Falange y fascismo
Los cinco partidos derechistas con representación en las Cortes españolas de 1936 sumaban 125 diputados. Todos ellos y algunos centristas se colocaron del lado del Alzamiento del 18 de julio. Por Decreto de 19 de abril de 1937 fueron unificados en dos partidos, la Comunión Tradicionalista y Falange Española de las JONS., e inmediatamente se adhirieron a la unidad los democratacristianos de Acción Popular y los monárquicos dinásticos de Renovación Española. Este fue el conglomerado de fuerzas políticas que se integraron en el nuevo Estado, y, entre los cuales, sólo a Falange Española se la ha considerado fascistas por algunos analistas y críticos. Incluso en tal hipótesis, hay que señalar que, desde comienzos, la participación de los falangistas en el poder no fue mayoritaria. Constituían un grupo de cuadros que no habían obtenido ni un solo escaño en las Cortes. No obstante, procede analizar la cuestión de si fueron fascistas el partido Falange Española y su fundador.
Desde los comienzos de su carrera política hasta las vísperas de su fusilamiento, José Antonio Primo de Rivera rechazó con energía e insistencia el calificativo de fascista y subrayó las diferencias que le separaban del régimen italiano y del alemán.
Quienes pretenden argumentar el supuesto fascismo joseantoniano aducen el hecho de que publicó un artículo en el primero y único número del semanario El Fascio, aparecido en Madrid en marzo de 1933 e inmediatamente secuestrado por la policía y, por ello, prácticamente inédito. En ese artículo, bastante poco elaborado, no mencionó ni una sola vez el fascismo. La tesis es que el Estado no deben ser como el liberal, «que permite que todo se ponga en duda», sino un instrumento al servicio de la unidad de la Patria (entendida como «totalidad histórica2 y «solidaridad nacional») «en la que tiene que creer». Es la doctrina tradicional del Estado portador de valores frente a la revolucionaria del Estado neutral. Primo de Rivera, que el 2 de mayo de 1930 había asumido la vicepresidencia de la Unión Monárquica Nacional y que no fundaría su propio partido hasta siete meses después de la publicación del semanario, no era ni su director; sino tan sólo uno de sus redactores, y, contrariamente a su costumbre, no firmó el artículo con su nombre, sino, por única vez en su vida, con la inicial E. El origen del semanario lo reveló en 1935 n político que, además, era un intelectual, asesinado por los comunistas, ramiro Ledesma ramos: «La ida de la fundación de El Fascio corresponde íntegramente a Delgado Barreto…. quien con su formidable olfato de periodista garduño, vio con claridad que, en un momento así, en una atmósfera como aquella, si un semanario lograba concretar la atención y el interés de las gentes por el fascismo, tenía asegurada una tirada de cien mil ejemplares. Barreto no se engañaba en esta apreciación. Era un hombre que no tenía, posiblemente, del fascismo más que ideas muy elementales y hasta incluso falsas; pero sabía a la perfección el arte de hacer un periódico»1. Y Ledesma sentenció: «fue una gran ventaja que la aventura de El Fascio terminara apenas nacida«2. Fundamentar el supuesto fascismo de primo de Rivera en este semiclandestino y marginal episodio no es serio.
Pero hay otra anécdota que, aunque no suele ser aducida por los acusadores, también merece análisis. En octubre de 1933, Primo de Rivera visitó a Mussolini en Venecia como trámite previo al breve prólogo que, apoyado en esa entrevista, redactó para la edición española del opúsculo del Duce, El Fascismo. En dicho proemio no hay ni la más mínima profesión de fascismo, lo cual revela una firme voluntad de independencia y distancia que se confirma en la descripción que hace de Mussolini: «aire sutil de cansancio», «espalda que empieza a encorvarse ligeramente»3. La tesis joseantoniana es la del clásico realismo humanista: «El único aparato capaz de dirigir hombres es el hombre. Es decir, el jefe. El héroe»4. Lo mismo habían pensado Carlyle, Fichte, Pareto, Mosca, Ortega y todos los elitistas desde Homero y Aristóteles, sin que por ello se les pueda calificar de fascistas. Tampoco lo fue Eugenio D´ors, prologuista de la versión española de El espíritu de la revolución fascista, antología de Mussolini, a quien, por cierto, declara revitalizador de «selecciones aristocrática»5. Las enjutas páginas introductorias de Primo de Rivera ratifican su propósito de no embarcarse en la nave fascistas.
