En el 60º aniversario del Concilio Vaticano II
Hubo un tiempo, antes del Concilio, en el que había naciones católicas. Naciones cuyas leyes honraban la ley divina y estaban acordes con la ley natural católica. Había libertad de conciencia para vivir según los mandamientos de la ley de Dios. Las leyes civiles protegían y amparaban esta libertad. La religión católica era respetada, al igual que las tradiciones populares de fe y piedad.
La familia católica estaba protegida prohibiendo el divorcio y las uniones de hecho. En esta sociedad católica era impensable el aborto, terrible pecado contra Dios, y mucho menos considerarlo como un derecho humano de la mujer. La moral católica imperaba en todos los órdenes de la sociedad, y las leyes ejercían un control y vigilancia sobre la inmoralidad.
Los signos de la de católica estaban presentes en todos los ámbitos de la sociedad, eran respetados y se castigaban los atentados contra aquellos. Existía orden en la sociedad católica, y se ejercía la autoridad hacia quienes querían atentar contra la convivencia basada en los principios de la fe católica.
Los ciudadanos se identificaban por su fe, así como las distintas naciones católicas. La fe servía como lazo de unión e identidad.
Hubo un tiempo, antes del Concilio, en que la Iglesia era una. Una en la predicación de la fe. Una en la liturgia, expresión de la única y misma fe. Una en el ejercicio de la autoridad. Una en su estructura jerárquica. Una en la enseñanza en sus universidades y seminarios. Era visiblemente una: en el hábito talar de los sacerdotes y hábito religioso de los consagrados, una en la edificación de iglesias, una en la manera de presentarse ante el mundo y de dirigirse a él. Una en su Magisterio.
Hubo un tiempo, antes del Concilio, en el cual el Papado era respetado y su autoridad se hacía sentir en el mundo, cuando había que defender la verdad de la fe católica, los derechos de los fieles católicos y la gloria de Dios mancillada por leyes inicuas.
Hubo un tiempo, antes del Concilio, en el que la Iglesia alzaba su voz para ser luz de las naciones, recordando y recomendando el verdadero camino de la paz y del progreso. Un tiempo en que era impensable que la Iglesia de Cristo pidiera perdón ante el mundo.
Llegó el Concilio Vaticano II para acercar a la Iglesia al mundo, y para llevar esto acabo hizo estallar su unidad en mil pedazos, rompiendo con aquello que era signo y causa de su propia identidad: la tradición.
Se “acercó” tanto al mundo que ahora la Iglesia es irreconocible. Hoy en día se presenta como una institución deformada, caótica y multiforme. Ya no existe la unidad, sólo la “diversidad”.
Hoy, la Iglesia posconciliar de avergüenza de aquella sociedad que antaño se llamaba católica y que estaba regida por la ley de Dios y la moral católica; porque hoy la nueva Iglesia fruto del Concilio abraza la sociedad democrática liberal y anticristiana.

Ciertamente que el CVII tiene luces y sombras, y ha tenido consecuencias positivas y, también y por desgracia, negativas, pero parece un poco exagerado atribuirle todos los males que encontramos en la sociedad. Son las decisiones políticas y no el CVII las responsables del divorcio, de la no confesionalidad de los estados, del aborto, de la pérdida del valor de la familia, en definitiva, de no seguir la ley de Dios. En todo esto, el CVII no ha tenido nada que ver, y la posición de la Iglesia no ha variado en esas cuestiones. En otros temas, como por ejemplo, la liturgia, sí ha habido cambios a peor. Pero problemas en la Iglesia siempre los habrá debido a las fuerzas del mal.
No es cierto que el CVII tenga luces y sombras. El CVII es todo siniestro, es total maldad, es un arma para la destrucción de la Iglesia.
La actuación maléfica de Satanás se pierde en el tiempo. La primera pareja humana ya sufrió los engaños de Satanás. Satanás incluso intentó tentar al mismísimo JESUCRISTO. Uno de los suyos -Judas Iscariote- calló en sus garras y aun así se ahorco por ser consciente de su traición.
Dentro del periodo de la Santa Iglesia hubo «sus cosas», pero es que desde la usurpación a la Silla de Pedro por Roncalli en 1958, los enemigos de DIOS y la humanidad se han hecho con el control del Vaticano y han entrado «a saco». Estamos en el momento histórico más negro para la Iglesia (y por supuesto, para la humanidad).
Uno de estos demoledores de la Iglesia -Montini- decía sin tapujos con manifiesto cinismo y regodeo «Por alguna grieta ha entrado el humo de Satanás en el templo de Dios». Todos estos usurpadores que se apuntaron al CVII ya venían con intención expresa de hacerlo desde su juventud; todo es un plan a largo plazo de los seguidores del Maligno elaborado para la destrucción «a fuego lento» de la Iglesia que ya está en su fase final.
