Funerales: importante paso del obispado de Huesca
Mons. Julián Ruíz Martorell, obispo de Huesca, ha decretado que a partir del próximo 1 de Octubre en su diócesis, en las Misas de funeral, estará prohibido: que los familiares, amigos o conocidos del difunto larguen discursos de elogio del finado, que se dé las gracias desde el ambón por la asistencia al acto y que se se toque o se ponga durante la ceremonia música que no sea religiosa. Pues enhorabuena y ya era hora de que alguien tomara medidas con tal asunto. A ver si cunde el ejemplo.
Desde hace décadas los funerales, cuerpo presente o ausente, se han convertido en una pantomima, en un sarao, en un espectáculo bochornoso –como las bodas, Primeras Comuniones y otras ceremonias religiosas–; además de en una competición por ver quién es más original, es decir, más irreverente.
Y lo peor de lo anterior es que ha sido con el visto bueno y la colaboración activa de los sacerdotes y el silencio cómplice de los obispos, CEE incluida. Los primeros en largar sermones laudatorios del finado, en asegurar a los presentes que el muerto estaba ya en la Gloria bendita, en el Cielo, disfrutando del Paraíso porque… vaya usted a saber cuántas tonterías hemos oído para justificar lo injustificable, han sido los curas. Sacerdotes, al parecer, con visión del Cielo, con conexión directa con el más allá que afirmaban lo dicho. Curas que permitían a los familiares subir al altar y perorar sobre qué bueno era el fiambre porque… daba chuches a los nietos. Hemos tenido que asistir a escenas de patético sentimentalismo, casi de histeria colectiva vergonzosas.
La Iglesia siempre aprovechó momento tan solemne y trascendental como son los funerales, no para recordar, elogiar o hacer una semblanza del muerto –siempre parcial e incomprobable–, sino para predicar a los asistentes, hoy la mayoría una de las muy pocas veces que pisan una iglesia, que ellos también estarán un día en el mismo lugar, que aquí todos cascamos y que todos, toditos todos, creyentes y no creyentes, allá éstos, al morir nos sentamos en el banquillo de los acusados, de los imputados, donde Dios nos pide cuentas de todo lo que hemos hecho o dejado de hacer, lugar en el que estaremos solos a excepción de Nuestra Santísima Madre, intercesora magnífica, si es que le hemos profesado una devoción especial y fiel.
Acogemos con sumo agrado y esperanza el pequeño pero sustancial paso del obispo de Huesca, le animamos a dar otros tan necesarios como importantes y le rogamos que lo traslade a sus colegas que siguen la senda de los perdidos. A ver si es posible que esa protestantización de nuestra Santa Fe y de nuestra Santa Madre la Iglesia cesa.

¿El «difunto» (antes Iglesia Católica) comienza a dar señales de vida?.
Hagámonos cruces…
Muy oportuna la decisión del obispo de Huesca.
Todos hemos sido testigos desde hace pocos años de estos auténticos «shows» que recuerdan los espectaculos de los telepredicadores televisivos.
Que el pater haga una referencia a las virtudes cristianas del fallecido e incluso que, finalizado el acto de las gracias en nombre de la familia por la asistencia y por las oraciones aplicadas al eterno descanso del difunto, pase.
Pero que tomen la palabra familiares, e incluso niños, para glosar lo simpático y cariñoso que era el finado, es un despropósito.
Ha hecho muy bien Monseñor D. Julián Ruíz Martorell