«Fiat voluntas Tua» Hágase la voluntad de Dios

Cuando rezamos el Pater Noster, una de sus frases más importantes, porque fue precisamente obsesión de Nuestro Señor durante su peregrinar por este mundo, porque fue lo que hizo de principio a fin, porque fue lo que aceptó incluso cuando como hombre no quería, es la que dice «Fiat voluntas Tua», es decir, «Hágase Tu voluntad»; ya dijo que había venido a cumplir con la voluntad de Su Padre. Y es que también es la que más nos cuesta, de ahí el mérito de acogerla como emblema, como fin primordial, como objetivo. Pero cuando la analizamos corremos el riesgo de no profundizar en ella, de pasar como por encima.

Hacer Su voluntad tiene, en realidad, dos vertientes: cumplirla y acatarla; parecen lo mismo, pero no lo son.

Cumplir Su voluntad lo hacemos cuando cumplimos con los mandamientos; con los diez más los cinco de la Iglesia. Hasta aquí, sin duda con grandísimas dificultades que se traducen en otras tantas caídas, lo entendemos y luchamos para no caer, y nos levantamos tras la caída y así pasamos la vida. Sabemos cuáles son esos diez más cinco mandamientos, sabemos cuál es la voluntad de Dios en ellos recogida porque están claros, o deberían estarlo a estas alturas.

Pero hay otra voluntad de Dios que muchas veces olvidamos, o no tenemos en cuenta o ni siquiera reconocemos como Su voluntad y que, por todo ello, nos negamos a acatar. Nos referimos a esa cantidad de cosas, de situaciones que nos sobrevienen a veces sin comerlo ni beberlo, ni entender el por qué, sin merecerlo, que no identificamos como voluntad de Dios y, por ello, contra las que nos revelamos como gatos panza arriba. Nos referimos a lo que la voluntad de Dios quiere que nos suceda para probarnos.

La lucha por obedecer los diez más cinco mandamientos está clara. Pero la lucha por acatar lo que Dios nos manda no la tenemos tanto. Cuando de repente nos sobreviene una adversidad, nos revelamos contra ella. Si caemos enfermos, rara es la vez que no nos quejamos, que soportamos sus dolores o incomodidades. Cuando alguien, sin ton ni son, nos agrede de alguna forma, por ejemplo, nos hace una pirula con el coche, nos enfurecemos. Cuando a alguno de nuestros seres queridos algo les sale mal o tienen una desgracia no buscada, nos soliviantamos. Cuando vemos sufrir a quien queremos y no podemos hacer nada por aliviarle el dolor o la tristeza, o decaemos o nos rebelamos. Pues bien, todo eso es también la voluntad de Dios. Son esas cosas, esas adversidades que nos llegan sin más para probarnos, para ver si realmente cuando rezamos el Pater Noster nuestro FIAT es real y pleno. Porque es muy fácil, y por ello no tiene mérito, decir hágase cuando todo nos sonríe, pero no lo es, y ahí estará el mérito de superar la prueba, cuando sea a nosotros o a los que nos rodean las cosas se nos tuercen injustamente.

Hay cruz en cumplir la voluntad de Dios, pero puede que haya más en aceptarla, en acatarla en lo personal o en los que nos rodean. Nuestra Madre Santísima dijo que se hiciera en ella Su voluntad, en lo que si nos fijamos bien hubo más de acatamiento que de cumplimiento, porque ella no sabía cuál y cómo iba a realizarse Su voluntad, pero aún a ciegas se mostró absolutamente dispuesta a acatarla fuera la que fuese.

Complemento de hacer Su voluntad es poner en esa voluntad, dejar en la voluntad de Dios, nuestros proyectos, de forma que acatemos, de entrada, cuando los comenzamos, lo que Su voluntad decida sobre ellos, es decir, que a pesar de que pongamos todo lo que esté de nuestra parte, lo cual es obligación, sea Dios, sea Su voluntad, la que determine que lleguen o no a buen puerto. Él sabe no sólo lo que nosotros queremos, sino más aún, lo que nos conviene en cada momento que muchas veces no es lo que nosotros queremos; acatemos entonces y siempre Su voluntad.

Cuando recemos el Pater Noster no nos olvidemos que tenemos que cumplir y acatar Su voluntad; las dos cosas, pues la una sin la otra quedan cojas.


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