No se puede traicionar a N. S. JESUCRISTO, no se puede traicionar a la Santa Madre Iglesia. Nadie -y menos actualmente «con la que está cayendo» más claro imposible- puede defender este concilio trampa-explosivo de demolición.
No estará de más incluir alguna opinión autorizada sobre el CVII.
Palabras del Papa Benedicto XVI en la Audiencia General, Roma 12 de octubre de 2012:
«Estamos en la víspera del día en que celebraremos los cincuenta años de la apertura del concilio ecuménico Vaticano II y el inicio del Año de la fe. Con esta Catequesis quiero comenzar a reflexionar —con algunos pensamientos breves— sobre el gran acontecimiento de Iglesia que fue el Concilio, acontecimiento del que fui testigo directo. El Concilio, por decirlo así, se nos presenta como un gran fresco, pintado en la gran multiplicidad y variedad de elementos, bajo la guía del Espíritu Santo. Y como ante un gran cuadro, de ese momento de gracia incluso hoy seguimos captando su extraordinaria riqueza, redescubriendo en él pasajes, fragmentos y teselas especiales.
El beato Juan Pablo II, en el umbral del tercer milenio, escribió: «Siento más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia que la Iglesia ha recibido en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza» (Novo millennio ineunte, 57).»
Y concluye Benedicto XVI su alocución del día 10 (no del 12 como puse por error en mi anterior comentario) de octubre de 2012 con estas palabras:
«El concilio Vaticano II es para nosotros un fuerte llamamiento a redescubrir cada día la belleza de nuestra fe, a conocerla de modo profundo para alcanzar una relación más intensa con el Señor, a vivir hasta la últimas consecuencias nuestra vocación cristiana. La Virgen María, Madre de Cristo y de toda la Iglesia, nos ayude a realizar y a llevar a término lo que los padres conciliares, animados por el Espíritu Santo, custodiaban en el corazón: el deseo de que todos puedan conocer el Evangelio y encontrar al Señor Jesús como camino, verdad y vida. Gracias.»
No conozco a ningún estafador que te proponga “algo” (negocio, inversión,…) con luces y sombras, te lo pone tan claro y tan bonito que te hace sentir hasta tonto de no haberte dado cuenta antes. El CVII fue una bomba con retardo, con el tiempo hasta el cura más despistado se ha dado cuenta que iba en una sola dirección: destrucción de la Tradición, destrucción de la Iglesia, destrucción de la Divinidad de Cristo.
Da la impresión que eres un desconocedor absoluto del Nuevo Orden Mundial. ¿Piensas que estos dementes una vez echadas sus fauces sobre la Silla de Pedro en 1958 la soltarían? ¿Crees que un demente notorio a más no poder como Bergoglio con sus teatreras actuaciones públicas anti CRISTO en Argentina -ya en tiempos de Internet- no era conocido de que palo iba por Ratzinger -antes prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe y luego usurpador-? Ratzinger es “uno de los suyos” en la destrucción de la Iglesia como lo fueron o son los otros del concilio de Roncalli a Bergoglio.
Exactamente ¿Sabes en qué año estamos? ¿Eres consciente de lo que se nos viene encima? Deberían estar todos los sacerdotes, obispos y, de haber Papa, también detenidos, procesados, multados, intervenidos,… ante tamaño salvajismo de amoralidad y perversión, de ataque a la vida y a CRISTO en las sociedades actuales. Debería haber más persecución a la Iglesia que en época de Nerón. Y ¿Qué pasa? Absolutamente nada. ¿Son exactamente las mismas Iglesias?
Expones como si estuvieses en otro mundo.
El apocalipsis de San Juan nos dice que viene el apocalipsis, significa la gran revelación que derrotará al dragón del mundo. Evidentemente, la serpiente en su astucia ha manipulado todo el mensaje que crea división y confrontación cultural. Por eso Cristo se manifestará en la sangre pura, los que han despertado su recuerdo, purificando su sangre, que nada tiene que ver con lo cultural. Tras la derrota definitiva del Dragón y las fuerzas del mal, llega el juicio definitivo y el anuncio de un cielo nuevo y una Tierra nueva, la iglesia transfigurada se hace realidad.
Saludos cordiales
El Concilio (conciliábulo, propiamente, si se analizan sus entresijos) Vaticano II, bien podría definirse (dada la multitud de lamentables efectos que ha generado en la Iglesia Católica) como: IL NUOVO SACCO DI ROMA. Pero esta vez, principalmente, en lo tocante a sus señas de identidad morales y espirituales.
El «sacco di Roma» del año 1527, fue una tragedia -sobre todo- humana y material. El sesentero, en cambio, ha generado un via crucis tan atroz para la Iglesia Romana, que amenaza con finalizar igualmente en el sepulcro…