¿En qué época estamos viviendo?

Se dice que vivimos en la edad contemporánea que sería la edad que sigue consecutivamente a la edad moderna, es decir, una edad que no es la moderna, pero que sigue inmediatamente a esta.

No obstante, todo hombre de cualquier época cuando ha vivido, ha vivido contemporáneamente a todo aquello que existiera o que viviera coincidiendo temporalmente con él, tal como dijo el filósofo italiano Benedetto Croce.

Por lo cual llamar, históricamente en serio, contemporánea, a una época es algo muy raro. Entre otras cosas porque no terminaría nunca, pues no se encontraría jamás límite alguno a tal designación con tal de que el mundo durara el tiempo suficiente.

Todas han sido en su momento, contemporáneas y si se hubieran llamado así se hubiera seguido en la primera de ellas.

Si se quiere diferenciar a esta época de las anteriores o de las siguientes habría que aludir a alguna característica propia que la distinguiera de las demás.

La edad de hierro fue contemporánea, la del bronce también, la moderna también, etc., pero lo cierto es que ya no vivimos ni en la edad del hierro ni en la del bronce.

Por el contrario, no está tan claro que ya no vivamos en la era moderna aunque a la contemporánea a menudo se la denomine posmoderna.

Hay quienes han situado el inicio de la contemporaneidad en el principio de la Revolución Francesa, en 1789. Otros en 1808, en 1848, o en 1917. En todos los casos tal inauguración descansa en hitos revolucionarios contra el llamado antiguo régimen y, desde algunas perspectivas,  en la emergencia de la economía capitalista y en las llamadas revoluciones burguesas de tipo liberal, todo ello puesto en una perspectiva centrada en el eje europeo-americano, con una proyección de imposición civilizadora universal de su modelo de sociedad como prototipo de modernización al resto del mundo. Tal imposición parece apoyarse seriamente en su poder material.

Una cierta perspectiva occidental es, pues, la que afirma que el mundo vive en la era contemporánea cuyo fin no podrá terminar, por definición, en otra era contemporánea. Es decir, si terminara en otra cosa, esa otra cosa no tendría contemporaneidad.

¿Cómo se podría denominar a la actual contemporaneidad desde algún momento futuro que fuera esencialmente distinto de ella?, ¿o es que no cabe esperar que exista jamás ese futuro diferente?

Parece algo distintivo de esta era contemporánea la creación y expansión de los estados nacionales, los modelos ideológicos, el modelo económico del capitalismo que, aunque solo sea en apariencia, habría triunfado sobre el comunismo, y el desarrollo tecnológico en el ámbito de la información y de las comunicaciones pero, todo ello, yendo hacia una globalización del mundo o, en expresión de Marshall McLuhan, hacia la aldea global.

Parece, por tanto, que en el breve espacio de tiempo que comprende la era contemporánea, de más o menos dos siglos, se ha pasado de unos cuantos hitos revolucionarios a estar a las puertas de la disolución de la mayor parte de los límites que, justo antes, definían cuanto había en el mundo.

Por otro lado, no parece posible, sin algo de historia, tratar de entender aquellos hitos revolucionarios (que no empezarían en 1789) sino en 1607 en Jamestown con el asentamiento de los primeros colonos ingleses en el nuevo continente, o, si se prefiere, en 1770 con el inicio de las actividades revolucionarias de los colonos contra la corona británica con contestación armada de esta, o el 2 de julio de 1776 cuando el segundo Congreso Continental declaró la independencia de las colonias, o, si prefiere, dos días después, cuando Thomas Jefferson redactó la declaración formal de principios justificando la independencia colonial contra Inglaterra.

Ahora bien, como esto último ocurrió solo trece años antes del inicio de las hostilidades en Francia contra la monarquía francesa, el supuesto inicio de la contemporaneidad no fluctuaría demasiado, si no se quisieran tomar en cuenta otros posibles factores que, por estar implicados de algún modo en la historia de estos hechos, la solaparían con la era moderna durante un periodo bastante grueso de esta.

Así, los límites entre la era contemporánea, la moderna y todo ese periodo de tiempo que se inscribe entre el final de la Edad Media y la Ilustración, que incluye, entre otros cambios bastante serios el llamado Renacimiento, son límites muy difusos en tanto unos implican explicativamente a otros.

