Franco y España en la Conferencia de Postdam
La Conferencia de Potsdam, celebrada por los vencedores de la II Guerra Mundial en dicha localidad alemana, cercana a Berlín, tuvo lugar del 17 de Julio al 2 de Agosto de 1945. En ella se reunieron Churchill, Stalin y Truman. En lo que concierne a España, Stalin no dudó en soltar toda la inquina que guardaba contra Franco; no en balde la victoria del Caudillo en la contienda 1936-39 había supuesto la derrota del tirano soviético.
Stalin presentó un documento con dos pretendidas acusaciones contra España: por un lado, su Gobierno y régimen se debían al apoyo alemán e italiano, es decir, según él a nazis y fascistas, por lo que constituían un peligro para el mundo; por otro, el adalid de las purgas y represiones más terribles que nunca se vieran sobre la Tierra, acusaba a Franco de ejercer un «…brutal terror…» sobre la población que, siempre según Stalin, era abiertamente contraria a su jefatura y continuidad. La conclusión, por lo pretendido, era obligada: había que recomendar a los países miembros de la recién creada ONU que rompieran relaciones con España, al tiempo que se debía proporcionar “apoyo” a las «…fuerzas democráticas…» –que para Stalin eran las partidas terroristas comunistas que él apoyaba y que asolaban con sus actos homicidas varias zonas de la Península– para derribar a Franco y al Régimen.
Paradójicamente fue Churchill quien salió en defensa, bien que interesada, del Caudillo y del Régimen, toda vez que Truman, nuevo en estas lides y masón, poco o nada estaba dispuesto a hacer por España y menos aún por Franco.
Churchill intuyó con claridad que Stalin lo que perseguía era aislar a España para apoyar con más intensidad y facilidad a las que denominaba «…fuerzas democráticas…», las citadas partidas terroristas comunistas, cuya existencia quería hacer creer que eran la prueba del descontento de los españoles contra el Régimen. Para Churchill estaba claro que de lograr Stalin la victoria de los comunistas en España, antes o después se instalaría en ella una república soviética satélite de Moscú que se enseñorearía del Estrecho de Gibraltar cerrando el paso a la flota británica al Mediterráneo. Para frenar la propuesta de Stalin, el mandatario británico replicó argumentando eficaz y hábilmente:
* A él le molestaba, como a todos, el régimen instalado en España, del que en absoluto era amigo, como algunos pretendían. Para demostrarlo leyó la carta que había escrito a Franco en Enero en la que, entre otras “lindezas” y manifiestas tergiversaciones, le decía: «…el Generalísimo no debe entregarse a erróneas especulaciones…» una vez que terminara la II Guerra Mundial.
* Pero romper relaciones implicaba retirar las embajadas, lo que dificultaría mantener el contacto con los «opositores» del interior de España.
* Dado el carácter español, siempre orgulloso y con un alto concepto del honor y la dignidad, tal tipo de presión podría muy bien provocar una mayor adhesión del pueblo a Franco y al Régimen.
* España no había luchado contra los aliados, no existiendo justificación real para intervenir contra ella.
* Aunque era lógico que doliera a Stalin la intervención de la División Azul en Rusia, los aliados, incluido él, debían agradecer la neutralidad española sobre todo en momentos tan delicados como el primer año de guerra y durante las operaciones de desembarco en el norte de África.
* Provocar una nueva guerra, máxime en la situación en que se encontraba Europa, sería del todo perjudicial. (Truman se mostró aquí radicalmente opuesto a cualquier intervención armada en España).
* La recién aprobada Carta de las Naciones Unidas reconocía el principio de «no intervención» en los asuntos internos de los países, fueran o no miembros de la ONU, por lo que vulnerarlo a los pocos días de su entrada en vigor podría muy bien dar al traste con las esperanzas puestas en tan novedosa organización internacional.
* Por ello, era menor que fueran los españoles los que solventaran sus problemas.
* Emitir un manifiesto de condena y rechazo de Franco y el Régimen, alternativa que propuso Stalin conforme iba viedndo su propuesta derrotada, tampoco era posible, pues daría la impresión de que se reconocía, por la contra, a las últimas autoridades frentepopulistas de España, es decir, a Negrín, su último presidente del Gobierno, precisamente agente al servicio de Stalin.
* Finalmente, y para de todas formas llegar a un acuerdo sobre el caso español, Churchill propuso llevar el caso a la Asamblea de la ONU y que fuera ella la que decidiera.