Lanzado José Antonio a la vanguardia política, pronto se trató de arrinconarle en el fascismo como sinónimo de violencia, paganismo y extranjerización, notas, evidentemente descalificadoras ante los sectores españoles moderados, que eran pacíficos, católicos y nacionales. Ya el jonsista Ledesma ramos, repudiando una acusación de M. Hernández Almagro, había escrito en El Heraldo de Madrid, antes de la fusión con el falangismo: «No somos fascistas. Esta etiqueta fácil con que se nos quiere presentar es totalmente arbitraria»6. Primo de Rivera, en muy amistosa respuesta al monárquico Juan Ignacio Luca de Tena, declara el 22 de marzo de 1933: «sabes bien, frente a los rumores circulados estos días, que no aspiro a una plaza de jefatura del fascio»7. En su duro contraataque al democristiano Gil Robles escribe el 23 de octubre del mismo año: «Nadie puede con razón confundir el movimiento alemán racista (y, por tanto, antiuniversal) con el movimiento mussoliniano, que es como Roma –como la Roma imperial y como la Roma pontificia– universal por esencia, es decir, católica»8. Y en su cortés réplica al socialista Prieto manifiesta en el Congreso el 3 de julio de 1934: «resulta que nosotros hemos venido a salir del mundo en ocasión en que en el mundo prevalece el fascismo –y esto le aseguro al señor Prieto que más nos perjudica que nos favorece–; porque resulta que el fascismo tiene una serie de accidentes externos intercambiables, que no queremos para nada asumir…; nosotros sólo hemos asumido del fascismo aquellas esencias de valor permanente que también habéis asumido vosotros, los que llaman los hombres del bienio…, que el Estado tiene algo que hacer y algo en que creer es lo que tiene de contenido permanente el fascismo, y eso puede muy bien desligarse de todos los alifafes, de todos los accidentes y de todas las galanuras del fascismo, en el cual hay unos que me gusta y otros que no me gustan nada»9. Y como mentís general a quienes le acusan de fascista, afirma en Valladolid el 4 de marzo de 1934: «Nos dicen que somos imitadores…; pero que Italia y Alemania se hayan vuelto hacia sí mismas y se hayan encontrado enteramente a sí mismas, ¿Diremos que las imita España al buscarse a sí misma? Estos países dieron la vuelta sobre su propia autenticidad y, al hacerlo nosotros, también la autenticidad que encontraremos será la nuestra, no será la de Alemania ni la de Italia»10. Y concluye: «Todos saben que mienten cuando dicen de nosotros que somos una copia del fascismo italiano»11.
La aparición de un efímero grupo denominado «Fascismo Español» dio una nueva ocasión a Primo de Rivera para definirse negativamente: «Falange Española de las JONS quiere hacer constar que tampoco tiene nada que ver con ese movimiento»12. Y cinco días después, en carta de 18 de julio de 1934, puntualiza a un orensano: «siento no poder enviarle la fotografía que me pide para su Juventud Fascista por cuanto el envío de esa fotografía pudiera parecer un acto de aprobación»13.