Por ejemplo, parece que se quiere dejar sentado, en general, que el Renacimiento es a la Edad Media, lo que la era Moderna es al Antiguo Régimen.

Es como si el feudalismo, el absolutismo, o, en general, todo cuanto hay entre la era antigua que finalizó con la caída del imperio romano, hasta el advenimiento de la contemporaneidad de la mano de renacimientos, ilustraciones y modernidades, fuera en un mismo paquete y toda superación de aquello constituyera la cimentación de lo contemporáneo.

Si esto fuera así, bastarían para estipular como eras a tomar en cuenta, de cara a ubicar lo actual tres simples periodos: el antiguo, el medieval y el moderno, y, dentro de este, la fase contemporánea de lo que actualmente existe no dejaría de ser la fase postrera, pero no necesariamente la última, aunque incluida en ella, de la modernidad. ¿O se pretende que dure eternamente?

Así se entendería mejor lo que ocurre ahora, o lo más distintivo de la actualidad, insertado en su propia historia y a diferencia de lo que previamente no contenía elemento alguno de modernidad.

Si esto se considerara así, la modernidad ya habría durado unos quinientos años, la edad media duró unos mil y la época antigua, desde que finalizó la prehistoria (aprox., a finales del IV milenio a.C., si nos referimos a Oriente próximo o hasta  mediados del II milenio a.C., si nos referimos a Grecia y Roma) hasta el inicio de la Edad Media, aproximadamente en los siglos IV o V d.C., se podría cifrar en dos o tres mil años de duración aproximadamente.

Oswald Spengler

Se ve que las diferentes épocas se van reduciendo de duración a la vista de la velocidad a la que acaecen los cambios más importantes en la humanidad, pero no parece que se puedan reducir tanto como para diferenciar históricamente la era moderna de la contemporánea o de la renacentista, pues en ese caso la Moderna se limitaría poco más que a la Ilustración y se insertaría el Renacimiento en la baja Edad Media, cuando parece obvio que la rotura de la Edad Media se produjo bastante antes del Renacimiento, o, quizá, por él, o por algo que en él hubiera antes de que cobrara relieve su existencia, y que el Renacimiento, la Ilustración y la era Moderna tienen bastantes características comunes entre sí, y, a diferencia, de la Edad Media.

Por otro lado, Oswald Spengler[i], aporta una perspectiva de la historia universal que no encaja en el esquema habitual, con que el historiador occidental, pretende describirla, fragmentarla o entenderla.

El esquema [Edad Antigua — Edad Media — Edad Moderna] le parece centrado inadmisiblemente en la región euro-americana como si fuera ésta el centro mismo del universo. La Edad Antigua no comprende, exclusivamente o poco menos, a Grecia y a Roma, como parece afirmarse desde esta perspectiva, sino que hay otras edades antiguas en China, en Egipto, o en cualquier otra región de la tierra.

La Edad Media, confinada a la región ocupada por el cristianismo y por la lengua latina, parece sacada del ámbito de una verdadera historia universal para remitirse malamente a una pequeña historia regional. Seguramente ha habido algo parecido a edades medias en otras culturas pero no cabe insertar algo regional tras algo supuestamente universal.

La Edad Moderna que parece equivalente a la etapa final de la civilización máxima de una cultura y que se corresponde con el inicio de su defunción, seguramente se corresponde, por ejemplo, con la etapa imperial romana que antecedió a su fin.

La historia, según Spengler, es la historia de cada cultura, de las que, grandes, ha habido nueve, y cada una de ellas ha tenido sus correspondientes fases de inicio, maduración y finalización.

Es posible que tales fases se puedan equiparar a las que se suelen manejar con los términos del hombre salvaje, el bárbaro y el civilizado. La historia parece repetirse en diferentes regiones y en diferentes fechas. También parece que la vitalidad de una cultura se corresponde con sus orígenes y crecimiento, mientras que en su etapa final, civilizada, una cultura entra en fase mortecina, fósil y agotada. La llamada cultura occidental, según Spengler,  ya se encuentra en esa fase.

Síntomas de la fase civilizada de una cultura son, por ejemplo, el imperialismo; su tendencia a la expansión hacia el exterior en vez de tender a un crecimiento interior; el culto al dinero y el poder; la ubicación de la pobre actividad cultural en las grandes ciudades y la desaparición de los pueblos como núcleos de actividad cultural; la separación del hombre de la tierra; la pobreza filosófica e intelectual; el predominio de las masas en la población, etc. Eso parece ser la civilización.

