Fatum
El ser humano se caracteriza por su temporalidad. Todos sus miedos, creencias y pensamientos están influenciados por su caducidad. La finitud es el destino de sus creaciones, aquello que los griegos concebían como el fatum, la consecución de acontecimientos inexorables que llamamos destino en la vida de los hombres y las civilizaciones. ¿Cuál es el fatum de nuestro tiempo?, ¿nos espera un destino diferente al de otras épocas? Al orgulloso Occidente postmoderno le aguarda el mismo destino que a las eras anteriores, morir a causa de sus propias contradicciones, una realidad que se opone a la idea hegeliana de la historia vertical o a Fukuyama y su teoría del fin de la historia.
La historia se repite de alguna u otra forma porque el ser humano es siempre el mismo. El ser humano goza y adolece de los mismas virtudes y vicios, aunque en cada era se reviste de un halo particular, de un motivo de vivir en la historia que lo diferencia del resto de las épocas. El destino de nuestra civilización viene marcado por nuestra razón de existir, la rentabilidad. El Occidente postmoderno vive sumiso a la rentabilidad sin tener en cuenta cuestionas políticas y éticas ulteriores. Nuestra existencia tiene sentido porque lo que hacemos es rentable, el fatum del Occidente postmoderno es el rédito económico sin importar sus consecuencias políticas y sociales.
El destino que espera al Occidente postmoderno liderado por los EEUU es el mismo que el de los imperios occidentales anteriores, con la particularidad de que los EEUU están llamados a ser el último eslabón de la civilización occidental. Los EEUU han arrastrado al resto de Occidente a la idea de rentabilizar al máximo nuestra existencia, una idea de prosperidad económica como sinónimo de éxito civilizador que emula, en la parte de crecimiento económico, a los imperios occidentales anteriores, pero que excluye los valores que han hecho preponderar a Occidente durante siglos. La rentabilidad en las actividades económicas es tan imprescindible como lo son los valores en la política, cuestiones ambas que deben entenderse en conjunto para que las civilizaciones perduren.
La búsqueda de prosperidad económica del occidente postmoderno forma parte de lo que es el ser humano. Los imperios y los hombres siempre buscan mejorar, una realidad que permite que las civilizaciones prevalezcan si defienden valores universales que superen la mera defensa económica de sus intereses. Así nos dice Cipolla en la “Decadencia económica de los imperios” que: “Teóricamente, el crecimiento puede continuar de modo indefinido. La decadencia, no; pasado cierto punto la sociedad declinante, simplemente muere”. El estatus económico de los imperios varía, si bien las sociedades decadentes mueren, una realidad preocupante cuando las sociedades decadentes no han defendido valores eternos que los imperios sucesivos puedan heredar.
La decadencia económica de los EEUU es, por ahora, relativa. Vive una lucha sin cuartel con Rusia y China, resiste por mor de su todavía poderío; pero vive muerto. Los EEUU llevan tiempo muertos, sin que ellos mismos lo sepan. Su éxito económico en el mundo le ha impedido ver su decadencia. La sociedad de los EEUU ha marcado su propio destino desde hace décadas. Lo que marca el ritmo descendente de los EEUU y Occidente no es solo la espiral inflacionista provocada por el sistema de dinero-deuda implantado por los propios EEUU; sino los valores anti-humanistas nacidos y espoleados en las universidades americanas, las escuelas que promueven los movimientos regresores y que ahora llaman wokismo.
Las consecuencias las vivimos ahora, cuando el Occidente postmoderno está siendo derrotado por su propia manera de ver el mundo. Las sociedades occidentales ponen ahora tronos a las causas y cadalsos a sus consecuencias. Unas economías cada día más lastradas a causa de impuestos y crisis económicas sucesivas, han invitado a que la búsqueda de la rentabilidad de las actividades económicas sea cubierta por mano de obra barata. Su consecuencia son los movimientos masivos de población, una realidad que ha sido promovida por la irresponsabilidad de los Estados occidentales y que se ha visto acentuado vertiginosamente en los últimos años.
La anterior sociedad occidental homogénea se ha visto sustituida por sociedades heterogéneas, a causa de atender nuestras necesidades económicas sin considerar las cuestiones fundamentales que hacen perdurar y heredar a las civilizaciones durante siglos. El homus economicus no le ha dado importancia a la razón fundamental de la decadencia de su civilización, la transformación de sus sociedades, la transfiguración de las relaciones sociales como eje fundamental de convivencia y pervivencia de las civilizaciones, razón por la que Occidente está condenado a perecer en favor de otras civilizaciones que no han incurrido en el error de creer que la mejor forma de prosperar económicamente era suicidándose.

Pocos finales históricos de entre los habidos a lo largo de los siglos, será visto por las generaciones futuras andando el tiempo, tan merecido y absurdo como el ocaso -cada día más previsible- del actual Occidente.
«Muchos proyectos en el corazón del hombre, pero solo el plan de Dios se realiza.»
Proverbios, 19 : 21.