El mandatario británico, que en esta ocasión, bien que, repetimos, por interés propio, había salido en defensa de España, no participaría en la conclusión del asunto, pues el 25 de Julio abandonaba la conferencia para participar en la elecciones generales de su país cuyo sorprendente resultado, contra todo pronóstico, fue su desalojo de la presidencia del Gobierno, dando paso al laborista, es decir, socialista, Clement Attle; quien había estado en España durante la guerra, llegando incluso a prestar su nombre a una Compañía de la XIV Brigada Internacional, siendo conocidas sus declaraciones públicas reiteradas a favor del Frente Popular. Incorporado Attle urgentemente a Potsdam, a pesar de su visceral animadversión contra Franco, no por ello dejó de valorar más los intereses británicos que su inquina personal e ideológica, motivo por el cual hizo suya en todos los puntos la propuesta de Churchill.
La oposición británica, el silencio norteamericano y, no cabe duda, las amplísimas facilidades para penetrar en Europa y hacerse como mínimo con la mitad de ella que por otro lado conseguía Stalin de Truman y Attle, llevaron al mandatario ruso a aceptar, en relación con España, una lacónica declaración conjunta de intenciones, bien que llena de falsedades, cuyo texto rezaba así: «Los tres Gobiernos se sienten obligados a especificar que, por su parte, no apoyarán solicitud alguna del Gobierno español que pueda presentar para ser miembro de las Naciones Unidas, por haber sido establecido dicho Gobierno con ayuda de las potencias del Eje y porque, en razón a su origen, naturaleza, historia e íntima asociación con los Estados agresores, no reúne las cualidades necesarias para justificar su admisión.»
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Ante panorama tan manifiestamente adverso, Franco permaneció sereno, sin dar muestra alguna de nerviosismo, sin modificar su rutina diaria: audiencias, reuniones del Consejo de Ministros, despacho con los ministros de turno, visitas por las provincias, asistencia a actos públicos, inauguraciones e incluso los habituales periodos de vacaciones. Nada iba a importunar la normalidad que quería y proyectaba sobre España. Analista lúcido e incisivo de la realidad, Franco valoraba en su justa medida su fuerza y la de aquella España unida como nunca antes, así como también las debilidades de sus adversarios, concluyendo que más tarde o más temprano la victoria iba a ser suya y de España.
La URSS, aunque aún tímidamente, comenzaba ya a mostrar en los países que la guerra había dejado bajo su control sus ansias imperialistas; los aliados occidentales también comenzaban a ver con intranquilidad ciertos gestos rusos que nada les gustaban; ni norteamericanos, ni británicos, ni por supuesto los franceses, estaban por la labor de actuar por la fuerza en España, no sólo porque ello generaría una nueva guerra por todos indeseada, sino porque la misma, por tratarse de España, podía muy bien torcérseles; los exiliados frentepopulistas, a pesar de sus reiterados intentos, no sólo permanecían en la más evidente división e incluso enfrentados, sino que nadie les prestaba el caso que a ellos les hubiera gustado; los comunistas españoles, con su estrategia terrorista, que gracias a la eficacia y sacrificio de la Guardia Civil y Policía españolas pocos resultados obtenían, cargaban por el contrario de razones a Franco y al Régimen al acreditarles como la única garantía de paz, orden, seguridad y prosperidad para España y los españoles.
Por el contrario, Franco sabía que contaba con el respaldo cada día demostrado en las ciudades que visitaba del pueblo español que, a pesar de las escaseces y dificultades, le rendía una devoción sincera y le otorgaba una confianza plena, valorando en su justa medida haberles dejado fuera de la terrible guerra mundial recién finalizada; la Iglesia, agradecida e ilusionada, agrupaba en su entorno a gran parte de ese pueblo ahora sumido en un renacer espiritual sin parangón desde hacía siglos; las Fuerzas Armadas formaban firmes y unidas apiñadas tras él, su jefe indiscutido y siempre victorioso, al que no iban a traicionar y dejar caer; el Movimiento, con la Falange a la cabeza, le reconocía como su jefe por derecho propio, impulsor de la revolución social soñada por José Antonio que se hacía realidad día a día.
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Junto a lo dicho, también sabía Franco que, en contra de las apariencias, contaba incluso en el extranjero con poderosos sectores amigos que poco a poco iban comprendiendo sus razones, por lo que más tarde o más temprano terminarían por influir a su favor en sus respectivos países y gobiernos.

