España hacia la dictadura marxista

Desde hace décadas, España se empecina, contumaz, en repetir las peores etapas de su historia. Así, de forma subrepticia, no tan encubierta como se cree, pero sí solapada, al menos para el ciudadano normal, España va sentando las bases que la abocan a una dictadura de corte marxista con la cara más o menos lavada, pero con el alma tan cruda y seca como las que oprimieron a Rusia, a los países del Este europeo y a no pocos otros del resto del planeta.

La llegada al poder de Sánchez, todo un stalinista, legal pero ilegítima según todos los cánones democráticos al no haberlo hecho por unas elecciones generales, su permanencia numantina en la Moncloa, su dependencia servil de los comunistas podemitas y de los secesionistas de todo pelaje, sus formas, usos y costumbres, incluso personales, la inexistencia de partidos de oposición dignos de tal nombre, la corrupción y estulticia de los que se empeñan en el imposible de ser de centro y el indiferentismo y dejadez suicida de la mayoría del pueblo español, más lo que lleva llovido de falsedades históricas, de burdas e increíbles mentiras que repetidas mil veces parecen verdad, en buena medida por la traición e incomparecencia de los que conocen y tienen le responsabilidad de contrarrestarlas, abocan a España a una dictadura de corte marxista –ahora se dice bolivariana– con la cara más o menos lavada, pero sólo la cara, que conste.

La historia de España, por desgracia, viene siendo cíclica desde hace más o menos dos siglos; sino desde antes. Nos construimos, nos elevamos, y nos destruimos y hundimos. El siglo XIX vio romperse la unidad social española, producto de los dos siglos anteriores nefastos y del trauma de la guerra de la independencia, necesaria sólo por la villanía, estupidez, traición y egoísmo de sus pretendidas élites. La llegada del marxismo cogió a España indefensa para domesticarlo, como se hizo con el tiempo en el resto de países de nuestro entorno, haciéndolo nacional, vacunándolo contra ese nefasto internacionalismo original, o sea antinacional, fuera cual fuera el país, de tal manera que sólo España produjo una izquierda tan demencialmente antiespañola y revolucionaria, tan esclava de la URSS, como para pretender convertir a nuestra patria en una república de repúblicas españolas socialistas soviéticas. Eso fue lo que se intento al amparo de la II República mediante un proceso revolucionario calcado del ruso, motivo por el cual dicho régimen colapsó porque los propios que decían encarnarlo así lo quisieron creyendo que tras ese colapso podrían implantar su dictadura del proletariado; sólo que erraron en el cálculo porque no supieron valorar que, aún con todo, había una España que estaba dispuesta a morir antes que vivir bajo tan ignominioso yugo.

Los años de gobierno del Generalísimo, que en absoluto fueron una dictadura, hay que ser ignorante y/o malvado para afirmar eso, ni mucho menos tuvo nada de fascista, ni el Caudillo de genocida, sino todo lo contrario –a las pruebas de verdad nos remitimos–, demostraron que los españoles, olvidando lo pasado por ambas partes, cauterizando las heridas, sí cauterizando, con lo que eso duele, y mirando hacia adelante, fueron capaces de consolidar la paz y la armonía y realizar la revolución social nacional más impresionante de nuestra historia; así como también demostrar que ni los profesionales de la política, ni los demagogos, ni los propios partidos políticos tiene por qué ser absolutamente necesarios o imprescindibles.

Preparada España para pasar a una nueva etapa si la misma recogía lo mucho bueno de la anterior y lograba desechar lo malo de la democracia inorgánica parlamentaria, que era evidente que no se podía evitar, la traición generalizada impulsada desde lo más alto hizo que el nuevo régimen del 78 volviera a la base de partida, es decir, a aquellos años treinta que nos llevaron al desastre.

Pero aún peor, porque olvidando el más que por entonces reciente pasado, la verdad histórica irrefutable de todo lo acaecido, y en aras a una falsa, donde las hubiera, y falaz «reconciliación», se permitió la legalización del comunismo, ideología criminal donde las haya, siempre fracasada en mares de sangre y miseria, de lo que hay en España pruebas en cada cuneta; se permitió que los separatistas cobraran forma renaciendo de sus cenizas y pudieran vomitar sus inmundicias; se permitió que, en vez de fundar un partido socialdemócrata y nacional, que renegando o distanciándose abismalmente de la truculenta e infausta historia del PSOE, respetara las leyes, los símbolos y la historia de España en su totalidad, se constituyera en heredero de él y de sus crímenes, orgulloso de ello y dispuesto a la revancha a cualquier precio, incluso, al de repetir su reciente y terrible historia.

Al tiempo, UCD-AP-PP constituyeron en el seno de la sociedad española un caballo de Troya letal que poco a poco ha demostrado ser la pieza fundamental mediante la que el actual régimen partitocrático ha podido sin dificultad alguna corromperlo todo, destruirlo todo, dejarnos indefensos y preparados para la nueva etapa que con Rodríguez Zapatero, Rajoy y ahora Sánchez abocan a España a una dictadura de corte marxista con la cara, eso sí, lavada, pero sólo la cara.

Los usos y formas de Sánchez, los decretazos, especialmente el último por el que pretende profanar la tumba de Franco, más otros muchos actos y detalles, de ellos no pocos personales, demuestran sus esencias netamente dictatoriales y totalitarias, pudiendo ya afirmar que es un stalinista perfecto; demuestran que el PSOE ha vuelto a caer en las garras del comunismo –hoy podemita– y de los secesionismo, como en sus orígenes, como durante la II República y la contienda 1936-39; demuestran que ha sido posible por la inexistencia de una derecha digna de ello, sin complejos, fuerte, capaz de hacer frente a tal deriva; demuestran que el pueblo español ha caído en una crisis moral e indefensión suicidas, en un dejar hacer hasta el extremo de perder su libertad, su propio ser; demuestran que vamos, esta vez sí, a esa dictadura marxista con la que soñaron los socialistas, comunistas y secesionista en los años treinta del siglo pasado y que tan cerca estuvieron de implantar; demuestran que una vez más son ellos los que premeditadamente han saboteado la democracia, la monarquía parlamentaria que sobre la base y el pilar de la etapa de gobierno del Generalísimo teníamos ya que haber asentado eliminado de ella, de la izquierda como de la derecha, todos los virus que antaño infectaron a ambas, lo que no se ha hecho.

España está punto de perder su nueva y gran oportunidad; está volviendo a dar un espectáculo bochornoso; está poniéndose en riesgo de repetir lo peor de su reciente pasado, sólo que esta vez no parece que haya posibilidad de evitarlo.

Por eso, por la gravedad de la situación, por la traición y corrupción de los responsables, sólo de nosotros depende, de los españoles de a pié, de los ciudadanos, del pueblo español honrado, decente y trabajador, el no dejarnos abocar a esa dictadura. O tomamos cartas en el asunto, o recuperamos nuestra capacidad de decidir, o salimos de nuestra pasividad o estamos irremisiblemente perdidos para muchos, muchos años; que nadie se queje luego.

 


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