El esperpento.
Un esperpento es lo que ocurre en Cataluña –y en Vascongadas y en…–, donde la rebeldía y la revolución no paran porque están amparadas por la estulticia y la estupidez del Gobierno y de todos los partidos políticos e instituciones estatales. Porque no cabe en cabeza humana que se haya permitido y financiado durante cuatro décadas, y se siga haciendo aún hoy, esa misma rebelión y esa revolución. Porque no puede ser que el marco supuestamente legal de un «Estado de derecho» permita que con premeditación, alevosía, luz, cámaras y taquígrafos se lleve a cabo una rebelión, una revolución –insistimos que no un golpe– de parte de unas autoridades regionales de todo tipo, policía incluida, sin que nadie mueva realmente un dedo.
Un esperpento ha sido la aplicación de un artículo 155, tan constitucional y más que aquellos esgrimidos maliciosamente durante cuarenta años para ningunear a esa misma Constitución, que no se ha hecho en toda su extensión y con todas las consecuencias, ni como se debía, como era justo, de derecho y necesario, con lo cual su eficacia es nula.
Un esperpento es que sea posible que una nación y que su aparato y estructura jurídica y judicial permitan que quienes están encausados, imputados o investigados, quienes están en la cárcel y más aún quienes se han fugado cual bandidos de Sierra Morena, se puedan presentar a unas elecciones, ser elegidos y obtener cargos; tampoco que sigan disfrutando del amparo de todo el aparato institucional regional a su entera disposición para seguir haciendo lo único que saben hacer que es vulnerar la ley.
Un esperpento es ver a una nación soberana humillada, escarnecida, escupida y en jaque por aquellos que quieren su destrucción día sí y día también desde dentro y peor aún desde fuera de su territorio. No es normal que sean tales individuos, calificados de delincuentes no hace mucho hasta por el actual jefe del Estado –al que le queda poco de seguir siéndolo–, los protagonistas absolutos de nuestro día a día; que se les permita viajes y la búsqueda de toda clase de subterfugios, tergiversaciones, burlas, componendas y no se sabe cuánto más para seguir erre que erre procurando nuestra destrucción.
Un esperpento es ver a todos los partidos, dirigentes, periodistas, medios de comunicación, abogados del Estado, etcétera, pendientes de qué ha dicho o qué ha hecho o qué puede que vaya a hacer o qué es posible que se le ocurra hacer a los que sólo buscan, y lo proclaman, la destrucción de la patria.
Un esperpento es contemplar la pasividad y la sonrisa flácida y bobalicona en el rostro del rey, en el de los jefes de las Fuerzas Armadas y en la de los obispos, mirando para otro lado como si la cosa no fuera con ellos, como si no les afectara, como si no tuvieran responsabilidad alguna.
Un Esperpento es observar a un des-Gobierno alucinado, sonámbulo, entontecido, se diría que «chutado», embrutecido, creído de sí mismo, incumpliendo una y otra vez con sus más esenciales responsabilidades.
Un esperpento es ver a una mayoría del pueblo español sin saber ni querer saber, atento sólo a qué nueva estupidez dice éste o aquél mediocre político, prefiriendo dedicarse a divertirse o a viajar, mientras deja de ser pueblo, de ser libre y de ser soberano.
Un esperpento es ver todo lo dicho y mucho más y no poder hacer nada más que dejar un testimonio escrito en el espacio virtual. Pero al menos, al menos, no por ello, cesaremos de hacerlo mientras nos quede un hálito de vida. Cuando se escriba de verdad la historia de esta época de España o de cómo fue su destrucción definitiva, al menos alguien, en honor a la verdad, tendrá que decir que no todos callaron, que no todos colaboraron, que no todos se dejaron engañar ni engañaron.