Los repudios de su polémica inclusión en el fascismo se suceden. El 19 de diciembre de 1934 publica una tajante nota para proclamar que «Falange Española de las JONS no es un movimiento fascista»14. En una conferencia pronunciada el 3 de marzo de 1935 remacha: «hay naciones que han encontrado dictadores geniales, que han servido para sustituir al Estado; pero esto es inimitable». Y añade que los regímenes italiano y alemán «no sólo no son similares, sino que son opuestos radicalmente entre sí; arrancan de puntos opuestos. El de Alemania arranca de la capacidad de fe de un pueblo en su instinto racial. El pueblo alemán está en el paroxismo de sí mismo. Alemania vive una superdemocracia. Roma, en cambio, pasa por la experiencia de poseer un genio de mente clásica que quiere configurar un pueblo desde arriba. El movimiento alemán es de tipo romántico»15. En la importante conferencia del Círculo Mercantil de Madrid (9-IV.35) destaca sus diferencias con el sindicalismo italiano, dividido en el estamento patronal y el asalariado, rechaza esa «relación bilateral de trabajo», y preconiza: «todos los que forman y completan la economía nacional, estarán constituidos en Sindicatos Verticales, que no necesitarán ni de comités paritarios, ni de piezas de enlaces porque funcionarán orgánicamente»16. En, uno de sus últimos artículos, escrito en abril de 1936, prohibido por la censura y, finalmente, impreso el 6 de marzo de 1940, reitera tajantemente que su movimiento «jamás se ha llamado fascista en el más olvidado párrafo del menos importante documento oficial, ni en la más humilde hoja de propaganda»17.
La palabra postrera se encuentra en las contestaciones a un cuestionado periódico redactadas el 16 de junio de 1936 en la cárcel de Alicante, de la que ya no había de salir vivo: «Coincido con la preocupación esencial de uno y otro (el modelo italiano y el alemán): la quiebra del régimen liberal capitalista y la urgencia de evitar que esa quiebra conduzca irremediablemente a la catástrofe comunista, de signo antioccidental y anticristiano. En la búsqueda del medio del medio para evitar esa catástrofe falange ha llegado a posiciones doctrinales de viva originalidad. Así, en lo nacional, concibe a España como unidad de destino…, tiende al sindicalismo total…, Falange no es, ni puede ser, racista»18.
Desde el primer momento hasta el último de s liderazgo, Primo de Rivera no desaprovechó ninguna oportunidad de negar que fuera fascista y de subrayar sus discrepancias con los regímenes de Italia y Alemania. No es posible ni siquiera suponer que un doctrinario no supiera lo que decía o que un hombre de tal gallardía simulase; toda su obra es un ejercicio de autenticidad. El testimonio de José Antonio sobre sí mismo es irrefragable: ni quiso ser ni se sintió jamás fascista. Otro tema es la influencia que la ideología fascista y la nacionalsocialista pudieran ejercer sobre su pensamiento y su estilo. A esos influjos, que son reales, hay que sumarles los procedentes de otros sectores ideológicos afines, como el tradicionalismo y el socialismo, o contrapuestos, como el demoliberalismo y el comunismo. Del tradicionalismo tomó, por ejemplo, la concepción histórica de España y las nociones de catolicidad, de hispanidad y de honor. Del socialismo tomó la crítica del capitalismo burgués y la afirmación prioritaria de la justicia social. Del demoliberalismo tomó la indiferencia en materia de formas de gobierno y la defensa de la libertad, de la intimidad y de la tolerancia. Y del comunismo tomó la crítica de la democracia parlamentaria, la disciplina y la austeridad.
Ni José Antonio Primo de Rivera ni su partido gobernaron jamás. Cuando sus hombres participaron en el poder lo hicieron después de la unificación con los tradicionalistas y en la coalición con otras familias del régimen. No es, pues, posible parangonar el veinteno mussoliniano con ningún periodo falangista. Lo que sí sabe es comprar las actitudes y los programas. Cuando José Antonio fundó su partido, la imagen de Mussolini ejercía una innegable fascinación sobre amplios sectores de Europa. Primo de Rivera, como Churchill y tantos otros, participó en esa admiración personal. Por cierto, que el cesarismo era un estilo milenario. Pero la joseantoniana era una respuesta positiva y vigorosa ante la descomposición de la democracia burguesa y la amenaza marxista. Sus fórmulas –corporativismo y nacionalismo–, que eran análoga a las del tradicionalismo español, y que estaban en Donoso y en Balmes antes de que naciera el Duce, habían sido asimiladas, actualizadas y, en ocasiones, maximizadas por los falangistas. Y, sobre todo, había diferencias esenciales. El Fascio era laico y su líder ateo, mientras que el jefe falangista era religioso practicante y su partido, confesional: «Nuestro movimiento incorpora el sentido católico –de gloriosa tradición predominante en España– a la reconstrucción nacional», rezaba el punto 24 de la norma programática19. El Fascio se hizo monárquico; pero falange era agnóstica en materia de formas de gobierno. El Fascio propugnaba el pacto con las Fuerzas Armadas, y la Falange no. El Fascio admitió la división entre los dos factores de la producción –patrones y asalariado–, mientras que Falange propugnó la integración completa. El Fascio cayó en el antisemitismo y, en los últimos tiempos adoptó consignas racistas, mientras que la Falange fue antirracista siempre y jamás hizo discriminaciones por causas biológicas. Y, finalmente, falange fue, en sus orígenes, un partido doctrinal y elitista, mientras que el Fascio fue un partido de acción y de masas.
