Familia y libertad (1)

Recientemente fui invitado a dar una conferencia para profesores de religión sobre los contenidos de sus clases. Porque nos encontramos con la sorpresa de que tal como los profesores de matemáticas o de inglés imparten clases de sus asignaturas, resulta que los profesores de religión consideran lo más normal del mundo que sus clases no sean de religión. Nos decía Oriolt en su último artículo que sobran curas (porque faltan fieles). Y resulta que una de las causas determinantes de ese estado de cosas, es que en las clases de religión se hacen auténticos malabares para no hablar de religión.

Clases de religión, no de catequesis. Porque no es función del profesor de religión ni catequizar ni preparar a sus alumnos para la primera comunión. Su función en un colegio religioso es enseñar religión cristiana, hacer que los alumnos la conozcan: no que la amen o la practiquen, porque ésa no es función de la escuela.

Para responder al objetivo de la conferencia, desarrollé una propuesta de 10 lecciones de religión cristiana, abordando los grandes temas que afectan a la religión. Temas de religión, no de catequesis.

Ofrezco en una serie de artículos, una exposición más extendida de algunos de los temas que propuse.

FAMILIA Y LIBERTAD

Incidiendo en uno de los dos grandes motores de la vida (la reproducción), el cristianismo consiguió construir la mejor familia y el mejor matrimonio. La familia cristiana y el matrimonio cristiano. Si no conocemos cuál fue el punto de partida, y cuál fue la revolución que en este tema llevó a cabo el cristianismo, difícilmente alcanzaremos a valorar el grandioso don que le hizo el cristianismo a nuestra civilización, con estas dos instituciones.

En efecto, Roma tenía una doble vía de formación de parejas: la reproductiva, que era la de los hombres y mujeres libres, en la que primaban los hijos: por eso, la función de la mujer (y el sacramento en que ésta se sacralizaba, se llamaba matri-monium, oficio de madre). Obviamente, siendo la descendencia (y la respectiva herencia) la función del matrimonio romano, la fidelidad de la mujer era sagrada: porque gracias a ella se daba la total garantía de la paternidad. Ni siquiera se pensó en la fidelidad del marido, pues de las relaciones extramatrimoniales (normalmente con esclavas), no nacían hijos, sino simples crías propiedad del amo, el cual podía disponer de ellas como de los demás esclavos y de los animales de sus cuadras y de sus rebaños. Obviamente ésta era la forma de unión que los romanos miraban con enorme admiración. Y con envidia los esclavos: y mucho más las esclavas.

Pero frente al matrimonio, al que iba vinculado el derecho de familia (ius familiae) y era exclusivo de los hombres y mujeres libres (los ciudadanos, los amos) estaban las formas de unión propias de los esclavos: la principal y más generalizada, la prostitución, instituida como premio y estímulo para tener contentos y apaciguados a los esclavos varones. Este género de unión sólo pretendía satisfacer sexualmente al esclavo; en ella, la esclava simplemente cumplía con la obligación (¿el débito?) que le había impuesto el amo. Era su trabajo específico.

Había para los esclavos también otro género de unión mucho más favorable, tanto para el esclavo como para la esclava: era el contubernio, concubinato o amancebamiento, en el que el amo le designaba al esclavo de alto nivel y función, una esclava en exclusiva y un rincón también exclusivo en la “taberna”, que así se llamaba el galpón en que tenía a los esclavos (de ahí el nombre de con-tubernio). Esta unión era muy parecida a la de los romanos libres; la enorme y decisiva diferencia es que no llevaba vinculado el derecho de familia. Por consiguiente, ni ellos eran marido y mujer (ni hijos, ni hermanos, ni padres o abuelos de nadie); ni las crías que les naciesen eran “hijos” suyos, sino crías propiedad del amo.

Fue con esos mimbres (porque no había otros) con los que construyó el cristianismo la familia y el matrimonio cristianos. Fue una heroicidad sacar de la esclavitud los niveles de libertad que consiguió. La esposa cristiana, sacada de la esclavitud (prostitución, contubernio y amancebamiento) alcanzó en el matrimonio cristiano unos niveles de libertad y de respeto que para sí hubiera querido la mujer libre romana. La operación de la Iglesia fue fundir el matrimonio romano orientado a la descendencia, con el sólo sexo de las uniones de los esclavos. Con lo que la obligación de la esposa cristiana fue doble: reproducirse y satisfacer al marido (el “débitum coniugale”).