Según Spengler, la decadencia de Occidente es parte del sino o el desenlace fatal bajo el que toda cultura toca a su fin, sin que nada ni nadie lo pueda remediar, es como un ciclo inevitable por el que todo lo que nace muere y a Occidente ya le ha llegado su turno. Es esta una visión orgánica de la cultura, de toda cultura, y muestra el ciclo completo de todas y cada una de ellas.

También resulta de interés,  su descripción de la cultura en los dos sentidos [cultura ⇔ individuo]. La cultura incluye al individuo (aunque, en mi opinión, no se podría decir eso de todos los individuos de una región) pero, también, los individuos pueden tener o no tener cultura. Los individuos tienen cultura cuando tienen un conocimiento real de la historia y de la naturaleza, definiendo por historia, la realización de la cultura posible. (op. cit., tomo I, p. 90)

Dicho todo esto, dentro de mi limitado conocimiento de las culturas que hay o que ha habido en el mundo, no consigo dar con ninguna que se caracterice, como la que actualmente vivimos, en Occidente y en otras grandes áreas del mundo, por ser atea.

De ser así, tal singularidad llama poderosamente la atención como rasgo distintivo radical para empezar a saber dónde estamos viviendo y, también, para entender las etapas o edades históricas, que nuestra cultura ha atravesado hasta la actualidad.

Las menciones que he efectuado al comienzo del presente artículo, referidas a las edades de nuestra historia que, de modo bastante generalizado reconocen los historiadores, parecen carecer de la suficiente claridad como para que se pueda comprender lo fundamental de las mismas.

No soy quien para discutir tales clasificaciones de los tiempos de la historia, pero sí puedo aportar la perspectiva, que me ha permitido entender mejor el pasado de Occidente en relación con el presente.

Tomando en cuenta el factor religioso de todo (o casi todo) proceso cultural, la historia cultural europea y, por extensión, occidental, hasta la actualidad habría tenido cuatro edades:

  • Precristiana
  • Cristiana
  • Anti-cristiana.
  • Atea

De forma sintética, la primera, estaría caracterizada por una cultura politeísta compuesta de diferentes cultos religiosos. Se corresponde con la Edad Antigua.

La segunda, se caracterizó por un monoteísmo mono-religioso que finalizó, por la rotura política de la unidad cristiana, en un monoteísmo plurireligioso. La Era Cristiana se corresponde con la Edad Media.

La tercera, por un proceso ateísta consecuencia del movimiento anti-cristiano que causa la rotura de la unidad religiosa. Esta edad se correspondería con la Edad Moderna.

La cuarta, por la consolidación de una civilización atea que se expande hacia el resto del mundo. Esta se correspondería con la Edad Contemporánea.

Visto así, cabrían menos dudas acerca de aquello que mejor caracteriza cada una de las cuatro fases de nuestra historia, y se abre la puerta a una mejor investigación de los procesos internos que explicaran los correspondientes cambios de una edad a otra.

No obstante, llama la atención el hecho de que, en la oficialmente denominada Edad Contemporánea, no se haga mención, ni del proceso ocurrido con la religión a lo largo de la historia, ni de las diferentes etapas por las que ha atravesado, cuando, de hecho, sin tomarlo en cuenta no se entendería absolutamente nada.

Tal vez es que no ofrecería una buena imagen al conjunto de la población denominarse a sí misma Atea, o quizá no resulte conveniente recordarle a la población su pasado y su presente.

Vivir internamente la vida, no exige salirse de ella para conocer lo que hay fuera de uno mismo. El niño no lo hace, pero lo que le falta al niño para su correcto desarrollo intelectual es una perspectiva más amplia del objeto a conocer, hasta el punto de que pueda conocer ese objeto enorme al que se puede llamar Cultura, dentro del cual hace su vida. Bastaría para ello que conociera una variedad de culturas para saber dónde, cuándo o en cuál le ha tocado hacer su vida.

Va contra esta lógica cualquier tipo de educación que suprima la perspectiva que permite la percepción de la cultura, encerrando al niño dentro de ella, y negándole toda posibilidad de que la experimente y la conozca, la padezca o la disfrute con una conciencia, al menos elemental, de lo que es o en qué consiste.

