al duelo.
Tuvimos que hacer un plan de parto. Desde cómo queríamos que nos la entregaran, por ejemplo, con o sin gorrito en la cabeza, o si queríamos que le pusieran algún respirador artificial.
Hay familias que lo hacen para alargarle la vida, pero nosotros decidimos que no, para qué.

Estremecedor testimonio.
Realmente hay gente con una gran entereza y fuerza interior.
Hay que darle gracias a Dios todos los días por lo que tenemos y por no habernos hecho pasar por pruebas tan duras.