El análisis de la definición joseantoniana y de su conciencia y voluntad original, así como la comparación con el fenómeno italiano, no permiten afirmar que el Fascio y la Falange fueron dos ejemplos de la misma especie política, y sus respectivos perfiles no se esclarecen, sino que se difuminan inscribiéndolos en el vago concepto general de «fascismo».
NOTA.- Capítulo II del artículo del autor titulado «España y el fascismo» publicado en Razón Española Nº 234 (2023).
1.- LEDESMA RAMOS. Ramiro: ¿Fascismo en España? Ed. Ariel, Barcelona. 1968. págs. 104-106. Vid. SÁNCHEZ _DIANA, José María: ramiro Ledesma Ramos, Madrid, 1975 pñags. 296 y sigs.
2.- Ídem: op. Cit. pág. 107
3.- PRIMO DE RIVERA: op. Cit. pág. 184.
4.- Ídem: op. Cit. pág. 183.
5.- D´ORS, Eugenio: Prólogo a El espíritu de la revolución fascista. Trad. esp., Ed. Informes, Buenos Aires, 1976, pág. 7.
6.- Citado por GIBELLO, Antonio: José Antonio, Apuntes para una biografía polémica. Ed. Doncel. Madrid, 1974, pág. 181.
7.- PRIMO DE RIVERA: op. Cit. pág. 162.
8.- RÍO CISNROS, Agustín del: Textos biográficos y epistolraios. José Antonio íntimo. Ed. Movimiento, 3ª ed., Madrid, 1968, pág. 193.
9.- PRIMO DE RIVERA: op. Cit. pág. 395.
10.- PRIMO DE RIVERA: op. Cit. pág. 131.
11.- Ídem: op. Cit. pág. 332.
12.- RÍO CISNEWROS, Agustín del: op. Cit. pág. 286.
13.- Ídem: op. Cit. pág. 589.
14.- PRIMO DE RIVERA: op. Cit. pág. 524.
15.- Ídem: op. Cit. pág. 570. KUHN incluye a MARTINI, W. y RITTER, G: entre los sociólogos que explican el fascismo como «el estadio má alto de la democracia». Cito por la trad. it. de ZANIBONI, M.: Il sistema di potere fascista, Milán, 1975, pág. 17.
16.- Ídem: op. Cit. pág. 642.
17.- Ídem: op. Cit. pág. 976.
18.- RÍO CISNEROS: op. Cit. pág. 517-518.
19.- PRIMO DE RIVERA: op. Cit. pág. 842. Vis. también pág. 219
Para Razón Española Nº 234. Revista bimestral en papel sólo para subscriptores. 65€/año. Telf.- 617 32 61 23 ó Correo.- fundacionbalmes@yahoo.es

Me tragué un libro entero de Ernesto Milá tratando de demostrar que José Antonio y la Falange eran fascistas, lo que claro, no consiguió.
Es el problema de confundir al patriota e identitario con el fascista, sea tipo italiano o alemán, sin reparar en que todos vivimos en una época determinada y que los aditamentos externos o simplemente los contactos esporádicos siempre se darán por inevitables, confundiendo lo accesorio con lo fundamental.
En fin, discusiones bizantinas sin real argumentación (las de Milá, ya que el artículo es bastante correcto) que solo llevan a tergiversar la realidad y confundir a generaciones futuras, si es que a alguien le interesa lo más mínimo, que esa es otra.
¡Magnífico artículo!