Familia y libertad (y 2)

Concluyo la propuesta que hice sobre el tema de la familia y el matrimonio para dotar de contenidos religiosos las clases de religión, que pueden y deben desarrollarse al margen de todo proselitismo y catequización. Es imperioso luchar contra el proselitismo que se está haciendo hoy en la escuela en dirección contraria no ya a la religión cristiana, sino a unos valores asumidos desde siglos por toda la sociedad. Y son las clases de religión el único ámbito escolar desde el que se puede luchar legítimamente contra el proselitismo pansexual que los distintos gobiernos (y no sólo de izquierdas) están introduciendo en la escuela. Pero clases de religión, no de catecismo. Si no nos tomamos en serio y con rigor académico las clases de religión, tendremos que dar por perdida la batalla por la defensa de los valores cristianos de nuestra sociedad.

Las civilizaciones que más se han extendido por el mundo y más han perdurado, no son las más fuertes, sino las que mejor han resuelto el problema de la reproducción, es decir el problema de los hijos: exactamente igual que ocurre en la naturaleza. Algo difícil y prodigioso en toda ella, pero admirablemente resuelto a través de una notable variedad de fórmulas a cuál más excelente: porque ha sido objetivo prioritario de la naturaleza (de Dios, decimos hablando en cristiano; pero ni siquiera en las clases de religión es necesario “hablar en cristiano”), hallar la solución más perfecta para este problema, cuya única salida alternativa es la extinción de la especie o del grupo.

Y resulta que, para la especie humana, éste es un problema especialmente arduo, debido a que no ha cesado de crecer el tiempo de dependencia de las crías (el más prolongado de la biología), prolongado aún más por nuestra civilización. Y para ello, para atender al crecimiento y maduración de las crías, el invento más eficaz de las civilizaciones más exitosas ha sido el matrimonio (oficio de madre), que sólo es posible consolidar por el respectivo patrimonio (oficio de padre). Un cruce de significados, ¿eh que sí?, a causa del cual se producen buena parte de los cortocircuitos. Pero es así como nuestras crías se convierten en hijos, con todo lo que la correlación madre-padre-hijos acarrea respecto a la forma y a la calidad de la vida. Por cierto, obsérvese cómo chirría la sociedad cuando se pretende poco menos que la extinción del matrimonio en aras del patrimonio. Cuando se va frontalmente a la demolición de la familia.

Es evidente que en la medida en que reculamos en esta relación construida mediante el matrimonio, cuya estabilidad ha de ser función directa de la necesidad de sacar adelante a los hijos; en la medida en que reculamos en esta necesidad tan sacrificada (¿acaso no lo es en la naturaleza?), en esa misma medida los HIJOS, uno de los mayores “inventos” humanos (imposible sin los correlativos madre y padre) pasan a la condición de CRÍAS; cuyo referente nefasto y nefando para nosotros no son las crías de los demás animales de la naturaleza, sino las que nosotros ponemos en el mundo con el invento de la ganadería: tanto más espeluznante cuanto más moderna.

Y está bien claro que no son las civilizaciones que están reculando en el manejo de este problema, las llamadas a heredar la tierra (a hacerse con el poder en el mundo), sino las que siguen resolviéndolo tan brillante y eficazmente como se ha venido resolviendo a lo largo de los milenios que llevamos de civilización.

Y si comparamos en esto (justo en esto) el mundo “cristiano” y el mundo musulmán, no hay que ser adivino para descubrir el desenlace. La mujer cristiana tuvo su mayor título de nobleza en la maternidad. Y ha renunciado a él. La mujer musulmana lo mantiene. Los “cristianos” estamos volviendo a Roma: a la Roma de los esclavos, cuya actividad sexual no daba lugar a hijos sino a crías. Y éstas las manejaba el amo a su capricho: porque suyas eran. Es que siendo el sexo la prioridad, las crías derivadas eran (¡son!) un subproducto totalmente desechable.

¿Y qué ocurre hoy? Pues que se promociona sobre todo en la escuela y en los medios, la promiscuidad no profesional como signo de progreso y libertad sexual de la mujer; y para afianzar ese progreso de la mujer, se legisla sobre la prostitución como si se tratase de una dignísima profesión homologable (las “profesionales del sexo”) para ayudar a la libertad sexual. Los vientres de alquiler no son más que una especialidad diferenciada de la prostitución. No deja de ser una forma distinta de compraventa sexual de la mujer, totalmente en la línea de los vientres de propiedad de las hembras de nuestros ganados, que conciben, gestan y paren para nosotros.

