España se describe con «D»
Siempre me he sentido orgulloso del idioma que hablo, el español. Sin lugar a dudas es una herramienta magnífica de comunicación humana, pese a que algunos se empeñen con ahínco en su persecución. Su riqueza es tan excelsa que ha permitido a nuestra cultura ser conocida mundialmente. Es un patrimonio inmaterial de incuantificable valor, imposible de tasar. Con ella nos expresamos con gran cantidad de palabras que hacen más fácil la interacción social dentro de la comunidad de hablantes. Lo lamentable es que, de un lado los vulgarismos –por desconocimiento y falta de conciencia idiomática-, y de otro, por la invasión de extranjerismos, estemos destrozando y dilapidando tal fortuna acumulada a lo largo de siglos. Hoy se habla y se escribe peor, nuestra lengua se envilece, empobrece y se preña de tecnicismos, anglicismos y galicismos, de americanismos y nuevos inventos lingüísticos, ciertamente lamentables.
Haré un pequeño alto en el desarrollo de mi artículo para exhibir, orgulloso y altivo, algunas de nuestras fortalezas idiomáticas. En el mundo lo hablan 580 millones de personas, de las cuales, 483 son nativos y otros 97 hablantes no nativos, es decir, que no lo tienen como lengua materna. En 22 países es lengua oficial y en Puerto Rico también, aunque sea entidad dependiente. Es la tercera lengua más hablada del orbe, detrás del chino mandarín y el inglés. Es estudiada por más de 22 millones de personas en universidades y otros centros de formación. Incluso, en el todopoderoso Estados Unidos, tres estados la aceptan administrativamente como oficial (Texas, Nuevo Méjico y California), Podría seguir presumiendo y señalando la cantidad de organismos internacionales en los que es lengua oficial. Todo ello pese a la discriminación instigada por la intransigencia radical de los independentistas catalanes, vascos, gallegos, mallorquines, o valencianos, empeñados en emprender una verdadera limpieza ético lingüística.
Hecha esta reflexión, me centraré en trasladarles la imagen de desolación, desánimo, desilusión, decepción, desmotivación, desesperanza y debilidad que caracteriza el devenir diario de los acontecimientos patrios. Trataré de conjugar los dos tipos de descripción posible que me puedo permitir, con decencia, dignidad y profunda decepción. De una parte, una descripción objetiva o connotativa. Es decir, limitarme a expresar la realidad ajustándome a lo evidente, a lo manifiesto, huyendo de la mis personales valoraciones. La verdad es la que es, los datos son testarudos y dibujan un panorama desolador. Más que de reconstrucción, se puede hablar de destrucción. De otra parte, plantearé mis puntos de vista, compartiendo mis sensaciones, mis anhelos, deseos e impresiones, que no pretenden difamar, calumniar y sí disuadir de cualquier visión positiva de aquellos a los que falta decoro, discreción y capacidad de liderazgo. Desde sus lujosas mansiones y despachos, toman decisiones dictatoriales sin contar con el respeto al estado de derecho, convertido en un auténtico estado de desecho, deshecho por las directrices sectarias de unos dirigentes que, con escasa diligencia, nos distraen con iniciativas que pretenden dispersar la atención del maltratado ciudadano de a pié.
DEUDA: en el II trimestre del año se situó en 66.088 millones de euros, un 1110,1 del PIB, aumentando la del primer trimestre (99% del PIB). Descorazonadoras fueron las declaraciones de la ministra Nadia Calviño, titular de la cartera de Asuntos Económicos y Transición Digital que, de manera descorazonadora, comentó del incremento del endeudamiento como respuesta a la necesidad de recursos de los que no se disponen. La consecuencia lógica es el DÉFICIT. La diferencia entre ingresos y dispendios es muy desfavorable. En los tres primeros meses fue limitado (-10.547 millones, un -0,94% PIB), después, en los tres siguientes se descontroló hasta llegar a -72.136 millones (-6,45%). Como pueden apreciar, un auténtico desastre.
DESTRUCCIÓN DE EMPLEO: nuestra tasa de paro ronda el 17%, mientras que en la zona euro es del 8,1%. Solamente Grecia supera nuestros registros, con un 18,2%. Ningún otro país de los todavía 28 miembros de la Unión supera el 10%. Todo un desdoro para un país que gusta presumir de desarrollo y crecimiento. Un auténtico desastre nacional.
Las conclusiones son desalentadoras, el dinamismo ha sido desmantelado. En Europa nos miran con desconfianza merecida. Es imposible que nuestros socios vean con optimismo la deriva económica que nos está descalificando, en términos generales. En tanto, los despropósitos no parecen tener fin. En un empeño de adoctrinamiento asentado en un dogmatismo radical y sectario se sacan adelante todo tipo de leyes, decretos y disposiciones para intervenir, descaradamente, en la configuración del Consejo General del Poder Judicial; en la ley de la eutanasia; la Ley Democrática de la Memoria Histórica, verdaderamente desmemoriada; o en la nueva y desternillante ley de educación (LOMLOE), que degrada la calidad de la educación y persigue con denuedo a la enseñanza concertada, demostrando una feroz intransigencia al menoscabar el derecho a la libertad de enseñanza. Se doblega el principio de la división de poderes, se dinamita la democracia y se destruye el espíritu de convivencia social. Si, a estas alturas de mi diatriba, llevan un pequeño recuento de las <D> utilizadas, comprobarán que van siendo demasiadas.
Un escenario de crecimiento y progreso se desdibuja de manera quizá irreversible. Dolor y tristeza provocan los datos de población alusivos a la DEMOGRAFÍA. Una España deshabitada, vaciada y envejecida ha convertido en un auténtico desierto el interior peninsular. La descapitalización de recursos humanos es constante, permanente y endémica desde hace demasiadas décadas. La descentralización de las competencias estatales, delegando en los gobiernos regionales, diputaciones y ayuntamientos, no han conseguido doblegar la curva negativa. Algunos parecen despreocuparse de esta alarmante y dura realidad. Discursos van y vienen, mítines desprovistos de soluciones, decisiones improvisadas y declaraciones arrogantes, cargadas de petulancia y cinismo, dominan la escena pública y política. Denotan una falta de conocimiento, compromiso y pragmatismo absolutamente necesarios. Despotismo sin ilustrados, visionarios del desvarío y la ignorancia demostrada disponen de los resortes del poder.
Muchos episodios podemos diseccionar, muchos temas podemos describir, desentrañando la verdadera intención diabólica de las huestes social-comunistas, tan maleducados y descorteses, tan zafios, toscos y vulgares en la disputa política. España está en grave peligro de desaparición, destruida y derrocada en sus pilares fundamentales. Dos caminos pueden llevarnos a nuestra salvación: la derrota en las urnas de los desafectos a nuestra Patria, o la dimisión del poco discreto y narcisista presidente del Desgobierno del Reino de España. España a los españoles hay que devolver.

En todo el orbe se sabe, más que de sobras, lo que es y significa el idioma español, pese a los inconfesables independentistas de la misma nación española, que denigran y odian, pero que lo hablan cuando se les tercia, al idioma extraordinario por naturaleza.