Para cuando la presión del marido sobre su esposa era excesiva, el español forjó una expresión muy castiza: se decía que “la puteaba”, es decir que la trataba como a una prostituta (“compañera te doy, que no esclava” dice el sacerdote en el casamiento; y en efecto, la peor esclavización es la sexual; al amo romano se le recomendaba sodomizar a sus esclavos varones para hacerles sentir la humillación de la esclavitud). Luego se extendió esta expresión a cualquier forma de someter a alguien a exigencias excesivas, sobre todo abusando de la autoridad. Se suele decir del jefe que fastidia a sus empleados apretándoles de mala manera.

Todo esto no es filosofía ni teología, sino pura fenomenología. Son hechos indiscutibles (el origen del matrimonio y su perfeccionamiento por la Iglesia) que hemos despreciado primero nosotros, y luego nuestros enemigos. No nos hagamos ilusiones, que no hay una solución perfecta para que los hombres puedan disfrutar de mujer tanto como desean. Perfecta, no la hay, a no ser que se esclavice a la mujer específicamente para el sexo, como hicieron los romanos. O como hace hoy y ha hecho siempre la prostitución. Ni siquiera la naturaleza lo ha resuelto tan “equitativamente” como ha pretendido resolverlo el hombre (en este caso, la Iglesia).

No tenemos más que ver el celibato a que están condenados la inmensa mayoría de los machos en muchas especies comparables a la nuestra. Y las durísimas peleas (algunas, a muerte) por el privilegio de las hembras. Es que, a la naturaleza, ¡vaya capricho!, se le ocurrió erigir a la hembra en patrón de la conducta reproductiva (puesto que para la reproducción está diseñada su anatomía, su fisiología y su etología en una proporción muchísimo mayor que la del macho). Pues eso, que dentro de lo dificilísimo que es armonizar el ilimitado deseo sexual del macho con el muy regulado y limitado de la hembra, supeditado a la extensa totalidad del proceso reproductivo), el cristianismo ha conseguido la más viable de las soluciones: tanto, que ha durado muchísimos siglos. Con problemas, evidentemente, porque nunca ha dejado de ser difícil esta cuestión; pero ha durado. Porque ha funcionado.

¿Y qué nos ocurre hoy? Que por miserable ignorancia hemos dejado que nos avasallasen los nuevos ingenieros sociales, los nuevos redentores, que han empezado por destruir el matrimonio, inventar unos “matrimonios” absurdos para desvirtuar el auténtico matrimonio, y han continuado con la genial y supuestamente novísima oferta de la prostitución, el contubernio y el concubinato en un solo lote, las formas de unión que ideó el antiguo amo romano para hacer más dóciles y diligentes a sus esclavos con el señuelo del disfrute de las esclavas. Es así como hizo más atractiva la esclavitud, con el servicio de sexo gratuito. Por esa senda anda la nueva educación sexual. El progreso hacia atrás, pero aceleradísimo.

Y para que no le falte nada, le han incorporado también la libre disposición de los hijos como de una propiedad: de momento, de los hijos no nacidos, incluidos los que están naciendo pero no han acabado de nacer. Y para ser aún más modernos, yendo aún más atrás, han añadido el originario y tremendamente arcaico ius vitae et necis (derecho de vida y muerte), que tenía el antiguo romano libre, sobre sus hijos. Este ius vitae et necis lo tenía también sobre su mujer. A los hijos no deseados, aunque estén muy crecidos, los llaman hoy “embarazos no deseados”. Así todo es mucho más fácil. Simplemente se desembarazan. Y eso, en el mundo de progreso en que nos hemos instalado, no sólo no es malo, sino que además es uno de los novísimos derechos de la mujer (derecho sobre la vida de sus hijos no nacidos: ius vitae et necis).

Pero parece que tenemos un motivo para alegrarnos, porque en la actual modernización de la familia y el matrimonio, mientras se usa profusamente este derecho para matar a los hijos antes de nacer o mientras están naciendo (se les mata a miles), apenas se echa mano de este antiquísimo derecho romano para matar a la mujer, generalmente por no plegarse a la voluntad de su pareja o expareja: sólo unas decenas de hombres ejercen cada año este arcaico privilegio señorial de los romanos, matando a las respectivas mujeres. Ya veis qué antiguo es eso. Y nos lo venden como un gran signo de progreso (el matar a las mujeres, no; el matar a los hijos).

Gran tema éste para las clases de religión, que basta ponerlo en comparación con lo que había al respecto antes del cristianismo, para entender que el salto adelante que dio el cristianismo en cuanto a la defensa de la mujer, es sencillamente espectacular. Y para entender también muy claramente que las opciones que hoy se están promocionando penalizan tremendamente a la mujer.


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