Entiéndase, la clave está en la “esclavización voluntaria” que tanto nos cuesta entender a muchos. ¡Es increíble lo mucho que ayuda el sexo a consolidar y aceptar la esclavitud! Así fue en Roma, y así es también hoy. En cualquier caso, ¡hay que ver cómo tira Roma! Hitler, deslumbrado por la vía romana, se empeñó en hacer ese camino de vuelta (¡incluidas las granjas de reproducción humana y el descarte de los “productos” de menor calidad!), pero encalló. Nosotros estamos aún en el aborto, es decir en el descarte del subproducto desechable del sexo esclavo; nos hemos encallado en la promiscuidad no retribuida, en la prostitución y en los vientres de alquiler. Ya no nos falta tanto para alcanzar a los romanos y a Hitler.

¿Y por qué no se abordan estos temas en las clases de religión? Evidentemente por inveterado complejo de la Iglesia, después de siglos de insistencia; y por no chocar de frente con la ideología impuesta por el Estado desde su poder legislativo y educativo. Si la Iglesia calla al respecto, ¿cómo podemos pretender que hablen los profesores de religión? El silencio de la Iglesia al respecto es, en efecto, estremecedor. Es porque carga con la acusación y el complejo de que anteriormente habló demasiado. Pero no, no habló demasiado, sino justo lo que tenía que hablar. Porque se trata del tema más difícil en el que toda sociedad humana se juega la supervivencia. Pero nosotros, erre que erre, haciendo seguidismo de los demoledores de la moral, empeñados en que los problemas derivados de un desaforado crecimiento demográfico (¿a quién corresponde determinar lo que es justo?) se resuelven mediante el desmantelamiento de la familia, el nido en que nacen y crecen los hijos; y mediante el vuelco de esa fuerza en un crecimiento económico mucho más desaforado aún. ¡Qué listos somos!

Desmantelamiento de la familia y del DERECHO construido sobre ella. En efecto, no es la Iglesia la primera institución que se cuida de las buenas costumbres (de la moral) en cuestión de sexo. Dicen en efecto los analistas del derecho, que fue el tabú (prohibición) del incesto, la primera norma jurídica sobre la que se construyó la civilización. Pero hoy vamos camino de cargarnos incluso este tabú. El movimiento feminista reivindica junto a la cohonestación y legalización de la pederastia, la promoción y legalización del incesto. Una de sus gurús, Shulamit Firestone, recomienda que a fin de que los niños no crezcan reprimidos sexualmente, sean los padres quienes los inicien en la vida sexual (además de los maestros y las huestes LGTB en la escuela). Más aún, los feministas más integristas recomiendan que la primera felación del niño sea practicada por su propia madre. Eso, sólo por empezar la “formación” sexual de los hijos desde su más tierna infancia y a cargo de los maestros más eficaces. Es decir que vamos de cabeza a desmantelar todo, absolutamente todo el edificio de la civilización desde sus cimientos. Así de crudo.

En fin, no deberíamos olvidar que el diseño y construcción del matrimonio cristiano y de la familia cristiana a partir de los materiales con que tuvo que construirse, es una obra mucho más difícil e impresionante que todas las maravillosas catedrales construidas en todo el mundo. Estamos asistiendo atónitos al estrepitoso derrumbe de la familia y del matrimonio cristianos. Como si no pasase nada. Pues infinitamente menos grave sería que asistiésemos al derrumbe de todas las catedrales del mundo, incluido el Vaticano o la Sagrada Familia, que nos cae más cerca. Clamarían todos por la tremenda pérdida de ese inconmensurable tesoro cultural de la humanidad.

Pues eso es lo que estamos perdiendo con la demolición del matrimonio y de la familia, esa maravillosa construcción de la Iglesia. Una tremenda pérdida no sólo para la Iglesia, sino para toda la humanidad. Porque esas instituciones, legado de la Iglesia, son el patrimonio más esplendoroso de la humanidad. Caeremos finalmente en la cuenta cuando vengan los musulmanes a imponernos su patrimonio y su matrimonio.

Parte primera

Para Germinant Germinabit


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