El influyente columnista norteamericano, Westbrook Pegler, escribía por esos días «…Sin Franco, la aventura de África hubiera costado a América medio millón de muertos…». El semanario estadounidense «The Tablet» decía «…No se puede afirmar que España sea hoy más totalitaria o menos democrática que Rusia. Y si esto es así, ¿por qué la condena? Por sus relaciones con Alemania ¿Y qué decir de Suecia o Suiza? Ya es hora de que los Estados Unidos nieguen ayuda a los grupos comunistas y asociados que trabajan para provocar otra revolución en España. Y también es hora de que se cierren los oídos a las voces de los emigrados políticos españoles, algunos de los cuales, después de robar a su país, vinieron a América para crear disturbios…». El ex-embajador norteamericano en España, Carlton Hayes, publicaba sus memorias, tituladas «Misión de guerra en España», en las que daba testimonio de la sincera, total y voluntaria adhesión del pueblo español a Franco, de la honradez y honestidad del Caudillo y de su decidida resistencia a las presiones de Hitler para que entrara en la guerra. A pesar de no ser muy favorable, el también ex-embajador norteamericano, Norman Armour, no dejaba de reconocer «…En España no existe oposición organizada a Franco». El ministro de Asuntos Exteriores británico, Ernest Bevin, decía en la Cámara de los Comunes «…sería un error intervenir en España por la fuerza o intentar provocar la guerra civil en el país…». Incluso premier inglés, Clement Attle, afirmaba a su vez «…Una cosa era sentir antipatía por el régimen imperante en España y otra muy distinta abrir el capítulo de la guerra civil con perspectivas favorables para la Unión Soviética…». Y el propio presidente estadounidense, Harry Truman, abiertamente contrario a Franco, no tenía más remedio que reconocer «…no nos gusta el régimen español, pero no estamos dispuestos a interrumpir por esta causa nuestras relaciones con España…».
Valorando los apoyos y respaldos propios y los de los adversarios, al clausurar en Agosto en Vigo el Congreso Nacional de Pesca, Franco decía en referencia a su gobierno, régimen y obra «…No hemos hecho más que empezar…». El tiempo le daría la razón.
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Franco se daba cuenta de que sólo había que resistir, dejar pasar el tiempo y confiar en que las cosas serían finalmente colocadas en su sitio. No obstante, y fiel siempre a su espíritu legionario de no permanecer inactivo y acometer al enemigo allá donde se encontrara, no permaneció pasivo. Y fiel también a su alto concepto de honor y dignidad, Franco no engañaría a nadie, ni crearía falsas expectativas. En algunos de sus discursos del momento insistirá una y otra vez en lo que venía diciendo desde que asumiera las máximas responsabilidades del Estado «…El Régimen y el Gobierno español fueron proclamados por el Ejército y el pueblo el 1 de Octubre de 1936…», por lo tanto nada de renegar del Alzamiento, ni de la Cruzada. En España «…se va hacia la completa y normal libertad interior…» mediante la democracia orgánica que se iba conformando, pero nada de democracia liberal, partidos y parlamentos. «Se ha engañado a la opinión universal haciendo aparecer al régimen español con falsas características y afinidades…», pues nada tenía ni de nazi ni de fascista, habiendo mantenido con Alemania e Italia sólo el nivel de relación a que le obligaban los acuerdos mutuos en vigor, pero sin sumarse ni a su aventura bélica ni copiar de ellos su totalitarismo visceral. «Yerran los que creen que España necesita importar nada del extranjero (en cuanto a sistemas políticos o de gobierno se refiere). Muchos siglos antes de que otras naciones naciesen a la civilización, España asombraba al mundo con sus instituciones políticas y los principios de Derecho público que practicaba… rechazo radical a la organización artificial de los partidos… los ámbitos naturales del hombre son la familia, el municipio y los sindicatos… ha llegado la hora de que la Revolución Nacional que nuestro Movimiento propugna, adquiera toda la amplitud y rigor que demanda el abandono en que por tantos años permanecieron nuestras provincias y nuestros pueblos…». Sobre la forma de gobierno futura, Franco insistía «…La República en España fue, por dos veces, lo que tenía que ser: un sistema artificial en pugna con nuestra Historia y con nuestras tradiciones; tantas veces se repitiese su ensayo, tantas otras haría caer a España en el mismo grado de ludibrio… periódicamente y en momentos solemnes de la vida española anuncié que caminábamos hacia la fórmula tradicional (la Monarquía tradicional, no la liberal) que un día había dado a la nación española su grandeza y su gloria… pero no se trata de cambiar al mando de la batalla ni de sustituciones que el interés de la Patria no aconseje…».
Por último, y en contestación directa a la nota emitida por los aliados en Potsdam por la que se consideraba que España no reunía las condiciones para pertenecer a la ONU, Franco replicaba con rotundidad haciendo alarde de la más pura hidalguía española «Ante la insólita alusión a España que se contiene en el comunicado, el Estado español rechaza por arbitrarios e injustos aquellos conceptos que le afectan. España se ve obligada a declarar que ni mendiga puesto en las conferencias internacionales, ni aceptaría el que no estuviera en relación con su Historia».

Cuanto más tiempo pasa, más grandes se hacen su figura histórica y su obra.
Eso mismo pienso yo. Todos estos a su lado son homúnculos.