Ahora bien, cabe la posibilidad de que una o más generaciones no nazcan propiamente en el seno de una cultura propiamente dicha, sino en un contexto poblacional ideológicamente diseñado por el poder, una vez que ha ejercido una operación quirúrgica minuciosa para extirpar todo lo esencial de una cultura propiamente dicha, cuyos residuos ideológicos sustituyen a la cultura destruida.

En tal caso, la ignorancia del contexto social en el que vivan tales generaciones puede ser una pieza fundamental del propio poder  para su propia perpetuación, sin permitir que la o las culturas sustituidas por el propio poder, sean conocidas por aquellos sobre los que se cierne. En tal caso, todo el panorama potencial del lugar donde se vive, queda encerrado en el limitadísimo marco del presente, sobre todo, si se toma la medida de seguridad de tergiversar la historia cultural que precedió a tal estado de cosas.

Un análisis de la contemporaneidad, también llamada posmodernidad, revela el estado en el que se encuentra el ser humano, desencantado y vacío de todo cuanto fue, y cuanto tuvo.

[i] SPENGLER, OSWALD; La decadencia de Occidente. Bosquejo de una morfología de la historia universal; 2 tomos; trad. del alemán de Manuel G. Morente del original de 1917; Espasa-Calpe, S.A., Madrid, 1976

6 respuestas a «¿En qué época estamos viviendo?»

  1. En este momento la regresión de occidente es tan patente que, si la civilizacion se salva, sera recordada como una de las mas nefasta de los últimos XX siglos

  2. También podría afirmarse que estamos viviendo la «era apocalíptica» que es consecuencia del devenir de las anteriores y que se ajusta a lo que se dice en el Libro de San Juan del Nuevo Testamento.
    Y siguiendo con ello, a esta era ha de suceder el Reino de Cristo de mil años, antes del nuevo caos satánico y del Juicio Final. Así está escrito, así se ha venido cumpliendo y así se terminará de cumplir.

  3. Este enlace recoge la publicacion por la FDA cumpliendo la sentencia del Tribunal Supremo USA de los datos de Pfizer sobre el contenido de oxido de grafeno de las vacunas covid-19 y que los que negaban este contenido y han tratado de complotistas y mentirosos, ahora resulta que los complotistas TIENEN la RAZON.
    Honor y agradecimiento a los espanoles Dr. Campra y Ricardo Delgado, descubridores del grafeno en las vacunas y que han sido amenazados, insultados… resultando ser los poseedores de la verdad… gracias a Delgado y Campra.

    https://www.profession-gendarme.com/breaking-la-fda-confirme-que-loxyde-de-graphene-est-dans-larnm-des-vaccins-covid-19-apres-avoir-ete-contraint-de-publier-des-documents-confidentiels-de-pfizer-sur-ordonnance-de-la-cour-federale-d/

    Espana por Cristo

    1. Adjunto el video de las autopsias de los muertos por el arma biológica eugenésica, no apto para menores o muy sensibles. Los inoculados tienen unos 8 años de vida como máximo, dependerá del tiempo del ensamblando de las nanopartículas por radiación electromagnética, generando esos filamentos que parecen patas de calamar dentro de las venas obstruyendo la circulación.

      https://odysee.com/@DESPERTARES:8/Muri%C3%B3-Repentinamente—NO-APTO-PARA-PERSONAS-SENSIBLES:6?r=C3EgWNJkiiHL3YkcRKgjfeW6KkAQCDSp

      Saludos cordiales

      1. Gracias Odal.
        El oxido de graafeno se puede «descontaminar» en todo o en parte al menos por el proceso que se llama «quelation» que consiste en eliminar los metales pesados del organismo.
        Con mi hija farmacéutica e investigadora en quimica analitica vamos a preparar un trabajo para eliminar sin riesgos y con garantias esos metales pesados contenidos en la vacuna.
        Por otro lado, la «proteina spike» tiene peor solucion, por desgracia.
        Saludos amigos
        Espana por Cristo

        1. Una cosa son los metales pesados y otra las nanopartículas que entran dentro de las células. Solo se puede retrasar el tiempo de ensamblado con potentes antioxidantes, pero es inevitable la muerte del inoculado. No es posible eliminar lo que se va replicando dentro del cuerpo, la única posibilidad es cambiar la sangre lo antes posible, antes de que atraviese la barrera hematoencefálica y con pocas garantías de éxito.

          Saludos cordiales

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