Esto es todo hombre
Todo ha sido hecho por Dios; y yo también ha sido hecho por Él. Él es y yo no. “Son vuestras manos, Dios mío, las que me han hecho y formado por completo” (Job 10, 8). ¿Y para qué me ha creado Dios? Para que Él sea mi fin esencial, y mi fin total. Dios es la razón de mi existencia, el único fin de mi vida. No tengo otra razón de ser que su gloria, no existo sino para procurar este único bien. Para Él y únicamente para Él vivo, para Él muero y para Él viviré eternamente.
No es para mí para quien vivo ni para quien muero, pues ninguno de nosotros vive para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor, porque así en la vida como en la muerte somos del Señor (Rom. 14, 7 y ss.).
Esto es todo hombre: La gloria Dios el fin de mi vida, ella es mi todo, porque sino procuro la gloria de Dios no tengo razón de ser, para nada sirvo, nada soy. “Teme al Señor y guara sus mandamientos; ¡esto es todo el hombre! (Ecles. 12, 13)
“Todo hombre es guardador de los mandamientos de Dios. Y el que esto no es, nada es. La imagen de la verdad no puede volver a formarse allí donde persiste la imagen de la vanidad.” (San Agustín. La Ciudad de Dios 20, 3).
Esto es todo el hombre, en la tierra y en el cielo, en su vida mortal y en su vida eterna. Porque el hombre tiene este doble destino del tiempo y de la eternidad compuesto de dos períodos, porque el tiempo “aquí” prepara la eternidad “allí”. He sido creado para vivir algún tiempo en este mundo y crecer para vivir después sin fin en las moradas eternas poseyendo, en la inmutabilidad de su plenitud, la inmensa grandeza que en el período del tiempo yo me haya preparado.
Esta es la verdad del hombre, tan antigua y tan nueva, tan actual que el tiempo no puede hacer que envejezca, porque es una verdad divina, no humana. El progreso del tiempo no siempre es avance, pueden ser las épocas posteriores más atrasadas que las anteriores, todo depende de la recepción de la verdad de Dios. Es la verdad divina lo que hace que el hombre progrese, y por tanto, la sociedad, o, al contrario, que retroceda con la sociedad.
¿Nuestra sociedad es avanzada?, ¿Hemos progresado? ¿Dónde está el progreso si no sabemos que somos guardadores de los mandamientos de Dios? ¿Quién advierte al hombre que está preparando su condenación eterna si desprecia su misión? Si la Iglesia no alza la voz de alarma, ¿dónde están los Pastores? ¿A caso es tanta la algarabía sin sentido de los asalariados que no se escucha la voz de los temerosos de Dios?
Debo crecer en la tierra para Dios y para su gloria. Mi alma y mi cuerpo, mi espíritu, mi corazón y mis sentidos, mis días y mis noches, mi actividad y mi descanso, mi vida y mi muerte, todo debe alabar a Dios. Esto es todo el hombre, el todo de su vida, la plenitud de su existencia.
¿Qué hacen los santos en los esplendores de la gloria? Una sola cosa, la misma que comenzaron en su vida de transición: alaban a Dios. En el cielo resuena únicamente el canto el canto de las alabanzas sagradas que todo lo llena. Este canto basta a los ángeles y a los hombres, él solo llena la eternidad. En la unidad del cuerpo de Jesucristo, todos los elegidos están unidos para exaltar, en un concierto sin fin, el nombre de la Trinidad, tres veces santa.
¿Y mi felicidad? Dios todo lo creado por amor, por amor a sí mismo ante todo, y por esto ha hecho todo para su gloria; pero también ha creado por amor hacia mí, y así ha hecho también todo para mi felicidad. Mi felicidad, he aquí el fin secundario de mi creación. He sido creado para ser feliz; este es también el fin de mi ser.
Mi existencia tiene dos fines; pero estos dos fines no son más que uno, porque Dios los ha unido de tal manera que mi felicidad no se encuentra, en último término, sino en Él, en su gloria.
Ave María Purísima.
Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa.
